“No vamos a parar hasta que nuestras hijas tengan el mismo derecho que nuestros hijos”, dije en el Congreso, en el 2018. Lo dije y lo escribí en el libro “La revolución de las hijas” y lo dejé como un tuit fijado que solo voy a levantar el día #QueSeaLey. Tener palabras y tener derechos es una de las mejores cosas que les podemos heredar a nuestras hijas.
Pero no son palabras, ni libros, ni tuits: es el sentimiento de una vida parida para cuidar a las que vienen y cuidarlas para que sean más libres y parirlas para quererlas y no encarcelarlas. El castigo sobre las mujeres no es por qué eligen hacer, sino por todo lo que hacen.
La penalización del aborto recae sobre todas porque la raíz no es defender la vida sino castigar a quienes tienen la posibilidad de gestar. Casi todas las que perdimos un embarazo buscado y pasamos por lo que se llama un aborto espontáneo sabemos que el maltrato y el prejuicio contra nosotros enluta el dolor con más dolor.
Yo la pasé tan mal, terminé sola sangrando en mi casa, con el dolor de la pérdida y un legrado innecesario en un quirófano, desorientada y dolida que lo escribí, hace ya quince años, en el diario donde trabajaba y el Hospital Italiano escuchó y cambió su forma de atención a quienes queríamos ser madres y éramos tratadas como las sospechosas de siempre. Porque todas podemos querer cosas diferentes, pero ninguna debe ser maltratada.
La economista Delfina Rossi escribió el 9 de diciembre en Twitter: “Estaba embarazada de diez semanas y el desarrollo del embrión se detuvo. Creemos que por causas genéticas, como pasa en el 20% de los casos”. Su obstetra le recomendó Misoprostol, pero la clandestinidad viene con el IVA del desprecio y el encarecimiento. “En una farmacia me miraron mal y me dijeron que no vendían ‘esos’ medicamentos. Conseguí en otra. No puede costar $2500 o más con obra social”.
El ministro de Defensa Agustín Rossi reforzó sobre el relato de su hija: “Como dice Delfina Rossi, lo personal es político” y selló la frase con el emoji de un corazón rojo. El 13 de junio del 2018 Rossi era diputado y dijo en su discurso durante el tratamiento de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo: “Quiero que mis hijas, si se tienen que hacer un aborto, lo puedan hacer en un lugar sano y seguro, igual que sus hijas”.
La revolución de las hijas es escuchar a las que hablan en la mesa, no en nombre propio, sino en nombre de muchas. Federica Mera Colombo tiene 23 años, es militante peronista y feminista. Y es la hija de Dalmacio Mera, senador nacional por Catamarca (que votó por el no a la Ley de Interrupción del Embarazo en 2018) allí donde María Soledad fue asesinada y la forma de defensa fue el silencio. Porque no había otra herramienta.
Ahora ya no hay silencio sino palabras. Y no hay hijos del poder, sino hijas de la democracia. Federica Mera apunta: “Este proyecto que se gestó en las calles y que presentó el Poder Ejecutivo es por esos rincones de acuartelamientos entre el recreo y matemática donde hablábamos, a veces con mucha confusión por la falta de educación sexual, sobre nuestro deseo, lo que nos ponía incómodas y nuestros miedos”.
Ella subraya sobre la importancia del aborto legal: “Es el gran paso que se necesita para ese campo de sentido que los feminismos vienen construyendo hace años. Nosotras las hijas recogemos el guante que nos dejaron tantas compañeras que le pusieron el cuerpo a la lucha, vemos como muchas de nuestras abuelas, madres, las tías... sanan con nuestra revolución”. Y apunta: “No puedo y no podemos como peronistas no ser sororas hoy, no ser rebeldemente feministas”.
Juan Manuel Valdés es legislador porteño del Frente de Todos. Su papá es el diputado Eduardo Valdés y ex Embajador ante el Vaticano. Hoy le escribió una carta frente a la votación de la Ley de Interrupción del Embarazo: “Siempre me enseñaste a ser solidario con el prójimo. A sentir como propio el dolor ajeno. Desde ahí me hiciste peronista y desde tus acciones aprendí que incluso estabas dispuesto a transgredir los dogmas con los que te criaste para ser fiel a tus valores. Así fue cuando armaste el primer festival de concientización sobre el sida de la historia argentina, impulsando la ley de trasplantes de órganos, siendo el único legislador del PJ en votar a favor de la Unión Civil para personas del mismo sexo en el año 2000, cuando el clero la rechazaba. También recuerdo cuando asumiste la defensa de Gabriel, ese pibe abusado por Grassi”.
No es fácil aprender para los que están acostumbrados a enseñar, pero sus hijos toman la posta: “Sé que cuando decís que no pudiste “deconstruirte”, lo hacés con la honestidad que te caracteriza. Que para tu generación hay debates en los que te sentís ajeno. Pero quiero que sepas que la discusión sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo no es sobre generaciones o modas. Ni siquiera es una discusión sobre tus convicciones personales, es sobre la justicia social. Nadie va a obligarte a que apoyes el aborto. Nadie siquiera debe sentir agrado con esa situación traumática. Mucho menos será obligatorio que las personas que no lo deseen interrumpan su gestación. Pero sí se trata de acompañar, dignificar la vida de quienes por diversas razones las llevan a tener que asumir esa decisión”.
El legislador porteño prosigue en su carta al padre: “Poner en riesgo la salud y también vivir con el estigma de la clandestinidad es una situación que nadie merece. Mucho menos ser llamada criminal. Incluso desde la fe que aprendí de vos, siempre creí que Jesús vino a ser uno más de nosotros, asumiendo en su propio cuerpo nuestros dolores y flagelos, no para castigarnos ni disciplinarnos”.
Y el 2020 no es un año en el que el aborto no es urgente, sino que lo hace más urgente que nunca. Así lo explica Valdés hijo: “En esta pandemia aprendimos el valor de la salud pública para prevenir e igualar posiciones en nuestra sociedad. Que haya ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda es una inmoralidad que no podemos consentir”. Y remata con la recomendación para la hora de votar: “Pensá en tus futuras posibles nietas”.
A partir de la repercusión de la carta Valdés me cuenta que leyó La revolución de las hijas y que se siente parte de ese fenómeno. “Siento que lo mío se inscribe en una situación donde, más allá de la formación, los valores y la fe, es necesario dar este gran paso que le dé protagonismo a las mujeres sobre sus decisiones”.
¿Cómo escribió una carta al padre en una cultura en la que estamos acostumbrados a las cartas al hijo? “Me salió de las tripas escribir lo que escribí”, dice a Infobae. Y al decir se relata una escena multiplicada: las discusiones familiares en donde hijas e hijos hacen que sus padres escuchen, cambien de opinión y aprendan no son el final de la familia, sino su mayor defensa: la unión familiar ya no es a partir del silencio, sino de la democracia en donde los varones ya no se sientan y las mujeres sirven, sino que los aplausos y los derechos son compartidos, interpelados y recíprocos.
“Yo combato el machismo, no le gané”, le digo a mi hija, cada vez que me preocupo porque llueve y ella no se puede tomar un taxi de la calle (porque me da miedo) y le pido que espere en un bar para que la busquen y ella pide un sándwich, pero se lo llevan al señor que llegó después pero se comió el último que quedaba. Ella vuelve enojada por la injusticia y yo miro por la ventana mientras espero que llegue.
Cuando llego le digo nuestro chiste:
- Hija descubriendo el patriarcado.
Ella se ríe y bufa. ¿Por qué alguien sería más escuchado que ella, mejor atendido y priorizado? Por suerte hay cosas que no le parecen naturales. Porque no fue simple darle las mismas oportunidades, sino que –como cualquier construcción de igualdad- fue un esfuerzo más, no hacer lo que sale sino construir algo distinto para que ella pueda salir mejor.
En nombre de la maternidad quieren quitarles derechos a nuestras hijas y en la piel de la maternidad sabemos de la diferencia de criarlas. Cuidamos a nuestros hijos y los amamos ante cada paso, los guiamos en los peligros y les enseñamos a crecer sin miedos. Pero zozobramos con nuestras hijas. Cada gota resbala distinta. Cada puerta que se abre o se cierra devela otros temores. Cada vuelo o vela de cumpleaños implica otros desafíos.
Las que no solo damos vida sino que la acompañamos la sabemos. Por eso mismo queremos darles la mejor vida, en la que puedan decidir y en la que no la puedan perder. No queremos que tengan que sufrir, temblar o temer por tener sexo. Las queremos bien. Y eso también es político.
Que no sean sus compañeras de colegio las que tengan que poner plata para ir a hacerse un aborto a los 16. Que no tengan que dar su regalo de Navidad para que una amiga pueda frenar al novio que en un recital la empieza a morder. Que no piensen en el infierno si la menstruación se retrasa y dejó a un amor de verano en una playa que ya no tiene remitente. Que no pierdan un embarazo con todo el amor del amor deseado y la manden a su casa a sangrar sin decirle qué le puede pasar. Que no le hagan una operación innecesaria en un hospital privado por no acompañarla como ya se sabe que hay que acompañar. Que no la castiguen por ser mujer.
Que su mamá no le diga que si tiene sexo se puede morir porque le corre un tipo de sangre por las venas que en la clandestinidad no conocen y la puede dejar desangrada en un cuarto NN. Que su abuela no le dé plata a su prima para que haga lo que todos saben pero nadie dice. Que su tía no vaya con su abuela y su hermano la mire mal cuando vuelve de resolver lo que todos hacen pero nadie quiere resolver desde el Estado. Que en el trabajo no le digan cuando se quede embarazada que se le acabó el contrato. Que no la castiguen por ser mujer. Que no la castiguen.
Que no pase por lo que pasamos.
Que no pase por lo que pasé.
Que tenga una vida mejor.
Que le cumplamos.
Que sea ley.
No se van a terminar los miedos con el aborto legal, no señor. Pero no van a ser más avalados desde el Estado. No les vamos a decir que si hacen lo mismo que sus hermanos ellos la van a pasar bien y ellas la pueden terminar pasando muy mal. No vamos a dejarlas arrinconadas en el miedo, en el silencio, en la indiferencia y en la clandestinidad.
Hay cosas que no podemos evitar, pero vamos a evitar lo que sí podemos. Vamos a evitar las muertes evitables. Y vamos a evitar los miedos esquivables. La maternidad es eso: evitar lo evitable y dar toda la protección que está al alcance. Se lo debemos, se lo prometimos, se lo merecen: un mundo en donde no sean menos ni estén destinadas a pasarla peor.
La revolución de las hijas es un fenómeno palpable. La pica de las madres e hijas que recrea la tele, las revistas y el psicoanálisis tiene la furia escondida de las que buscan que sus hijas paguen por sus frustraciones y la revolución de las madres busca, en cambio, que las hijas no paguen por los dolores que no les corresponden.
La revolución del feminismo es que la maternidad será deseada o no será. Pero también que el deseo es para que todas las más chicas vivan un mundo mejor que el de las más grandes. Se trata de una generación generosa con las que vienen y de una generación recíproca con las que vinieron.
No idealizamos la maternidad, pero si algo amamos de ese estado de protección que nos cambia la vida es querer que tengan una vida mejor a la que tuvimos y que lo que venga sea mejor que lo que fue.
Sé que esta noche o mañana a la mañana voy a sentir que “le cumplí” (como dicen en mis amadas telenovelas colombianas que vi noche tras noche de cuarentena con mi hija) a mi hija y a todas, a las hijas que acunamos en una maternidad colectiva, protectora, responsable y generosa.
Se lo digo a cada una de las que tiene nombre aunque dejé su identidad en el aire para preservarlas. A las que nadie acompañó cuando fueron madres y dejaron su adolescencia de lado para dar la teta y caminar como se camina en la maternidad como de a saltos para dormir a quien nunca quiere bajar de los brazos.
Porque los pañuelos verdes vienen de los blancos y los blancos de los pañales y así nacemos, de las historias, y las convertimos en futuro. Para acompañar en los deseos y que sepan que estamos cuando tienen pesadillas. Pero que la clandestinidad no les nuble más los sueños.
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