Mi familia lo sabe y lo acepta: suelo pasar la Nochebuena fuera de casa, junto a personas que están solas.
Hace un par de años esperé la Navidad comiendo en El Cortijo, cerca de la iglesia de La Piedad, con Víctor Oliveros. Él fue secretario personal, amigo y defensor acérrimo de Astor Piazzolla. Ácido como pocos, era también generoso como nadie.
En otra ocasión hice el brindis navideño en una esquina de la avenida Fleming con Vicente, a quien el barrio bautizó como “el Ángel”. Con gaseosa, porque aquel eterno caminante de la mirada bondadosa no tomaba alcohol.
Hoy no voy a poder compartir la Nochebuena con ellos.
Con ninguno de los dos. Ambos murieron en este fatídico 2020.
Un año en el que hemos perdido amigos, familiares, vecinos y colegas, en una luctuosa sucesión que nos golpea día por día.
A todos nos está pasando lo mismo. Y si por la gracia de Dios no hemos tenido pérdidas irreparables en nuestro círculo íntimo, los impactos dolorosos nos parecen cada vez más cercanos.
La incertidumbre y el temor se mezclan con la esperanza. Y esta parece derrumbarse ahora, cuando el Reino Unido quedó aislado del mundo por la aparición de una nueva cepa del virus.
¿Estamos ante la peor Navidad de nuestras vidas? ¿Es la más triste de todos los tiempos?
Eso fue lo que pregunté hace pocas horas en la radio.
Y también nos planteamos cómo vamos a pasar la Nochebuena. ¿Estaremos en familia, como siempre? ¿Cuántos seremos en la mesa? ¿Habrá besos, abrazos, brindis? ¿Alguien esperará un regalo en el arbolito? ¿El festejo de los chicos será el de siempre?
Los testimonios de los oyentes llegaron a través de instagram, WhatsApp y la línea directa, durante las cuatro horas del programa fueron conmovedores.
Hubo de todo: dolor, miedo, tristeza, bronca, esperanza, solidaridad, angustia.
Rafael dijo que esta Navidad será distinta a todas, porque se le va a dar más valor:
-Habitualmente, las fiestas eran una carga… había que resolver adónde íbamos, cómo nos repartíamos. Hoy dejamos de lado todos esos detalles, porque nos damos cuenta de qué es lo importante. Es como que nos despojamos de todo lo accesorio y apreciamos lo esencial.
Cuando lo escuché, en el acto recordé el comercial de la aseguradora Mutua Madrid, que se está viendo en España. En la mesa familiar, un chico atemorizado le confiesa al padre que usó el auto y le hizo un raspón. Y al escucharlo, el padre se echa a reír. ¿Habremos aprendido a no hacernos dramas por cosas sin importancia?
(aviso comercial de Mutua Madrid / https://www.youtube.com/watch?v=JRSig9zJdvg )
María Laura contó que en su casa no habrá un arbolito de Navidad clásico:
-Lo llamaremos árbol de gratitud. Cada adorno representará lo que hemos aprendido en este año, porque el dolor nos ha dejado muchas enseñanzas.
Patricia, una docente, reflexionó:
-Hemos pasado cosas peores. Lo bueno es que hemos podido demostrar nuestra solidaridad y hacer cosas por los otros.
En cambio Cinthia lo vio de otra manera:
-Esta será una Navidad nefasta, la más triste que yo recuerdo. Hay incertidumbre, angustia… Y somos muchos los que nos quedamos sin trabajo.
Fue conmovedor el testimonio de Alicia, una salteña que nos emocionó a todos:
-Esta Navidad mi mamá no va a estar conmigo, porque el Covid me la llevó hace dos meses. Y ni siquiera la pude despedir. Tengo un dolor muy grande.
También hubo quienes dijeron cómo van a organizar la reunión de Nochebuena. Ceci, por ejemplo, anticipó:
-Vamos a ser solamente cuatro. Y siempre manteniendo las distancias,
Algo parecido contó Paulina:
-Con todo el dolor del alma le dije a mi hija que no venga. Tenemos que seguir cuidándonos, aunque nos duela.
El caso de Carmen es diferente:
-Mis hijos viven aquí cerca y van a venir esta Nochebuena. Pero será muy penoso para mí, porque mi marido murió por el Covid y me acabo de quedar sola.
Y Mirta tuvo otra mirada:
-Gracias a Dios, no hemos tenido pérdidas en mi familia. Pero no será una Navidad feliz para nadie, porque el mundo está triste.
Marta propuso deponer las ambiciones personales:
-Que esto nos enseñe a no luchar por el poder. Estamos rodeados de ambiciones, en una pretensión desmedida por controlar a los demás. Y esta pandemia nos recuerda sólo Dios tiene el poder de decidir nuestro destino. La desgracia del Covid debería hacernos más humildes.
Algo parecido a lo que opinó Alicia:
-Hay que acatar la voluntad de Dios.
En cambio, para Adela no hay consuelo:
-Yo voy a pasar una Navidad muy triste. Y estoy asustada.
El mensaje de Ariel aportó otros argumentos:
-Es una Navidad para renovar las esperanzas. Tengamos fe, para pasar esta prueba.
Finalmente, el resultado de nuestra encuesta en Instagram reflejó que para el 47 por ciento de los oyentes ésta es la Navidad más triste de todos los tiempos. Pero el 53 por ciento expresó una posición más optimista.
Este modesto recurso radiofónico, lejos de tener valor estadístico, reflejó la espontánea participación del público.
Entre el miedo y la angustia, casi como un acto reflejo despunta la esperanza. Pero ese mínimo resplandor de fe acaso lastime el dolor de quienes han perdido seres queridos.
Por eso le doy un renglón aparte a lo que me dijo Isabel:
-Mi Navidad más dolorosa fue la de 1982, porque mi hijo era soldado y murió en la guerra de las Malvinas.
Me hizo pensar en las navidades de otros tiempos y de lugares diferentes.
¿Cómo habrá sido la Nochebuena de los italianos en 1943, en medio de la segunda guerra mundial? ¿Y la Navidad de los españoles, en 1936, cuando la guerra civil sembraba muerte y dolor?
Para ellos, sin duda, no hubo peores fechas navideñas que esas. Y luego, cuando muchos de ellos pudieron emigrar a la Argentina, transcurrieron muchas navidades aquí llorando a sus muertos y anhelando reencontrarse con aquellos que suponían sobrevivientes.
Alguien pensará que son situaciones completamente diferentes. En los hechos sí, sin duda. Pero la consecuencia, en todos los casos, transforma una fiesta gloriosa en una atroz pesadilla.
No puedo dejar de pensar en esta Navidad del 2020. En la Navidad de todos los que están sufriendo por esta pandemia perversa.
Pero también quiero abrir mi corazón a quienes, sin sufrir el Covid, no podrán tener una Navidad en paz. Son los 80 millones de refugiados que hoy deambulan por el mundo. El ACNUR, organismo de las Naciones Unidas, nos recuerda que son víctimas de la situación que se vive en Siria, Venezuela, Afganistan, Etiopía, Sudán del Sur, Yemen y Myanmar.
Leyeron bien: 80 millones de desplazados. De los cuales, el 40 por ciento tiene menos de 14 años.
Cualquiera de nosotros puede ser la próxima víctima del Covid. Todo lo que podemos hacer es seguir cuidándonos.
Como nunca, hemos tomado nota de nuestra fragilidad. Y al mismo tiempo, al menos en mi caso, agradecemos cada nuevo día que nos toca vivir.
Esta noche volverá a repetirse el milagro del Nacimiento. Cuenta la crónica que hace 2020 años la situación era muy difícil, igual que hoy.
Tratemos de seguir esa estrella. Quizás sea la mejor vacuna.
Feliz Navidad, para todos.
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