La imagen auténtica de la Virgen de Luján no es la que, en general, se conoce y venera, vestida con los colores azul y blanco, con las potencias doradas. Seguramente, si les mostraran a los devotos la pequeña imagen de arcilla cocida, cubierta con un sencillo manto pintado de celeste y rojo, no la reconocerían. Así como ha ocurrido con otras devociones importadas, entre ellas con la de San Cayetano, también los argentinos le imprimieron a la imagen de la Virgen de Luján un estilo “criollo”, propio. Y si se convocara a una celebración en Zelaya, una localidad rural del partido de Pilar, a unos 60 km de la Capital Federal, la mayoría no entendería el motivo. Sin embargo, en ese lugar desconocido y difícil de encontrar tuvo su origen la veneración más grande de la Argentina.
Ese descampado lleno de pozos, que no invita a proseguir el camino, es un verdadero oasis de paz. Si bien no forma parte de las rutas turísticas y religiosas, tal como indica su nombre, es “El Lugar del Milagro”. Ha llegado el 8 de diciembre, fecha en la que, por un decreto de 1854 del Papa Pío IX, los católicos conmemoran la Inmaculada Concepción de María y tradicionalmente se arma el arbolito de Navidad. Resulta entonces oportuno echar luz sobre el sitio donde se originó el culto a la Patrona de la Argentina.
El padre Federico Bulbridge, director del Instituto Fátima, nos recibió en El Lugar del Milagro y develó para Infobae por qué la Virgen decidió permanecer allí, donde comenzó la historia: “Esta propiedad es una pequeña parte de lo que era un campo mucho más grande, que iba hacia el río Luján. Dentro de este campo había una casa de barro, donde paró la caravana de carretas en 1630”.
Todo empieza con dos misteriosas cajas
En pleno siglo XVII, el estanciero portugués Antonio Farías de Saá, que se encontraba en la actual provincia de Santiago del Estero, le envió una nota a un coterráneo para encargarle una imagen de la Inmaculada Concepción: quería colocarla en una capilla que estaba fabricando. Tras recibir la carta, el capitán de navío Andrea Juan pensó en remitir a su amigo dos imágenes para que eligiera a su gusto. Por ello, mandó a hacer dos estatuitas de barro cocido de la Virgen, de 38 centímetros. Teniendo en cuenta que eran frágiles y para asegurar que llegaran bien, las embaló cuidadosamente por separado y luego las colocó en sendos cajones de madera.
Entre el contingente que transportaba en marzo de 1630 las dos estatuitas desde Brasil, se encontraba el esclavo Manuel Costa de los Ríos, un africano traído como mano de obra. Ya en Buenos Aires, el capitán Andrea Juan decidió emprender el viaje hacia el norte para entregarle personalmente las imágenes a Farías de Saá. Luego de tres días de viaje, los hombres decidieron descansar en un paraje de Zelaya, a cinco leguas de la actual ciudad de Luján, y pasaron la noche en la estancia de don Rosendo de Trigueros. Al día siguiente, cuando el grupo liderado por Andrea Juan decidió proseguir el viaje, los bueyes no pudieron avanzar. Tal como relató con entusiasmo el padre Bulbridge, “el carretón no se movía de las inmediaciones del río Luján y los vecinos ofrecieron otros bueyes para solucionar el problema, pensando que el inconveniente era por el sinuoso camino”.
Al ver que la carreta no arrancaba de ninguna forma, el “Negro” Manuel propuso reacomodar los cajones. Bajó una de las imágenes de tez trigueña, la que tenía un vestido pintado de rojo y un manto azul con estrellas blancas y cuello dorado. Sin que mediara ninguna orden, los bueyes comenzaron a marchar. “Es un milagro”, dijeron los presentes. Manuel interpretó este hecho como una señal de la Virgen: la imagen debía permanecer allí. En consecuencia, decidieron que la estatuita quedara en la estancia de don Rosendo de Trigueros, mientras que el otro cajón con la otra Virgen siguió viaje hacia Santiago del Estero.
Como a partir de ese momento los vecinos comenzaron a venerar a la Virgen en ese lugar, Manuel fue el encargado de construir una pequeña capilla de adobe y paja, cuya réplica se observa en el predio de Zelaya. Por cuarenta años los lugareños visitaron a la Virgen en la precaria Capilla del Milagro, en la que el “Negro” Manuel permanecía día y noche. “Yo soy de la Virgen nomás”, repetía.
Con el tiempo, una dama de la zona, la señora Ana de Matos, compró la capilla con la Virgen. Mientras se construía otra más amplia, la imagen de barro permaneció en un oratorio, al que cada vez se acercaban más devotos. El traslado de la Virgen a la capilla de doña Ana fue intrincado: cada vez que la llevaban, la imagen desaparecía y volvía a aparecer en la Capilla del Milagro, donde se encontraba el esclavo Manuel. Fueron tantos los intentos fallidos, que pensaron que él era el responsable de la desaparición y lo estacaron en el piso. Pero, a pesar de ello, la imagen seguía regresando a la primera capilla. Entonces, como última medida, la señora Matos tomó la decisión de comprar al “Negro” Manuel. Desde ese momento, la Virgen no desapareció más.
La tradición cuenta además que Manuel notaba la ausencia de la imagen por la noche y que la encontraba a la mañana siguiente, cubierta algunas veces con rocío, otras con polvo y barro, o con abrojos y cadillos en su manto y vestido. El sacerdote Felipe José Maqueda dice en su adaptación de la historia de la devoción a Nuestra Señora de Luján, publicada en 1812, que Manuel le hablaba así a la Virgen: “Señora mía, ¿qué necesidad tenéis Vos de salir de casa para remediar cualquiera necesidad siendo tan poderosa? ¿Como Vos sois tan amiga de los pecadores, que salís en busca de ellos, cuando véis que os tratan tan mal?”. A raíz de su participación en estos sucesos, la Congregación para las Causas de los Santos, en la causa de beatificación iniciada en la Arquidiócesis de Mercedes-Luján, reconoció a Manuel Costas de los Ríos, más conocido como el “Negro” Manuel, como Siervo de Dios.
La vertiente de agua milagrosa
¿Qué fue de la otra imagen de la Virgen enviada por el capitán de navío Andrea Juan? Cumplió su cometido: llegó a Sumampa tal cual como había pedido el estanciero Farías de Saá. Esta imagen, que se diferencia de la de Luján en que la Virgen carga en sus brazos al Niño Jesús, fue declarada la patrona de Santiago del Estero. También es patrona de los transportistas, en alusión al largo viaje que recorrió desde Brasil hasta la localidad de Sumampa en distintos medios de transporte marítimo y terrestre, y hasta a lomo de mula.
La Virgen de Luján, que antes de ser consagrada como Nuestra Señora de Luján era para todos la Virgen Estanciera o la Patroncita Morena, tuvo muchos años después otra capilla. En 1970, fray Gabriel Marullo, un sacerdote italiano, construyó con la ayuda de los vecinos de la localidad de Zelaya una capilla muy sencilla, con el techo de chapa. Allí se encuentra una vertiente de agua a la que los devotos atribuyen propiedades milagrosas; gracias a una bomba, la recolectan en botellas recicladas. Esta capilla está enmarcada por muchas imágenes Marianas, una importante imagen del “Negro” Manuel y bancos para que descansen los peregrinos. Durante el día, hay voluntarios que reciben a los pocos visitantes que se acercan, les ofrecen “agua milagrosa” para beber y sanar el cuerpo, mientras relatan la antigua historia a los interesados.
A unos cien metros, dentro del extenso predio, se encuentra una reconstrucción de la capilla de adobe y paja donde hace casi 400 años sucedió el milagro. Cerca de ella, hay una réplica de la carreta del siglo XVII en la que se trasladaron los dos cajones con las dos imágenes. En otro sector, se erigió una ermita dedicada a la Virgen, la melliza de Sumampa.
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