El 26 de noviembre de 2006 por la madrugada, los cuatro miembros de la familia Macarrón estaban separados.
Marcelo celebraba con sus amigos haber ganado un torneo de golf en Punta del Este. Su hija Valentina dormía en la casa de una amiga. Su hijo Facundo estaba en Córdoba, donde cursaba Derecho. Su esposa acababa de volver a su casa del barrio cerrado Villa Golf, de Río Cuarto, cuando uno o dos hombres que la esperaban la golpearon y la estrangularon -con las manos y con el lazo de su bata- hasta matarla.
Facundo Macarrón, por entonces de 19 años, fue imputado en la causa el 6 de junio de 2007. El único argumento del fiscal en su contra fue que en el ADN de la escena del crimen apareció el linaje Macarrón. Como su padre Marcelo jugaba al momento del femicidio un torneo de golf en Uruguay, la sospecha (“leve”, como puntualizó Di Santo), recayó sobre su hijo.
No lo detuvieron, el propio fiscal consideró que no había pruebas suficientes. Sin embargo, su teoría era que Facundo mató a su madre y abusó de ella. No sólo eso: se llegó a buscar el móvil en una supuesta pelea entre madre e hijo por la elección sexual del joven. Algunas pericias giraron en torno a su vida privada, pese a que no tenían nada que ver con lo que se investigaba.
En 2012 fue sobreseído por el juez de Control de Río Cuarto, Daniel Muñoz.
Facundo tuvo dos grandes heridas. Una por el crimen de su madre. La otra, la injusta acusación. “Destruyeron mi juventud”, le dijo a Infobae el 20 de junio, en su primera manifestación a un medio desde que mataron a su madre.
En todo ese tiempo, Facundo sufrió cámaras ocultas, invasión a su privacidad y tuvo que ver cómo las fotos de la autopsia de su madre -que un policía ofrecía a los medios a cambio de dinero (el autor de esta nota fue testigo de eso)- aparecieron en televisión.
Ahora, al cumplirse 14 años del asesinato hasta ahora impune (su padre Marcelo irá a juicio en 2021 acusado de autor intelectual del crimen), Facundo le envió un mail a Infobae, que le había pedido si podía hablar sobre los recuerdos luminosos que le quedaron de su madre.
“Estuve pensando mucho en estos últimos días, en base a lo que me propusiste. Y siendo sincero y abierto con vos, te tengo que decir que cada vez que volqué en palabras un recuerdo o un atributo de la personalidad de mi mamá, por más bueno que sea, tuve que borrarlo. Es que el trauma que tengo de que esas palabras sean usadas en mi contra o en contra de mi viejo en el juicio es grande, muy grande. Todavía no se me borra la herida. Por más buenos que sean mis recuerdos o mis dichos, por más normales, de cualquier hijo de argentina o argentino, siempre, siempre está el operador judicial preparado para darle una interpretación perversa y en contra de mi familia”.
“Cuando hablé abiertamente de mi mamá, con 18 años, meses después del crimen y solo en mi departamento ante un equipo de autodenominados psicólogos forenses de la policía judicial de Córdoba, el resultado fue una autopsia psicológica que terminó siendo una prueba para mi imputación, hablando de una supuesta perversión en el vínculo madre-hijo. Y todo por comentar que me gustaba que mi mamá me acompañe a comprar ropa porque siempre tuvo buen gusto para eso. Ni hablar cuando recordé que los fines de semana le encantaba estar con las plantas en el jardín a la mañana, tomando mate, con la radio pasando algunos clásicos de los 80 y 90, mientras mi viejo jugaba al golf o se iba a ver pacientes que estaban internados: familia disfuncional, concluyeron. Que hacían separados un fin de semana por la mañana”.
“Te imaginarás que a partir de eso, y de tantas otras barbaridades que cometieron en la investigación judicial, tengo la confianza básica destruida. Sobre todo cuando tengo que recordar públicamente a mamá. Y esto no me pasó solo a mi, sino a muchos otros miembros de mi familia, amigas y amigos de mamá, quienes prefieren recordarla en silencio porque cada vez que ingenuamente hablaron de ella, lo que dijeron se interpretó para el lado menos pensado o el más pensado (léase, premeditado) para los investigadores: culpar a alguien del círculo íntimo familiar. Así se cierran la mayoría de estos crímenes. Fácil. Justicia, no importa, lo importante es tener un condenado o condenada, hoy el objetivo es mi viejo”.
“Y cuando hablo de recordar a mamá, me dirás que hablar con un medio no tiene validez judicial, que en nada afecta a la causa... y lamentablemente ahí tengo que discrepar porque justamente al no tener pruebas, hoy contra papá, siempre se tomaron declaraciones de los medios para tapar esos vacíos y atar con alambre una imputación o una acusación, sin la más mínima garantía procesal (de esto qué te voy a contar, teniendo la experiencia que tenés en estas causas sabrás lo delirante y arbitraria que ha sido la investigación en el caso Dalmasso)”.
“Con todo esto que te digo, te imaginarás lo difícil que es para mi ponerme a hablar con alguien, aún con la confianza y el respeto que te tengo como periodista, sobre la calidad de persona que era mi mamá. No tiene que pasar tiempo para que pueda hablarte de ella sin temor a perjudicar a papá ni trauma, simplemente tiene que haber justicia, y esto implica investigar a quien realmente cometió el horrible crimen, y condenar a esa persona. Ni hablar de que se termine la persecución contra mi familia, hoy contra mi viejo. Es tan simple pero tan difícil de entender para quienes nos deben ese servicio de justicia, que no sé si alguna día podremos tener la tranquilidad de poder recordarla, en público, habiéndose hecho justicia. No pierdo la esperanza”.
Facundo tiene 32 años y hoy es un destacado diplomático. Vivió en los Estados Unidos y en París, donde perfeccionó su educación.
Su anterior desahogo
Este es el anterior escrito que le había enviado a Infobae
“Mi imputación también tuvo una clara motivación desde el peor de los prejuicios que lamentablemente al día de hoy subsiste en algunos despachos de los tribunales: como un acto de homofobia, pensar que por mi sexualidad ‘había algo raro’. Si no era yo, era mi ambiente gay, con supuesta tendencia hacia el delito. Fácil de explicar en una sociedad que para ese entonces no era tan abierta o comprensiva como es hoy”, dijo Facundo,
“Mi fatídica imputación -escribió a Infobae el hijo de Nora Dalmasso y Marcelo Macarrón- fue claramente la opción más fácil: frente a una dudosa prueba genética que al principio no se había podido obtener y después se obtuvo como por arte de magia por un centro genético provincial de dudosa independencia, con medio ADN sin descubrir, fueron por el eslabón más débil: yo como hijo. Mi padre estaba probado que se encontraba en otro país con decenas de testigos, aunque después vinieron con la película de ciencia ficción del avión, y mi abuelo estaba con mi abuela y mi tía en su casa. Yo era el único que estaba durmiendo solo y a 220 kilómetros”.
“Como joven de 19 años y con la ingenuidad de la edad, aun cuando mi madre había fallecido en circunstancias que aún hoy no me puedo explicar, jamás imaginé que la justicia me estaba investigando. Tal era mi ingenuidad, que cuando empezaron a citar a mis amigos pensé que el fiscal estaba tratando de hacer más prolija la investigación y cerrar con pruebas las declaraciones de la familia, para luego avanzar en una hipótesis más concreta”, dijo Facundo.
“Cuando a mis amigos los sacaron por la fuerza de sus departamentos sin citación previa, y a mi ex pareja lo citaron por tercera vez, lo retuvieron por 13 horas y una asistente directa del fiscal general de entonces, Darío Vezzaro, lo apretó y le leyó el artículo del Código Penal por falso testimonio, ahí me di cuenta que había algo raro. Con la imputación, el nivel de incredulidad y de de explicación era tal que todo mi idealismo respecto del funcionamiento de la justicia como estudiante de segundo año de abogacía se quebró y me di cuenta hasta qué punto había más un interés político en resolver la causa, sin importar que el culpable fuera en verdad inocente. Al contrario, si era de la familia mejor, le facilitaba a ellos su trabajo y cubría las irregularidades que de entrada tuvo la investigación”, continuó.
Facundo contó lo que tuvo que padecer durante los cinco años en que fue acusado. “Tan grave era lo que estaban haciendo, contando sólo con indicios sueltos y un mes de testimonios compulsivos sin obtener nada, que finalmente decidieron imputarme con la figura de sospecha leve, como si eso fuera a amortiguar el efecto que una acusación de ese calibre iba a tener en mí y en la sociedad. Por más de un año, tuve que esconderme de lugares públicos, cubierto con gorra y anteojos de sol pensando que la Justicia o los medios me perseguían”.
“Más allá de destruir mi juventud, lo que hizo el fiscal Di Santo y el aparato judicial que lo respaldó fue intentar matarme socialmente. No les alcanzó con dejar impune el crimen de mi madre, quisieron matar a su hijo no solo por facilismo en resolver la causa sino por una marcada y explícita homofobia institucionalizada al menos en la fiscalía de este fiscal. Fue tal la cobardía de la justicia, que me tuvieron más de 5 años dependiendo de un análisis genético que se hiciera en el exterior, sin dejarme salir de la provincia al principio y luego del país, sin poder continuar normalmente con mis estudios ni con mi proyecto de vida. Nunca les escuché pedir disculpas, ni creo que les interese hacerlo”.
“Además del acompañamiento de la facultad y un invalorable apoyo psicológico y de mis excelentes abogados, hoy no hubiera podido seguir adelante, enfrentando ahora la acusación contra mi papá y la persecución que no terminamos de padecer como familia”.
“Defenderme de una hipótesis tan ridícula como macabra, que el fiscal mantenía a la par con otras totalmente distintas, no fue difícil no solo porque caía por su propio peso, sino porque siempre tuve en claro quién era yo: eso quedó demostrado en las más de 9 horas de declaración indagatoria de esa fría noche, donde hubo más bien un cuestionamiento hacia el fiscal y el mamarracho de investigación que estaba haciendo, y un pedido de justicia por mi mamá. Lo difícil fue sobrellevar esos años imputado y recuperar mi vida. En eso el profesionalismo y la calidez humana de mi psicóloga y de los abogados Marcelo Brito y Gustavo Liebau, que me tomaron como a un hijo, fueron determinantes para ayudarme a reencauzar mi vida”, se desahogó Facundo.
“Por encima de todo -revela Facundo- me ayudaron los valores con los que mi mamá y mi papá nos criaron a mi y a mi hermana: el amor, la humildad, resiliencia ante la vida y perseverancia en lograr lo que nos planteamos. Nunca fuimos una familia disfuncional como trataron de marcarnos, sino totalmente normal y marcada por una desgracia que hoy sigue impune. El hecho de pensar que hoy logré recibirme y dedicarme a la vocación que siempre compartí con mi mamá me reconforta y me da fuerzas para salir adelante, luchando contra la injusticia”.
“Lo más fácil y sin importar cual es la verdad es ir en contra de la familia (hubo tristes episodios de la historia judicial argentina, como los crímenes de María Marta García Belsunce y Natalia Fraticcelli), y si no pudieron conmigo van por mi padre, contra quien si después de dos años no pueden armarle una causa como autor material, entonces se la arman como autor intelectual. Probar lo abstracto es siempre más fácil, aunque no existan pruebas las pueden inventar. Ojalá esta triste saga termine de una vez y no dejen, como familia, llorar a mi madre en paz”.
Seguí leyendo: