Como hacía habitualmente, el pescador Jorge López hundió la estaca en el barro de la orilla del Paraná para amarrar su lancha. Ese frío día de fines de agosto dio con algo metálico. Advirtió a los arqueólogos que hace dos décadas trabajan en el lugar. El jueves 5 de noviembre desde las diez de la noche hasta las cinco de la mañana, beneficiados por la bajante del río, lucharon contra esos pedazos de hierro que se negaban a dejar la tierra, en la que descansaban hacía 175 años.
Es que en ese lugar donde López intentaba amarrar, actual partido de San Pedro, sucedió un hecho importante. Fue también un jueves de noviembre de 1845, cuando 22 buques de guerra ingleses y franceses, que escoltaban a 92 naves mercantes e intentaban remontar el Paraná, encontraron una fortísima resistencia de los argentinos que con una treintena de modestos cañones dispuestos en cuatro baterías apostadas en la costa y tres cadenas que unían ambas orillas, se habían propuesto rechazarlos.
Tanto se resistía lo que el barro ocultaba que debieron usar un martillo neumático, de esos que se emplean para hacer pozos en el pavimento. A esta altura, un importante grupo de vecinos contemplaba, en silencio, la minuciosa tarea de los arqueólogos, que eran conocidos por todos y se habían hecho amigos de muchos. Los vecinos de San Pedro sabían que estaban presenciando un acontecimiento único.
Lo que se resistía a salir eran dos pequeños tramos de cadenas, de unos ocho o nueve eslabones, aún unidos por su anclaje original. Eran parte de las históricas cadenas del combate de la Vuelta de Obligado.
Al frente del equipo que se propuso buscar las huellas de esa batalla está el arqueólogo Mariano Sergio Ramos, docente, investigador y profesor en la Universidad Nacional de Luján. El destino lo llevó a sumergirse en Obligado. En 1995 dictó un seminario de arqueología histórica y como trabajo final los alumnos debían presentar lugares a estudiar. Uno de ellos, Miriam Larrosa propuso la Vuelta de Obligado. Ramos, que desde la década del 80 excava sitios en el país y en el extranjero, elaboró un proyecto que se puso en marcha en mayo del 2000. Y así comenzó el estudio del campo de batalla, el primero realizado en Argentina y posiblemente en América Latina.
Según contó a Infobae, los hallazgos sorprendieron a su equipo, conformado por graduados y estudiantes de las universidades de Luján, Buenos Aires, La Plata y Rosario quienes se encontraron ante el desafío de excavar a lo largo de dos kilómetros de orilla, donde el río tiene un ancho de 700 metros. Lograron recuperar, hasta el momento, 10.300 objetos.
Sabían que no hallarían grandes piezas, las que fueron desapareciendo con el correr de los años, víctimas de continuos saqueos. Se llegó, en una estancia, a enterrar un cañón y usarlo como mojón. Funcionarios tenían balas en sus escritorios y una vez hubo una fuerte explosión cuando la gente jugó a las bochas con las balas encontradas, ignorando que una aún estaba activa. Por suerte, muchos elementos pudieron recuperarse y exhibirse en el Museo del Sitio Batalla de la Vuelta de Obligado.
Antiguos pobladores
De lo encontrado hasta el momento, un tercio corresponde a vestigios de cerámica indígena, de una cultura de la que se tiene poca información, y que se encontró en la barranca del río. En 2008 realizaron la primera entrega de estos hallazgos a Cultura de la Municipalidad de San Pedro. Hasta que apareció la cacica Clara Romero, de la comunidad Lma Iacia Qom -la Casa del Hermano Toba- que en nombre de su pueblo reclamó lo encontrado. De esta manera, al año siguiente, comenzó a funcionar el primer centro de interpretación indígena. De ahí en adelante, el equipo de arqueólogos, al comenzar una campaña, le piden permiso a la Pachamama para excavar. Ramos aclara orgulloso que en 2012 fue nombrado hermano de la comunidad.
Las huellas de la batalla
La historia cuenta que Juan Manuel de Rosas había encomendado a Lucio Norberto Mansilla organizar la resistencia. Se dispusieron cuatro baterías, de sur a norte. Cada una tenía nombre: Restaurador Rosas, al mando de Alvaro Alzogaray; Brown, a cargo de Eduardo, el hijo del almirante; Mansilla, al mando de Felipe Palacios y Manuelita, bajo las órdenes de Juan Bautista Thorne que, por las heridas que recibiría, pasaría a la historia como “el sordo de Obligado”. Estos cañones eran asistidos por 160 artilleros y 60 de reserva.
Paulatinamente, al excavar en la tosca, comenzaron a aparecer las huellas de postes y las empalizadas donde se asentaron los cañones.
Los restos hallados en los lugares donde se colocaron las baterías poseen un valioso significado histórico. El equipo encontró un importante número de vidrios, que el arqueólogo Ramos explica que pertenecen a botellas de bebidas alcohólicas que los artilleros tomaban para darse valor. Asimismo, había restos de porrones, proyectiles derretidos de plomo y fragmentos de bombas explosivas.
También localizaron, junto a donde estaba situada una batería, vestigios de un fogón usado por los artilleros para disparar los cañones.
Cuando en el 2014 cavaron en el lugar donde se había dispuesto el depósito de municiones, unos ochenta metros detrás de la primera batería, se encontraron con muchos clavos de sección cuadrangular; otros usados en los tacos de calzado, de cajones y para fijar parapetos.
También los arqueólogos dieron con fragmentos de bombas del tamaño de una pelota de fútbol, de una pulgada de espesor y que contenía explosivos con metralla, lo que provocaba un efecto devastador.
El combate había empezado en las primeras horas del día y el intenso cañoneo se prolongó hasta las cinco y media, cuando los argentinos se quedaron sin municiones y la mayoría de los artilleros habían muerto. Entonces, el desembarco de fuerzas enemigas dio lugar a un combate cuerpo a cuerpo. Fue el turno de los 500 milicianos comandados por Ramón Rodríguez, más 600 infantes y dos escuadrones de caballería. Cerca, se prepararon 300 vecinos armados con lo que encontraron.
De las cadenas halladas por Jorge López, se cortó una pequeña sección para analizarla en el laboratorio. Es de hierro con escoria, y cada eslabón posee un contrete, esto es, una pieza que evita que el eslabón se aplaste. Todo indica que son de esa época.
Buscar en el río
Del proyecto participan arqueólogos buzos de la Universidad Nacional de Rosario, a quienes les cupo la tarea más complicada: la de trabajar en las aguas marrones del río Paraná, donde a treinta o cuarenta centímetros ya no se ve nada, y es necesario trabajar al tanteo. Aún no hubo resultados positivos de relevancia pero creen que en el lecho del río aún descansan tramos de las tres cadenas, que los defensores dispusieron sobre 24 lanchones.
Con el auxilio de un sonar de barrido lateral, se escaneó un kilómetro y medio del lecho del río, donde ese 20 de noviembre todo era fuego y muerte, y se registraron 16 anomalías. Estas pueden corresponder a restos de la batalla como a barcos hundidos en otras épocas y a objetos sin valor histórico.
El mástil del Republicano
Un actor importante de este combate es el Republicano, un bergantín de 20 metros de eslora y dos mástiles, armado con 6 cañones. Este barco estuvo anclado en la orilla opuesta para custodiar el amarre de las cadenas. Al promediar el mediodía de la batalla, su capitán Thomas Craig lo hizo volar para evitar que cayese en poder del enemigo.
La historia vuelve a referir a un pescador, a Jorge Villar, a quien todos conocían como “El pantera”. Hace años que sus redes engancharon lo que parecía ser un mástil y lo tuvo mucho tiempo en su casa. Tiempo después, esa madera de pinotea fue entregada al museo local, al sospecharse que podría tratarse de uno de los palos del Republicano. La Facultad de Ingeniería de la UBA está analizando un aro de metal con argollas que se supone rodeaba la pieza.
Asimismo, el equipo de arqueólogos está en la búsqueda de la fosa común. En la batalla, cayeron 250 argentinos, y hubo 400 heridos. Algunos fueron inhumados en el cementerio local, especialmente los oficiales. Otros, aún descansan en algún lugar de las inmediaciones.
Otro grupo está estudiando el terreno donde se asentaba el campamento argentino. Volvieron a encontrarse clavos, un botón de un uniforme militar, algunos utensillos y restos de botellas. La clave está en poder dar con el pozo de basura, que aún está en algún sitio.
El arqueólogo Ramos, que desde chico tomó contacto con la historia y con antiguas civilizaciones con las revistas para estudiantes, está al frente de un equipo de entre 15 a 20 personas, entre profesionales y estudiantes. En las campañas de excavación participan por lo menos una docena de personas. Y recordó que un año trabajaron 46, ya que el sitio es muy grande, casi tanto como la pasión que lo lleva, año tras año, a bucear en un episodio que le hizo decir a José de San Martín, cuando se refirió a este combate, que “los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca”.
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