La historia del peluquero que entrenaba un club de la D, uno de los últimos muertos por coronavirus

Ya son más de 40 mil los fallecidos por COVID-19 en la Argentina. Rolando Ponce, oriundo de Cañuelas, de 84 años, fue uno de los que llevaron la triste nómina a esa cantidad en las últimas horas. Su historia, el recuerdo del primer muerto en el lejano 7 de marzo y el doloroso adiós a las 379 víctimas que la pandemia se cobró entre el personal de Salud

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Rolando Ponce frente a su peluquería
Rolando Ponce frente a su peluquería

La aprobación de varias vacunas, el fin del aislamiento, las vacaciones a la vuelta de la esquina, los bares y restaurantes abiertos, el creciente “olvido” del barbijo y las medidas de distanciamiento, las estadísticas que día tras día -al menos en la Argentina- alejan de a poco el hierro candente de coronavirus. Todo pasa, es cierto. Hasta las pandemias. Pero la primera frase de Marcelo Ponce -el hijo de Rolando, muerto por COVID-19 el 7 de diciembre, ayer nomás- cae como un mazazo doloroso y oportuno: “Cuando te toca de cerca, te das cuenta que esto no pasó nada…”

Rolando tenía 84 años. En un momento en que los muertos de coronavirus ya no parecen ocupar el centro de la atención mediática, su nombre está grabado en uno de los últimos ladrillos que se agregaron al ominoso muro del coronavirus. Una pared construida con más de 40 mil nombres en nuestro país, el décimo a nivel mundial en número de muertos cada 100 mil habitantes según las estadísticas de la Universidad John Hopkins.

En Cañuelas, donde vivía, Ponce era una institución. No sólo porque durante 58 años estuvo al frente de la peluquería “Rolando” y le cortó el pelo a cinco generaciones de vecinos, sino porque fue jugador, técnico y dirigente del Cañuelas Fútbol Club. Y con un palmarés envidiable: con él en el banco de los suplentes el Tambero se consagró nueve veces en la liga local, y cuando comenzó a disputar los torneos de la AFA, fue el primer entrenador que tuvo. El homenaje lo tuvo en vida: desde el 10 de abril de 2010, la tribuna local lleva su nombre.

Ponce, con la bandera del Cañuelas Fútbol Club, al que le dedicó su vida
Ponce, con la bandera del Cañuelas Fútbol Club, al que le dedicó su vida

“Mi papá nació el 25 de julio de 1936. Mi abuelo, Benigno, tenía su tambo a 15 kilómetros de la ciudad. Para hacer cualquier cosa, como venir a estudiar al pueblo, necesitaba un carro. Como mi bisabuela vivía en Capital Federal, el padre lo dejó allá mientras hiciera la escuela primaria -recuerda Marcelo-. Cuando volvió, o seguía en el tambo o se quedaba acá y buscaba un oficio. Así empezó con la peluquería, y no dejó nunca”.

Al mismo tiempo se empezó a relacionar con el club de toda su vida. Jugó al básquet y después al fútbol. Allí también iba a los bailes con María Luisa Ferguson, su esposa, que falleció el año pasado. Juntos tuvieron cuatro hijos, 11 nietos y 7 bisnietos. La peluquería, al fin y al cabo -sostiene su hijo-, se convirtió en una especie de subsede del club.

Hace dos años, Rolando (o “Roland”, como lo llamaban cariñosamente), colgó las tijeras. “Comenzó con demencia senil -cuenta Marcelo-. Nos dijeron que era el paso previo del Alzheimer, pero el COVID le allanó el camino. Comenzó olvidándose las cosas. Estaba internado en un hogar, pero siempre lo íbamos a buscar para almorzar en el club, o para llevarlo a la cancha. Capaz que él no recordaba que la semana anterior lo habíamos traído a casa, pero si le preguntabas por la formación de Cañuelas del ’67 te la decía”.

Rolando con hijos, nietos y bisnietos en Cañuelas
Rolando con hijos, nietos y bisnietos en Cañuelas

Unas semanas atrás, desde el hogar se comunicaron con la familia para decirles que un par de abuelas se habían contagiado. Hisoparon a todos y Rolando dio positivo. “Estuvo cuatro o cinco días en el hogar hasta que empezó con fiebre. Lo llevaron al hospital y le detectaron neumonía bilateral. Quedó internado en el hospital Cuenca Alta. Lo dejaron en terapia intensiva por unos diez días y falleció. Si todo iba bien, nos habían dicho que hoy le iban a dar el alta”, concluye Marcelo.

Con un bello mensaje, desde el club de su alma lo despidieron: “”Las instalaciones de los clubes parecen fuertes e inconmovibles hasta que se mueren personas como Rolando Ponce. Hoy a la una y cuarenta y cinco, cuando un ángel albirrojo lo tomó de la mano para llevarlo a bailar con su amada María Luisa, los cimientos se conmovieron y la inmensidad vacía sollozó como sólo se llora cuando se despide a un amigo”.

Ponce fue, dijimos, uno de los últimos en la triste lista que inauguró, el 7 de marzo, exactamente nueve meses atrás que él, Guillermo Abel Gómez. Su historia se conoció después: era un recolector de basura y militante peronista que durante la década del ’70 tuvo actuación en las villas de emergencia junto a Nelly, su pareja. Ella había sido secuestrada y liberada en la dictadura. Cuando pudieron, se escaparon a Europa. Regresó junto con la democracia. Parte de su familia permaneció en Francia. En el verano viajó a París para visitar a una de sus hijas. De vuelta el 25 de febrero, enseguida comenzó con síntomas. Con fiebre y dolor de garganta, demoró la consulta médica. Era diabético, hipertenso y tenía insuficiencia renal. Cuando la situación empeoró, un amigo llamó a una ambulancia. Ante la demora, lo llevó él mismo al hospital Argerich. Allí murió. La prueba de PCR se la hicieron después, con la autopsia.

Guillermo Abel Gómez, el primer fallecido por Coronavirus el 7 de marzo de 2020
Guillermo Abel Gómez, el primer fallecido por Coronavirus el 7 de marzo de 2020

Eran tiempos en que los casos de COVID-19 llegaban desde Europa. Hasta el 11 de marzo, todos fueron importados. Recién el 12 de ese mes se produjeron los primeros positivos por contactos estrechos. Fue una carrera que los casos locales pronto pasaría a ganar: el 14 de abril ya eran más los producidos por esta segunda categorización. Y dos meses más tarde, el 16 de junio, los casos por circulación comunitaria pasaron al frente.

El segundo argentino que falleció por coronavirus no lo hizo en nuestro país, sino en Madrid. El saxofonista Marcelo Peralta murió el 10 de marzo a los 59 años. Tres días más tarde, César Cotichelli, un hombre que había regresado de unas vacaciones por Egipto, Turquía y Alemania, moría en la ciudad de Resistencia, Chaco. La contagiosidad iba en aumento. Y el caso emblemático, por entonces, fue el del joven Eric Luciano Torales. Recién llegado desde los Estados Unidos, en vez de cumplir con los 14 días de aislamiento que se recomendaban por entonces, prefirió ir a bailar a la fiesta de 15 de su prima, en Moreno. Infectó a 15 personas, entre ellas a su abuelo, Luis María Suárez, que murió el 1° de abril.

Desde entonces, hasta llegar a la cifra de mil muertes hubo que esperar hasta el 21 de junio. Por esos días, Argentina podía sacar pecho a nivel mundial. Realmente otros países la pasaban mucho peor. Sin embargo, la estadística se ensombreció en los meses siguientes. Un anticipo de lo que vendría fue la comprobación de las tumbas para fallecidos por COVID que excavaban en los cementerios de Chacarita y Flores. La escalada de fallecimientos comenzó a calentarse a partir de agosto. El 7 de septiembre se llegó a los 10 mil. Menos de un mes más tarde, la cifra se había duplicado: el 1° de octubre se superaron los 20 mil. El 28 de ese mismo mes se alcanzaron los 30 mil muertos. Desde entonces hasta hoy pasaron 40 días.

Liliana del Carmen Ruiz, muerta por COVID-19 en La Rioja. Fue la primera del personal de salud en sucumbir al coronavirus.
Liliana del Carmen Ruiz, muerta por COVID-19 en La Rioja. Fue la primera del personal de salud en sucumbir al coronavirus.

Esa avalancha de fallecidos -30 mil en tres meses exactos- no fue gratis para quienes combatían al Coronavirus. La ya lejana primera muerte en el personal de salud sucedió en La Rioja. Liliana del Carmen Ruiz tenía 52 años y había tenido una vida muy dura. Hija de un panadero y una empleada doméstica, el juguete de su infancia había sido una muñeca de trapo. Apenas a los 12 años había muerto su madre, de cáncer. Pudo superar esos obstáculos y un cáncer de útero que le diagnosticaron a los 20 años, mientras estudiaba medicina en Córdoba. No obstante, terminó la carrera y regresó con el título a La Rioja. Cuando se contagió de COVID-19 trabajaba en dos establecimientos de salud. La internaron en la Clínica Mercado Luna el 20 de marzo. Nueve días después tuvieron el resultado del hisopado. Murió dos días después.

Según el último reporte desglosado por el Ministerio de Salud, fechado el 3 de diciembre, los muertos en el sector de Salud son 379, el 0,96% de los fallecidos por COVID-19. Del total, 202 (el 53,3%) eran menores de 60 años. Y el 62,3% de los mismos, varones.

Entre los menores de 60 años, 89 tenían algún factor de riesgo, el 61,8%. Quienes superaban esa edad tenían un factor de riesgo 86, el 60,6%. El total de contagiados entre el personal de salud asciende a 62.574 personas, el 4,3% del total de casos.

El gobierno nacional prometió que en el mes de enero comenzará la vacunación contra el COVID-19 en nuestro país. Para quienes han perdido un ser querido no habrá consuelo. El número (40 mil) es desgarrador. La pandemia dejó su larga sombra. Y el contador de sus víctimas sigue sumando.

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