Cuando el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) atacó el cuartel de Monte Chingolo , el 23 de diciembre de 1975, la presidenta Isabel Perón estaba al borde del golpe de Estado y acababa de perder el último baluarte militar que seguía siendo favorable a que el país llegara a las elecciones previstas para fines del año siguiente.
Es que el día anterior había terminado un levantamiento ultranacionalista en la Fuerza Aérea, que provocó el desplazamiento del brigadier Héctor Fautario y su reemplazo por Orlando Ramón Agosti, quien sería el tercer hombre de la junta militar que tomaría el poder el 24 de marzo de 1976.
Fautario, un entrerriano que manejaba la Fuerza Aérea desde principios de los 70, me dijo antes de morir que los jefes del Ejército y la Marina, el general Jorge Rafael Videla y el almirante Emilio Eduardo Massera, intentaron convencerlo varias veces de que se sumara al golpe contra la viuda de ex presidente Juan Domingo Perón.
La última ocasión fue el viernes 17 de octubre. Mientras Isabelita se preparaba para salir al balcón a arengar a sus seguidores por el Día de la Lealtad, Videla, Massera y Fautario almorzaban por los canales del Delta a bordo del yate Itatí, de la Marina.
Los tres se conocían muy bien porque habían sido compañeros de promoción. Videla y Massera, que en aquel momento actuaban como si fueran una sola persona, ya habían tomado la decisión derrocar a la viuda del General; Fautario estaba en contra y siguió en esa postura luego de la comida.
Fautario me contó que Massera y Videla comenzaron con los mismos argumentos de cuatro días antes, durante una reunión para analizar los ascensos de fin de año. Un suboficial de guantes blancos les servía una entrada de palta con langostinos.
—Mirá, nosotros te queremos hablar a raíz de lo que está pasando para que revises tu posición; esta situación no da para más: fíjate el problema de la subversión, los gremios que pasaron a dominar el gobierno, esta mujer que no controla la situación, pero no quiere irse —le dijo Massera, que llevaba la voz cantante en ese tipo de reuniones.
—Nosotros no estamos preparados para gobernar, no insistan con eso. Estoy cansado de los salvadores de la Patria que luego tienen que dejar el gobierno por la puerta de atrás —contestó Fautario.
—Esta vez va a ser distinto; se va a hacer cargo del país una Junta Militar y se va a respetar el 33 por ciento para cada fuerza —prometió Videla.
—A mí no me enrosqués la víbora. El Ejército, como siempre, se va a quedar con la principal porción; después, vendrá la Marina, y a nosotros, a la Fuerza Aérea, nos quedarán las migajas.
—Pero, ya viste lo que pasa: los políticos no quieren hacerse cargo de la situación. Los tres nos reunimos con (el presidente provisional del Senado, Ítalo Argentino) Luder, y con (el ministro de Defensa, Ángel Federico) Robledo; cada uno de nosotros habló con (el líder radical Ricardo) Balbín y con otros políticos. ¡El país se va a la mierda y ellos se hacen los boludos! —se exaltó Massera.
—Me parece que ustedes se están apresurando. El año próximo hay elecciones y se termina el mito de que el peronismo no puede ser derrotado en las urnas. Dejemos que las cosas se solucionen como tienen que solucionarse.
Fautario pensaba que el peronismo podía ser derrotado en los comicios, que habían sido adelantados para octubre de 1976, pero Massera y Videla desconfiaban de las posibilidades electorales de Balbín, el candidato “natural” de la UCR, y ponían como ejemplo los resultados en las elecciones de gobernador de Misiones, en abril de aquel año, ganadas por el oficialismo.
Sostuvo Fautario que Massera incluso le reveló la fecha del golpe: el 24 de marzo de 1976 dado que el Ejército y la Armada necesitaban algunas semanas para adiestrar a los conscriptos de la clase 1955, que se incorporaban a principios de 1976, pero no podían demorarse mucho porque debían anticiparse al inicio de la campaña electoral.
Fautario estaba convencido de que “el detonante del golpe fue el ataque de Montoneros en Formosa: murieron diez conscriptos, estúpidamente, y eso impactó mucho. A partir de ahí, el golpe fue imparable; los políticos, en primer lugar, no lo pararon. Para el Ejército, el problema mayor pasó a ser que la subversión había salido de Tucumán”, donde había un frente rural desde el año anterior.
Las diferencias con Fautario se saldaron a fines de 1975, cuando fue reemplazado por Agosti luego de una rebelión dentro de la Fuerza Aérea que comenzó el 18 de diciembre con la toma del aeroparque Jorge Newbery y duró cuatro días, encabezada por el brigadier Orlando Capellini.
En un momento de la crisis en su fuerza, Fautario fue a la residencia de Olivos e intentó ver a la Presidenta, quien no lo recibió. Le envió entonces un mensaje a través del edecán de la Aeronáutica: “Cuídese, Señora, porque a usted la van a echar en marzo”.
Por su lado, Videla me dijo que con Massera apoyaron “por la pasiva” la rebelión contra Fautario y atribuyó la falta de apoyo al golpe por parte del jefe del brigadier entrerriano a su simpatía con el gobierno peronista.
“La Fuerza Aérea -afirmó Videla- no participaba en las conversaciones sobre el golpe por el marcado peronismo de su comandante, el brigadier Fautario. Se lo miraba con desconfianza. Cuando se produce el alzamiento de Capellini, nosotros lo apoyamos por la pasiva, demorando la represión. Era lógico que había que reprimir ese levantamiento pero. por un lado era otra fuerza y no quedaba nada simpático que saliéramos a tirar contra ellos; por el otro lado, sabíamos que Capellini había tomado esa actitud porque iba a ser pasado a retiro por Fautario y nosotros, con Massera, simpatizábamos más con Capellini que con Fautario”.
El cambio de mando en la Fuerza Aérea era todo lo que Videla y Massera pretendían: “Al sucesor de Fautario, al brigadier Agosti, lo considerábamos más confiable desde todo punto de vista. Era mercedino, como yo, y había estado con Massera destinado en la Junta Interamericana de Defensa durante dos años, donde habían trabado una buena relación. Además, Agosti había estado preso cuatro años como consecuencia de la Revolución de 1951”, contra el presidente Perón.
En realidad, no solo Videla y Massera jugaban al golpe de Estado; también casi todos los actores políticos y sindicales, y, aunque algunos ahora no puedan creerlo, también Montoneros - de origen peronista- y el ERP -marxista guevarista-, así como los grupos guerrilleros menores.
Es que las guerrillas creían en el “cuanto peor, mejor”. Es decir: una vez desplazado el peronismo del gobierno, la represión de los militares convencería a la gente de que eran los grupos insurgentes los que defendían realmente sus intereses; por lo tanto, el pueblo pasaría a apoyar la marcha triunfal de los guerrilleros hacia la toma del poder para, primero, instaurar una dictadura en favor del proletariado, y luego realizar una revolución comunista -sin clases- a la que pintaban como una auténtica democracia real, popular.
Pero, en diciembre de 1975 los jefes del ERP estaban preocupados porque el frente rural que habían abierto el año anterior en Tucumán no andaba bien. Por eso, se les ocurrió atacar la unidad militar de Monte Chingolo; planeaban “recuperar” armamento para abastecer a sus guerrilleros en los montes tucumanos.
El ataque terminó en un fracaso que, sin embargo, no amilanó al comandante Mario Roberto Santucho y a la plana mayor del ERP. Por el contrario, el golpe militar los encontró muy optimistas.
El propio Santucho firmó aquel día fatídico un parte de prensa en el que afirmó que el derrocamiento de la viuda de Perón permitiría “el comienzo de un proceso de guerra civil abierta que significa un salto cualitativo en el desarrollo de nuestra lucha revolucionaria”,
No fue así: a la semana, Santucho y los principales jefes estuvieron a punto de ser apresados. Y menos de cuatro meses después, Santucho fue abatido por una patrulla del Ejército en un departamento en Villa Martelli. Descabezado, la derrota del ERP fue solo una cuestión de tiempo.
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