Camina por la calle de asfalto, que rápidamente se vuelve de tierra al doblar por un pasillo estrecho, húmedo y angosto. Sigue unos metros más, y vuelve a aparecer el cemento. Más adelante, sobre la calle Gral. Alvarado está Casa de Galilea, un centro para la comunidad del barrio La Cava, en San Isidro.
La Asociación nació en 2001, en plena crisis económica del país. Empezó con apenas 19 chicos en situación vulnerable, de riesgo. De a poco, con gran esfuerzo, fueron generando varios espacios. Hoy reúnen a más de 60 voluntarios del barrio y trabajadores que brindan asistencia escolar, psicológica y fonoaudiológica, talleres de nutrición, costura, barismo y otros oficios para toda la comunidad. Son más de 500 familias.
“Para mi lo más grave de la pobreza es cuando se te cortan los sueños. Perdés los sueños y no podés, no podés seguir. No tenés un futuro. En Casa de Galilea es lo que se busca, los sueños”, dice Edith Iraola, ex residente de La Cava, y directora de uno de los motores de cambio de este barrio vulnerable.
En La Cava no se vive bien, nadie quiere vivir así, se escucha decir a los vecinos. Sin embargo, aman su lugar. Este asentamiento se levantó en 1956, rodeado por una de las zonas más ricas del país, San Isidro. Hoy tiene casi 13.000 habitantes que ocupan 22 hectáreas, divididas en distintas parcelas, algunas mas precarias y peligrosas que otras.
Entrar a este barrio es encontrar miles de historias de dolor, tristeza, problemas como la droga, la violencia, la falta de infraestructura... pero también esperanza, como es el caso de Edith.
Esta mujer de 47 años no tiene un trabajo informal como sus compañeras y pudo estudiar. Es licenciada en Trabajo Social egresada de la UBA y se formó en Dirección y Gestión de Organizaciones Sociales en la Universidad de San Andrés. También es la directora y el corazón de Casa de Galilea.
Superación e inspiración
Edith nació en el barrio cuando sus papás emigraron de Bolivia en busca de una mejor vida. “Me crié en uno de los sectores que se llama Quinta del Niño. Viví en dos casas porque nos mudamos. Yo creo que como la mayoría, era una casa pequeña. Con mi mamá, la pareja y mi hermano más chico vivíamos en un pasillo. No tenía mucha ventilación la casa, era techo de chapa”.
Hace más de una década que no vive en el barrio, se mudó gracias un plan de vivienda con su marido, y su hijo de ocho año, al igual que su madre y su hermano. Sin embargo no dudo en volver para aportar su granito de arena. Conmueve su fuerza, su coraje y sus ganas de devolverle los sueños a los residentes.
-Con una realidad desfavorable, con pocas oportunidades, igual pudiste superarte y alcanzar todo lo que te propusiste. ¿Quién estuvo ahí para incentivarte a soñar?
-Mucha gente, la red es todo. En especial mi mamá con su ejemplo de mujer trabajadora -empleada doméstica- pendiente de que nunca nos faltara nada. Entonces sin querer ella fue mostrando ciertas cosas en mi formación como persona. También una maestra que tuve en quinto grado, de la escuela 34... la suya no fue una ayuda sino una palabra, un gesto, una manera de reconocimiento para reforzar la autoestima.
-¿Querías salir de la Cava?
-Nadie quiere vivir como se vive en el barrio. Me acuerdo que me generaba angustia salir del colegio y entrar por los pasillos.
-¿Qué te motivó a volver de un lugar que quisiste dejar?
-Mi misma historia de vida. Te repito, nadie quiere vivir en un lugar como este con varias necesidades no solo de infraestructura, y problemáticas sociales. Pero desde Casa de Galilea tratamos de ser el puente.
-¿Viviste en primera persona el estigma de ser “villero”?
-No solo los de afuera te marginan, sino uno mismo que se cierra o limita por ser de un lugar. Jamás conté en la escuela, o mismo en la Universidad mi lugar de origen.
-¿Qué viene a buscar el vecino?
-Las familias del barrio vienen buscando alguna respuesta a una necesidad concreta. Nosotros ofrecemos esa respuesta en tanto es posible. Pero siempre lo que ofrecemos es acompañar en un proyecto de vida. En fortalecer la autoestima, los lazos en la familia, en la sociedad. A través de distintos programas.
Mientras Edith se ocupa de la parte organizacional, en el patio central de Galilea se escucha a uno de los baristas que explica cómo funciona la máquina de café. “Es uno de los cursos que se sumamos este año para seguir brindando herramientas a los vecinos. La demanda de los habitantes del barrio por participar en los programas crece año a año los que nos obliga a crecer en la capacidad para satisfacerla”.
Imparables hasta en la pandemia
En La Cava, al igual que otras villas, durante la cuarentena los residentes se enfrentan a dos enemigos, cuyas herramientas para combatirlos son diametralmente opuestas: la mejor manera de luchar contra el virus Covid-19 es el aislamiento respecto de otras personas, mientras que la única manera de la que disponen para poder llevar comida a sus hogares es salir a la calle. Desde la Asociación hicieron un trabajo desmedido para asistir con viandas y acompañamiento a todas las familias. “No cerramos nunca, mantuvimos las clases a distancia e inclusive cuando las restricciones lo permitieron armamos tres talleres de oficios para que hombres y mujeres puedan generar algún tipo de trabajo. Estamos trabajando en tres líneas, en el taller de costura. La idea es que ellos puedan producir para alguien. Fue una tarea clave en un contexto duro”, reconoce Edith.
Nadia (24) es una de las maestras de nivel inicial que brinda clases a los niños del barrio. “Tuvimos que adaptarnos porque no podíamos frenar, los tiempos acá son otros, las necesidades no pueden esperar y la educación es un pilar fundamental “, dice la joven.
Cony (35), peruana, que reside en Casa Grande, otra de la zonas, es otra de las voluntarias que se sumó al área de manualidades para un grupo de 19 madres. “Es una labor que busca devolverles la autoestima y el reconocimiento. Amo lo que hago”, reconoce.
Para colaborar con Casa de Galilea
info@casadegalilea.org.ar o llamar al 4575-4214
Realización: Gastón Taylor
Edición: Damián Rodriguez
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