Gustavo Rodríguez aplica la inyección en el deltoide izquierdo del médico intensivista Emilio Maciá mientras en el Aula Magna “Doctor Miguel Falasco” de los consultorios externos del Hospital Interzonal General Agudos “Doctor Pedro Fiorito” crece una ovación. Son las 10:27 del último martes de 2020 y la sala, custodiada por cortinas pesadas de color bordó, paredes que habían sido blancas y techos bajos de tono verde, condensa el ruido de los aplausos. “Es un día histórico”, había resumido Juan Riera, director de hospitales de la provincia de Buenos Aires, uno de los que ahora aplaude.
El Aula Magna está en el primer piso del edificio que se erige enfrente de la construcción histórica del hospital fundado en 1913 en el centro de la ciudad de Avellaneda. Desde sus ventanales se puede constatar la pasmosa cercanía de los estadios de Independiente y Racing. Debajo de su estructura, al frente de la entrada principal, yacen colchones, mantas, sillas, botellas y conservadoras de telgopor con la leyenda “Vacunas despacho urgente” donde dos indigentes guardan sus pertenencias. Puertas adentro del salón, el gobierno provincial monta un operativo especial.
Afuera, al área amplia de descanso con bancos de metal de colores rosas, celestes y blancos y paredes deslucidas no le parece especial recibir un lote de vacunas rusas. En una esquina, una lámina vidriada guarda información de un calendario anual de vacunación modificado en 1999, la celebración del Día del Donante Solidario de Sangre, un mensaje firmado por Unicef que dice que “la leche de mamá es el mejor alimento” y un pedido de la asociación cooperadora del Hospital Fiorito para hacerse socio. No hay cartelería de prevención sobre COVID-19. Nada.
Hay ruido de hospital. El tenue bullicio se mezcla con el traqueteo de un ventilador industrial que sopla el pasillo del servicio de odontología y ortodoncia. Al lado, un televisor Sanyo con panza y un VHS Philco remiten a otra época. Enfrente, los desafían la modernidad y la coyuntura: un aire acondicionado apagado por las recomendaciones de desuso en tiempos de pandemia flota sobre el paso hacia la sala de infectología.
Ahí, los seis ventiladores de techo no funcionan y las pocas personas que esperan ser atendidas se distribuyen en doce butacas. Los respaldos llaman al distanciamiento social pero los carteles promueven la concientización sobre tuberculosis, HIV, neumonía, dengue, sífilis congénita y hepatitis A. Mientras las enfermeras llaman por apellido, los papeles en las puertas avisan que los turnos para infectología son lunes, miércoles y viernes, que los jueves no se realizan interconsultas de pacientes internados, que la extracción de sangre es de 7:30 a 8:30 y que no se permite fumar. No informan del coronavirus o de las vacunas Sputnik V. Nada.
A las 9:48, cuando el gobernador provincial Axel Kicillof, un médico, un enfermero y un empleado que cumple tareas de limpieza ya se habían vacunado en el Hospital San Martín de La Plata, una enfermera que carga una caja refrigerante con el nombre “Fiorito” entra rápido a los consultorios externos protegida por dos oficiales mujeres de la Policía Bonaerense. Vigilan un lote de las 450 vacunas que arribaron ayer al Hospital Fiorito de Avellaneda: la provincia de Buenos Aires recibió 123.000 dosis y las distribuyó entre los 57 establecimientos de salud que emprendieron hoy casi en simultáneo la campaña de vacunación contra el coronavirus.
A las 10:13, ingresan al Aula Magna Emilio Maciá, Stella Trevissán, Estefania Zevrnja, Florencia Arroyo y Daniela Zapata, acompañados por funcionarios y otros profesionales del hospital. Los cinco son terapistas del Fiorito. Habían ambientado el salón para mantener el distanciamiento. Funcionan cinco de los ocho ventiladores de techo y tres carteles del Incucai se confunden entre guirnaldas que resistieron un festejo en una de las paredes. La escena se completa con botellas de agua que transpiran, banderas de Argentina y de la provincia de Buenos Aires que no flamean y banners que aguantan el equilibrio.
Emilio Maciá, jefe de la unidad de terapia intensiva del hospital, empieza a arremangarse. Su camisa blanca se arruga sobre su brazo izquierdo. Pero hay un problema: el doblez no llega a descubrir su hombro por completo. Quieren traerle un ambo para emprolijar la imagen. Tampoco pueden. Debe desprenderse la camisa y quedar con el torso desnudo. No lo lamenta: en el Aula Magna hace calor. A las 10:26 entra Gustavo Rodríguez. Lleva en sus manos la misma caja refrigerante de telgopor con la inscripción “Fiorito”.
Los cinco son diestros. La vacuna se aplicará en el brazo izquierdo para que el brazo hábil y dominante no sufra eventuales efectos de la inyección. La Sputnik V no es una vacuna convencional, de “heladera”. Requiere un protocolo de cuidado distinto. Debe permanecer en un freezer bajo menos 18 grados centígrados y descongelarse de manera natural durante siete minutos. “Hay que tratar de moverla un poco, no agitarla para que no se estropee el contenido. Durante este proceso tiene que cambiar de color: de blanco lechoso a cristalino. Es cuando se homogenizan los componentes”, detalla Gustavo. Luego de ese batido suave que pretende uniformar la dosis, la vacuna tiene una vida útil de treinta minutos. Vencido ese plazo, se pierde la cadena de frío. “Por eso lo hice rápido”, explica.
Licenciado en enfermería del Hospital Fiorito los últimos 24 años de vida, Gustavo es enfermero calificado en el servicio de infectología: el indicado para ser el primer vacunador. Cuando se enteró que en el lugar donde trabaja iban a empezar a vacunar, imaginó que podía ser el asignado. Cuatro minutos después de haber ingresado al aula, ya había vacunado a los primeros cinco terapistas del centro de salud. Primero Emilio, el jefe del área, después la médica Stella Trevissán, que tiene anticuerpos por ya haberse contagiado de COVID-19, tercera Estefanía Zevrnja y por último las enfermeras de terapia intensiva Florencia Arroyo y Daniela Zapata.
Entre cada pinchazo, Gustavo aprovecha para limpiarse las manos, recoger una nueva jeringa y retirar 0,5 ml de un frasco de tapa azul -el de la segunda dosis tiene tapa roja- que porta, en total, 3 ml. Con tanta destreza como rapidez, en cuatro minutos inocula a cinco personas y cubre la zona del pinchazo con un algodón. El consejo para los vacunados es que se sienten y mantengan un período de descanso de treinta minutos que no cumplirán. Después de darse la inyección, una enfermera de ambo marrón les entrega el comprobante de vacunación que informa el nombre del paciente, su DNI, la fecha, la vacuna, la dosis y el lote.
“Estoy muy contento y esperanzado -dice Maciá-. Es un día clave para todos los profesionales en la atención directa de los pacientes más graves. La vacuna nos aporta un mecanismo de protección muy importante. Es un mecanismo de protección que va a disminuir la tasa de morbilidad, mortalidad y transmisibilidad de la enfermedad”. El especialista confía que la aprobación ciudadana vaya aumentando gradualmente y que la vacuna -cualquiera de ellas- se integre al plan nacional de vacunación: “Nuestro país tiene uno de los calendarios de vacunación más ricos y amplios del mundo. Así como los grupos de riesgos nos vacunamos contra la Gripe A, en un futuro probablemente también exista la posibilidad de incluir a cualquier vacuna del mercado contra el coronavirus”.
Florencia Arroyo está vestida de civil. Ayer, en los grupos de Whatsapp del servicio de enfermería, empezó a circular la foto del primer lote de vacunas que se alojó en el hospital y compartieron el link donde se puede sacar turno. “Me asignaron el 29 del 12 a las 10 de la mañana y me vine. No importa si estoy en mis vacaciones. Esto es más importante”, advierte. A su lado, su compañera Daniela Zapata se dispone a reingresar al servicio luego de haber recibido el pinchazo. Charlan y concluyen que se sienten parte de la historia: “Es importante que nosotros como personal de salud demostremos que la vacunación sirve. Por eso estamos acá”.
“Es una luz de esperanza”, sugiere. Ella, que perdió a su suegro por culpa del coronavirus en su casa y a otros tantos pacientes en la unidad de terapia intensiva, cree que la campaña de vacunación puede llevar tranquilidad a la comunidad. Ella, que pincha a los enfermos, le da miedo que le pinchen y le saquen sangre. Cuando Gustavo la vacunó, cerró los ojos y ensayó gestos de dolor: “Todos los años que nos vacunamos contra el neumococo y la neumonía tengo miedo y todos los años me pongo igual de nerviosa”.
Mañana el Aula Magna volverá a servir para otros menesteres. La campaña de vacunación se mudará al servicio de infectología y los vacunados serán al menos 30 por día en tandas de cinco en el Hospital Fiorito. “No hay antecedentes de una campaña nacional de vacunación de estas características”, describe Juan Riera, que se manifiesta tan ilusionado como Emilio Maciá: “Si nos trasladamos a marzo y abril de este año, nadie sabía qué era lo que pasaba y con qué nos íbamos a encontrar. Ahora ya sabemos de qué se trata. Estamos más preparados y mucho más ahora que contamos con un sistema de inmunización”.
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