Pasaron dieciséis años y la herida sigue abierta. El 30 de diciembre de 2004, Callejeros, la banda liderada por Patricio Fontanet, tocaba ante unas 4.500 personas en el local República de Cromañón. Presentaban un nuevo disco, Rocanroles sin destino, pero no pasaron de la mitad de la primera canción del show: alguien del público tiró una bengala y se prendió fuego la media sombra con la que se pretendía mejorar la acústica del lugar.
Producto de la venta de entradas por encima de la capacidad, las puertas de emergencia trabadas con cadenas, la falta de controles municipales, la incapacidad de los músicos para contener a sus fans, esa noche murieron 194 personas. Una cantidad obscena de muertes.
“Cromañón me atravesó el mismísimo día”, dice ahora Fernanda Meritello en diálogo con Infobae. “Quizá me pegó más fuerte porque trabajaba con adolescentes y mis alumnos tenían la edad para estar allí. Esa noche empecé a escuchar las sirenas de las ambulancias, prendí el televisor y no paraba de ver el horror. Me quedó doliendo lo que le quedó al mundo y creo que hasta el día de hoy a mí me duele”.
El dolor calló mi voz
Fernanda Meritello es la autora de la novela Tú no, princesa, tú no. Apuntes para una película de amor en Cromañón, que acaba de publicarse en formato digital y se consigue en BajaLibros y en la plataforma Leamos.com.
Escrita como un guion de cine, la novela cuenta el romance de dos chicos que están en ese momento maravilloso en que el amor hace que el mundo se vuelva nuevo y brillante. Ella, hija de una familia con un buen pasar económico; él, el atorrante del barrio. Y entre ambos las canciones que los convocan y les prestan la voz para eso que quieren decirse pero no saben cómo.
Tú no, princesa, tú no podría ser una novela de aprendizaje, una historia de amor y rebeldía, un despertar generacional. Pero entonces pasa Cromañón y todo se vuelve oscuro. “Me hizo poner en el lugar de los chicos, de esas vidas que yo conocía, y en el lugar de los padres con un dolor infinito, inagotable. Y la bronca y la impotencia de lo que uno ya conoce, y de lo que no quiero hablar, que es de la gran corrupción y de la gran irresponsabilidad de los gobiernos”.
Llama la atención la poca cantidad de libros que se han escrito sobre la tragedia: El día que apagaron la luz, de Camila Fabbri, Cromañón. La tragedia contada por 19 sobrevivientes, de Ezequiel Ratti y Franca Tosato, Cromañón. La república del dolor y la impunidad, de Hugo Martín, algunos otros. Por eso, la publicación de un nuevo libro, y, sobre todo, uno que aborda aquella noche desde la ficción, habilita un terreno poco explorado como el del sufrimiento privado, la tragedia íntima, las heridas que no sanan.
Las marcas sucias que el pasado me dejó
“Estos días”, sigue Meritello, “me acordé de una frase que dijo Bergoglio en algunos de los años en que celebró las misas de los 30 de diciembre. Dijo: ‘Venimos a llorar’. Se ha llorado poco. Habló de una ciudad que no había llorado a sus muertos. Yo creo que este país no ha llorado a sus muertos. Para llorarlos tenés que meterte en el dolor y en el dolor particular, en el dolor personal, en el dolor de cada uno. Porque cuando es ‘masa’, cuando es ‘tragedia’, cuando es ‘número’, no se es ‘persona’. Yo quería llorar Cromañón, encontrar ese dolor”.
—¿Por qué no lloramos a los chicos de Cromañón?
—Tuve mucho trato con los chicos a raíz de empezar a escribir. Me vinculé con muchos chicos que habían estado en Cromañón y una de las cosas que me impactó muchísimo fue entrar en los foros y ver que mantenían conversaciones muy superficiales, que no se metían en el dolor profundo. Y una de las chicas con las que tengo un vínculo entrañable al día de hoy me dijo que no escribían sus sentimientos porque entraba el periodismo y los sacaba de contexto, se metía en su intimidad y los ponía como si fuesen monstruos. “Empezamos a escribir pavadas solo para seguir conectados”. Me impactó muchísimo.
—¿Qué responsabilidad tiene Callejeros en Cromañón?
—No quiero meterme en eso, porque cuando empezás a hablar de responsabilidades, del juicio, del castigo, de lo malo y lo bueno, te apartás del sentir. Me ha costado mucho. He tenido muchísimos juicios sobre mí por no tocar ese tema y solo ir al espacio del corazón y del encuentro. Vuelvo a Bergoglio cuando dijo que las heridas se sanan con ternura. Las heridas hay que sanarlas, no hay que seguir escarbando: hay que sanarlas porque si no, no se puede avanzar. Y vos no tenés palabras para dar, no tenés justicia para hacer. Pero tenés ternura para dar. Cada vez que leo lo que escribí siento ternura por cada una de las personas que están ahí. Por eso nunca me quise meter en las responsabilidades y las culpas, más allá de la cuestión objetiva que todos sabemos cómo fue.
De padres lentos y madres sordas
Meritello dice que hay tres momentos en la historia moderna de la Argentina que violentaron a la juventud: los años 70, la guerra de Malvinas y Cromañón. “Las tres abarcan mi vida y me conmueven profundamente”, dice.
—¿Qué te dijeron los adolescentes que leyeron la novela?
—Varios la leyeron mientras escribía el borrador y empatizaban muy rápido con los personajes. Se identificaban, sobre todo, con Bechu, la hermana de la protagonista. Pero también me pasó que gente de mi generación se identificara con los padres. Uno me llegó a decir que hasta la habló con el psicólogo. Me parece que tiene una cosa humana y, hasta ahora, quienes lo leyeron se reflejaron en algo.
—¿Cómo ves a los chicos hoy en día?
—Eso es lo que trato de representar. Yo los vi tratando de refugiarse en esas pequeñas banditas, en las plazas, en sus lugares de encuentro. Ahí encontraban la alegría y la expresión. La generación de ellos volvía a pegar un grito y ese grito estaba en las letras de las canciones. Es al revés de lo que muchos piensan, las letras son una expresión genuina, real. Ahora, hace unos siete años que trabajo en barrios vulnerables y estoy dedicada a chicos que están muy rotos. Es difícil ver qué mirada tienen. Yo, por suerte, me muevo en un núcleo de mucha esperanza y expectativa. Todos los chicos que acompañamos, se entusiasman con salir de donde están y ser ellos quienes puedan acompañar a otros. Los levanta, los anima este fin solidario. Y creo en eso.
—Hablás de esto te emocionás.
—Sí. Por suerte me emociono todavía.
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