En cierto lugar de la periferia de Buenos Aires, en los límites de una villa miseria muy conocida, La Cárcova (José León Suárez, partido de San Martín), hay una gran explanada rodeada por construcciones de madera. La mayoría de las construcciones tiene techo de chapa con piedras encima. Las ponen las personas que viven en ellas para impedir que el viento se lleve estos techos improvisados. Alrededor del perímetro de la explanada, entre una construcción y otra, también hay algunas casas de ladrillo más que humildes.
Toda la gente recuerda cuando aquel terreno era un basural, un lugar de descarga donde los recicladores – la actividad más extendida en esta zona – depositaban los restos de su recolección, los que ya no servían para nada. La basura de la basura. Pero aún en esas condiciones, los chicos salían de las casuchas a jugar en medio de las montañas de desperdicios.
Cada tanto, algunos residentes más voluntariosos tomaban la iniciativa de limpiar el lugar. La solución más común, la más sencilla y económica, era quemar la basura. Entonces, durante varias horas, las columnas de humo denso cubrían la villa como nubes de verano, dibujando un panorama que provocaría la envidia del Blade Runner de Ridley Scott. Cuando los restos del fuego se habían apagado, el resultado era un terreno relativamente limpio. El único inconveniente es que no se conservaba mucho tiempo en esas condiciones. Un par de semanas después, los restos volvían a acumularse y seguían creciendo en altura hasta que las estalactitas de basura apuntaban de nuevo sus dedos malolientes hacia el cielo.
La parroquia de la zona, que anima el padre Pepe Di Paola, se propuso hacer lo posible para que madurara una conciencia ecológica en los habitantes de la villa. El objetivo era recuperar espacios deteriorados y restituirlos al juego de los niños y los partidos de fútbol de los jóvenes, evitando que corrieran el riesgo de enfermar de dengue o contrajeran cualquier otra infección por el ambiente insalubre. De las autoridades municipales – tras no pocas presiones – se obtuvo que limpiaran el lugar con cierta frecuencia, y de la población que vive en los alrededores, que depositaran la basura en grandes contenedores colocados con ese fin.
En esta explanada que antes estaba sucia y desolada, hoy crecen contra todas las adversidades tres sauces tenaces, y algunos eucaliptus que sobrevivieron a los fuegos purificadores despliegan sus ramas hacia el cielo, mientras un poco más abajo una casuarina de hojas escamosas intenta abrirse camino entre las piedras. Hasta el legendario ceibo ha vuelto a florecer y un jacarandá medio atrasado está a punto de hacerlo. El paisaje ha cambiado, y seguirá cambiando. Los protagonistas del cambio fueron los mismos residentes, algunos de ellos al principio, que contagiaron poco a poco a los demás vecinos. Primero imaginaron y después pudieron ver con sus propios ojos cómo había mejorado el ambiente que los rodeaba.
La Laudato si' del Papa argentino no ha pasado en vano. "No hay cambio real y duradero si no se produce “desde dentro y desde abajo”, respondía hace poco el Papa Francisco al periodista de una agencia argentina que le preguntaba sobre los muchos problemas de su continente. Desde dentro y desde abajo. Y eso vale para todo, incluso para los cambios ambientales que hoy son tan necesarios.
El autor es un periodista y escritor italiano que vive en La Cárcova
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