Con apenas 7 años, Ricardo Candal (73) recibió como obsequio navideño unas figuras de yeso que lo emocionaron hasta las lágrimas y que marcaron lo que sería su pasión. Al desenvolver aquel paquete la felicidad lo superó: era un juego de La Sagrada Familia. A partir de entonces se convirtió en un niño que amaba armar pesebres. Era lo que esperaba con ansias durante todo el año.
El imborrable día en la vieja casa de Parque Patricios llevó a quien años después se graduó como Contador Público a investigar de qué se trataba esa escena bíblica y le dio su propio significado. Desde entonces colecciona figuras de resina y yeso, de entre 30 y 10 centímetros, y le dedica semanas enteras a montar una escenografía gigante, digna maqueta para una película sobre el nacimiento de Jesucristo.
Su escena está dividida en una mesa principal de 2,60 metros de largo que se une a un modular de 270 centímetros, en dos niveles. En esos 8 metros lineales se distribuyen las más de 400 figuras muchas de con movimiento: las principales miden 30 centímetros y otras de 20, 15 y 10 centímetros según la posición en que se encuentren.
“Cuando era niño iba a ver los pesebres que armaban en las jugueterías y en las iglesias del barrio. Incluso veía los de los vecinos, pero lo que me apasionaba era armarlos yo mismo. Un día, una tía muy querida me regaló un jueguito de la Sagrada Familia en figuras chiquitas para armar y después sumó otras cuantas de un pesebre más bonito, de 15 centímetros. Lo armé y agregué más cosas: con la ayuda de mi papá logré la primera escena a la que le pusimos una fuente de agua y con los años seguí sumándole más cosas”, cuenta Candal mientras se regocija mirando hasta dónde llevó el deseo de aquel niño y se emociona.
De aquellas iglesias sacó la idea para armar su pesebre. “La estructura estaba hecha de madera y cajones cubiertos con papel. Las montañas hechas de una masa de papel mache, ideal para darles esa forma. También había un cielo azul con luces que simulaban las estrellas. Así hice mi cielo, primero con un papel crepé azul, después con una lona con pequeños agujeritos para que se vean las estrellitas, hechas con luces. Hoy tengo un hule perforado”, describe cómo fue creando su gran obra que es, claro, la atracción de la familia en las Fiestas y de algunos vecinos que piden permiso para hacerse unas fotos.
Debajo de ese cielo que también tiene la estrella de Belén, armó la escena con las primeras figuras de su infancia y las que fue comprando a lo largo de su vida. Debido al gran tamaño de su pesebre, desde hace dos años la parte principal -formada por grandes figuras móviles compradas en España- no la desarma, pero sí el resto.
“Primero pienso cómo lo quiero armar y dónde poner cada figura y después hago la estructura”, asegura sobre el proceso de armado que le lleva una semana, la previa al 8 de diciembre. “Antes desarmaba todo y lo volvía a armar, me llevaba tres semanas hacer todo, pero como te decía, hace un tiempo dejo el segmento que está sobre la mesa armado todo el año porque es la parte más frágil”.
Si bien el atractivo parece estar en las figuras que se mueven, todo el conjunto lo es. “Hay muchas luces y muchos cables, porque cada figura móvil tiene su propio enchufe además de las fuentes de agua: en la principal a veces hay pececitos. En sí lleva mucho tiempo todo”.
Si bien Ricardo acostumbra a armarlo solo y siempre escuchando villancicos, a veces lo ayuda su esposa; y cada vez que pueden sus dos nietas se quedan a su lado para observarlo y llenarlo de preguntas sobre cada una de las figuras que le hombre coloca y el significado de la escena.
“A ellas les gusta quedarse mirándolo, sobre todo las que tienen movimiento y que compré cuando fui a visitar a mi hijo, que vive en Europa. La última que traje es la de una mujer que le tira comida a unos pavos que se mueven para comer”, se ríe sobre la descripción y reconoce que el suyo “es muy diferente a cualquier otro pesebre que se ve en Argentina, sobre todo por el movimiento, lo que más gusta”.
El gran pesebre ubicado en el living de Ricardo no es el único de su casa de Coghlan. “Adelante tengo uno más sencillo y también hay decoración navideña en todo el frente para que miren los chicos del barrio. Me gusta cuando pasan y hacen fotos o piden permiso para hacerlo”, finaliza el hombre que fue premiado dos veces por su innovación. Eso sucedió cuando existía la organización La hermandad del Santo Pesebre le dio el segundo premio al pesebre familiar, en 1963 y en 1965, cuando tenía menos de la décima parte de lo que tiene hoy, recibió el primero.
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