Antes de que se invadiera el patio de las palmeras de la Casa Rosada hubo cientos de miles de personas que participaron en una procesión inundada por el amor y la devoción.
Antes de que guardias de seguridad tuvieran que llevarse de apuro el féretro a un salón privado, hubo un desfile de palabras de agradecimiento, de llantos, de gritos de pasión, de ramos de flores lanzados al aire, de besos voladores (con barbijo mediante) a Dalma y a Gianinna, que respondían con un sutil levantamiento de cejas, por encima de sus ojos rotos.
Antes del desborde y los gases lacrimógenos, hubo un duelo masivo, popular, convertido en una fiesta. Una celebración montada en canciones de cancha, camisetas de equipos como River, Talleres de Remedio de Escalada o Mandiyú de Corrientes y cuatro pantallas gigantes con los highlights de la carrera de un ser extraordinario.
Antes, mucho antes de esas 15.30 de la tarde, la Plaza de Mayo y la Casa Rosada se habían vestido de gala para una cita de esas históricas. Una de esas fechas que serán recordadas durante décadas en los archivos digitales de la historia argentina. Durante unas ocho horas, Maradona había tenido una despedida cuya esencia permaneció en esa intimidad tan particular entre el ídolo y el pueblo argentino. Fueron esos más de 480 minutos que pertenecieron a Maradona y a sus agradecidos.
Las dos rejas principales de la Casa Rosada se abrieron a las 6.18 de la mañana. La fila de fanáticos apenas llegaba hasta la esquina de la Avenida de Mayo y Perú, a unos 100 metros de la plaza. El alcohol en su versión “aliento” de muchos de los que pernoctaron en la plaza durante la madrugada se mezclaba con el perfume de los oficinistas, que quisieron dar su despedida antes de empezar la jornada.
El velorio de Maradona generó algo que muy pocos eventos no políticos argentinos pueden lograr: reunir a los extremos sociales en un mismo lugar. Reunir a la pobreza marginal del país con la clase media y la clase media alta. Sólo otro personaje mítico como el Indio Solari sería capaz de generar semejante fenómeno.
Fue un día en el que la multitud jugó a ser Diego, ellos también creyeron ser inmortales. No les importaron los 10 meses de pandemia de coronavirus. No hubo ASPO ni DISPO al que atender. Tres de cada diez personas no usaron barbijo y el distanciamiento social sólo sirvió para ser expuesto en banners de las pantallas gigantes de la Plaza y convertirse a los pocos minutos en memes de las redes sociales.
A los pasillos de entrada y de salida de la Casa Rosada los separaban apenas unos 20 metros, todo sobre la explanada de la Plaza de Mayo. El antagonismo gestual de los fanáticos era elocuente: las sonrisas y los gritos exultantes de los segundos previos al ingreso a la Casa de Gobierno mutaban a desgarro, lágrimas, retorcimiento entre los pequeños barrotes de las vallas de seguridad en los instantes posteriores al encuentro con el féretro.
“Diego era de mi barrio, de Fiorito. Yo vivo a seis cuadras de la que era su casa. Y nosotros sabemos de dónde salió. Él es como nosotros y nosotros queremos ser como él. Se hizo famoso y exitoso cuando no tenía nada”, le explicó Norma Aráoz, una mujer de algo menos de 60 años, a Infobae, poco después de ver el ataúd.
“Yo me vine con cuatro amigos desde Mar del Plata. Tomamos la decisión anoche a las 12 y a la 1 salimos. Llegamos a las 7 y acá estamos, esperando para entrar”, le afirmó Jesús, mientras se reía nervioso junto a sus amigos en la fila de Avenida de Mayo, todos vestidos con la camiseta de Alvarado de Mar del Plata. “Vinimos los cinco en un Falcon y nos volvemos apenas salimos de la Casa Rosada”.
“Diego es el fútbol”, se repitió durante el miércoles y la mañana del jueves una y otra vez en las pantallas. Lo dijeron ex compañeros de Mundiales, periodistas, filósofos, escritores, familiares… pero le faltaba hablar al pueblo. Y esa multitud justificó el dicho sencillamente con sus vestimentas. El desfile de camisetas de equipos de cualquier rinconcito del país explicó que Diego no pertenece a Boca ni a Newell’s ni a Gimnasia ni a su Independiente de la infancia.
Hubo miles de camisetas de River, de Rosario Central, Estudiantes de La Plata y hasta algunos hinchas llegaron a vestir indumentarias más exóticas, como la de Mandiyú de Corrientes, el primer equipo que Maradona entrenó durante su carrera como técnico, o la de Sinaloa.
La fiesta de la despedida maradoneana final también había significado una oportunidad comercial para muchos de sus fanáticos. Llaveros, afiches, fotos, gorros, camisetas, encendedores, posavasos, tapas de revistas, pelotas, medias, pelucas, golosinas con la cara de Diego parecieron abrir la puerta de un nuevo capítulo de la industria del merchandising del “10”. El mito consolidó su leyenda y nació el santo.
“Escribíle a Diego. Decile tus palabras. Hacé historia”, gritaba Walter Widmer, un vendedor ambulante de 42 años que intentaba vender cuadernillos con tapa de Maradona y una lapicera.
“Es que esto es para que escriban hoy, en caliente, para que quede en la historia. Me gustaría que estos cuadernos se los regalen a gente que no haya estado para que puedan entender lo que fue este día para todos los fanáticos. Me gustaría que alguna vez alguien se encuentre con estas hojitas y lea lo que vivimos”, le afirmó Widmer a Infobae, en un parate en la avenida 9 de Julio, a nueve cuadras de la Casa Rosada.
El otro rubro que vio la oportunidad única fue el de la florería. Posiblemente, las propias flores fueron el regalo más obsequiado al féretro dentro del Salón de los Patriotas Latinoamericanos y para jóvenes como Jorge Bordón, que hace tres años incurrió junto a su pareja en la florería virtual y hoy, por primera vez, se lanzó en la venta cara a cara.
“Estoy vendiendo cada flor a 100 pesos. Hoy pensé que iba a ser un regalo muy lindo para dejarle a Diego y me iba a ayudar para mi familia. Vendí unas 25 flores en dos horas, creo que ni en el día de la madre vendí tanto en tan poco tiempo”, explicó el florista a Infobae.
“Yo soy fanático de Diego, me voy a quedar con la pena de no haber podido llevar a mi hijo Luca (5 años) a la Bombonera cuando esté él, pero bueno, le mostraré todos sus videos”.
Si el llanto y los gritos narraron la historia de aquellos que salían de la Casa Rosada después de darle el adiós a Maradona, las canciones de cancha fueron la sintonía que amalgamó la ansiedad y el cansancio en la cola de espera para ingresar. Dos variables únicas: todas las canciones se mantuvieron en tiempos presente y futuro. Diego todavía “es la alegría de mi corazón” y también nos dará la mano para que todos volvamos a dar la vuelta.
“Diego no se murió, Diego vive en el Pueblo, la puta madre que lo parió” se transformó con rapidez en el hit del Billboard de la despedida maradoneana, mientras que el “Diego, Diego de mi vida, vos sos la alegría de mi corazón”, se encumbró como la canción con el sentido más representantivo del clima que se vivía.
Durante esas horas de fiesta pasaron el presidente Alberto Fernández, la vice Cristina Kirchner. Pasó Enzo Francescoli, pasó Marcelo Gallardo, pasó Ginés González García y mientras parte de la familia del astro se empecinaba en interrumpir la despedida nacional después de apenas diez horas de la apertura de las puertas de la Casa Rosada, la fiesta del adiós ya empezaba a desteñirse.
Muchos, muchísimos representantes de su pueblo, castigado y pobre, volvían a chocarse con un impedimento oficial: desde las 14.30 ya no se podía seguir acumulando la masa de la despedida. Seis horas después de esas 7 de la mañana, la fila que entonces finalizaba en la esquina de Avenida de Mayo y Perú ya había doblado a la esquina en Hipólito Yrigoyen y llegaba hasta Carlos Calvo, a unas 15 cuadras de la Casa Rosada.
Y todo se apagó y se confundió en violencia. Y esos otros cientos de miles de fans que llegaron al centro porteño para darle la despedida al máximo ídolo de la Argentina, se volvieron a quedar con las ganas de decir adiós. Porque quieren ser inmortales como él. Porque de la mano de Maradona, todos la vuelta vamos a dar.
Seguí Leyendo: