″¿Por qué un beso entre dos hombres los vuelve tan violentos?”: la vida después de haber sido víctima de ataques homofóbicos

A Jonathan le pegó una patota de rugbiers en el estacionamiento de un local. A Pablo y Yaco los atacaron tres hombres mientras se estaban dando un beso en la calle. Sus historias y cómo cambió sus vidas después de las agresiones por “homoodio”

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En la Semana del Orgullo que se celebra en Buenos Aires, estuvieron en la inauguración de un mural contra la lesbofobia en la Plaza Roberto Arlt organizado por la Dirección General de Convivencia en la Diversidad
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Estaban de festejo. Se habían mudado juntos hace pocos días: coronaban con la convivencia un noviazgo de dos años. Celebraron el paso próspero con amigos y amigas en Plaza Serrano, corazón nocturno de Palermo. Era la noche del miércoles 30 de septiembre: los bares habían reabierto con un protocolo sanitario, la primavera y la flexibilización del aislamiento alentaba la reconquista de la calle. No habían pasado de las once de la noche cuando decidieron caminar hacia el departamento de Pablo, en las inmediaciones del shopping Alto Palermo. Algunos remanentes de la mudanza habían quedado pendientes. Cruzaron la avenida Scalabrini Ortiz, caminaron por Soler, doblaron en Aráoz. A mitad de cuadra se abrazaron y se besaron. No los habían visto ni los vieron venir. Aparecieron de la nada.

Los atacaron tres hombres, dos de pelo negro, uno rubio, sin estereotipo calificables, sin representación característica. “No eran skinheads, no eran rugbiers”, describió Pablo. Pablo es Pablo Cavaignac, abogado de 32 años y novio de Cristian “Yaco” Jacobsen, fotógrafo de 35 años. Esa noche les pegaron: “Nos cagaron a trompadas”, coinciden. No entendían qué estaba pasando: no tuvieron tiempo siquiera de asustarse. Se estaban besando cuando escucharon gritos. Decían algo de “putos”. Sin anuncios, los empezaron a golpear. Primero con puños, luego con palos.

Estábamos confundidos hasta que con los insultos nos dimos cuenta por qué nos pegaban”, contó Pablo. Yaco se interpuso temerario: concentró los golpes más severos. Adoptaron una actitud de pasividad: dejarse pegar hasta que se cansaran o se aburrieran. Cuando Yaco cayó al suelo en un estado de semi inconsciencia, los ruidos de espanto despabilaron a los vecinos. Fueron pocos minutos. Los salvaron sus gritos y la contienda pública: la intervención solidaria de los testigos desde los balcones.

Los agresores cesaron la violencia pero no se amedrentaron. Se mantuvieron a pocos metros de distancia contemplando lo que habían provocado. Huyeron cuando llegó un patrullero. No les robaron: tenían los celulares en la mano y las billeteras en los bolsillos. No habían ido para eso: les pegaron porque querían separarlos. Les gritaban “putos de mierda, los vamos a matar”. El beso desató su ira.

Las lesiones que sufrió Yaco en el ataque de un grupo de tres personas en el cruce de las calles Soler y Aráoz del barrio de Palermo
Las lesiones que sufrió Yaco en el ataque de un grupo de tres personas en el cruce de las calles Soler y Aráoz del barrio de Palermo

El ataque homofóbico pudo haber terminado ahí. Pero no. En la comisaría vecina 14A de la Policía de la Ciudad esperaron dos horas para realizar la denuncia. No había nadie más que ellos en la dependencia. Yaco pidió la asistencia del SAME y le respondieron que la ambulancia no iba a venir porque la prioridad del coronavirus y porque tampoco estaba tan lastimado. La denuncia la reescribieron tres veces, la carátula fue “lesiones leves” y el policía que transcribió la denuncia escribió “no les robaron nada y sólo fue un acto homofóbico”.

En sus redes sociales publicaron las fotos y contaron lo que habían sufrido. Lo hicieron para sus conocidos, para sus contactos. Recibieron mensajes mayoritarios de apoyo y contención. Pero también los otros: un montón de comentarios homofóbicos que los llenaron de vulnerabilidad e inseguridades. No toleraron esas reseñas de odio, no las comprendían. Lo que habían sido puños y palazos de tres violentos se transformó en un discurso repetido, anónimo, homofóbico, hiriente, lacerante.

Tomaron una elección: sacrificaron su bienestar emocional por la difusión del hecho. “Estuvimos una semana prácticamente dando nota y entrevistas en tele, diarios y radios. Quedamos bastantes desgastados, nos insumió mucho tiempo y el hecho de revictimizarnos nos afectó, pero preferimos darle difusión al tema para que se moviera la causa”. La denuncia que había sido tomada por la Fiscalía en lo Penal, Contravencional y de Faltas número 8, a cargo del fiscal Maximiliano Vence, pasó a la Fiscalía Penal, Contravencional y de Faltas número 22, especializada en discriminación y a cargo de la fiscal Mariela de Minicis, con cambio de carátula: “lesiones doblemente agravadas por odio y alevosía”.

El fiscal Vence tomó las testimoniales de los testigos y del vecino que los auxilió y pidió un relevamiento de las cámaras en las inmediaciones del ataque. Son 16 cámaras de la Ciudad de Buenos Aires y tres privadas. Los resultados ya están, restan los análisis de las filmaciones para dar con la identidad de los tres agresores, que continúan prófugos desde la noche del 30 de septiembre.

Pablo y Yaco también participaron de un proyecto de reforma de la ley antidiscriminatoria con la Universidad de Flores que tuvo la colaboración de María Rachid
Pablo y Yaco también participaron de un proyecto de reforma de la ley antidiscriminatoria con la Universidad de Flores que tuvo la colaboración de María Rachid

A la causa le anexaron las denuncias por amenazas que habían recibido por redes sociales. Por los mensajes intimidatorios, les asignaron botones antipánico, un instrumento que internamente consideran excesivo y “un poco extremo”. Encontraron contención en reuniones con representantes y referentes de organizaciones LGBTQ+, en la asesoría del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, la Defensoría del Público y el Observatorio NODIO (Observatorio de la desinformación y la violencia simbólica en medios y plataformas digitales), donde denunciaron trato irrespetuoso de algunas notas periodísticas por falta de perspectiva de género. A su vez, la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires elevó un reclamo para la aplicación de un protocolo policial especial en casos de violencia homofóbica o crímenes de odio.

Pablo y Yaco encontraron contención también en Jonathan.

Jonathan es Jonathan Castellari, emprendedor de 28 años. El primero de diciembre de 2017 fue el viernes que cambió su vida. Le gustaba salir a bailar los jueves a la noche. El “bajón” post boliche lo llevó al local de comidas rápidas ubicado sobre la avenida Córdoba al 3800 acompañado por su amigo Sebastián. Estaban haciendo la fila para pedir cuando ingresó un grupo de siete rugbiers. Nadie quedó indiferente: su presencia alborotó el lugar. Estaban alcoholizados y eran revoltosos, ruidosos. Querían llamar la atención. Intuyeron, Jonathan y Sebastián, que su existencia podía perturbarlos. Los miraban, se reían, se hacían chistes. Sebastián dijo “Joni, vení” y Jonathan Romero, uno de los jóvenes de la patota, pensó que le hablaba a él. Ese malentendido habilitó la interacción.

Intercambiaron palabras. Pocas. Después los insultaron. “Váyanse, si no les vamos a pegar”, los amenazaron. Jonathan, sentado, temeroso y quieto, se dispuso a esperar que se disipara la hostilidad. “Se pusieron bastante agresivos hasta que me dijeron ‘si no te levantás y salís, te vamos a pegar acá adentro’”, relató. Aceptó la orden, pero no fue suficiente. Uno de ellos lo abrazó, lo acompañó hacia el estacionamiento. Le pegaron entre siete. Piñas, patadas, insultos, gas pimienta. “Te vamos a matar por puto”, le decían a coro mientras lo agredían.

“No podía ver, no podía respirar, no podía hacer nada. Sentí que me mataban, que me iba a morir”, reconoció a pocos días de cumplirse tres años del ataque. En el momento pensó que habían sido minutos, en las grabaciones entendió que habían sido segundos. Lo salvó Sebastián, que los intimidó con rayarles el auto, el charco de sangre que crecía bajo su cuerpo y los primeros auxilios de una enfermera del Sanatorio Güemes que estaba ahí tomando un café. Lo intervinieron de urgencia porque por la fractura en el hueso del pómulo derecho casi pierde el ojo.

Jonathan Castellari fue golpeado por una patota de siete jóvenes la madrugada del primero de diciembre de 2017 en el barrio de Palermo
Jonathan Castellari fue golpeado por una patota de siete jóvenes la madrugada del primero de diciembre de 2017 en el barrio de Palermo

“Estuve un mes encerrado en mi casa porque me daban ataques de pánico”. Se sometió a tratamientos y medicamentos, a psicólogos y psiquiatras. Tres meses después de la agresión salió por primera vez solo a la calle. Dio una vuelta manzana y volvió. A la semana, la vuelta manzana ya fueron cinco cuadras a la redonda. Así, paulatinamente, iba recuperando su tolerancia a los otros. “Cualquier persona me daba miedo -contó-. Creía que cualquier pibe que se me cruzaba en la calle podía ser uno de los agresores. Cada uno que veía pensaba que era uno de ellos”.

Ya superó ese temor. Pero hay situaciones que le remueven los recuerdos. Es susceptible al local de comida rápida de la avenida Córdoba: “Cada vez que paso por ahí algo me pasa, me angustio, no lo puedo controlar”. Es susceptible a los casos semejantes. Empatiza el sufrimiento y teme que se repitan las faltas que padeció: “En mi caso no se involucró nadie. Lo sentía muy injusto. Por eso trato de contactarme con todas las víctimas para solidarizarme con ellos, para que sepan que no están solos, para que puedan tener alguien que los escuche”.

A Pablo y Yaco les dijo que lamentaba lo que habían pasado y que cualquier cosa que necesiten le escriban. Lo que les había pasado los obligó a exponerse. Sintieron vértigo, inseguridad y desprotección: “Salíamos a la calle y teníamos la sensación de que nos podía pasar algo. Estábamos un poco paranoicos. Después nos fuimos tranquilizando pero sufrimos, a la vez, episodios de mucha ansiedad”. Asimilaron el ataque como un mensaje aleccionador y disciplinador, sintieron que les habían golpeado en algo más íntimo que el cuerpo: la identidad.

Entendieron que sus agresores habían intentado separarlos, ocultarlos, prohibirlos. 49 días después del hecho, Pablo dijo que no sacrifica las manifestaciones de afecto en la calle por miedo a una nueva represalia homofóbica: “Ahora sentimos menos miedo y estamos más decididos a mostrar nuestro amor”. Jonathan, en cambio, asumió un cambio en su conducta que lo combate y lo interpela. “Estoy más atento a las miradas y a los gestos de la gente. Me incomoda su incomodidad. Antes no me importaba cómo me miren o lo que digan. Era más libre. Si bien me sigo dando besos con mi novio en la calle, me pesa de otra forma la mirada de los demás”.

Jonathan vive en Villa Urquiza y está en pareja desde hace cinco años con Gustavo Baez
Jonathan vive en Villa Urquiza y está en pareja desde hace cinco años con Gustavo Baez

Sus agresores fueron identificados y condenados. El 18 de diciembre de 2018 el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional N°16 ordenó tres años de prisión en suspenso a los siete jóvenes que lo atacaron. Gastón Trotta, Alejandro Trotta, Rodrigo Cardozo, Juan Ignacio Olivieri, Facundo Curto, Juan Bautista Antolini y Jonathan Romero, los integrantes de la patota responsable del ataque homofóbico, habían reconocido su culpabilidad a través de un acuerdo de juicio abreviado firmado con el fiscal Fernando Fisz. Gastón Llopart, abogado de la víctima, le dijo al portal Presentes que fue “el primer caso que una condena de lesiones graves contempla el odio a la orientación sexual como agravante”.

La segunda vez de su vida que los vio fue en la calle, a la salida de una audiencia. Él compareció una hora después de que finalizaran las presentaciones de los acusados. Procuraban no hacerlos coincidir en las audiencias con suficiente margen de tiempo para evitar el cruce entre víctimas y victimarios. Ellos, con sus abogados, lo esperaron en la puerta del juzgado. “No sé qué estaban esperando, por qué estaban ahí. Pero fue una situación muy angustiante para mí”, reveló. Infobae le preguntó qué le gustaría decirles si tuviese la oportunidad: “Si pudiera, me gustaría que me pidieran perdón porque nunca lo hicieron y preguntarles si se arrepienten de algo”.

Pablo se tomó unos segundos para responder la misma inquietud. “Los invitaría a que reflexionen y a que piensen por qué un beso entre dos hombres los vuelve tan violentos”, contestó.

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