José Alberto Samid se reirá dos veces. Después de decir que a la gente le gusta comer el “asadito”, como preludio a la frase sentencia: “No conozco a nadie que diga ‘me comí un asado y me hice vegano’”. Y cuando recordó la intervención del tercer hombre que participó en su pelea con Mauro Viale, tal vez la más icónica de la televisión argentina. El resto de la entrevista será en tono de denuncia: Samid como vocero de revelaciones, como portavoz de la verdad, como el iluminado, el capo, el dueño de la “posta”. Por más que después quiera diluir sus aires de grandeza para no banalizar ni desafiar su condición: está preso por tejer una asociación ilícita. En arresto domiciliario, desde la misma casa donde vivió los últimos 55 años, asegurará tener la solución a todos los problemas de los argentinos y pronunciará al menos diez veces “somos el país más rico del mundo”.
Lo dirá con entusiasmo, atropellándose. Lo dijo desde la coordinación del reportaje. “Vení pibe que te voy a decir cómo se resuelve todo este quilombo”, anticipó. Lo dirá con un refuerzo para su memoria: un cuaderno de ojalillos abierto en las hojas competentes donde escribió, en letras grandes y rudas, lo que se enteró y quiere compartir. Lo dirá desde el lenguaje corporal: se sentará en la precipicio de la silla, con todo el peso en las patas delanteras, con las piernas -y la camisa- demasiado abiertas, arqueándose hacia adelante, acercándose al micrófono y a quienes pretende convencer o despertar. Sus opiniones parecerán dictámenes.
Le hablará más a la cámara que al periodista. Lo que tiene para decir no debe esperar, es serio y urgente. No puede parecer relajado: tiene que mostrarse alterado y convincente. La contundencia y el desenfado de su voz chillona, su verborragia marca registrada, se aplacará cuando solicite el espacio para enviarle un mensaje a los jóvenes. Ahí, adoptará un caudal vocal más suave, sensible, paternal. A los mismos que hicieron stickers y meme la frase “usted se tiene que arrepentir de lo que dijo”, a quienes solo lo reconocen como protagonista de la grotesca riña mediática, a quienes no recuerdan que fue diputado provincial, candidato a gobernador, candidato a intendente, presidente del Club Deportivo Morón, vicepresidente del Mercado Central, asesor del ex presidente Carlos Menem, el gran barón de la carne, el dueño de cabezas de ganado, frigoríficos, carnicerías, campos, casas de comidas rápidas, fábricas de embutidos y calzado, el gerente de 400 negocios, el foco de investigaciones por evasión impositiva y trabajadores en negro, el del expediente gordo de la Dirección General Impositiva, el prófugo encontrado por Interpol en Belice, el genio que le empató a los tres grandes maestros mundiales de ajedrez, ese hombre le rogará a los pibes que no se vayan del país.
También pedirá una mesa para tener dónde apoyar su información, sus lentes y sus codos, para balancearse hacia el frente y dominar la escena. Y en la mesa de piezas de cerámica, replicará el ruido de la pulsera electrónica que baila en su muñeca izquierda y se confunde con un reloj digital negro. Exigirá al camarógrafo no abusar de su retratar porque no quiere trivializar su domiciliaria. También será reacio a las fotos porque, en definitiva, está preso y no desea provocar a quienes le concedieron el beneficio: el Tribunal Oral en lo Penal Económico 1 -el mismo órgano judicial que había dictado el fallo condenatorio- lo dispuso el 24 de julio del año pasado porque dos audiencias médicas constataron que su salud podría agravarse en prisión. Además de 72 años, Samid acusó estrés, sobrepeso, hipertensión, una afección cardíaca y diabetes para evitar el penal de Marcos Paz, donde estuvo casi tres meses detenido entre abril y junio de 2019, y completar su condena de cuatro años (apelada por la defensa) en su casa de siempre, la de Ramos Mejía, la de la esquina, la de Avenida de Mayo, la guarida discreta y camuflada en un barrio de techos bajos del Rey de la Carne entrado en desgracia.
Ahí, detrás de un muro petiso, escoltado por una garita de seguridad blanca con vidrios polarizados y una sirena azul, donde hace 31 años la gente hacía cola para recibir un pedazo de carne en el marco de una campaña política, hay un patio. El pulmón de aire de la casa tiene más piedras que pasto. La vegetación trepa cerca de las paredes. En el medio compiten una pileta que no parece profunda y un camino que conduce hacia dos sitios: a la izquierda el quincho, a la derecha la edificación de dos pisos. Dos perros antagónicos, un chihuahua y un doberman, se pasean libres. Los otros dos -los guardianes- están encerrados. El tronco de un árbol entorpece el paisaje y el sendero: se cayó en el temporal de viento que azotó el conurbano bonaerense el sábado 19 de diciembre. Para llegar al quincho hay que rodear sus restos.
Y en el quincho cuelgan los restos de su gloria. Menciones, plaquetas, distinciones, posters y remeras autografiadas, recortes periodísticos y fotos: fotos repetidas, fotos imponentes, fotos editadas, fotos solo, fotos acompañado. Fotos con Daniel Scioli, fotos de las lanchas de Daniel Scioli, fotos con Gari Kaspárov, fotos de su apellido en autos de carrera, fotos de uno de sus seis hijos vestido de jugador de fútbol, fotos entre su cosecha de maíz, fotos entre su cosecha de trigo, fotos a caballo, fotos de razas de vacas, fotos de sus carnicerías.
Samid llegó a su santuario con un pantalón largo un mediodía de más de treinta grados, zapatillas negras con destellos naranja flúor y una camisa de manga corta color salmón con botones blancos. Traía lo que lleva a todos lados -su pulsera de monitoreo electrónico y sus lentes- y lo que preparó para la entrevista: el cuaderno, una birome azul y una libreta negra y pequeña que guardó en el bolsillo de su camisa solo para contar que hay que tener una libreta para anotar todo, “como la que tenía Néstor Kirchner”. Saludó con el puño, pidió la mesa, desplegó el cuaderno, se sentó de frente a la cámara sobre el borde de la silla y, antes de empezar la entrevista, preguntó: “¿Cómo te llamás vos?”. Anotó el nombre del periodista en letras mayúsculas y torpes, lo subrayó y respondió que está preso pero la lleva. Y que tuvo un año excelente porque cree que el que llegó a fin de diciembre sin que lo agarre el “bicho”, ya ganó. “No importa si perdiste una casa, un departamento, un auto, lo económico va y viene”, dice el hombre acusado de retención de aportes previsionales, retenciones impositivas y evasión impositiva en un monto cercano a 32 millones de pesos.
Para Samid la curva epidemiológica global del coronavirus nunca mermó: dice que no se puede hablar de segunda o tercera ola si los indicadores siempre fueron en aumento. “Puede disminuir por el verano en algún sector del mundo pero en otro lugar subir. Todos los días hay cada vez más contagiados y más muertos”, lamentó. Anticipa un 2021 peor, llora la pérdida de muchos amigos del gremio y se esperanza con la vacuna. ¿Cuál? “La rusa. No le creo a la inglesa. Los ingleses ya nos vacunaron una vez con las Malvinas. Yo la rusa me la pongo. Aparte los rusos tienen historia de haber hecho las cosas bien: tienen un laboratorio de cien años, acabaron con el ébola. Si Putin dijo que la tiene y es buena, entonces la tiene y es buena. Yo no tengo ninguna duda”.
Samid, entonces, la lleva. “Gracias a Dios estoy muy bien: nunca fumé, nunca tomé alcohol, el color de la droga no la conozco. Por dentro estoy bárbaro, con un poquito de sobrepeso, pero bueno”. En la cárcel, el trimestre que estuvo preso, la pasó mal. Lo habían encontrado en el extremo norte de Centroamérica, luego de que Interpol dictara una alerta roja bajo la figura “prófugo buscado por un proceso penal”. Él había dicho por televisión que se encontraba en una provincia de estirpe peronista. Mentira: se sospecha que cruzó por Paraguay, que de ahí voló hacia Panamá y que luego abordó un avión hacia la paradisíaca Belice.
Lo encontraron rápido. Primero lo colocaron en celda común en el penal de Ezeiza, después en Marcos Paz. “En la cárcel fue muy difícil porque estuve encerrado 24 horas en un baño de dos por tres. Cuando me dieron la aliviada, doce horas por día me encerraron en un baño con llave donde tenés que hacer tus necesidades, dormir y no te dejan tener televisión, radio, nada. Estás todo el día mirando el techo. Es muy complicado estar preso. La pasé muy mal”.
Pero él sabía. “Cuando entré en política me dijeron que la política era sucia, que me podía pasar cualquier cosa. Y si te metés en política, podés esperar cualquier cosa. Cuando te pasa algo, no te podés poner a llorar. ‘¡No, mirá lo que me hicieron!’. El que se mete en política tiene que saber que calavera no chilla. ¿Te tocó? Te tocó, ¿qué vas a hacer?”.
-¿Perdiste todo?
-Perdí muchísimo sí, pero no importa, lo económico va y viene. Yo tengo muchos amigos acá y en Arabia Saudita. Yo levanto un teléfono y no tengo problemas de nada. No he sido un tipo malo, yo recojo lo que sembré.
Lo que sembró, también, fue incitar el enojo del poder de turno. Lo que recogió, la cárcel. “Los padres de los que me metieron preso a mí hicieron desaparecer 30 mil argentinos, los abuelos bombardearon la Plaza de Mayo con nuestro ejército a sus mismos hermanos. A mí me metieron en cana, me fundieron, estuve tres meses preso y ahora estoy acá, no me hicieron nada en comparación a eso. Me dieron un caramelo”, dice, desafiante. Pero cree, según lo que repite de sus abogados, que no lo pueden condenar porque el “impuesto que dicen que debo está prescripto”: “Si me condenan va a ser un caso único, el primero en la historia argentina que condene a una persona después de 30 años por asociación ilícita sin delito”.
Pero él sabía. Porque conoce los hilos de la política y porque le habían advertido. Calavera no chilla: “Esta fue la mesa judicial. A mí me avisaron. Santilli me llamó un día. A los seis meses de gobierno me di cuenta que eran una manga de ladrones que venían a robarse el país, que venían a arreglar sus empresas, tal es así que ponían a los dueños de las empresas hasta de ministros. Me di cuenta y empecé a criticarlos. En un momento estaba criticando a un tal (Joe) Lewis que es socio de Macri, que está comprando todo el sur con la plata de Edenor: él tiene la mitad de Edenor porque la otra mitad la tiene Macri. Había alambrado el Lago Escondido, una belleza natural argentina. No nos dejaba entrar. La Corte Suprema de Río Negro había ordenado que la tenía que abrir y él la abrió por un lugar imposible de pasar. Yo lo critiqué, fui al sur, acompañé el movimiento social y me llamó Santilli. Me dijo: ‘Disculpame, me llamó el presi y me dijo que no hables más de Lewis, por favor’. ‘Decile que Lewis desalambre el Lago Escondido, permita que podamos entrar y yo no hablo más’, le dije. Pero a buen entendedor, pocas palabras. Seguí hablando y al tiempo me clausuraron los 400 negocios, después los frigoríficos, los campos”.
Samid empieza a acelerarse, a juntar las palabras, a vociferar. Su verborragia lo define. La arena del reportaje la domina. Sabe qué decir, qué responder, qué desentender. Se describe como un argentino nacionalista preocupado. Y lo que le preocupa es lo que quiere contar y enseñar: “Me gustaría que terminemos con el grave problema que tenemos los argentinos y que hace trece años no podemos resolver: nos roban todo lo que producimos”. Es el despliegue de un Samid auténtico o -como definió la periodista Leila Guerriero en una entrevista publicada por el El País de España en 2007- un Samid sin diluir.
Presenta: “Somos el país más rico del mundo pero nos roban todo. Producimos 150 millones de toneladas de cereales. Hemos vendido casi un millón de kilos de carne, diez millones de kilos de cuero. Vendemos (recurre a sus machetes en el cuaderno): soja, maíz, trigo, sorgo, girasol y cebada. Pero también producimos todo tipo de frutas: manzana, pera, kiwi, limones, arándanos, algodón, arroz, miel, yerba, azúcar, vino. Tenemos una minería y una pesca superior a Chile. Chile vive de la minería y de la pesca, nosotros no recibimos un mango. El problema no son los que nos compran, sino los nuestros, los cipayos que nos venden”.
Anuncia: “Nosotros tenemos todas las riquezas del mundo. Salen riquezas nuevas y nosotros también las tenemos. Salió el oro blanco: el litio. ‘El litio es futuro’, dicen. ¿Qué futuro? Hace dos años de Jujuy se llevan 50 camiones por día. Van a Santa Fe, lo cargan en barco y se lo llevan los chinos, que con nuestro litio ya están sacando autos con baterías. No hay ninguna cuenta en el orden provincial y nacional donde estén los 50 camiones de litio. El único bolsillo es el del gobernador (Gerardo Morales). Salió una riqueza nueva también, que la plantean como si fuera una riqueza nacional que se está exportando: el aceite de cannabis, que va a ser algo extraordinario. ¿Quién es el presidente de la sociedad? El hijo del gobernador (Gastón Morales). Así es muy difícil que salgamos adelante”.
No se detiene: “El problema es que tenemos muchas aduanas. Todos tienen una aduana. Fijate que Vicentín tenía aduana, puerto, barco propio. El vista de aduanas que manda el Gobierno cobra 50 mil pesos por mes, pero resulta que Vicentín le paga 500 mil. ¿Empleado de quién es, del Gobierno o de Vicentín? Así pasa con todo. Tenemos que eliminar todas las aduanas y dejar tres. A todos los que están involucrados en las exportaciones, tenés que decirles ‘señores, no vengan más, quédense en sus casas que nosotros le pagamos el sueldo’. Y tomar chicos recién recibidos de la facultad que no estén contaminados y poner 50 ó 60 en tres aduanas: por ahí tiene que pasar toda la exportación. Camión que anda por otra ruta, decomisarlo. No solo decomisar la mercadería, hay que decomisar el camión: esos Volvo que valen 25 millones”.
Samid quería hablar del contrabando. Garantiza que es el problema más grave del país. Según su concepción, resuelto ese tema, ya está, se acaban todos los males. Explica: “Tenemos todo doble y la balanza comercial nos da en contra. No compramos nada, si no necesitamos nada. Producimos azúcar, vino, yerba, millones de otras cosas. ¿Y cómo la balanza comercial da en contra? Recojo menos de lo que produzco. ¿Qué compramos nosotros? Un poco de remedio alemán y no necesitamos más nada. Le quieren mentir a la juventud que hay que irse, que la salida es Ezeiza, que somos un país pobre. Es una locura lo que quieren hacer con los pibes. Luchen acá. Saquen a todos los corruptos y van a ver que somos el país más rico del mundo”.
Se envalentona: “Más ricos que Estados Unidos. Es cierto, producen tres veces más pero son ocho veces más que nosotros. Entonces, per cápita, tenemos más riqueza. Este es un país inmensamente rico. Tirás una semilla para atrás y al otro día sale un árbol. Minería tenemos de todo tipo. Y ni hablar de los pescados: se lo roban todo. Hay 50 barcos de ellos, todos extraordinarios, de última generación, al borde de la milla 200 y el cipayo que maneja la pesca acá dice ‘ya mandé a controlar’, y mandó un barquito de pesca, de esos de Mar del Plata, para controlarlos. Pero él está lleno de dólares. Siempre tenemos uno que nos vende”.
Se responde: “¿Lo que te digo nunca se hizo? Sí, se hizo. El último gobierno que cobró lo que produjo era el de Néstor Kirchner. En ese tiempo producíamos un quinto de lo que producimos hoy. Néstor estaba con una libretita así y anotaba: producimos 35 millones de toneladas, tenemos que cobrar 35. Y las cobraba. En un año y medio lo llamó al Fondo y en vez de pedirle plata como le pedimos ahora, le dijo ‘tomá, no vengas más’. Y en el Banco Central, donde no había un mango, puso 55 mil millones de dólares. A partir de ahí, con los gobiernos que vinieron después, los dos de Cristina, el de Macri y este año, el contrabando sigue, se roban todo y las aduanas son un desastre. Hay subfacturaciones en todo”.
Sigue: “Viste que dicen que hace doce años que no crecemos: y claro, si nos roban todo. Más de lo que producimos, no podemos producir. Los 150 millones de toneladas de cereales que producimos son 50 kilómetros de camiones, uno detrás de otro, de 300 mil kilos cada uno. Paraguay tiene 50 grados de calor, no le crece nada, siembran y se les quema todo. Lo único que tiene es un poco de agricultura en algunos lugares: el 5% de lo que tenemos nosotros. Y declaró que no tiene dónde poner los dólares. Tuvieron que alquilar cajas nuevas. Nosotros tenemos que pedir dólares y pagar el 16 por ciento, es una locura. Nosotros tenemos que ser los prestamistas de Latinoamérica, no los que pedimos plata. Nos tendrían que sobrar los dólares con todo lo que vendemos. La balanza comercial tendría que ser 10 a 1”.
Se repite: “Si tenés 100 mil millones de dólares todos los años, ¿qué problema podés tener? Todos los problemas son por la plata: la salud, la seguridad, el trabajo. Solucionás todo. El problema es económico. ¿Por qué te creés que nos dan guita? Porque saben que podemos pagar cualquier cosa. Nos dan 100 mil, 200 mil. ‘Estos pueden salir en un año’, dicen. ¿O te creés que nos dieron plata porque Macri es bueno? Nos dieron plata por lo que producimos. Los de afuera saben la riqueza que tenemos. Los que no lo sabemos somos los argentinos. Tenemos agua nosotros también. Los franceses que son primer mundo no tienen agua: se tienen que bañar cada diez días, inventaron el perfume porque no se pueden bañar. De todo tenemos. ¿Qué nos falta a nosotros? Este es el mejor país del mundo. La juventud lo tiene que saber: no crean que la solución es tomarse el raje. Lo peor que les puede pasar es irse”.
Insiste: “Si el gobierno se mete de lleno a cobrar todo lo que producimos, el año que viene es un vergel este país. En un año salimos. Viste que Barrionuevo dijo si dejamos de robar dos años, bueno si en un solo año cobramos lo que producimos, se soluciona el problema por veinte años. Llamamos al Fondo, tomá. Llamamos a los bonistas, tomá. Llenás el Banco Central de dólares. ¿Cuánto quieren los jubilados? ¿El 82% móvil? Tomá”.
Y resume: “Es la madre de todas las batallas. Tenemos que cobrar lo que producimos. Terminar con todas las aduanas. Hay que dejar dos o tres aduanas y que pase todo por ahí. Poner un ejército, tipo Eliot Ness, y vigilar todas las rutas. Ojo: vas a pisar muchos cayos de tipos muy pesados, tanto de los blancos como de los negros, los amarillos y los otros. En algún momento hay que dar la batalla, este es el momento. El país no da para más. Y si lo hace otro, el peronismo desaparece. Tenemos la oportunidad nosotros. La pelota está en nuestra cancha. O lo hacemos nosotros o lo va a hacer otro”.
Cuando Samid dejó de teorizar sobre el contrabando y la solución hegemónica a todos los problemas de los argentinos, su expresión cambió. Se embarcó en un ensayo fugaz de su historia: los rastros que permiten indagar en la idiosincrasia de un controversial actor de la política argentina, hoy fundido, en debacle, purgando una pena por supuesta asociación ilícita al evadir la rendición del IVA retenido o percibido a terceros entre 1993 y 1998.
Es tercera generación de matarifes. Los Samid llevan un siglo haciendo lo mismo. Sus raíces datan de 1921: “Mi abuelo tuvo el primer camión de carne en la Capital Federal. Antes la carne se repartía a carro y a caballo. Después vinieron mi papá, mis tíos, nosotros y ahora mis hijos. Ya entramos en la cuarta generación haciendo lo mismo. Somos una familia de buen poder adquisitivo pero de mucho trabajo. Nunca trabajamos ocho horas nosotros. Mi abuelo decía que trabajar ocho horas era para vivir. No trabajamos menos de catorce horas”.
-¿Qué hacías?
-Yo trabajaba ya desde la secundaria. Ayudaba a mi papá que era dueño de un frigorífico muy importante en Capital Federal. Mi abuelo tenía campo, era matarife. He hecho de todo. Con mi hermano repartíamos carne cuando las calles eran de barro. Cuando llovía no podíamos entrar con el camioncito, teníamos que caminar varias cuadras entre el barro con la media res. Cuando llegábamos a la carnicería teníamos que limpiarla con una manguera para sacarle toda la mugre.
Hijo del inmigrante sirio Khalil Samid y de Nélida Alluch, nació el 9 de enero de 1948 en el seno de una familia de tres hermanos. Es un matarife por tradición que vivió en Mataderos y se crió en La Matanza, primero en el hogar que construyó su padre y después, a tres cuadras de distancia, en su casa de siempre, donde convive con Marisa Scarafía, su esposa desde hace 25 años y madre de cuatro de sus seis hijos. El menor de los Samid es el único que todavía no partió de Ramos Mejía: “Mis hijos quieren irse a vivir a Barrio Norte, San Isidro, Vicente López. A mí me gusta ser siempre del mismo lugar, porque conocés al de la Municipalidad, el Hospital, sabés dónde tenés que sacar el registro, ya te conocen todos. Te mudás y no te conoce nadie. Si sos nómade, no sos de ningún lugar. A mí me gusta esto”.
Vivió una infancia sin tiempo. Estudiaba, trabajaba y practicaba deporte. Jugó al tenis. Jugó al fútbol. “Era nueve, hacía goles. Jugué en Chicago. Llegué hasta la Tercera y no pude llegar a Primera porque había un goleador bárbaro, Jorge Pérez, un campeón, uno de los mejores jugadores que tuvo Chicago, después lo compró Vélez”, recuerda. También precosa que fue socio de Vélez y de Estudiantil Porteño, en su zona de influencia. Pero su deporte no fue el fútbol ni el tenis, Samid se destacó en ajedrez. No solo se destacó: presume ser el único argentino en empatarle a tres campeones mundiales. Su quincho conserva, entre fotos y dedicatorias, las felicitaciones de distintos organismos oficiales por no haber perdido contra los tres grandes maestros.
“Cuando éramos chicos -relató-, se vino a vivir al barrio un polaco con cinco hijos. Había salido disparado de la guerra. Era profesor de ajedrez. Cuando salíamos del colegio, el tipo nos enseñaba a los cinco hijos y a mí. Al poco tiempo, todos los hijos querían jugar contra mí. No querían jugar entre ellos. En aquel momento, en los diarios Clarín y La Nación salían las partidas de los grandes campeones, las movidas, las jugadas. Y las analizamos con él: nos enseñó que cuando jugaban en simultáneo, jugaban de tal manera, y que para empatarles, había que jugarles así. Cuando enfrenté a (Gari) Kaspárov, (Anátoli) Karpov y (Veselin) Topalov jugué de esa manera y les empaté a tres campeones mundiales”.
Samid alardea pero fuera de micrófono reconoce, en broma o no, haberles empatado “de pedo”. Sostiene, a su vez, que el ajedrez le ayudó a planificar su vida: “El ajedrez es el único deporte que te enseña a pensar. Movés una pieza porque sabés lo que va a pasar en cinco jugadas. La vida es así. Los demás deportes tenés que resolver en el momento. El ajedrez te enseña a pensar y a resolver. Si pudiera, lo pondría en la primaria como materia obligatoria”.
En casa de herrero, cuchillo de palo y en la casa del Rey de la Carne, el asado lo hace otro. U otra. Él, devoto de la entraña de novillo pesado, nunca hizo un asado. Lo admite sin falso progresismo y sin apelar a la corrección política: un derrame machista sin edulcorar. “El asado lo hace mi señora. Yo no hago nada de mujer. El asado es parte de la cocina y yo no quiero invadir el lugar de mi señora. Tampoco permito que ella haga nada de hombre, como que vaya a trabajar a la calle a traer un mango. Hay cosas que son de hombres y las hago yo: hay que ir a hablar con alguien, lo hago yo. Y no hago nunca la cama, ni limpio, ni hago la comida”.
Se escuda en el tiempo: dice que piensa así porque tiene 72 años y porque así lo criaron. Pero él también crió hijos que asimilaron criterios opuestos: “Ellos piensan distinto y ven normal que dos hombres estén juntos, por ejemplo. Yo no lo veo normal. Tampoco quiero discutir. Pero no veo normal que dos hombres o dos mujeres tengan un hijo. Nosotros fuimos criados de otra manera y después quieren que cambiemos a mitad de nuestra vida”.
También admite ser hincha del pañuelo celeste y no cree que el veganismo prospere. Una vez recibió a un grupo de veganos en su casa. “Fue muy bueno el encuentro para ellos y para mí. Querían hablar conmigo. Me plantearon el beneficio de ser vegano. Y es verdad: tiene muchos beneficios. Pero el mundo no está preparado para no consumir carne. Si eliminamos todas las carnes del mundo se tienen que morir tres cuartos de la población. La carne del cerdo, del pollo, de la vaca, de los pescados. No hay tantos alimentos en el mundo para suplantar eso”.
Esa fue la primera vez que se rió. Habían pasado casi una hora de entrevista y toda su exposición sobre el contrabando. “No sé hasta qué punto van a sumar adeptos. A la gente le gusta comer mucho el asadito... No conozco a nadie que diga ‘me comí un asado y me hice vegano’. Hoy serán el uno por ciento. Sumarán uno o dos puntos. No es viable el veganismo”, opina. La segunda vez que se rió llegó rápido. Ocurrió cuando rememoró su mítica pelea con Mauro Viale.
El 10 de enero de 2002 fue jueves. Eduardo Duhalde, uno de los padrinos políticos de Samid, era el presidente de un país que había visto pasar a cinco presidentes unas semanas atrás. Invitado al programa sensacionalista Impacto a las 12, se levantó de la silla antes de que terminara dispuesto a retirarse. Mauro Viale, el conductor, pidió hacerle una última pregunta, mientras él le exigía que develara su verdadero nombre para exponer así su condición de judío. La tensión crecía. “¿Usted avaló la bomba a la AMIA?”, preguntó uno. “Usted no puede decir eso”, respondió el otro.
“Él me dijo algo muy feo. Horrible fue lo que me dijo, como que yo maté a ochenta personas. Es como un jarrón chino lo que pasó con él. Se rompió en mil pedazos. ¿Lo podés volver a armar? Imposible. Si yo me amigara con él, muchos de mis amigos no me saludarían más. Una vez Scioli nos quiso acercar pero no: él no quiere saber nada y yo tampoco”, alude.
-¿Te sorprende la vigencia de esa pelea?
-Lo que me sorprende es que pasó hace más de veinte años, pasó el siglo pasado casi. Y hacen stickers, sacan figuras. Es algo que quedó en la retina colectiva de la sociedad argentina esa pelea. Lo que me da risa es la patada del portero. Eso fue lo más cómico, porque después fue una pelea normal. Pero que el mismo portero del canal le dé tres patadas porque el tipo por la mañana le decía ‘viejo, ¿cuándo te vas a morir?’, y que después él dijera ‘lo vi en el suelo y aproveché’. Pobre, lo echaron al viejo después. Eso fue extraordinario. Lo más simpático de todo.
La risa, la segunda, se convirtió en sonrisa y perduró hasta después de la entrevista. Exigió, finalizado el reportaje, que el periodista y el camarógrafo no se fueran antes de comer una picada que habían preparado las mujeres. Dos latas de cerveza para los invitados y para él, que no consume alcohol, una gaseosa sabor pomelo de una marca poco conocida condimentada con limón y muchos trozos de hielo. La empleada doméstica trajo dos bandejas con panes, quesos y embutidos en abundancia. Samid se ocupó de advertirle que se había olvidado las rodajas de limón y las servilletas.
“Y traeme dos tarjetas también”, aprovechó. La mujer apuró el paso y volvió con dos tarjetas que tenían el escudo del Partido Justicialista, la caricatura del Rey de la Carne, su teléfono de contacto, su cuenta de Twitter, de un lado decía “Alberto Samid. Matancero peronista. Hincha de Gardel. Hincha de Boca. Hincha de Ford. Y le tengo bronca a Mauro Viale” y del otro “Compre argentino. Veranee en la Argentina, el mejor país del mundo. Las Malvinas son argentinas”. Saludó y deseó felices fiestas luego de entregar su tarjeta personal. “Cualquier cosa ahí tienen mi número”, dijo mientras llevaba un queso, un salamín y una rodaja de pan a su boca.
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