El único acusado por el asesinato de Nora Dalmasso, su viudo Marcelo Macarrón, llegó a decir una vez: “Esto más que una investigación es el relato de los guionistas de una serie de Netflix”.
El enigma lleva más de 14 años, y sólo se sabe esto: Nora, de 51 años, fue a cenar y a tomar algo con sus amigas, volvió a su casa y uno o dos hombres la estrangularon con sus manos y el lazo de su bata. El cuerpo fue encontrado el 26 de noviembre de 2006.
Después del éxito del documental por el crimen de María Marta García Belsunce, y siguiendo el razonamiento de Macarrón, el caso Dalmasso tiene todo lo que pretenden los productores de una serie: crimen, misterio, traición, sexo, poder, injusticias y una lista de sospechosos.
Cualquier guionista amante de las imágenes que dicen mucho más que cualquier diálogo revelador, quedaría pasmado ante esta escena que fue real: más de veinte personas alrededor del cuerpo desnudo de Nora, en la habitación de su hija, en la casa del barrio privado villa Golf de Río Cuarto. La empleada doméstica ordenando las cosas y un cura tapando el cuerpo de la víctima por pudor.
Es el misterio del cuarto amarillo. Todo ocurrió en una habitación cerrada. Como en la novela de Gastón Leroux.
Hubo siete sospechosos, pero el único imputado es Marcelo Macarrón, que irá a juicio el año que viene por ser el supuesto autor intelectual del crimen, que contempla una pena máxima de cadena perpetua. Los investigadores no saben aún quién estranguló a Nora Dalmasso.
Para el fallecido forense Osvaldo Raffo, que llegó a ser contratado por Macarrón para que analice la autopsia, a Nora la esperaron dos hombres en su casa y ella luchó hasta ser desmayada de un golpe.
Los falsos amantes
Javier Di Santo, el extraviado primer fiscal del caso, que aparecería en la primera temporada si esto fuera una serie, dejó circular la versión de los amantes de Nora. A uno le dicen “El Francés”, un empresario agropecuario. Un ex funcionario también fue vinculado. Un abogado reconocido de Córdoba también.
Pero en el expediente consta que la única relación extramatrimonial que ella tenía era con Guillermo Albarracín, un amigo de su esposo. Durante el asesinato, los dos hombres cenaban en Punta del Este, donde jugaban un torneo de golf.
La pista “amantes” (se habló de seis y era falso) apuntaba a un juego sexual (asfixiofilia, desmentido pocas horas después del crimen) o a un femicida despechado que no aceptó el rechazo de Nora o el corte de la relación.
Del festejo al horror
La pista Macarrón tuvo dos líneas investigativas. La primera, impulsada por el fiscal Daniel Merelles -segundo fiscal del caso- puso al traumatólogo en la misma escena del crimen. Para Merelles pudo haber tomado un “avión fantasma” desde Uruguay a Río Cuarto para matar con sus propias manos a su mujer. Pero nadie lo vio y su coartada no pudo ser derribada. Es más: tuvo sexo con su esposa horas antes del asesinato y por eso el líquido seminal hallado en la escena del crimen es suyo.
La otra, que sigue vigente y mantiene imputado al viudo a partir del tercer fiscal del caso, Luis Pizarro, es que fue el presunto autor intelectual del crimen. Es decir: mientras jugaba al golf en Uruguay con amigos, un asesino contratado por él mataba a su esposa. ¿El móvil? Una traición amorosa o algo que supuestamente sabía la víctima sobre los contactos políticos de Macarrón. Ahí aparece el móvil económico. Se habla de testaferros, de contactos estrechos con el poder y de reuniones turbias. Nada de esto pudo ser probado.
Mientras Nora vivía sus últimas horas, Macarrón ganaba un torneo de golf.
La pista “Edipo”
Una de las imputaciones más escandalosas fue la de Facundo Macarrón, el hijo de Nora. Se la llamó “La pista Edipo”. Sin ninguna prueba (ni siquiera lo ubicó cerca de la escena del crimen), Di Santo dedujo que Facundo había entrado en la casa con sus llaves (después de manejar bajo la lluvia 230 kilómetros desde Córdoba) y que había manoseado a su madre, con quien estaba peleada porque ella no estaba de acuerdo con su orientación sexual. El tiempo le dio la razón a Facundo y la acusación se cayó.
Facundo Macarrón, por entonces de 19 años, fue imputado en la causa el 6 de junio de 2007. El único argumento del fiscal en su contra fue que en el ADN de la escena del crimen apareció el linaje Macarrón. Como su padre Marcelo jugaba al momento del femicidio un torneo de golf en Uruguay, la sospecha (“leve”, como puntualizó Di Santo), recayó sobre su hijo.
No lo detuvieron, el propio fiscal consideró que no había pruebas suficientes. Sin embargo, su teoría era que Facundo mató a su madre y abusó de ella. No sólo eso: se llegó a buscar el móvil en una supuesta pelea entre madre e hijo por la elección sexual del joven. Algunas pericias giraron en torno a su vida privada, pese a que no tenían nada que ver con lo que se investigaba.
En 2012 fue sobreseído por el juez de Control de Río Cuarto, Daniel Muñoz.
Desahogo y dolor
“Mi imputación también tuvo una clara motivación desde el peor de los prejuicios que lamentablemente al día de hoy subsiste en algunos despachos de los tribunales: como un acto de homofobia, pensar que por mi sexualidad ‘había algo raro’. Si no era yo, era mi ambiente gay, con supuesta tendencia hacia el delito. Fácil de explicar en una sociedad que para ese entonces no era tan abierta o comprensiva como es hoy. Fue la opción más fácil: frente a una dudosa prueba genética que al principio no se había podido obtener y después se obtuvo como por arte de magia por un centro genético provincial de dudosa independencia, con medio ADN sin descubrir, fueron por el eslabón más débil: yo como hijo. Mi padre estaba probado que se encontraba en otro país con decenas de testigos, aunque después vinieron con la película de ciencia ficción del avión, y mi abuelo estaba con mi abuela y mi tía en su casa. Yo era el único que estaba durmiendo solo y a 220 kilómetros”, le dijo Facundo a Infobae.
“Más allá de destruir mi juventud, lo que hizo el fiscal Di Santo y el aparato judicial que lo respaldó fue intentar matarme socialmente. No les alcanzó con dejar impune el crimen de mi madre, quisieron matar a su hijo no solo por facilismo en resolver la causa sino por una marcada y explícita homofobia institucionalizada. Ahora está la acusación contra mi papá y la persecución que no terminamos de padecer como familia”.
De perejil a candidato político
La vida de Gastón Zárate dio un vuelco por el sólo hecho de estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Fue uno de los obreros que trabajó en la refacción de la mansión de la familia Macarrón Dalmasso.
En dos días pasó de ser el acusado de matar y violar a Nora Dalmasso a una especie de rockstar que fue llevado en andas por cientos de personas que celebraron su justa liberación.
Más de diez abogados pelearon por tener su caso, en la calle llegó a firmar autógrafos y en 2011 fue candidato político en Río Cuarto.
El 9 de febrero de 2007, Zárate y su abogado, Enrique Zabala, se presentaron a la Justicia. Estuvo un día detenido acusado de violar, matar a Nora y de robarle el celular.
“Se gestó una de las mayores movilizaciones populares en contra de la Justicia. Nacía el perejilazo. Me di cuenta que el fiscal no tenía redactado los hechos. Y la indagatoria es la lectura de la imputación y eso no estaba. No hubo pruebas y quedó desvinculado del caso porque no estaba su ADN. Lo insólito es que en esa habitación donde estuvieron más de veinte personas, Zárate y otros obreros tocaron las cosas para trabajar. Hasta los palos de golf y la cama. Y eso no saltó. Es decir, marca la ineficacia de la investigación”, dijo Zabala a Infobae.
“Gastón vivió todo como un actor de cine, no entiende bien lo que pasó”, dijo su madre.
Desconcertado y víctima de sus errores, el fiscal mantuvo dos imputaciones incompatibles. Acusó a Facundo y al albañil Zárate. Lo insólito es que en relación al hijo de Nora dedujo que había entrado en la casa con sus llaves (después de manejar bajo la lluvia 230 kilómetros desde Córdoba) y que había manoseado a su madre. Al llamado “perejil” del caso, lo acomodó a otra hipótesis: lo consideró un hombre obsesionado con su patrona. El móvil era el robo y cree que entró por la ventana con “andar felino”. A diferencia de Facundo, el fiscal interpretó que el obrero había violado a la víctima con acceso carnal. Lo insólito es que el crimen no pudo haber sido cometido por los dos. Era uno o el otro. Y no fue ninguno.
La débil acusación contra Zárate se sostuvo con un amigo que tenía un retraso mental. Ese joven denunció que fue presionado y amenazado por los policías para que mintiera. Por eso dijo que Zárate le contó que había matado a Dalmasso. La declaración, por su insanía, terminó por declararse nula.
¿Un invento para despistar?
Una de las hipótesis más alocadas, que se desvaneció por el peso de la mentira, fue impulsada por una trabajadora sexual de Río Cuarto. “Yo participaba en fiestas sexuales con Norita y su marido, y con políticos. La mataron porque sabía de sus negocios sucios”, dijo la mujer a un periodista. Cuando el fiscal la llamó a declarar, confesó entre lágrimas que había mentido. La imputaron por falso testimonio.
Las ollas sin comida
Una de las primeras versiones que surgieron en la fiscalía se asemejaba a una versión de Las 50 sombras de Grey, pero en versión cordobesa. Se dijo que Nora y su marido participaban en reuniones nocturnas con otros matrimonios en los que ponían las llaves de sus casas en una olla. Se mezclaban las llaves hasta que las iban sacando de a una. Ejemplo: una mujer sacaba una llave y debía irse con el dueño de esa llave. Más allá de que nada de eso fue cierto, tampoco aportaba nada a la pesquisa.
El policía “estrella” que cayó en desgracia
En el caso Dalmasso le gustaba jugar a detective estrella. No como los de las series actuales, sino al estilo Don Johnson, el protagonista de División Miami. Usaba camisas coloridas y lentes de sol. Hablaba de las técnicas del FBI y era tan enigmático como los crímenes que investigaba. Cuando mataron a Dalmasso, Rafael Sosa era jefe de la División Homicidios de Córdoba.
Entre sus pergaminos podía jactarse de haber sido uno de los policías que logró las detenciones del violador serial Marcelo Sajen (que al final se mató cuando se vio rodeado), del “Oso” Peralta, uno se los secuestradores de Axel Blumberg y de Martín “El porteño” Luzi, uno de los prófugos más buscados del país. Pero a Sosa le llegó el ocaso: está acusado de tener vínculos con una banda de narcos y secuestradores.
Su currículum se desmoronó cuando fue acusado de liberar la zona para un secuestro y otro caso relacionado al narcotráfico.
“Sosa era el policía estrella de Córdoba. Así llegó al caso Dalmasso, donde tampoco tuvo una participación limpia. Lo más grave fue que apuntó contra mi defendido sin tener ninguna prueba”, dijo Zabala.
En ese entonces, a través de una cámara oculta, Zabala demostró lo que se rumoreaba: el alojamiento de Sosa y de otros policías en el hotel Ópera de Río Cuarto había sido pagado por Daniel Lacase, primer abogado de Macarrón, que tenía vínculos con el fallecido ex gobernador cordobés José Manuel de la Sota. Cuando se supo ese escándalo, Sosa dejó el caso y lo mandaron a dar clases en una escuela policial. Hasta que fue acusado.
El sicario “experto” en estrangular
Pero la pista de la fiesta sexual con prostitutas no fue la más insólita. Hubo otra que llegó a ser investigada: una denuncia anónima afirmó que el asesino de Dalmasso había sido un sicario colombiano que viajó a Río Cuarto solo para estrangularla. Fue identificado como Hugo Armando Trujillo Ospina, acusado en 2006 de estrangular, en Perú, a la millonaria Miriam Fefer Salleres, que también fue hallada en su cuarto. “Ese hombre estuvo en Córdoba, pero no en el tiempo en que mataron a Nora. Esa línea fue descartada”, dijo Marcelo Brito, abogado de Marcelo Macarrón.
Mientras tanto, el viudo espera que esta historia termina de una vez por todas. “No hay una sola prueba, yo ni siquiera estuve en Río Cuarto ese día. Sólo un monstruo podría planificar un crimen así”, le dice a sus íntimos.
Cada uno de los protagonistas del caso tiene su propio sospechoso.
Pero no lo dicen.
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