La increíble historia del ayudante de Trotsky: fue espía inglés, vivió clandestino en la Argentina y estuvo preso por Eva Perón

Se llamaba Raymond Molinier, era francés y fue uno de los hombres clave de Leon Trotsky en su exilio europeo. Durante la Segunda Guerra Mundial se convirtió en espía inglés y tomó la identidad de Leon Droeven. Cumplió misiones en nuestro país y una estafa a Eva Perón le valió la cárcel

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Natalia y León Trotsky, Molinier
Natalia y León Trotsky, Molinier y otro miembro del entorno del líder comunista en Turquía

Corría 1942 y en Europa el avance de las fuerzas del Eje parecía imparable cuando llegó a Buenos Aires, proveniente de Brasil, un hombre de porte elegante, bigote cuidado y gruesos anteojos.

Los papeles que presentó ante las autoridades de Migraciones de la Argentina decían que se llamaba Leon Lambert Droeven -hijo de Leon Droeven y Josephine Stouve -, belga de 38 años, con pasaporte N°28597 expedido por la embajada de Bélgica en Londres, de profesión ingeniero. Declaró que llegaba contratado por la empresa canadiense Wood-Ville Chalets para dirigir la construcción de sus por entonces famosos chalets en Bariloche.

Todo parecía en orden, pero los documentos eran impecablemente falsos. El elegante ingeniero belga era en realidad un revolucionario francés enrolado en la Cuarta Internacional llamado Raymond Molinier, antiguo custodio y jefe de operaciones de León Trotsky.

Pasaría más de medio siglo hasta que saliera a la luz su verdadera identidad.

Molinier llegó a la Argentina con dos misiones precisas. Una le había sido encargada por los servicios de inteligencia ingleses: descubrir contactos nazis en la Argentina; la otra se la había fijado él mismo frente a sus camaradas de la Cuarta Internacional: promover la revolución socialista en estas tierras.

-El contrato para construir casas era una fachada que los servicios de inteligencia ingleses habían acordado con la empresa. Esa pantalla también le servía para cubrirse de la persecución estalinista; conocía a los agentes dobles y la KGB lo buscaba. El acuerdo que había hecho con los ingleses eran que hasta que no descubriese los contactos de los nazis en el país y los denunciase no podía hacer contacto con la Cuarta Internacional – le cuenta a Infobae Juana Droeven, hija de Molinier.

Juana, que conserva el apellido falso con que su padre vivió siempre en la Argentina, acaba de escribir una novela, La nieta de Trotsky, en la que relata parte de esa historia con recursos de ficción pero utilizando datos verdaderos y comprobables.

Molinier con Trotsky en Turquía
Molinier con Trotsky en Turquía

El joven Molinier

Raymond Molinier nació en Paris, más precisamente en Le Marais, un barrio pobre de inmigrantes polacos, rusos y árabes. Era el hijo menor de una familia humilde, de padre obrera y madre costurera.

Su primer contacto con Leon Trotsky ocurrió en 1916, cuando Molinier tenía apenas 12 años. El revolucionario ruso asumía la dirección del diario Nashe Slovo, desde donde se denunciaba a la Primera Guerra Mundial como “guerra imperialista” entre los exiliados rusos.

Raymond estaba allí con su hermano mayor, Henri, cuando la policía irrumpió en el local, interrumpió el acto y detuvo a Trotsky para expulsarlo de Francia. El primer acto de militancia revolucionaria de Raymond fue distribuir por las calles los volantes que denunciaban esa expulsión.

Para 1921, con solo 17 años, ya era un militante comunista muy activo, que conocía los textos de Marx, Lenin y Trotsky. Por esos años se ganó la vida como empleado de una empresa farmacéutica, electricista y conductor de taxis. Al mismo tiempo, intentaba difundir las ideas de Marx fundamentalmente entre los círculos del activismo católico. De eso trata el primer texto de su autoría del que se tiene registro: ¿Puede un católico ser revolucionario?

Del lado de Trotsky

Cuando en 1927 el Partido Comunista de la Unión soviética expulsó a Trotsky de sus filas, Raymond Molinier no dudó qué partido tomar. Fue uno de los primeros militantes europeos en visitar a Trotsky en su exilio de la isla turca de Prinkipo, en febrero de 1929.

Allí se ganó rápidamente su confianza al solucionar sus problemas de alojamiento, consiguiéndole el alquilar de una villa. “Es uno de los hombres más serviciales, prácticos y enérgicos que se pueda imaginar”, lo describió Trotsky en una carta de esa época.

En poco tiempo se transformó en el jefe de operaciones del líder comunista en el exilio. Conseguía documentos para los viajes de sus emisarios y dinero en efectivo. Para esto último no reparaba en los métodos, podía organizar robos o chantajear.

Trotsky estaba encantado con él, al punto de acuñar un adjetivo para su manera de solucionar los problemas: “molinieresco”.

Pero Molinier no pasaba todo el tiempo en la isla sino que viajaba periódicamente a Francia, donde primero lideró una fracción trotskista dentro del Partido Comunista, hasta ser expulsado, y luego dirigió la recién creada Liga Comunista durante un breve período, hasta que fue desplazado a pesar de contar con el apoyo de Trotsky.

Entre 1930 y 1934 realizó por encargo de Trotsky misiones en Grecia, Hungría, Bélgica, España y Austria. También fue uno de los organizadores del viaje del líder exiliado a Copenhague, Dinamarca, en 1932, cuando intentó unir a toda la oposición europea al sTalinismo..

Desconfianza y distanciamiento

En los años siguientes, participó de varios intentos de organización de la internacional trotskista en diferentes países europeos. En las discusiones y divisiones casi siempre quedaba del lado de la fracción derrotada. Se lo empezó a ver como un elemento disociador y conflictivo, incluso dentro del continuo proceso de fragmentación que desde un comienzo fue la marca indeleble del trotskismo.

Eso, sumado al carácter difícil del revolucionario francés, hizo que Trostky comenzara a desconfiar de él. “Siempre valoré su energía, su dedicación a la causa, factores que frecuentemente se confunden en su personalidad. Más de una vez le defendí frente a las críticas exageradas, con la esperanza de que el crecimiento de la organización neutralizaría sus defectos y le permitiría desarrollar su talento. Desgraciadamente, sucedió lo contrario. R. Molinier introdujo sus hábitos de comerciante, su intolerable grosería y su falta de escrúpulos en las filas de la organización revolucionaria”, llegó a escribir en una carta.

Sus caminos se separaron, aunque queda una carta que testimonia un intento de reconciliarse poco antes de la muerte de Trotsky.

La Commune, el órgano de
La Commune, el órgano de difusión del trotskysmo en Francia

Operación en Bélgica

En 1936, gracias a las gestiones del pintor Diego Rivera, Leon Trotsky obtuvo que el presidente Lázaro Cárdenas le concediera asilo político en México. Ya ningún país europeo le daba refugio. Ese exilio, sin embargo, no le salvó la vida: murió asesinado el 21 de agosto de 1940 por un agente soviético que, bajo la falsa identidad de un español llamado Ramón Mercader, logró infiltrarse en su círculo más íntimo.

Mientras tanto, Molinier viajó por diferentes países europeos hasta recalar en Londres, desde donde, luego de la invasión alemana a Bélgica, preparó un plan para rescatar a varios militantes del Partido Comunista Internacionalista que habían quedado atrapados en la Bruselas ocupada.

Juana Droeven recuerda el relato que su padre le hizo de esa misión:

-La anécdota de ese episodio de conseguir los documentos que me contó mi padre, es así, como la recuerdo en sus propias palabras: “El problema más peligroso era el de los documentos de identidad para poder salir del territorio belga. Necesitábamos una decena de documentos nuevos y pasaportes. Me instalé en el hotel más lujoso y cómodo de Bruselas y puse un anuncio en el diario, presentándome como director de una empresa en busca de colaboradores, cuadros superiores belgas y alemanes: ‘Se ruega presentarse en el hotel indicado, munido de documentos de identidad’, decía el aviso. Se presentaron muchos y a cada uno le pedía que me dejara sus papeles durante un día para verificación. Nos fuimos del hotel y con esos documentos pudimos sacar a los refugiados. Fue un escándalo, pero yo logré volver a Londres”.

De Raymond Molinier a Leon Droeven

Esa misión en Bruselas fue también el primer paso para que poco tiempo después, el revolucionario francés Raymond Molinier se esfumara de la faz de la Tierra, al tiempo que el belga Leon Droeven empezaba una nueva vida.

-En Bruselas, mi padre estuvo escondido en la casa de León Droeven, un militante, dirigente del sindicato de conductores de taxis. Droeven le cedió su documentación para que pudiera salir del país – relata su hija Juana a Infobae.

Molinier regresó con esa documentación falsa a Londres, donde no demoró en ser contactado por Scotland Yard, que parecía estar al tanto de sus movimientos. Lo visitó un agente de apellido Philips.

Muchos años después, Molinier le relataría así a su hija Juana el episodio y sus consecuencias:

-Tenía conmigo un pasaporte belga de un militante sindical. Decidimos (con otro revolucionario, el francés Pierre Frank) que yo me enrolaría en las fuerzas de liberación para poder volver al continente, donde por el momento se me prohibía entrar pues Philips me habría impedido obtener la visa de salida – le contó.

Agente del espionaje inglés

Finalmente, Molinier – con la documentación de Leon Droeven – se presentó en la sede del gobierno republicano belga en el exilio. Lo recibió un oficial de los servicios de inteligencia ingleses.

Ahí comenzaría otra historia –la de agente de la inteligencia inglesa-, que lo llevó a Francia, España y finalmente a Portugal, más precisamente a Lisboa.

-Fue allí donde conoció a mi madre, Suzanne, que era belga y los padres habían enviado a Lisboa para protegerla de la invasión alemana. Se enamoraron. Él tenía una primera mujer, Vera Lanis, de la que se separó, y un hijo de ese matrimonio, Raymond, que quedaron en Paris – dice su hija Juana.

El documento a nombre de
El documento a nombre de Leon Lambert Droeven con el que Molinier entró a la Argentina

Con la cobertura de un payaso

El amor y la situación europea hicieron que Molinier decidiera buscar otros rumbos y puso la mira en América Latina. Para la inteligencia inglesa era útil su traslado con una nueva misión: encontrar las conexiones nazis en la Argentina, para él, América Latina era una tierra prometedora para su proyecto revolucionario.

-Contaba mi padre que él quería tomar otro camino, no quiso seguir el camino con Trotsky porque para él eso era un destino fatal: Tenía deseos de retomar las luchas políticas pero en lugares donde pudiera concretar la lucha revolucionaria, en territorios comprometidos en un proceso revolucionario. América latina parecía ser el sitio indicado. La lucha de clases, intensa allí, hacía emerger fuerzas sindicales, anarquistas o próximas al trotskismo. La Commune había publicado regularmente informaciones sobre la vida de estos grupos – relata Juana Droeven.

El viaje se preparó con el mayor de los cuidados. Molinier y su mujer viajaron por separado a Brasil. Ella como novicia evacuada de Europa; él como integrante de un circo, el de los Hermanos Cairoli -que contaba con la autorización personal de Hitler para montar sus espectáculos en Alemania -, que emprendía una gira por Sudamérica.

La cobertura circense tenía también otra utilidad: la de sacar como integrantes de la troupe a falsos artistas, que en realidad era comunistas perseguidos por los nazis. En sus memorias, Molinier relató que esa cobertura por momentos parecía a punto de caer a pedazos, debido a la impericia de los “artistas” para sincronizar sus movimientos con los verdaderos.

“A veces el miedo estrangulaba nuestras risas al ver el espectáculo, pero las más de las veces las carcajadas cubrían nuestras inquietudes”, escribió.

Así llegó con el circo a Bolivia en 1941 y poco después pasó a Brasil, donde se reencontró con Suzanne. Al año siguiente, emprendería su viaje a la Argentina con la identidad de Leon Droeven, de profesión ingeniero.

Un comunista con Eva Perón

Nada se sabe de los resultados de la misión de descubrir las conexiones nazis en la Argentina que los ingleses le habían encargado a Raymond Molinier. Ya en el país, el revolucionario francés vivió holgadamente –incluso tenía una habitación permanente en un importante hotel del centro de Buenos Aires– y encaró varias empresas comerciales para ocultar sus actividades como espía inglés y, también, como activista trotskista.

Como parte de esos emprendimientos comerciales, se transformó en fallido proveedor de penicilina para la Fundación Eva Perón.

-Mi papá logró reunirse con ella y le ofreció proveer penicilina desde Francia. Evita consintió en financiar la operación porque en esa época había antibióticos pero no penicilina, la traían desde Francia en barcos especiales. La historia no terminó del todo bien para mi papá. El envío vino vacío desde Francia, fue una estafa que debió haber sido pergeñada desde París y por esa razón lo detuvieron y a pesar de que él antes había denunciado la situación, igual lo detuvieron. Finalmente, lo dejaron en libertad porque Evita confió en él, que se autodenunció en 1950; declaró cómo la compró y a quién le pagó, con destino a la Fundación Eva Perón para los niños – relata Juana.

Homenaje por los 100 años
Homenaje por los 100 años del nacimiento de Trostky. El que habla es Molinier

La militancia en el PRT

En un artículo de 2019 (“La vida intensa de Raymond Molinier”), Diego Erlan describió así la marca que dejó su presencia en la Argentina: “En la fauna trotskista argentina, Molinier fue un personaje mítico. Se decía que había contrabandeado plasma para la Fundación Eva Perón, que hacía imprimir el periódico La Vérité en papel biblia para distribuirlo en las cárceles, que estafaba con cheques truchos y que había asaltado un banco con el objetivo de hacer la revolución mundial. Siempre en las sombras. Durante los años 70 fue miembro del Partido Revolucionario de los Trabajadores, pero estuvo en contra de la lucha armada en la Argentina”.

-Entre finales de 1967 y principios de 1968 culminó la escisión, que llevaría a la conformación de dos líneas: la de Roberto Santucho, llamada “PRT-El Combatiente”, y la de Nahuel Moreno, llamada “PRT-La Verdad”. Mi papá era el responsable del Frente Internacional, que estaba integrado por extranjeros. Cuando se decidió la creación del Ejército Revolucionario del Pueblo, él decide alejarse de Santucho. Por esos años también tenía relación con Silvio Frondizi y con Abelardo Ramos, de quien se había hecho muy amigo – corrobora Juana.

Dictadura, documentos falsos y exilio

La ola de golpes de Estado en la región llevó a Moliner a recuperar una de sus viejas habilidades, la falsificación de documentos para lograr la salida de militantes en peligro.

-Entre 1973 y 1077 colaboró produciendo pasaportes y billetes de avión falsos para que lograran escapar militantes perseguidos por las dictaduras militares de Bolivia, Uruguay y Chile. Eso siguió hasta 1977, cuando los militares argentinos secuestraron a su compañera, Elisabet Kesseman. Entonces se fue a Paris –relata Juana.

En 1979 viajó especialmente a México para participar de los actos conmemorativos del centenario del nacimiento de Trotsky pero regresó de inmediato a Europa. Su ultimo viaje a la Argentina fue en 1992, invitado por la Liga Comunista Revolucionario y permaneció hasta principios de 1994, al cuidado de Juana, ya que estado de salud ya era muy precario.

Fue recién entonces, más de medio siglo después de su llegada a la Argentina como espía inglés y revolucionario clandestino, que él mismo reveló su secreto: que ese hombre a quien todos conocían como Leon Droeven era en realidad Raymond Molinier.

Juana Drover, la hija de
Juana Drover, la hija de Molinier, escribió La nieta de Trotsky, donde cuenta la historia de su padre en forma de ficción

La nieta de Trotsky

Juana Droeven acaba de volcar parte de la historia de su padre –y de la suya propia– en la novela La nieta de Trotsky, publicada este mes en la Argentina.

-Es una novela a la que llamo una “biograficción”. No soy historiadora y me propuse contar las vicisitudes de nuestra propia historia entremezclada con la variante mítica de la existencia en Europa de un abuelo de gran importancia pública y social, reunir datos sobre los personajes que nos rodearon. La idea de ser la nieta de Trotsky en esa ficción fue mi guion interno para ir y venir en el recuerdo y las emociones a través de una experiencia literaria – concluye Juana.

Molinier/Droeven falleció en Barcelona el 30 de octubre de 1994. Tenía 90 años.

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