El 20 de noviembre -hace exactamente un mes- un helicóptero Eurocopter Ecureuil que se derrumbó sobre las aguas del río Juramento, en Salta, cobró la vida de un hombre de 68 años que le daba trabajo a 20 mil argentinos. Ese dato basta para tomar la dimensión de quién fue Jorge Brito en el mundo empresarial.
Un repaso rápido de sus actividades señala que era el presidente de Banco Macro, el accionista principal del Grupo Macro, y poseía además acciones en Vizora (desarrollos inmobiliarios), Inversora Juramento (dedicada a la actividad agropecuaria) con el Frigorífico Bermejo y Cabaña Juramento; y de Camuzzi y Genneia, empresas del sector energético.
Pero la simple enumeración de activos de una persona no la define en su totalidad. Para encontrar a Brito hay que bucear en lo que persiguió toda su vida: el diálogo entre los argentinos. No le gustaba -y lo decía- que los políticos no hicieran más para terminar con la grieta. Esa, sostenía, era la forma de ir en busca del crecimiento. “El River-Boca no va más”, sostuvo en una entrevista. En otra, lanzó una frase que la clase dirigente debería releer una y otra vez: “Creo que la vida, desde la casa, los hijos, tu mujer, todo es un consenso. Acá en el banco hablo con los gerentes y puedo decir que todo depende de cómo lo consensuás: o te enamoro o te convenzo. Conducir es persuadir a la gente… Esa es la esencia de la construcción”. Por cierto, cuando murió quedó trunca una charla con el presidente Alberto Fernández. a quien había criticado por el impuesto a las grandes fortunas. Según contó el mandatario, habían tenido una conversación telefónica y se habían prometido un encuentro. Seguramente, esa conversación iba a girar en algo que obsesionaba al empresario: cómo crear trabajo argentino. Y era claro. En su última entrevista con Infobae, dijo: “Si castigamos al que emprende, le estamos quitando los fondos necesarios para iniciar la recuperación y por lo tanto lo empobreceremos o bien se irá del país”.
En cada ámbito en que se desempeñó confiaba en que los argumentos debían derrotar a las imposiciones. Así lo hizo en sus empresas y también en las asociaciones que presidió, como en ADEBA (Asociación de Bancos Privados de Capital Argentino ) entre 2003 y 2015. La misma búsqueda de consensos ejerció en FELABAN, la Federación Latinoamericana de Bancos (que dirigió entre 2012 y 2014), y el Grupo de los Seis (G-6), donde están representadas las principales actividades de la economía argentina.
A los 17 años, Brito comenzó a trabajar. Desde entonces, según contaba al repasar aquella época, “todos los días me levanto contento. Hay gente que los domingos dice ‘uy, mañana es lunes. Yo soy al revés, digo ¡qué suerte!…”. Primero fue agente de bolsa. Luego, con su cuñado Ezequiel Carballo fundaron una compañía financiera llamada Hamburgo. El 4 de septiembre de 1978 inscribieron a Macro Compañía Financiera S.A. en el registro público de comercio. Allí, a los 26 años, comenzó el verdadero derrotero de Jorge Brito. La piedra fundacional de su imperio. En 1985, Macro inició sus actividades como institución financiera no bancaria, y tres años más tarde fue autorizada por el Banco Central de la República Argentina para funcionar como un banco, previsiblemente llamado Banco Macro. Para finales del 2019, la institución tenía 8768 empleados, 1538 cajeros automáticos, 955 terminales de autoservicio y 463 puntos de atención. Es, en la actualidad, el banco privado con mayor red de sucursales a lo largo del país. En muchos pueblos, por más pequeños que aparezcan en el mapa, es posible encontrar el cartel que identifica a la entidad y al menos un cajero.
Una de las máximas de Brito era, precisamente, que “la única Nación posible es una Nación integrada, capaz de albergar y brindar oportunidades a todos sus componentes”. Sostenía con mucha convicción que “nadie puede tener éxito en un proyecto que sea exclusivamente individual en el marco de un país fluctuante y con una situación social compleja”. Es por eso que invertía fuertemente en el país. Y no siempre con el único horizonte de la ganancia personal. También en la colectiva.
Por ejemplo, basta recordar su enorme aporte solidario a Los Espartanos, los rugbiers de las cárceles. En marzo del año pasado, por iniciativa de la Fundación Macro, que presidía, se inauguró una cancha de rugby en la Unidad Penal Nº2 del barrio Alto Comedero, en Jujuy. Esa vez, Brito contó que “me parece una idea espectacular que a través del deporte, el estudio y el trabajo se ayude a la gente. Acá no solamente es venir a jugar al rugby. Este es un pabellón donde además se viene a estudiar, a trabajar y a intentar que la gente que está privada de su libertad, cuando vuelva a la calle, tenga la posibilidad de reinsertarse y no volver a delinquir”.
Lo mismo hacía, por ejemplo, desde Cuentas Sanas, un programa que brinda capacitaciones a líderes de organizaciones sociales. Allí les dan conocimientos y recursos sobre economía personal y familiar, emprendedurismo y bancarización. Hasta el 2018 habían llevado adelante 580 talleres en 132 ciudades de 21 provincias argentinas. Más de 17.800 personas participaron de forma directa, aunque se estima que el efecto multiplicador alcanzó a más de 75.000, entre docentes, emprendedores y jefes de familia.
Como buen visionario, a Brito no se le escapó la tendencia mundial que lleva a las energías renovables y la sostenibilidad del planeta. Con esa impronta se creó Genneia, la principal inversora en energías renovables -principalmente eólicas- de la Argentina, de la que era accionista y preside su hijo Jorge Pablo. Entre los emprendimientos de esta firma se destaca el Parque Eólico Rawson, en Chubut, el más grande de la Argentina. Con sus 55 aerogeneradores puede proveer energía a 137.000 hogares con una potencia de 410 gigavatios-hora.
El mundo de la construcción tampoco le fue ajeno. La desarrolladora inmobiliaria Vizora -cuya dirección está a cargo de su hija Milagros- es artífice de varios emprendimientos para el segmento ABC1. El más destacado, sin dudas, es la nueva sede del Grupo Macro, un imponente edificio de 155 metros de altura, 35.000 m2 de superficie y 28 pisos diseñado por el arquitecto César Pelli en Puerto Madero.
Históricamente, la sede central del Banco Macro estaba sobre la calle Sarmiento, en plena City porteña. En el despacho que Brito tenía allí, en el último piso, había una puerta que daba a una terraza. En ese lugar había hecho instalar una parrilla. Uno de sus placeres era comer un buen asado. Fueron muchos los políticos y empresarios que pasaron por la mesa que armaba en su lugar de trabajo. Y la carne, en esos agasajos, era propia -a punto que creó una red de carnicerías premium, Cabaña Juramento-, porque una de las pasiones que tenía era el campo.
Para quien no lo conocía de primera mano, quizás costaba identificar a un banquero siempre bien vestido, con el pelo prolijamente peinado hacia atrás, como alguien que también amaba subir a un caballo para recorrer su emprendimiento agropecuario. Podía estar cinco horas montando uno de sus animales para ver cómo estaba el ganado. Esa pasión la comenzó a cultivar en su infancia. Brito había perdido a su padre, Napoleón, cuando tenía 10 años. Poco tiempo después, un compañero de colegio lo invitó al campo de sus padres. Fue un flechazo y se prometió tener uno propio alguna vez.
A principios de los 80 compró unas hectáreas en la provincia de Santa Fe. Un pasatiempo para los fines de semana. Pero lo atrapó la actividad. Y como hizo con todo lo que le gustaba, la convirtió en un emprendimiento y en fuente de trabajo para la gente. Su lugar en el mundo para desarrollar ese negocio fue la provincia de Salta. Allí, en Joaquín V. González -a 260 kilómetros de Salta capital y muy cerca del lugar donde falleció-, Brito tenía el campo San Javier, que pertenecía a su empresa Inversora Juramento, que cotizaba en la Bolsa de Buenos Aires. En la década del ’90 fue uno de los pioneros del feed lot, el sistema de engorde de ganado en corral, que aprendió en los Estados Unidos.
En su entrañable Salta poseía 70 mil hectáreas. Siempre con la vista en el horizonte, razonaba: “El 85% de la carne que se consume en el NOA se importaba de Buenos Aires y Córdoba. Me di cuenta que si armábamos un feedlot en la zona, tendríamos dos ventajas inmejorables. La primera, campos secos, sin inundaciones. La segunda, podríamos producir carne con un maíz 30% más barato, porque no teníamos gastos de flete”. En 1993 comenzó a trazar el círculo: compró un frigorífico en la localidad de Pichanal, a 220 kilómetros de sus campos, al que bautizó Bermejo. Y lo completó con las carnicerías.
En ese lugar era Betino, uno de sus empleados (o “colaboradores”, como le gustaba definirlos a él) quien se encargaba de preparar su corte favorito: el costillar sin huesos. Y Vilma y Peque completaban su menú con empanadas salteñas.
A pesar de un alto perfil en su actuación pública, en su vida privada era muy reservado. Siendo muy joven conoció a su esposa, Marcela Carballo, con quien tuvo a sus seis hijos: Milagros, Jorge, Marcos, Constanza, Santiago y Mateo. Cada uno de ellos tiene su lugar en las empresas del grupo. Jorge Pablo ocupa el rol de liderazgo que tenía su padre en el banco, aunque lo superó en la pasión por River Plate: es uno de sus vicepresidentes. Milagros es presidenta de Vizora. Marcos y Constanza están en el directorio del banco. Y Santiago y Mateo trabajan también en Macro.
Quizás, en el ámbito más familiar, lo haya pintado entero la despedida que hizo su hija Milagros en las redes sociales: “Te fuiste en tu ley, a tu ritmo y feliz porque estabas en el lugar que amabas, haciendo lo que te apasionaba, volar como el abuelo Napoleón. Fuiste un distinto, un ser de otro planeta, el papá de muchos, el todopoderoso, un luchador pero de esos que llegan al round 12 con lo que le queda de aliento pero que no abandona. Dabas todo desde el silencio y no pedías nada para vos, te guardabas todas tus preocupaciones con tal de que mami y nosotros estuviéramos bien. Fuiste un buen padre, siempre presente, de límites muy fuertes pero acompañados de mucho amor, y lo que es más importante, el ejemplo”.
También hizo mención a cómo lo recordarán sus 12 nietos -que lo llamaban con el apodo de Toto- y el que está en camino. Y concluyó con develar las ilusiones que albergaba su padre: “Un gran empresario que amó a su país. Y soñaba con ver a la Argentina de pie. Nos enseñaste que en la vida siempre y para todo hay una salida. Que más allá de cualquier diferencia, había que dialogar, consensuar. Que tener enemigos no tenía sentido y que no se podía vivir con rencor. Tu verdadero Imperio fue la gran familia que juntos con mami formaron. Ella fue, sin dudas, tu socia más fiel”.
El destino impone leyes que no siempre los seres humanos entendemos. A veces da, y otras quita. Recordamos antes el párrafo con que Milagros Brito se despidió de su papá y mencionó que, como su abuelo, eran pilotos. Napoleón (en cuya memoria Jorge Pablo bautizó a uno de sus hijos) pertenecía a la Fuerza Aérea Argentina. El 15 de octubre de 1943 -nueve años antes del nacimiento de Jorge Brito-, siendo cadete, su monoplano Ae.M.Oe.1 matrícula N°45 chocó con el del dragoneante Raúl Newton Solá. Este falleció, Napoleón resultó ileso. Hace un mes, su hijo Jorge no corrió la misma suerte. Durante la fase crucero entre dos laderas de cerros, el helicóptero en que viajaba con su piloto de confianza Santiago Beaudean impactó con cables tensores de una tirolesa y cayó. Pero claro, quedó su poderoso legado. Y eso -que lleva a la derrota del olvido- hace que las personas que trascienden no se vayan. Que permanezcan vivas en cada una de sus obras.
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