“Esto es una fiesta porque es Diego Maradona”. A los gritos tuvo que explicar lo que le parecía obvio a Lucas Osman, 40 años, vestido de Boca desde las medias hasta el gorro. Mariló, el barrio humilde que rodea el cementerio donde ya descansa el cuerpo de la leyenda, lejos de aplanarse por la tristeza natural del caso, hizo florecer el amor de Maradona con una fiesta en homenaje al 10, como si en lugar de haberse muerto hubiera ganado otro Mundial.
A los gritos porque a su alrededor, cientos o miles de personas cantaban canciones de honor para Diego, entre risas, abrazos, borracheras, gritos de niños que en 1986 no estaban ni en los planes de los planes. Quizá porque es muy pronto para sentirse abatido, o porque ya no se aceptan más congojas, o por la certeza de que Maradona ya había pasado al estatus de inmortal hace muchos años, lo que se vivió en las calles de esta zona pobre de Bella Vista tuvo de todo menos nostalgia.
“El Diego es re humilde. Yo soy una persona humilde y sé lo que es estar abajo. Pero sé que si alguien en un semáforo me pide un peso, se lo tengo que dar, porque ese alguien es tan de abajo como yo. Y eso él también lo sabía. Y lo sentía. Y hoy gritamos su nombre por eso, estamos tristes, más vale, pero Maradona es alegría, ¿me entendés?”. Enzo Guillermo Escobar, con camiseta de River, tatuaje de River y lágrimas en los ojos, expresó, a los 30 años, lo que sintió esa multitud que llegó en peregrinaje de los barrios aledaños y de otras partes del país.
“Pero no estoy acá por mí”, agregó Escobar acercando demasiado la boca a la oreja del periodista para tiempos de COVID-19, con el objetivo de que su voz no se disuelva por el ruido de los bombos: “Vine por mi viejo, porque él me hablaba de Maradona, soñaba con el Diego, me mostraba los goles”.
Jóvenes, viejos, niños. Varias generaciones arriba de los techos. Sobre los móviles de los canales de TV como un enjambre. En los balcones. Colgados de las vallas que pusieron para que pase la caravana de motos de policías con el féretro. En los árboles. Con camisetas de Boca, de San Miguel, de Independiente, de River, de San Lorenzo, de Messi. Con pasacalles y paredes pintadas con mensajes de amor y agradecimiento.
El pueblo más humilde, el del conurbano bonaerense profundo, el que no llegó a Plaza de Mayo, despidió a su héroe con fiesta y no con tristeza porque el pueblo no olvida las pocas alegrías de la vida y devuelve el favor con la misma moneda.
La celebración pagana al Dios Maradona comenzó alrededor del cementerio privado Jardines de Bella Vista cerca de las 16, cuando se corrió la voz sobre que se terminaba el funeral en Casa Rosada antes de lo estipulado y ya preparaban el cajón para el momento cúlmine. De a poco los fieles maradonianos se juntaron en las intersecciones de la calle Mayor Irusta, por la que entraron el ataúd después de una confusión fellinesca en el Camino del Buen Ayre, que los hizo errar la bajada correcta.
A la par de que la información de la demora inesperada del cortejo llegaba a los que esperaban, la intensidad de la algarabía aumentaba. Se acercaba el último Maradona y la multitud saltaba como si estuviera en una cancha, en una final, con él y su magia en una goleada a Brasil.
Solo hubo tensión, algunas piedras y balas de goma para dispersar (sin heridos) apenas pasó el féretro con Maradona. Ocurrió como una descarga de nerviosismo. De repente se cortaron los aplausos y los gritos y el último rayo del Diez los atravesó a todos demasiado rápido y entonces se la agarraron con la Policía que calmó los ánimos sin violencia ni heridos que se sepa.
Durante unos diez minutos se mantuvo el aire denso entre la policía y la muchachada que expresaba su amor incondicional al Diez. La Bonaerense reforzó con el equipo especial del GAD. La hinchada se tranquilizó y finalmente a la media hora, aplaudió a los policías que cabalgaban las 30 motos de la división Motorizada de la Policía Federal. Eran los que habían custodiado el cajón de Casa Rosada a Bella Vista y tuvieron su merecido. Maradona no sólo consiguió que hinchas de Boca y de River se abracen. También, que una multitud futbolera reconozca el trabajo de una fuerza de seguridad y la protección a su chamán.
A metros de esa escena, Brígida Ibañez, de 71 años, desentonaba con la fiesta carnavalesca. “Nosotros somos pueblo y Maradona tenía que estar con el pueblo. Me gusta tener a Maradona acá. Dieguito es todo. Me gustaba mirarlo por la tele, cuando estaba con la madre. El ahora estaba muy triste y Dios quiera que estén juntos con sus papás y que sane Maradona de todos los dolores. Porque sufrió mucho”, comentó. Lloraba sola, apoyada con su mentón en la valla, mirando con melancolía a los jóvenes alegres.
Fotos Franco Fafasuli
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