Lucinda Paxton (40) se crió en en un pueblo rural en Monmouthshire, Gales. Su curiosidad innata la llevó a estudiar Antropología en la Universidad de Goldsmiths en Londres, y luego a viajar e investigar. Vivió en países tan diversos como Guyana y luego Bolivia, sobre la que escribió su tesis. A raíz de estas experiencias entendió que su cámara era una herramienta potente para profundizar su aprendizaje. “Podés visitar cientos de museos en países extranjeros, pero para entender realmente un lugar, tenés que interactuar con la gente ahí” sostiene Cinders, tal el apodo que le pusieron de chica.
Luego de recibirse de antropóloga, trabajó ’'para dos agencias de viaje como jefa de producto para Latinoamérica. Hacía FAM trips (viajes de familiarización). Fueron experiencias soñadas. Pero después una excursión a Argentina me di cuenta de que no vivía una vida real. Me llevaban en traslados privados y me alojaban en hoteles 5 estrellas. Por suerte tuve guías espectaculares que nos armaron experiencias donde pude presenciar la energía y la ‘onda’ del país, ver cómo era la gente, su cultura y su música’' cuenta Paxton en un inglés ‘posh’, intercalado por palabras en castellano.
Al darse cuenta de que jamás iba a terminar de entender o vivir el país como una local, Cinders tomó la decisión de mudarse a Buenos Aires. En 2015 vendió las pocas cosas materiales que tenía -un auto y un cello- y decidió tirarse a la pileta: se compró un pasaje y alquiló un departamento por dos semanas.
-¿Cómo fueron esos primeros meses en Buenos Aires?
-Los primeros 6 meses fueron un delirio, casi me volví loca. No conocía a nadie y estaba muy sola. Me acuerdo que buscando un departamento me quedé hablando con la chica de la inmobiliaria. Era Halloween, y le pregunté qué planes tenía para esa noche. Ella iba a una fiesta y me invitó y fue a raíz de eso que conocí todo mi grupo de amigos en Buenos Aires. Eran buena onda pero casi todos expats (expatriados), con un estilo de vida que jamás me llamo la atención.
-¿Cuál fue el lugar que más te gustó?
-Mi lugar preferido en ese momento fue la estación de Retiro. Quizás suena raro, creo que era la energía ahí, los puestos, las pancherias. Me encantaba eso, me hacía acordar a cuando vivía en Bolivia y mis aventuras de mochilera por Latinoamérica y creo que Retiro me devolvió esa energía, y contrastaba con esta vida que llevaban mis amigos extranjeros.
Cinders fue descubriendo la ciudad a pie, recorriendo sus barrios y sus espacios verdes en caminatas diarias. Cuenta que las influencias europeas y la identidad cultural de Buenos Aires le resultaban familiares y le ayudaron a adaptarse más rápido. ’'En mi opinión, Buenos Aires es la ciudad más increíble del mundo. Sin embargo jamás volvería a vivir ahí, ni en cualquier ciudad. Estar acá en la estancia me confirma eso. Buenos Aires realmente tiene de todo. Amaba la energía y el caos, la mezcla de lo viejo y lo decadente, pero me fui dando cuenta de que no era muy amante de la vida urbana, a pesar de haber vivido una década en Londres. Estaba un poco perdida y casi vuelvo a Inglaterra’', cuenta.
Paxton necesitaba un cambio de aire y añoraba la naturaleza. Pero en vez de darse por vencida, hizo una escapada a San Antonio de Areco y reservó un cuarto en un hostel. Necesitaba hacer un plan y encontrar claridad. “Fue amor a primera vista -admite-. Vivía como turista, sacando fotos de detalles de heladerías y locales viejos y las calles adoquinadas. Era muy diferente a cualquier otro lugar que había conocido, pero ahí sentí que podría ser yo. Nunca había vivido en un lugar donde podrías ver un gaucho andado por las calles del pueblo a caballo. A la vez sentí que era un lugar factible para vivir, que tenía un sentido de comunidad. Después del anonimato de Buenos Aires buscaba vida de pueblo. En Areco era como si hubiera caído en paracaídas hacia una nueva vida mágica y aún ahora siento eso a pesar de conocer sus pros y sus contras. Fue una muy buena base para poder viajar a diferentes lugares del país que tenía que cubrir para mis notas. Lo sentí como unas vacaciones interminables.’'
-¿Qué opinas de los Argentinos?
-Cuando vine en mis viajes FAM con la agencia, quizás por el contexto de mi trabajo, eran siempre elocuentes, elegantes y apasionados. Se que este último punto es un cliché, pero para mi era así. Con entusiasmo para la vida, y a primera vista, muy optimistas. Comparado con Inglaterra, donde es necesario planear una cena con dos semanas de anticipación, a una determinada hora, me encantaba que acá siempre había lugar en la mesa, y podías caer sin aviso.
-¿Y no te costó adaptarte?
-Fue un proceso. Cuando me mudé a Areco, me tocaban el timbre todos los días, sin aviso, para tomar mate. Tanto ellos como yo teníamos celulares, pero así era la costumbre. Me llamo la atención. En Inglaterra siempre me consideraba una persona relajada, acá de repente era la estructurada!’
Paxton opina que Argentina es un país auténtico donde la gente dice lo que piensa. También resalta las reuniones en familia los domingos. ’'En Inglaterra, perdimos esa tradición. El núcleo familiar es muy fuerte acá. Amo también el orgullo que tienen los Argentinos por pertenecer, por su patria. Nunca sentí eso en Inglaterra, y se destaca más acá que en cualquier país que visite en Latinoamérica’'.
Ella tampoco escapó al prejuicio que rodea a quienes eligen vivir a miles de kilómetros de su país natal. ’'Mucha gente piensa que vine acá escapando de algo. La gente en Areco especialmente. Les parece raro que a una mujer soltera y de mi edad se le ocurriera mudarse sola de Inglaterra a un pueblo rural argentino. Es algo que tengo naturalizado porque siempre viajamos en mi familia. Yo lo tomé como una mudanza más. Me vitaliza la aventura’'.
Fue justamente ese espíritu aventurero el que la llevó a recorrer Argentina impulsada por su interés en la cultura gauchesca y el estilo de vida de la gente del campo. Aprendió a bailar chacarera y chamamé en peñas, y se enamoró del folklore. Inició su Proyecto Gaucho, que difundió con el hashtag #GauchoProject en su Instagram @estancia_la_madrugada_, entrevistando y fotografiando figuras de pueblos rurales. Viajó por toda la Patagonia hasta los Andes, y pasó mucho tiempo en el noroeste del país. Todo esto lo logró de la mano de su trabajo escribiendo notas de viaje para el diario inglés The Telegraph.
-¿Cómo empezó tu Proyecto Gaucho?
-Tuve la oportunidad de andar a caballo cuando me hospedé en una estancia en la Patagonia. Salí a andar con los gauchos e hice un click. Tuve un momento de claridad, de sentirme 100% identificada conmigo misma andando con ellos. Aprendí a andar a caballo en Argentina, antes me daba un poco de miedo. En cambio mi mamá lo llevaba en la sangre, y de chica me regaló un libro que se llama ‘Tschiffely’s Ride’, que cuenta la historia real de un tal Tschiffely, que emprendió un viaje épico de Buenos Aires a Nueva York con sus dos caballos de 1925-28 (Nota, se refiere al periplo de Gato y Mancha). A Netflix les interesó la idea de que yo recreara ese viaje a caballo para una posible película.
Así, comenzó a vivir de primera mano la experiencia de convivir con los paisanos. ’'Tuve la oportunidad única de cruzar los Andes a caballo en una excursión de 6 noches. La primera vez que hice un galope por agua fue con ese grupo de gauchos. Estaba aterrorizada. Dormíamos debajo de las estrellas sobre las monturas y con nuestros ponchos como abrigo. Me encantaba escucharlos cantar. Esa forma de vivir y las costumbres del campo, las incorporo cada vez a mi vida. Mi perro, mi caballo, mi soledad, el silencio”.
Hablando de sus experiencias con esta gente, Paxton cuenta que lo que es notorio es su forma de ser, sus códigos y trato particular. ’'Son muy divertidos, y a la vez tranquilos. Son fieles a su palabra, no dan vueltas. Hablan de la vida, de los caballos, no son chusmas. Siento que es como si estuviera compartiendo tiempo con mis hermanos cuando estoy con ellos. Creo que les da intriga que yo esté tan obsesionada con toda la cultura gauchesca, y aprecian que yo lo valore tanto.’'
Las historias que vivió con ellos se apresuran en salir: ’'Tengo una hermosa anécdota de un gaucho en Cachi, Salta. La gente me contaba de uno que vivía ‘por ahí’, me costó ubicarlo, pero finalmente fui y le golpee la puerta. Él pensaba que estaba totalmente loca, imaginate que apenas hablaba castellano en ese entonces y me daba un poco de miedo pero se abrió conmigo y me pude ganar su confianza’'.
Resume su proyecto como algo que se generó a raíz de esta sensación muy fuerte de pertenencia en un mundo de gente que la entusiasma y le hace bien. El año pasado ella tuvo reuniones en Londres con interesados en producir una película, pero el proyecto quedó en el aire por causa de la pandemia.
-¿Cómo nació la idea de tener tu campo, La Madrugada?
-De la nada, un amigo me comentó que alguien les había mostrado un campo increíble. Lo acompañé a verlo sin ninguna idea previa. Me di cuenta que me habían invitado a un asado ahí 4 años atrás, y lo sentí como la señal de una oportunidad que no podía desaprovechar para armar un hotel increíble en las afueras de Areco. Fue algo que sentí en las tripas y no le di muchas vueltas. Le propuse la idea a un amigo y aceptó ser mi socio. Me entregaron las llaves el día que cumplí 40. Había invitado unos amigos a cenar esa noche pero no se quedaron, porque lo que más quería en el mundo era levantarme el día siguiente sola y disfrutar de mi libertad y nueva vida, con mi perro y mi caballo. Igual fue fuerte dormir sola esa noche porque la estancia es enorme.
Para Paxton, la idea de armar la estancia era poder plasmar y juntar todas sus experiencias vividas en un solo lugar, con su impronta personal. Una vez escuchó a alguien nombrar la madrugada en una peña y tuvo que preguntar lo que significaba. Le pareció el nombre perfecto para su estancia soñada. ’'Mis padres siempre manejaron nuestra casa familiar en Gales como un bed and breakfast y alquilábamos el ‘cuarto verde’ y el ‘cuarto rosa’. Traté de recrearlos en La Madrugada, con las dos habitaciones que ofrece la estancia. El proyecto fue un lienzo en blanco para crear. La naturaleza y la casa ya estaban, con el proyecto iba a poder realzar su belleza’', explica.
Paxton cuenta que fue un proceso de aprendizaje brusco. ’'Empecé a armar un equipo en octubre, y si pudiera repetir esos 4 meses, volvería para saborear cada segundo. Fue increíble. Casi no dormía. Me despertaba a las 4 de la mañana con listas de cosas para hacer, con palabras nuevas en castellano dando vuelta en mi cabeza que aprendí a los golpes porque no me quedaba otra. Puntualmente me acuerdo de las palabras ‘bomba’ y ‘zócalo’ vinculadas con la obra. Tuve que desarrollar un vocabulario específico muy rápido. La idea era abrir en marzo y esos cuatro meses fueron un frenesí de remates y paletas de colores. Mezclar las pinturas para llegar al tono exacto de azul para las puertas fue un viaje en el tiempo porque la pintureria tenía muchos años y las cosas se hacían a la vieja usanza. Todo se frenó con la cuarentena, aunque la primera agencia de viajes llegó a visitarnos una semana antes de las restricciones’'.
Entrando en la cuarentena, Cinders se encontró con las refacciones a mitad de camino. Sin la posibilidad de viajar a Inglaterra, tomó la decisión de quedarse viviendo sola en la estancia durante el invierno, con sus dos caballos y Quique, el perro que rescató, como compañía.
-¿Cómo pasaste el aislamiento?
-Tuve unas fases muy marcadas. Los primeros 4 meses viví algunos de los mejores y más tranquilos de mi vida. Me convertí en una ermitaña total. No tenía auto. El vino y la verdura me los traían hasta la tranquera, lo demás lo compraba en el pueblo. Iba en mi bicicleta y volvía cargada con todo lo que necesitaba en mi canasta para sobrevivir dos semanas. Me volví muy autosuficiente, todavía no lo puedo dimensionar. Había sacado las estufas de gas a comienzos de la obra por razones estéticas, era verano y jamás hubiera anticipado la cuarentena o el frío de invierno en la estancia. Tuve que instalar una salamandra en mi cuarto y viví meses dedicándome a tareas como recolectar leña y armar los fuegos para calentar mi habitación. No venía nadie a la estancia más allá del jardinero ‘Perú’ que me ayudaba a cortar la madera y mantener el jardín’.
Cinders cree que su aislamiento y desconexión con el resto del mundo fue su salvación.
’'No leía las noticias, no estaba al tanto de lo que pasaba afuera, y más allá de mensajearme con mis padres y mis mejores amigos en Inglaterra, el único contacto que tenía a diario era a través de un grupo de Whatsapp del pueblo que me mantenía al tanto de los casos de infectados en Areco. Me dio mucho tiempo y claridad para terminar de entender la casa y conectar con el espacio. Los mejores lugares para ver los amaneceres y puestas de sol. Donde tomar un café a la mañana y qué rincones eran más lindos para leer. Salía a caminar todos los días. Dormí sola por 6 meses. Nunca tuve miedo acá porque mi perro es mi guardián, ve y escucha todo mucho antes que yo y ladra para avisar. Él y la naturaleza me dieron fuerza. En mis caminatas identificaba y escuchaba los mismos pájaros. Eso fue muy especial para mi.’'
Al entrar en la pandemia, y darse cuenta que no iba a recibir turistas internacionales por tiempo indeterminado, Cinders tuvo que replantear la idea de su proyecto, en principio pensado para el mercado internacional. “Tuvimos que tomar una decisión rápida: si darnos por vencidos, o replantear la propuesta para una clientela local. Activamos y agendamos el 1 de diciembre como fecha de apertura’'.
Cinders cuenta ahora con un equipo que la acompaña en la estancia todos los días, una propuesta gastronómica, jardineros y ayudantes. Recibieron reservas para Navidad y espera clientela para Año Nuevo y enero. A pesar de la crisis que se está viviendo a nivel mundial y la falta de turismo, Cinders se mantiene firme en su proyecto. ’'Llegué a Argentina, no conocía a nadie, no hablaba castellano. Termine ganando el respeto de la gente del pueblo, echando raíces y encontrándome a mi misma’'.
Para Cinders, la síntesis de la cultura Argentina es el ritual del asado. ’'Es cálido. Es espontáneo. Siempre existe la posibilidad de caer con más gente y siempre se encuentra la solución, se resuelve cocinando más carne o haciendo lugar y compartiendo. Me encanta eso”.
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