Sentirse parte del equipo, aunque no seas quien mete los goles. Ponerse los colores. Esperar. Hacer vigilia. Viajar para llegar. No escatimar esfuerzos, ni sacrificios. No despegar los ojos de la pantalla para ver cómo viene la jugada. Contar los puntos. Pensar estrategias. Debatir el juego. Juntarse con los demás hasta dejar de ser una individualidad para ser parte de algo más grande.
Tener cábalas. Generar una identidad. Vestirse con los colores identitarios. Esperar. Pasar nervios. Tener mucho frío. Tener mucho calor. Llevar frazadas para pasar la noche. Ponerse bikini para resistir en el asfalto. Estar. Resistir en las malas. Festejar en las buenas. Soportar el fracaso. Volver a intentar. Llorar. Sentir que el resultado no es algo de los otros, sino propio. Porque es propio. Es propio porque es un triunfo personal. Lo personal es política. Y la política se volvió personal para una multitud de chicas.
El 30 de diciembre del 2020 es una fecha que ya forma parte de la historia de la Argentina. Se aprobó la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). Y por goleada. Con un resultado mucho más favorable que el esperable y un espaldarazo a un reclamo histórico de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito: 38 votos a favor, 29 en contra y 1 abstención.
Pero se consagró algo que va más allá de una ley: una nueva forma de generar una política circular, con la participación de muchas y la valentía e incidencia de algunas. Con la aceptación de liderazgos y la escucha repartida entre una multitud. Con el poder usado por diputadas, ministras y senadoras para que el poder no sea solo de pocas. Con una democracia posible, popular, apasionada y potente.
En vez del “que se vayan todos” del 2001 -que posibilitó la aprobación de la Ley de Salud Sexual y Procreación Responsable de anticoncepción gratuita- ahora se vinieron todas. Y se encontró un mix entre la política que tiene la huella para impregnar su voto en el conteo del Senado de la Nación.
La Cámara alta históricamente es más retrógrada para las mujeres. Hace dos años frenó el aborto legal, pero tiene la mancha de también haber retrocedido en el voto femenino después de una aprobación en Diputados hasta que la segunda vez lo dejó pasar. Ese Senado conservador tuvo que dejar pasar los gritos de la política masiva de las jóvenes que hacen eco con sus reclamos de autonomía, libertad y deseos.
El feminismo en la Argentina es un fenómeno popular, de masas, inédito, convocante, apasionado y vivido más allá de las ideas, con el cuerpo, por quienes ponen el cuerpo. Y ayer los cuerpos que se abanicaban con los tapabocas o con las manos, que se probaban moños o remeras, que se recostaban en reposeras o dormían en bolsas en un camping urbano para que los ojos de la multitud fueran vistos puertas adentro del Congreso terminaron con una alegría que se expandía por las redes sociales y por los brichos que decoraban las calles.
El fervor de la marea verde solo puede ser comparado con un Mundial de Fútbol. Pero no es porque se vuelva deportivo un debate trascendente, sino porque el entusiasmo trasciende el fervor promedio que despierta la política y pone el entusiasmo por la política en su punto más alto. Es la política de la pasión y es el arco del entusiasmo el que quedó más lejos para seguir intentando que el futuro sea mejor que el pasado.
No se trata solo de que se logró, sino de la apuesta a la política como una posibilidad de lograr cambios. Eso era lo que los sectores conservadores querían frenar y eso es lo que, en cambio, salió ganando. Y con un enorme impacto en Europa y América Latina.
Todavía se pueden conseguir derechos. No es una ficha la que se mueve, sino todo el tablero, en donde el entusiasmo por la lucha como eje vital de la pulsión social pone en la política directa, participativa y popular un eje indelegable para pensar que se puede vivir mejor.
Las imágenes de las pibas saltando de fervor y llorando en el festejo como si para cada una fuese un triunfo que las traspasa en lágrimas que cruzan a la actriz Muriel Santa Ana con la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia Vilma Ibarra (porque ya no hay que demostrar que no se llora para ser fuerte e inteligente, sino que se puede llorar con inteligencia, sensibilidad y fortaleza) y con cada una de las que festejó como si la ley llevara en la transpiración de un día acalorado su propia impronta.
No busquen en otro lado. Por razones que no son menores, de historia, de dolor, de convocatoria, de organización, de autonomía, el mayor movimiento político del Siglo XXI son los feminismos. El desafío es sumar coordinación con los movimientos ambientales y anti racistas en épocas de pandemia y mayor represión policial.
Y en Argentina no se juega una liga menor, sino la que levanta el sueño de América Latina y en la que Europa y Estados Unidos también miran y acompañan y se suman a la marea verde en un mapa que responde a la geopolítica del deseo.
Fue una sesión histórica. Por la cantidad de horas de debate, por la cantidad de trabajadores/as en el Congreso (aproximadamente 300), por las pantallas en la calle y la movilización expectante de los discursos y los resultados, por la participación popular al margen de la incidencia previa en medios de comunicación masiva.
Los antecedentes similares son –además de la marea verde del 2018- la ley de medios, el matrimonio igualitario y la 125 de retenciones al campo. Y en la historia reciente no hay ningún otro tema que tenga un cuerpo social tan vibrante y, a la vez, con una discusión política masiva tan extensa, rica y puntillosa.
Hay una masa que no se constituye solo de individualidades. Pero no es una masa arrastrada, ni uniforme. Y, mucho menos, desinformada. Es una masa activa, participativa y reflexiva. No se va a la nada –y no porque no haya choripán, bebidas, helados, chipa y empanadas veganas- sino porque la masividad de la comprensión y el conocimiento sobre el aborto legal hablan de un sector altamente informado (y apasionado por el debate).
No hay otro espejo social que sea tan convocante como los feminismos en la política argentina actual (tal vez eso irrite tanto a políticas y políticos que subestiman todavía que significa y de donde surge la construcción feminista) en otras áreas que generen una pasión igual.
Aunque la televisión no ve a los feminismos (salvo de manera subterránea, ocasional, excepcional o secundaria) los feminismos surgen como un movimiento ninguneado que no necesita permiso para ser protagonista de la existencia y del fervor colectivo.
Pero, aunque las referentes de la lucha por el aborto legal fueron dejadas de lado (mucho más que en el 2018) por la televisión de mayor llegada hubo un rating inusual en Senado TV. De madrugada se llegó a 1.735.046 espectadoras/es en el canal de Youtube de Senado TV. El récord de audiencia solo es equiparable al debate de la Interrupción Voluntaria del Embarazo en 2018.
¿Conclusión? Los números hablan. La política es más escuchada que nunca cuando habla de lo que antes no se podía hablar. De ser tabú el aborto pasó a ser el principal tema en el que legisladores y legisladoras son escuchados, interpelados, aplaudidos y condenados en la política. Si la política está viva es porque las jóvenes quieren vivir libres. Y no lo hacen al margen de la política, sino en el margen del Congreso de la Nación.
“Ya es ley”, dice un pañuelo verde. Ya es. En el 2020. Casi el último día, casi como un amor que está a punto de perderse y que corre al aeropuerto para que no se vaya sin un abrazo. Casi como si la pandemia no podía hacer retroceder el avance y llega como un rasguño de fin de año.
El pañuelo estaba impreso antes del resultado. Pero el resultado se palpitaba. Se sentía en la calle, en la piel con glitter pegado de verde y violeta, en el reencuentro con un fuego que es imposible traducir y hace la diferencia entre estar solas y estar juntas.
El estallido llegó a las 4 de la mañana. Y se convirtió en un mundial con gritos que solo pueden asimilarse a los de una final. Con el corazón multiplicado y las lágrimas que trascienden una norma y que implican a la propia vida. Pero, por sobre todo, con jóvenes que estallan de euforia, que esperan en bikini, que regresan al amanecer, todavía en malla de arriba y short abajo, sin que baje el agobio del calor
Y en el hallazgo, después del aprendizaje de hace dos años, de la fórmula que completó el equipo para lograr el aborto legal: las jóvenes en la calle imponiendo el futuro, las pioneras como guardianas de la historia y la rosca política para garantizar los votos que se necesitaban.
Esta vez fue ley. Y no fue casual. Se conjugó la horizontalidad de un movimiento que no entra en una mesa chica (ni quiere entrar) y que no tiene líderes, sino referentes y que no acepta ordenes de ningún gobierno (no se esperó a que al Presidente le parezca que el tema era pertinente sino que se le pidió a Alberto que apriete el botón verde), ni es un número que puede ser manejado a antojo de tal o cual puntero o dirigente.
Pero se le puso un plus de la incidencia legislativa necesaria para tomar decisiones. La horizontalidad del feminismo y la verticalidad de la política encontraron un punto común en el que la pelea histórica de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y gratuito, la marea verde y la rosca (para lograr los votos que se necesitaban en el Senado) pudieron funcionar en un en un engranaje que, esta vez, el 30 de diciembre del 2020 logró su objetivo.
El Senado con techos altísimos, mármol y pasillos intrincados se revista en solemnidad y un blindaje que en el 2018 no dejó pasar ni el ruido de la calle. Pero, esta vez, se abrió para dejar de ser el Coliseo del Imperio romano que bajaba el pulgar a los esclavos y los condenaba a la arena con los leones o a la clandestinidad sin seguridad para realizar las interrupciones del embarazo.
Los senadores no cambiaron o, al menos, no en una proporción tan amplía que explique el resultado. Aunque sí hubo ingresos de jóvenes (4 menores de 40 años, 2 de Tierra del Fuego) y algunas previsiones (como Martín Lousteau que no aceptó ir en la lista de Senadores con Carmen Polledo por celeste y forjó a Guadalupe Tagliaferri que votó a favor). Pero hubo un puente entre la política de las jóvenes y los que pulsan el botón en donde las leyes se aprueban o rechazan para que no fueran dos países, sino uno y más justo.
Ahora, lo mejor, no es lo que se ganó, sino que las jóvenes se fueron, caminando cuadras hasta conseguir un colectivo o taxi, cansadas y en complicidad en cada paso, creyendo que todavía vale la pena pelear por un mundo mejor en donde ellas decidan y no decidan por ellas.
El 2020 termina en un año difícil y empieza un 2021 con rebrotes, incendios y una pandemia que –a pesar de las vacunas- todavía no termina. El mundo es un lugar cada vez más complicado. Pero ayer no se aprobó solo el aborto legal. Se abrió la puerta para que las jóvenes sepan que su cuerpo y sus derechos les pertenecen. Y que pelear por un mundo mejor no es una pulsión confinada, ni derrotada.
La mayor victoria es esa: las jóvenes ya saben que pueden pelear por un mundo mejor y más justo y libre para ellas. Ganaron. Y su victoria da esperanzas de que no nazcan derrotadas, ni encerradas. No importa qué pelea viene, sino que sigan peleando.
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