A los 60 años, Rodolfo “Fito” Frati siente que su vida estuvo entre el cielo y el infierno. Nació en Tucumán y fue adoptado por un reconocido médico de Florida, en Vicente López, quien le brindó “una vida de millonario”, como él mismo describe. Viajes a Europa, grandes lujos, vacaciones en un coqueto departamento de Punta del Este, autos caros, una gran carrera como fotógrafo de las figuras del rock nacional de los 80... hasta que fue víctima de una estafa y perdió todo. Todo.
De su departamento en Uruguay, con vista a la playa El Emir, pasó a vivir a la vera de la Panamericana donde soportó temporales tapándose con cartones y plásticos. También simuló ser un pasajero que siempre estaba bien vestido en Aeroparque, donde durmió tres años sentado en una silla metálica con una valija a su lado. Las sobras de patios de comidas de dos shoppings de Zona Norte se convirtieron en su alimento y una gripe le duraba un mes porque no tenía dinero ni para comprar un remedio.
Fueron seis años viviendo en la calle, hasta que en 2019 el programa que conducía Santiago del Moro, “¿Quién quiere ser millonario?”, le devolvió una parte de ese cielo que tan injustamente le arrebataron. Así se lo contó a Infobae.
-¿Cómo fue su infancia?
-Divina. Nací en Tucumán, soy hijo adoptivo y viví en Florida. No sé a qué edad me adoptaron porque la persona que lo sabía falleció. Fui al colegio San Gabriel de Vicente López. Tuve de compañero a Juan José Campanella, con quien compartí banco en cuarto grado y ya era una persona muy creativa y a Horacio Conzi. Este último me sorprendió para mal, porque no era el sujeto violento que terminó siendo. Juan Carr iba al mismo colegio, pero es más chico que yo. También estuve pupilo en el Colegio Ward de Ramos Mejía. Soy hijo único y estuve muy enfermo cuando tuve tos convulsa. Por eso, con la pandemia me tengo que cuidar mucho porque estoy en el grupo de riesgo. De hecho, pasé varios meses encerrado sin salir del hotel en el que vivo.
-¿Cómo era su familia?
-Mi papá era médico clínico, pero de los de antes: no te atendía diez minutos como los de ahora. Era un tipo duro e imponía mucha disciplina. Te decía que era importante tener un horizonte... Me hubiera gustado ser psicólogo. De hecho, mucha gente cree que lo soy porque me gusta escuchar. Mi mamá era muy divertida: nos matábamos de risa. Tengo mucho sentido del humor y lo heredé de ella. Mi padre falleció primero... Cuando mi papá murió, se me dio vuelta la vida. Yo estaba en Punta del Este y me tuve que hacer cargo de mi madre, que tenía Alzheimer. Realmente, la vida se me dio vuelta, me rodeó gente inescrupulosa y me dejaron en la calle. Yo era bastante tontuelo y confié en ellos. Terminé viviendo mi propia pandemia de seis años y no fue fácil. Por eso, ahora entiendo tanto a la gente: porque no es fácil y no todo el mundo tiene la capacidad de mirar hacia adentro.
-¿Tiene vínculo con otros parientes?
-No. Vivo leyendo, sacando fotos y escribiendo... Soy solo, no tengo familia y, a veces, lo agradezco... Me han invitado a alguna fiesta de fin de año y pensaba “¡Tragáme tierra!”... Al año siguiente, pasé las fiestas solo con mi radio, mirando los fuegos artificiales desde mis cartones en la Panamericana y General Paz, mientras pensaba “¡Qué tranquilidad!”. Tenía una Spika y era mi compañera. Siempre leí mucho. También viajé un montón, viví muchos años en Italia -donde jugué al fútbol- y tuve una muy buena educación. Es fundamental tener una buena familia y una buena educación. Yo tuve ambas cosas. La pasé bomba y no tuve grandes conflictos hasta que murieron mis viejos. Ahí me cambió la vida. Hace 20 años falleció mi mujer en un accidente de auto y comenzó mi debacle económica y emocional. Cuando perdés a la mujer que querés... perdés el rumbo de tu vida. Se siente como si te arrancaran el corazón, te lo depositaran en la mesa... mientras vos mirás como sigue latiendo. Creo en Dios, pero en ese momento me enojé con Él, aunque ahora veo que todo fue una gran enseñanza.
-¿Cómo fue la época en la que fue fotógrafo de las figuras más importantes del rock argentino?
-Mi primer jefe fue Roberto Petinatto, que dirigía la revista “El expreso imaginario”, un emblema del rock en los 80. Después, conocí y fotografié a todos los músicos de esa época... Charly García, León Gieco, Soda Stereo, Luis Alberto Spinetta, Almendra, Serú Girán, Aquelarre, Nito Mestre... Pero no me quedó ninguna foto: me las robaron de la baulera del departamento de Florida... Una maldad. Fue una etapa muy linda de mi vida, pero lamentablemente me aburro muy pronto de las cosas y me fui a Europa. No llegué de mochilero: llegué con un buen pasaje y un buen pasar. Cuando me quedé sin plata, me puse a hacer fotos de grandes shows como los de Prince, Stevie Wonder, Duran Duran, The Clash, Frank Zappa... ¡Para un melómano como yo fue fabuloso! Mi vida parece una película y en algún momento la voy a hacer.
-Habiéndo tenido casi todo, ¿cómo fue que terminó viviendo en la calle?
-Hubo personas que me estafaron y se quedaron con todos mis bienes. Si el hijo del abogado de mi familia -que fue nuestro abogado de toda la vida- me dice “Fito, firmá acá”, ¿cómo iba a suponer que me iba a estafar? Me pasó en el 98, al tiempo murió mi papá, después mi mujer, luego mi madre... Ahí empezó la debacle. Solo me quedó un muy buen auto: lo vendí y no sabía qué hacer de mi vida. Siempre fui muy solitario, así que nunca le pedí ayuda a nadie. Mis compañeros del colegio me siguen reprochando que no los llamé para pedirles ayuda: no lo hice por una cuestión de dignidad, no de orgullo. En la vida cometés errores y hay que pagarlos. Pero aprendés... Yo aprendí un montón de esta “pandemia personal” que viví. Siempre fui muy libre y valoro haber sido tan valiente, porque soporté cosas muy feas. Nunca las cuento... solo cuento la punta del iceberg de lo que viví... Violencia, situaciones de peligro, la gente es muy complicada, pero ¿qué sentido tiene contarlo? A la noche dormía a la vera de la Panamericana, en una covacha que me armaba con cartones. Durante el día, me quedaba en un shopping: primero en el Dot y, después, en Unicenter. Me pasaban cosas insólitas: me quedaba en el patio de comidas y la gente me dejaba libros, ropa, sobres con dinero... Fui un tipo muy generoso y creo que eso fue la confirmación que en la vida todo vuelve.
-¿Cómo recuerda las primeras noches que pasó en la calle?
-La primera me encomendé a mis padres: traté de sentir paz en el corazón y pensé que nada malo me iba a pasar. Hay que encomendarse y no tener miedo. Al principio fue complicado. El encargado del edificio donde vivía, que era un tipazo, me dio una bolsa de dormir. Un día venía caminando desde el Club Platense y vi un lugarcito debajo de un puente. Pensé “¡Mirá qué lindo!”... Es increíble cómo uno piensa tan diferente después de que perdiste todo lo material. Me acomodé en ese lugarcito, que era duro porque estaba sobre las piedras, pero lo amoldé con cartones. Me armé una covacha con palos y con un plástico para la lluvia, porque me acordaba de los juegos de la infancia y, también, de lo que aprendí en el servicio militar. Lo tomaba con humor, sino no hubiera sobrevivido. Me siento orgulloso de mí mismo. El problema eran los inviernos, la lluvia, los temporales... Pasé tres temporadas en Aeroparque. donde fueron amables conmigo. Como siempre estaba bien vestido, todavía parecía un tipo que viajaba. Tenía una valija y dormía en un asiento, que años después me pasó la factura con los dolores de espalda... ¡Tendría que haber sido actor! (risas) El último tiempo lo pasé cuidando casas. Les pedía que cerraran todo y que me dejaran solo un cuarto. El médico me dice que el cuerpo tiene memoria y fui muy deportista: jugué mucho tenis sobre cemento y fútbol, salía a correr por La Punta (en Punta del Este)... Si el bocho anda bien, todo lo demás también.
-¿Qué hacía durante el día?
-Lo pasaba en un shopping y me bañaba en el gimnasio de una amiga, en La Lucila. Primero iba a comer al Dot hasta que los de seguridad me echaron de mala manera, porque tomé un plato de comida de otra mesa. Como siempre había ido a Unicenter, se me ocurrió volver. Durante esos seis años, comí las sobras de las mesas del patio de comidas... La gente era muy gentil y me avisaba dónde había sobrado comida. Así que iba como un señorito, como si nada... Me sentaba y comía. Pero claro, comía mal... porque ahora como sano y bajé 25 kilos. Si hubiera perdido la fe en mí, hoy estaría con mis padres en el cementerio. No me considero un valiente y no hice nada importante, pero creo que a mucha gente le sirve saber lo que me pasó. Me ofrecieron hacer charlas motivacionales, sobre todo con chicos, porque no todos tuvieron mi suerte de haber vivido con una buena familia y de haber recibido una buena educación. Hoy, no tengo nada que objetarle a mis días, porque estoy tranquilo y no conozco a mucha gente que pueda decir lo mismo. La felicidad es otra cosa, pero estar tranquilo es muy bueno. La memoria es selectiva y trato no pensar en cómo llegué a vivir en la calle, en que perdí un departamento gigante en Florida, en Vicente López, y otro en Punta del Este, frente a la playa El Emir... y todos los demás valores económicos... Pensar en lo que perdiste no es un buen plan. Hasta perdí mis fotos profesionales, que era mi tesoro más preciado. Es valedero tomar la pérdida por el lado de la enseñanza. Haber tenido una buena vida me ayudó a sobrevivir. Hice la colimba en la época de la dictadura y aprendí ejercicios de supervivencia, que me ayudaron para sobrevivir en la calle. Siempre digo que mi vida fue una sucesión de hechos que me fueron forjando: tuve una buena familia, fui a buenos colegios, tuve grandes amores...
-¿Cómo llegó al programa ”Quién quiere ser millonario”?
-En marzo de 2019, estaba tan mal que ni siquiera tenía documentos. Un día, le dije a mi vieja que no aguantaba más estar en la calle. Buscaba trabajo, pero no me lo daban porque no tenía documento. Mis problemas diarios eran “¿cómo viajo?” y “¿dónde duermo?”. Fui al cementerio y les dije a mis viejos: “¡Sáquenme de esto porque no aguanto más!”. A los dos días me llamaron para el casting y grabé el programa. Entonces, me siento súper bien cuidado y no me siento solo. Llevo a mis padres en el corazón, ellos me cuidan. Estoy eternamente agradecido a ese programa. Sé que no creían que mi historia fuera cierta y que me mandaron a investigar. En el casting no entendían que estuviera viviendo en la calle, porque hablaba muy bien y estaba siempre muy bien vestido. Alguien se enteró de mi historia y me dijo que fuera a participar del programa. Así que fui a hacer el casting y el programa salió el 1 de mayo de 2019. Es el día de hoy que la gente me habla del programa. Me hice muy amigo de “Él Oraculo” (José María Bordone, el participante más longevo del ciclo), que es un tipazo. Hace poco falleció su mujer, Blanquita, y está muy triste. Gané 500 mil pesos y, por un mes más seguí viviendo en la calle. Ese dinero me sirve para tener un lugar, una cama, un baño, un televisor, dormir en paz, estar tranquilo... Yo venía muy cansado... Estar en la calle y por seis años te pasan la factura.
-¿Para qué le sirvió el dinero del premio?
-En primer lugar, para volver a ubicarme en tiempo y espacio, pero también, para lo básico: comer todos los días, ir a un cine, comprar un libro, cargar la Sube, tomar un remedio... Cuando estaba en la calle, una gripe me duraba un mes, porque no tenía plata para ir a la farmacia. La gente no se da cuenta lo importante que es tener lo básico: luz, agua, una frazada... Todavía me queda dinero, pero yo no lo manejo. Mi amigo Juan -a quien conozco hace 30 años y es una persona fundamental en mi vida- me asesora, pero no me gusta hablar de plata. El común de la gente muestra lo que tiene y, en definitiva, eso no es lo importante: porque de acá no te vas a llevar absolutamente nada.
-Hoy, ¿qué es lo más valioso en su vida?
-La paz interior. A veces me enojo un poco, porque la incertidumbre de la pandemia es molesta pero... ¿después de lo que ya pasé? No. Trato de ver el lado positivo de la historia y estar tranquilo, que es muy bueno. Me volví mucho más fuerte. Después de lo que me pasó, nada me puede afectar. Tuve una vida millonaria, pero perder plata no es un problema. Fue una vida millonaria... ¡pero millonaria en serio! Las cosas se dieron mal, los errores se pagan, pero se aprende y acá estoy: hablando con Usted por teléfono y mirando el mar en Mar del Plata. Mi vida fue bárbara: fue intensa y plena. Cualquier mortal tendría que vivir tres veces para tener la vida que yo tuve. Fue el cielo y el infierno. Ahora, que está de moda la palabra “resiliencia”, creo que tuve una gran capacidad de adaptación. Pasé de ser un “niño bien” de Florida, a convertirme en un desclasado.
-¿Qué proyectos tiene para 2021?
-Hace un año que estoy en Mar del Plata, porque vine a escribir sobre mi vida para un proyecto grande. Lo primordial es estar tranquilo, tener salud, cumplir años... Escribir es una gran terapia. Escribo poesías, cuentos para chicos... sobre fútbol, obras de teatro... Depende el día, tengo temas diferentes según el ánimo y la música que escuche. Cuando empezó la pandemia ya estaba en Mar del Plata. Tenía planeado viajar el 28 de marzo a Uruguay por proyectos laborales pero, en cuatro horas, una voz interna me dijo que me quedara. Por suerte, me quedé. Las cosas se dieron así y ahora estoy feliz en Mar del Plata. Acá comencé una vida nueva.
-De “niño bien” de Zona Norte a vivir en la calle y comer sobras, ¿qué le diría a aquellas personas que hoy están soportando la dura crisis económica que dejó la cuarentena por la pandemia de COVID-19?
-Alguien me dijo alguna vez que las experiencias no son transmisibles. Soy de la idea de que no hay que bajar los brazos, pero mi caso es atípico porque “soy solo”. Si tuviera un hijo no sé qué haría... Claro, no tengo que alimentar a una familia, ni pagar sueldos, no les tengo que decir a mis hijos que su colegio cerró... Solo puedo hablar desde mi lugar. Trato de tener la esperanza de que esto va a cambiar, porque me preocupa la gente. Yo encontré todo adentro mío, pero no sé de dónde saqué la fuerza... ¡No se qué “corno” hice, si yo era un “nene bien” de Florida! (risas). Pero era eso, o morirme de pena. Y no le tengo miedo a la muerte... ¡si tuve una vida bárbara!
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