Los hombres de la Artillería de Campaña del GAA4 tuvieron su bautismo de fuego en combate el 27 de mayo de 1982 a las 22.00 hs. sobre las posiciones de partida para el ataque inglés a unos 3.000 metros de distancia. La santa explosiva vería la noche iluminarse.
Participaron en Malvinas dos grupos de Artillería de Defensa Aérea, el de Mar del Plata y Ciudadela con cañones Oerlikön bitubo de origen suizo y dos radares de tiro, y dos Grupos de Artillería de Campaña provistos cada uno de dos baterías de 6 obuses 105 mm. (12 piezas) Otto Melara, de origen italiano: el GA4 Aerotransportado de Córdoba y el GA3 de Paso de los Libres. En la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral y en el Colegio Militar de la Nación, los malvineros, desde el cabo al teniente coronel, habían recibido de muy jóvenes en los años 50, 60 y 70, intensa instrucción artillera para una guerra convencional.
En Malvinas, la inteligencia inglesa sabía que los Otto Melara tiraban a 10 km. y medio, un par de kilómetros menos que sus propias piezas, y que sólo tres cañones pesados de 155 mm. de 20 km. de alcance, fabricación argentina, desembarcaron en las islas (habría más de 100 disponibles, pero se desplegaron en la frontera con Chile). La eficacia de nuestra artillería de campaña y antiaérea, aún frente a imprevisiones logísticas, dependía de que sus servidores soldados y cabos, los sargentos jefes de pieza, y los suboficiales, oficiales y jefes de baterías y radares -entre 18 y menos de 30 años de edad-, cumplieran sus roles de combate al pie de la letra, bajo implacable y superior fuego enemigo terrestre, aéreo y naval.
A un teniente primero artillero retirado como capitán en 1987 -desalentado por la grieta entre camaradas en Semana Santa y descorazonado por la ausencia de sentido común en los altos mandos-, le había tocado explorar Pradera del Ganso-Darwin en la isla Soledad, avanzado mayo de 1982. Era Carlos Alberto Chanampa, nacido en Tupungato, Mendoza, en 1955. Su padre Eleuterio, Suboficial Mayor músico, era hijo natural de Celia Chanampa, indígena de la etnia Diaguita originaria del noroeste, entre Catamarca y La Rioja.
Con sus abuelos maternos nacidos en el Líbano, el “Indio” Chanampa expresa el crisol de razas del conglomerado indígena-criollo-inmigratorio que fue construyendo la Argentina. Tal fue el apodo que le pusieron sus compañeros de la promoción 106 egresada en diciembre de 1975, meses antes del golpe de 1976 y en medio de la sangrienta guerra revolucionaria y contrarrevolucionaria. Un coronel profesor, al pasar lista a los cadetes, había comentado su ascendencia en los pueblos originarios. Ese apellido que llevan 2.700 personas en Argentina puede provenir de Miguel Chanampa, un gran cacique de la etnia diaguita que habitó la región de Tinogasta hasta el S. XVIII; quizás connote el que manda. Y es también posible que derive del vocablo quichua Ch´anpa, transformado en Champa, cuyo significado es “un pedazo de tierra trabado por las raíces del césped que brota encima”. Significado que hablaría del arraigo ancestral a la tierra de las etnias americanos, diezmadas para absorber aquella fertilidad en beneficio del “granero del mundo”.
El 25 de mayo llegó la tardía orden del comandante de brigada Omar Parada, más ocupado por hacer cortar el pelo y barba crecidos de los cuadros que por la sabiduría estratégica. Chanampa debía dejar su unidad en Puerto Argentino, que estaba al mando del teniente coronel Carlos A. Quevedo, y concurrir a Pradera del Ganso a cargo de una batería de tiro “mixta” (parte de la “A” que él mandaba y parte de la “B” que había partido el 22 de ese mes). Parada dividía y sustraía subunidades de su mando orgánico táctico contra toda regla de conducción. Cuando requirió medios de arrastre de las piezas, la respuesta del general “allá encontrará” le provocó una risa nerviosa. Sabía que no los había.
El destacamento de la Fuerza Aérea asentado en el istmo de Darwin tenía un helipuerto con dos tractores requisados cuya disponibilidad y uso operativo no serían óptimos. Cuando el helicóptero cargó las dos piezas de fuego (las otras dos habían ido por mar), Chanampa junto su oficial de batería, el subteniente Jorge Zanella -que las había arrastrado con un vehículo provisto-, le gritó al piloto “¡el jeep también va!”. Ante la duda inicial le rogó: “¡Hacéme la pata!”. Y lo convenció de desarmar una ametralladora pesada para hacer lugar al vehículo, contradiciendo la orden superior. Una advertencia chistosa circulaba entre los cadetes del Colegio Militar: la iniciativa es la madre de todas las “tipas” (arrestos).
Chanampa, con la misión de dar apoyo de fuego a los infantes del RI12 y una compañía del RI5, puso en práctica lo que considera las bases de un mando virtuoso: “el sentido común, la imaginación y la iniciativa”. Sin esa actitud, hubiera tenido que mover sus obuses a pulso y sólo a cortas distancias. Lo mandaron a última hora a Darwin sin tiempo de fortificar la posición principal de sus piezas y el plan de apoyo de fuegos. No contaba con observador adelantado, ni centro de dirección del tiro. Usó cartografía kelper muy precisa y la información de la infantería adelantada. Más aún, sin otra arriesgada iniciativa de sus subalternos, hubiera dispuesto sólo de los dos obuses helitransportados. Los otros dos se habían perdido por el ataque de dos Harrier que semi hundieron al guardacostas de la Prefectura Naval “Río Iguazú” que los transportaba. De los 17 tripulantes, dos fueron mal heridos. El cabo Julio Benítez murió al pie de su ametralladora y el cabo maquinista José Ibáñez lo reemplazó con rabia, averiando seriamente al avión del capitán Batt luego fallecido. Junto a los 25 artilleros nadaron hasta un islote cercano y más tarde los auxilió un helicóptero.
En tanto, los dos obuses fueron rescatados pieza por pieza de las heladas aguas, gracias al subteniente Eduardo Navarro que los había desarmado para meterlos en la bodega. A uno le falló una parte y no pudo ser usado. Hazaña lograda con la providencial ayuda del subteniente de Infantería y buzo Gómez Centurión. Y la del soldado Rodolfo Sulín que había navegado con su padre de la marina mercante. Sin previo aviso, Navarro lo vio volver a nadar los 30 metros en aguas heladas desde el islote hasta la parte emergente del buque. Rescató, infló y cargó dos balsas salvavidas con ropa seca, alimentos y remedios. Así evitó el congelamiento e infección de las heridas, animando al rescate del material. Como él, los 240 soldados conscriptos de las clases 62 y 63 de las tres baterías del GAA4, habían dado un paso al frente en Córdoba como voluntarios. No eran apenas “chicos” de la guerra.
“Los que llamamos valientes son sólo personas que aprenden a manejar el miedo”, medita Chanampa. Por caso, el joven teniente Alberto Ramos, observador adelantado del GA 3: una vez cesado el fuego por desperfectos de las piezas o falta de munición, mandó retirarse al sargento Quinteros y protegió con una ametralladora el repliegue del regimiento de infantería con el que compartía trinchera, cayendo heroicamente. Su coordinador de fuego desde el Monte Wireless Rigde, mayor Emilio Nani (el mismo que en 1989 como teniente coronel perdería un ojo y casi la vida en La Tablada), fue herido por mortero y un disparo en el tobillo de la misma pierna. Caído, inmovilizado y con hipotermia, los soldados Cisneros y Panisardi lo cargaron y llevaron al hospital de sangre.
Chanampa también vio llorar a un camarada jefe de otra batería. ¡No quería ir a la guerra! “Tengo muchas horas de terapia por stress postraumático”, dice. Dueño de una PYME familiar vive en Villa Allende, Córdoba, con su esposa, hijos y nietos. Uno de tantos ejemplos de ascenso social por educación, mérito y esfuerzo que la Argentina prohíja. Cuando logró ser jefe del equipo de paracaidistas del ejército, poco tiempo después de regresar de Malvinas, la analista le advertía sobre su nostalgia de adrenalina. Dice orgulloso que el desafío al peligro es un “plus” de los paracaidistas.
No recibe un retiro como oficial; cobra una pensión como “soldado” veterano de guerra. “Me fui con una mano atrás y otra adelante después de 15 años y 7 meses de servicio. Estaba en primer curso de la Escuela Superior de Guerra y no podía soportar la hipocresía de algunos profesores”. La guerra de Malvinas partió las aguas y pujó por devolver a las FF.AA. su misión principal: prepararse para el combate. Mientras tanto pueden distribuir comida, agua o vacunas.
En la noche previa a la rendición de la “Fuerza de Tareas Mercedes”, el 29 de mayo, con 36 horas casi sin dormir, los artilleros hacían fuego directo a 200 metros frente a una lluvia de balas de ametralladora y morterazos de los ingleses, apenas protegidos por los pequeños escudos y ruedas de goma de los obuses. “La mejor defensa es el propio fuego”, era la consigna. Sólo dos soldados fueron heridos. A Rynaldi una esquirla de mortero le arrancó la piel de un pómulo y Sulín salvó su pierna de otra que chocó con la cartuchera y pistola.
¿Las divinidades diaguitas protegían la tropa guiada por un bravo descendiente de aquel célebre cacique tinogasteño?, quizás se preguntó el artillero en medio del combate. Y hubo algo más: Chanampa, luego de su exploración en Pradera del Ganso, había decidido no cambiar de buque para regresar a Puerto Argentino. Dejó ir el primero, que se hundió bajo fuego británico y donde murieron el capitán Novoa, un suboficial y un soldado. Las divinidades de sus antepasados, tal vez, también lo protegieron a él.
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