“Tener un hijo a los 30 años o los 19 va a ser lo mismo siempre cuando se trate de tu primer hijo. No lo veo diferente. La edad es un número. Uno puede tener 30 años y ser tremendo boludo o puede tener 30 años y ser un chabón que sepa, y con una chabona lo mismo. No va por la edad para mí”, admite Micaela, de 17 años.
Mientras algunas adolescentes piensan como ella y afirman que la edad no cambia en nada la maternidad, están las que afirman que las madres mayores de edad suelen tener más estabilidad emocional y mejores ingresos para mantenerse.
“A mí me hubiera gustado tener a mi hijo de grande. Por el tema de estar bien acomodado económicamente, con un buen trabajo, con estudios, algo ya estable. No como ahora, ponele, que estoy a la deriva. Es una buena experiencia igual, pero me hubiera gustado tenerlo más de grande”, relató Nahuel, que fue papá a los 18.
También están las jóvenes como Sol, que tuvo a su primogénito a los 17, que sienten que el nacimiento de un bebé les cambió la vida para bien y que tienen un motivo más para pelearla y salir adelante: “La maternidad para mí es lo más hermoso que me pudo haber pasado. Es lo más lindo, lo que me da ganas de seguir, de trabajar, de estudiar, de vivir… me emociona”.
Si algo queda claro con la diversidad de los testimonios recopilados por la psicóloga Alejandra Menis para su libro llamado “Chicos cuidando a otros chicos”, es que las diferentes posiciones que toman los y las adolescentes con respecto a su maternidad y paternidad advierten que no hay que hacer generalizaciones al respecto. “Cuando hablamos del tema suelen circular muchos estigmas y prejuicios pero cuando nos ponemos en contacto con su palabra son rápidamente derribados”, aseveró la autora a Infobae, quien fomenta que los adultos acompañen a sus hijos adolescentes porque a pesar de haber sido padres o madres también son chicos.
A la Licenciada Menis el caso que más la conmovió fue el de un joven, que sorprendió a todos sus amigos con la responsabilidad que afrontó su paternidad. “Su hija le cambió la vida y gracias a ella hoy camina por la calle y no por un penal. Esto ilustra esa falsa polaridad que se arma en estos escenarios de que un hijo te puede salvar o arruinar la vida”, aseveró la profesional.
Otra de las cuestiones que más la impactaron fue la soledad en la que se ven envueltos muchos de estos jóvenes con la llegada de sus hijos. “Me decían que ya no pueden compartir los espacios habituales que frecuentaban antes. Ya sea en el barrio con sus amigos; en la escuela, porque muchas veces el sistema educativo puede ser expulsivo; en el trabajo; y dentro de sus propias familias, que suponen que porque ya tuvieron un hijo son adultos”.
Para Menis, esto último es una falacia porque tener un hijo a los 14 o 17 años no convierte al adolescente en un adulto. “Este registro de la soledad nos da una punta interesante desde el mundo adulto para ser red y sostén de ellos y ayudarlos a transitar esta nueva etapa de sus vidas pero sin perder sus espacios vitales en la adolescencia como tener un proyecto, trabajar, estudiar, tener amigos, seguir soñando y construir un futuro”, enfatizó la psicóloga.
Contar con otros que los contengan y los cuiden, mientras ellos cuidan y contienen a sus hijos es muchas veces lo que favorece que ese vínculo se desarrolle en un marco de salud y que no desemboque en una renuncia forzada y anticipada a su condición adolescente. “Alguien que además confíe en que a pesar de su edad o todas las variables en juego, puede ser buen padre y madre para sus hijos”, repite Menis.
Así como la maternidad y la paternidad adulta siempre fueron vistas con naturalidad, a pesar del aggiornamiento de la sociedad, a los adolescentes se los sigue mirando con desconfianza. “Como adultos tenemos que repensar si formamos parte de un grupo que los acompaña o que prejuzga y toma distancia. Algunas cuestiones a desanudar es que por que se adolescentes no van a estar a la altura del ejercicio de la crianza, que son descomprometidos, que son inmaduros o que el adolescentes es disruptivo”, reflexionó Menis como una forma de desterrar el prejuicio que sostiene que si ya sos mamá o papá te la tenés que arreglar sola o solo.
En su nuevo libro, la autora aborda cómo estos jóvenes transcurren sus adolescencias, cómo fue su infancia, sus amistades, su configuración familiar, si van al colegio, si trabajan, si transitan o no situaciones de carencia, si están o no en pareja, cómo se vinculan al sistema de salud, sus situaciones emocionales y sus recursos frente a las adversidades.
Y al analizar todas las respuestas encuentró incontables variables de diferenciación en torno a cómo reciben la noticia, cómo la socializan, qué opciones contemplan al respecto, cómo viven el nacimiento del bebé, las particularidades del vínculo con él y con qué red de apoyo cuentan.
“Existen infinitas combinaciones posibles y no hay formas estandarizadas de lograr una compatibilidad entre los deberes y obligaciones de un padre o una madre y los deseos y aspiraciones que tienen los chicos y chicas en la adolescencia. Habrá que escuchar a joven por joven para encontrar ese equilibrio”, enfatizó Menis. Y eso es justamente lo que intentó volcar en su nuevo libro de Editorial Kaleidos.
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