En Colombia tuvieron que contestar preguntas insistentes de la guerrilla. En Siberia se cruzaron con una colonia de osos grizzly, una de las especies más grandes del planeta. En el Amazonas nadaron con anacondas. Lo hacen todo en moto, pero no son motociclistas, son Los Piyus.
Una caravana de amigos que crece y mantiene intacto ese deseo casi adolescente de aventura permanente, hermandad y coqueteo con el peligro. Se hacen llamar Los Piyus, en honor a la moto monocilíndrica de Harley Davidson denominada Peashooter o lanzadora de arvejas (dicen que el ruido del motor es similar tirar porotos contra algo). “Deformamos el inglés, lo acortamos y quedó ese nombre”, le cuenta Infobae Roberto Livingston (53) uno de los fundadores del grupo, que está en pareja y es padre de una niña.
En más de década años ya recorrieron unos 60.000 kilómetros. Pisaron casi todos los continentes bajo el lema “Rolling The World”. Y siempre arriba de motos clásicas de origen japonés, alemán o americanas. Salen a pasar unos días “como chicos de 17 años sin responsabilidades ”, confiesa Luciano Rizzo (53, empresario, casado y padre de dos niñas), otro de sus integrantes, que se sumó en 2009. “Es un grupo que excede el universo de las motos, todos nos conocemos socialmente: somos primos, hermanos y amigos de amigos”, explica.
Ahora bien. Los Piyus son mucho más que eso. Dicen que es díficil ser uno de ellos. “Son viajeros, aventureros, que escapan al molde habitual y tradicional para convertirse en únicos e invalorables. Toman la vida con una filosofía muy especial y dejan atrás todo para encarar un nuevo día en cambio muchas veces no saben donde los llevará (...)Son anárquicos por definición pero ubicuos por aplicación ”. Eso escribió Horacio Portela, periodista, en un texto incluido en el libro que registra el tramo más desafiante que hicieron , la Ruta de Los Huesos, en Siberia.
Son hombres que están entre los 50 y 70, amigos algunos y otros ligados a través de la sangre, que quieren completar la vuelta al mundo. Pero lo hacen en etapas, porque tienen -como la mayoría de los mortales- un trabajo, familia y vida social. El modus operandi es el siguiente: una vez al año hacen un tramo del recorrido y vuelven a sus hogares. Durante el tiempo en casa, regresan a su ‘rutina’, aunque siempre pensando en volver a poner primera en la ruta. Y cuando lo hacen, retoman donde dejaron, y siguen el camino.
Los jueves son sagrados, casi religiosos. Son el día (fuera de la pandemia) que se reúnen para comer un asado, brindar y disfrutar de las charlas. El encuentro no varía, la sede si, al igual que su anfitrión. La moto y los viajes están en el centro de todo.
De Argentina al mundo, en motos lindas
Los hermanos Bonifacio y Manuel Lastra, Gerardo Serra y Roberto Livingston se subían a rodados de la década del treinta y se iban a recorrer la Quiaca, el Valle de la Luna, la ruta de los Siete Lagos. “Hasta que un día, mientras estábamos reunidos, nos preguntamos: ¿y si vamos a dar la vuelta al mundo?”, recuerda Livingston.
Al poco tiempo esa pregunta se materializó. Con organización y planificación (“no demasiada”, coinciden sus integrantes) unieron Manaos-Cartagena de Indias, Panamá-Guatemala, Guatemala-Los Ángeles, Los Ángeles-Alaska (2012), Siberia-Mongolia (2013), Mongolia-China, Vietnam-Camboya-Laos (2015), Laos-China-Tibet y China-Ruta de la seda-Armenia (2016). “Nunca por rutas sencillas, siempre buscando caminos de ripio, duros, con barro y pantanosos”.
La Ruta de Los Huesos, la más ambiciosa y macabra
Cruza la inhóspita Siberia y fue construida a pedido de Stalin en 1932, en pleno apogeo de la Unión Soviética. Tiene 2.000 kilómetros de extensión y une Magadan y Yakutsk. Es macabra porque esconde sepultados dos hombres por metro lineal, que murieron durante su construcción por las extremas condiciones que enfrentaron. En verano es un pantano, en invierno tiene temperaturas similares a la Antártida.
Ambiciosos, 19 Piyus decidieron explorar por su lado más extremo. Lo lograron, pero en el camino hubo mucho esfuerzo. “Primero nos liberaron en la aduana el container que teníamos en Alaska con las motos y eso nos consumió varios días”, recuerda Luciano.
Con todo lo necesario -viandas especiales, carpas, protectores de insectos y las motos- salieron rumbo al noreste, hacia Susuman. En quince días lograron completarla. No lograban superar los 50 kilómetros días por las condiciones del suelo.
“Acampamos en una penumbra porque nunca se terminaba de hacer de noche, bajo las estrellas en una ruta abandonada por más de treinta años, rodeados de pantanos, mosquitos, osos, y lobos. Fue el mejor viaje de mi vida”, no se cansa de repetir Luciano. “Tuvo toda aventura, dificultades, paisajes asombrosos ... miles de anécdotas”, resalta.
Un viaje sin fin
Para este 2020 pensaban ir a Gran Bretaña, pero la pandemia cambio los planes. “Quedará para el 2021”, se esperanzan. Sin embargo, Los Piyus son un estilo de vida, y aunque cumplan con todas su metas nadie descarta que cuando terminen la vuelta al mundo quieran ir por otra, o mejor le pasen ese legado a sus hijos, ‘los mini piyus”.
-¿Por qué las motos?
-Las motos generan algo muy fuerte, como es la libertad de movimiento, te integrás al paisaje con la temperatura, con los olores, con la gente, parás a hablar con alguien en el camino y estás frente a frente. Te topás con cualquier paisaje de manera 360. Viajar en la ruta y oler el mar en el camino... Esas sensaciones son únicas, y hace que los quieras repetir, es casi adictivo”
Y ellos sí que no se cansan de repetir, aunque cada travesía es única.
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