Había que decirle que fuera más despacio, que tuviera cuidado, que se podía resbalar o caer. Cuando sonaba el timbre de la última materia, sus compañeros sacudían las carpetas, agarraban sus mochilas y huían, raudos, del colegio. Él, contagiado por el fervor, intentaba imitarlos. La portera, las directoras y los mismos compañeros tenían que aconsejarle que se calmara, que fuera más paciente. “Tranquilo Don Gonza, no sea cosa que se nos vaya a lastimar”, recordó Patricia Duarte, por entonces vicedirectora en el turno noche de la escuela Comercio José Ingenieros de la ciudad de San Pedro de Jujuy.
“Don Gonza” es Néstor Gonza, un jubilado de 71 años, un estudiante de 71 años. Una día de verano de 2017 caminó las siete cuadras de distancia entre la pensión donde vive y el colegio para inscribirse en el secundario. Lo recibió Duarte, que recuerda la sorpresa y el breve diálogo que tuvieron: le dijo que le agradecía haber elegido el establecimiento para retomar sus estudios. Él devolvió las gracias y se fue. Volvió en marzo, en el comienzo del ciclo lectivo.
Cursó de lunes a viernes, de 19:45 hasta 23:30 -dos veces por semana las clases llegan al día siguiente-, durante tres años. No faltó nunca. Asistencia perfecta. Y en tiempos de pandemia, en un año de incursión en la educación virtual, sus trabajos estuvieron a tiempo a disposición de los docentes. En su tercer año de escuela secundaria fue abanderado por haber registrado el segundo mejor promedio de todo el colegio: tuvo el honor de portar la Bandera de la Libertad Civil, la enseña que creó Manuel Belgrano y que cedió al pueblo jujeño el 25 de mayo de 1813 en recompensa al valor entregado en las batallas de Tucumán y Salta.
El acto lo encontró satisfecho, orgulloso y solo. Duarte percibió un dejo de desolación en la ceremonia: “Me dio un poco de tristeza porque estaba muy contento pero no tenía con quién compartirlo”. Sin embargo, asumió su análisis como una visión personal. Por lo que sabe, Don Gonza vive en una habitación alquilada de una pensión y carece de cualquier vínculo familiar. Lo único que tiene es su ingreso de jubilado y su vínculo con el colegio.
“De chico vivía con su mamá y con su hermano. Fueron creciendo y él atendió a su mamá hasta los últimos días de su vida. Después se fue a trabajar a la cosecha de una finca: pasó el resto de sus años trabajando y ganando muy poquito. Vivió una vida muy dura, una vida de campo”, relató la hoy directora del establecimiento educativo. Néstor nunca había ido a la escuela. Cuando se jubiló, tuvo que aprender a sumar y restar, a administrar su propio dinero. No lo había hecho jamás.
Primero cursó la primaria en la escuelita Juana Manzo. Siguió el secundario en el colegio comercial José Ingenieros. Por día camina siete cuadras bajo el sol tropical de San Pedro, la primera ciudad del interior juyeño, a 60 kilómetros de la capital provincial, en la zona de yungas, con 45 grados a la sombra. Lo hace porque advirtió una necesidad: quería aprender a usar los números para que nadie se aproveche de su dinero, quería dejar de ser un ignorante. “Él nos dijo que le costaba entender los números y que veía que su sueldo de jubilado no le alcanzaba para terminar el mes. Dijo que también notaba que algunas personas se abusaban de él por su nivel de desconocimiento”, contó Duarte.
La modalidad comercial de la escuela lo entusiasmó. Le gusta ir al colegio. “Es un estudiante dedicado -distinguió la directora-. Se levanta a las cinco de la mañana para estudiar y cuando algo no entiende se queda por las noches hasta intentar aprenderlo”. Este año, el coronavirus le prohibió asistir a clases. Pero la virtualidad, por su edad y por su condición económica, también era una situación excluyente. No tiene celular ni computadora. No tiene acceso a algún tipo de comunicación digital: los profesores del colegio idearon, entonces, un plan para que no perdiera el año y la práctica.
“Lo que hicimos fue organizarnos con los profesores que le imprimían las actividades, armábamos un paquetito de sus trabajos y una secretaria se tomaba la molestia de acercarle las tareas a su casa y de retirarlas cuando dos semanas después. Así fue todo el todo el año”, explicó la directora de la escuela Comercio José Ingenieros. “Al no tener familia ni otro contacto, la escuela se convirtió en su segunda casa -agregó-. Él mismo nos decía que extraña a sus compañeros, a los directivos, a la portera”.
Es el mimado del colegio. Sus compañeros lo acompañan y apañan. Cuando tenía que subir las escaleras, se encargaban de escoltarlo: se ponían por delante y por detrás para evitar que se lastimara o tropezara. En las meriendas, le acercaban el té y el pan para que no se levantara de la silla ni hiciera la fila. La portera, también según el relato de la directora, lo esperaba siempre con un té en vez de una chocolatada, como toman sus compañeros, porque sabe que el cacao le cae mal. “Es muy humilde, muy sencillo. Tiene mucho entusiasmo por aprender y también es una enseñanza para los demás. Tiene palabras sabias y cuando se expresa lo hace con ideas claras”, reflexionó Duarte.
En febrero del próximo año retomará las clases: empezará cuarto año de la secundaria, su último año lectivo. Avisó que cuando egrese quiere seguir estudiando. Le gusta la psicología. Desde el colegio anunciaron que van a hacer gestiones para conseguirle una beca en un terciario privado. Mientras le hacen bromas diciéndole que ya está para dar clases de contabilidad o para poner su propio negocio, él agradece a los profesores y a las autoridades la predisposición y la oportunidad.
“Don Gonza”, en diálogo con el medio local RTVcable, contó su historia para dedicarle un mensaje a los más jóvenes: “Comencé a estudiar, a poner todo mi empeño, mi voluntad, mi esfuerzo, las ganas. Hay que estudiar, levantarse temprano. Yo les aconsejo a los chicos que están en la calle que estudien. No quiero ver a ningún chico en la calle o trabajando de sol a sol, bolseando cemento, a orden de los patrones. Quiero que estudien para que el día de mañana sean excelentes profesionales y para que tengan dignos sueldos”.
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