Daniel Tumminello tiene 54 años, trabaja desde los 12 y vivió toda su vida en San Martín, provincia de Buenos Aires. En noviembre de 2019 se quedó sin trabajo como empleado de seguridad: trabajaba en una cooperativa que despidió a gran parte de su personal por la situación económica del país. Estaba casado hace 35 años, pero los problemas económicos afectaron su relación de pareja y en febrero se separó. Como no tenía adónde ir, terminó viviendo en la calle y comiendo gracias a la ayuda de mucha gente solidaria.
Cada noche esperaba que se hicieran las 20 para instalarse en la puerta de un restaurante ubicado en Las Heras y Pereyra Lucena, en Recoleta. María Elena Becerra, casada con Carlos que trabaja como encargado en un edificio de la calle Copérnico, en el coqueto barrio La Isla, comenzó a llevarle la cena, como lo hace con muchas otras personas que viven en la calle. Un día le pidió permiso para tomarle una foto e hizo una publicación en Twitter para darle difusión a su búsqueda laboral.
“Desde el primer día que lo vi Daniel me mostró que tenía ganas de dejar la calle. Siempre estaba leyendo un libro, bien vestido, limpio y prolijo. Me contó su historia y le pedí permiso para publicarla en las redes. Le empecé a dejar comida todos los días porque yo trabajo de noche pero se la dejaba a algún encargado para que se la diera. El día que pudo juntar el dinero para alquilar una habitación en Once fue una felicidad para todos, solo le faltaban mil pesos y nosotros se lo dimos”, le cuenta María Elena a Infobae.
“Todos los lunes salimos muchas horas a caminar con mi marido y mi hija de 4 años y lo hacemos exclusivamente para repartir comida. Cocinamos en la portería, pero lo podemos hacer solo un día a la semana porque es para lo que nos alcanza con nuestro dinero. Cuando no tenemos bandejas descartables, llevamos empanadas, pero cuando las tenemos, llevamos comida. Todo ese dinero sale del sueldo de mi marido y del mío, que me desempeño como cuidadora de una señora mayor y hago venta por catálogo de tuppers. Juntamos plata, y así compramos los alimentos y los descartables para poder ayudar a los que menos tienen. Si alguien quiere colaborar con nosotros, para que podamos ayudar a más personas, nos puede donar desde alimentos, hasta bandejas y cubiertos descartables”, pidió Maria Elena.
Su experiencia en la calle, su relación con la droga, su comportamiento, sus rutinas, sus intereses, su supervivencia y los sabores de la comida: una entrevista a corazón abierto con Daniel, que era profesor nacional de folklore y guardaespalda de la CGT al mismo tiempo pero quiso ser abogado, que no le contó a su familia que vivió seis meses en la calle y que llora de noche porque extraña a su hija de cuatro años.
-¿Habías vivido antes en la calle?
-Sí, pero cuando era muy joven, porque tuve una época en la que consumía alcohol y drogas. Sin embargo, hoy soy coordinador de reuniones para adictos en un centro barrial, donde hacemos contención para quienes la necesitan. Me fui de mi casa en febrero, porque nos llevábamos mal con mi mujer, con la que me casé hace 35 años. Discutíamos por problemas económicos, porque yo me había quedado sin trabajo y ella seguía cobrando su sueldo. Así que un día me fui.
Pasé dos semanas en un hogar en Olivos pero, cuando empezó la pandemia, mi hija me pidió que volviera a mi casa para intentar recomponer la relación con mi ex. No lo logramos y, antes de terminar en discusiones permanentes que no iban a llegar a nada, preferí volver a vivir en la calle, algo que ni mi ex mujer, ni mi hija, ni mi familia, ni mis amigos se imaginan.
-Durante los meses que viviste en la calle, ¿recibiste alguna ayuda del Gobierno?
-El Gobierno de la Ciudad me da un subsidio habitacional de 5 mil pesos, pero eso solo cubre una parte del alquiler de una habitación. La fundación Amigos del Camino también me ayuda. Me dieron 4 mil pesos para el alquiler. Así que con eso y con la plata que pude juntar, el jueves a la mañana alquilé una habitación en Once por 11 mil pesos. Ahora, tengo que seguir generando ingresos para pagar el resto del dinero que todos los meses me va a faltar para la renta. Gracias a Dios, este mes ya lo tengo cubierto. Estaba en la calle desde junio, antes pasé por un hogar de tránsito. Ahora, al menos tengo una cama y un baño. Eso ya es muchísimo, porque pude salir de la calle.
Me dijeron que voy a empezar a cobrar algo que se llama “Ciudadanía porteña”, una tarjeta por 4 mil pesos con la que podés comprar alimentos en los supermercados. Como no tengo otra fuente de ingresos, la gente también me ayuda mucho. Mientras espero que me salga un trabajo voy a empezar a vender vajilla en Retiro, un microemprendimiento que me propusieron hacer en la fundación que me ayuda.
-¿Mucha gente se solidarizó cuando estabas en la calle?
-Yo no pido en la calle, no estoy acostumbrado, pero la gente te ayuda muchísimo: es muy solidaria. No pido nada, no por prejuicio, sino porque no estoy acostumbrado a pedir. Te ayudan con un plato de comida, con el dinero para hacer un trámite... Pero solo porque ellos se acercan a ver qué necesito, no porque yo lo pida.
Lo que más deseo es volver a tener un trabajo estable en seguridad, una actividad en la que cuento con más de 20 años de experiencia. Trabajé como seguridad personal, y además, lo hice en laboratorios, en supermercados. El 30 de noviembre del año pasado me echaron de una cooperativa porque ya no había trabajo. Éramos 250 personas y quedaron 110. No nos dieron indemnización. Ojalá alguien me dé una mano con un trabajo para que pueda salir de esta pesadilla que me toca vivir.
-¿Cómo fue tu paso por el gremialismo y cómo llegaste a conocer, por ejemplo, a Saúl Ubaldini?
-A los 19 años empecé a trabajar como seguridad en la CGT. Fui guardaespaldas de Saúl Ubaldini, Pedro Goyeneche y Pino Solanas. Estoy hablando de una época en la que veníamos de estar muy golpeados. Me refiero a cuando empezó la democracia y, de repente, empezamos a tener ciertas libertades que antes no teníamos. Nos hemos agarrado de mala manera, nos hemos pasado... Al ex presidente Raúl Alfonsín se le hicieron 14 paros generales: creo que ningún otro presidente de la democracia tuvo tanta adversidad con la CGT.
Después, los años fueron pasando y cambiando, y “los gordos” de la CGT también cambiaron. Ya no eran más los defensores de los obreros, sino que se convirtieron en grandes empresarios, como vemos que pasa ahora. Primero está la plata de ellos y, segundo, también. En este país, la gente que quiere hacer las cosas bien nunca llega porque no los dejan. No se les permite porque hay muchos intereses creados, tanto en la política como en el gremialismo.
Cuando trabajaba con Ubaldini viví momentos difíciles, como cuando nos tirotearon en Plaza de Mayo y tuve que sacarlo en ambulancia. También, trabajé como guardaespaldas del ex juez federal Guillermo Grillo y cuando pasó al ámbito privado seguí trabajando para él también como chofer. Desgraciadamente falleció por un cáncer terminal. Así que, finalmente siempre me dediqué a la seguridad. Me hubiera gustado recibirme de abogado, siempre me gustó mucho el derecho y llegué hasta tercer año de la carrera, pero las circunstancias de la vida me llevaron por otro camino: tenía una hija que mantener y solventar los gastos de la casa.
-¿Cómo son tus días?
-Siempre me gustó madrugar. Cuando trabajaba me levantaba a las 4, por eso, no puedo dormir más allá de las 6 de la mañana. Cuando dormía en la calle, escondía mi frazada y mi colchón, y trataba de desayunar. A la mañana necesito un café y, si no puedo tomarlo, me pongo de malhumor.
Hasta las 8 de la mañana leo un libro y después salgo a buscar trabajo. Yo no me quedo, siempre trato de generar algo para conseguir trabajo. Camino 90 cuadras por día para hacer los trámites y llevar mi currículum. Todo el tiempo busco un empleo. A veces, me cierran la puerta en la cara, o me dicen que me van a llamar pero no lo hacen. Estamos todos en la misma y hay mucha gente buscando trabajo como seguridad, porque es uno de los pocos rubros que se han mantenido en medio de esta pandemia.
Ahora, que tengo un techo en el hotel, estoy contento. Veo la vida de otra manera. Ya no me tengo que levantar y esperar que abran el baño de una estación de servicio para poder lavarme la cara. Es otra sensación y salgo con ganas a la calle. Todo se fue dando y quiero mantener lo poquito que logré. De día almuerzo en un comedor y, a la noche, hay muchos grupos que te ayudan con comida, o gente que te baja un plato caliente de su casa.
-¿Todas las mañanas leés un libro?
-Sí, soy un gran lector de toda la vida. Cuando era muy chico empecé a leer muchísimo. Me gustan las novelas históricas, los libros sobre casos judiciales, me gusta Friedrich Nietzsche. Tengo una gran voracidad por leer. La gente que pasa por la calle siempre me ve leyendo. Ahora estoy terminando el libro de Dan Brown, El símbolo perdido, que es la continuación de El código Da Vinci. Gracias a Dios y, como es atípico que una persona que está en la calle lea todo el tiempo, los vecinos me traen libros. Eso me pone muy contento no solo por mí, sino por el centro barrial con el que colaboro, ya que los libros son siempre de mucha utilidad para todos. Si quiero leer algo muy específico, me voy a una librería de avenida Corrientes y hago canje.
Además, siempre me gustó estudiar. A los 19 años me recibí de profesor nacional de folklore, así que tengo trayectoria como bailarín. Actué 5 años en Argentinísima -en el viejo Canal 7- pero hoy el folklore no reditúa.
-¿Qué es lo más importante en tu vida?
-Mi familia, mi hija y mis nietos. Mi hija sabe que me separé de su madre, pero jamás se imaginaría que estuve viviendo en la calle. No quise que lo supiera para no preocuparla ni hacerle daño, al igual que a mi ex esposa, que seguro debe creer que me fui a vivir con otra mujer. No me considero un muchacho de la calle porque no estuve tanto tiempo y, gracias a la relación que tengo con la gente, me sentí muy mimado y protegido.
-¿Cómo es la inseguridad para alguien que vive en la calle?
-En la calle tuve que pagar el derecho de piso: por no saber y no conocer, me robaron, me quedé sin ropa y sin celular. Eso me pasó en plaza San Martín, en Retiro. Siempre estoy en movimiento, conseguí un comedor para almorzar. Ahora estoy en uno que es para mayores de 45 años y que funciona en Beruti y Larrea. Si bien no podés comer adentro, te dan una vianda y te vas a comer a una plaza.
Vivir en la calle es muy, muy feo. No descansás bien porque tenés que estar siempre atento y estás muy expuesto. Desgraciadamente, hay mucha droga y los chicos están muy empastillados. A veces, se les va la cabeza y te apuñalan cuando estás durmiendo. Por suerte no me pasó pero conozco muchos casos de personas que salieron muy lastimados por nada, porque... ¿qué te pueden sacar cuando no tenés nada?
En la calle nos manejamos con la ley de la selva: tenés que saber imponerte. Me junto con algunos muchachos, pero no consumo drogas y, ni siquiera, tomo alcohol. Como a cualquier persona me gustaría poder sentarme a comer un asado y tomar una copa de vino, pero las circunstancias hoy no se prestan para eso. Entonces, trato de meterme en los libros, voy a los lugares que me citan para conseguir un trabajo, converso mucho con los vecinos que me ayudan muchísimo. No me puedo quejar, al contrario, tengo mucho que agradecer.
Cuando se enteraron de que había conseguido una habitación, muchas personas que me veían durmiendo en la calle se pusieron felices por mí y me ayudaron con el dinero que me faltaba. Hasta ese vecino, que siempre pasaba pero no me saludaba, se acercó a darme 2 mil pesos para que pudiera llegar a pagar el alquiler. Hay mucha gente buena en la calle pero, también, hay mucha gente buena que ayuda a la gente de la calle.
Durante tres meses viví en la esquina de Las Heras y Pereyra Lucena, en Recoleta. Siempre estoy bien arreglado, limpio y prolijo. En mi caso, estaba acostumbrado a darme un baño diario, así que tenía que ir a un hotel donde me dejaban bañar por 100 pesos. Te dan media hora para que te bañes y te afeites. Obviamente, no podía ir todos los días porque no tenía plata, pero al menos iba tres veces por semana. Después, algunos encargados de edificio me permitían que los domingos me higienizara en el baño del sótano. Ese ofrecimiento llegó con el paso del tiempo, cuando vieron mi conducta. La gente tiene mucho miedo a la inseguridad y, por el solo hecho de verte viviendo en la calle, cruzan de vereda. Pero también, están aquellos que se acercan a preguntarte cómo estás o si necesitás algo.
-¿Te asusta estar en la calle en plena pandemia de COVID-19?
-Te voy a ser sincero: al COVID siempre lo tomé con pinzas. Por suerte, en mi familia nadie lo tuvo. Por otro lado, creo que no todas las muertes son ciertas. A un ex vecino que tenía en San Martín le pegaron tres tiros y, en la partida de defunción, le pusieron que se había muerto por COVID. Parece que hoy todas las muertes son por COVID y, por ejemplo, hubo mucha gente que murió de sarampión, pero esas muertes no figuran por esa causa y sí como coronavirus. De todos modos, me cuido mucho. Siempre estoy con barbijo, con alcohol en gel, mantengo la distancia... Esa parte me cuesta mucho, porque como buen argentino, me gusta el abrazo y el beso. No estoy preocupado por el COVID pero sí por la situación que genera, porque 2020 fue un año perdido y nos va a costar mucho salir a flote.
-¿Qué sentiste todos estos meses cuando no tenías ni para comer, teniendo una casa en San Martín y habiendo trabajado durante toda tu vida?
-Es muy feo mendigar por la calle y, aún más, cuando antes nunca lo habías hecho. No me gusta pedir pero no voy a ser hipócrita, tengo necesidades como todo ser humano. Hay mucha gente que vive en la calle y que considera que el otro tiene la obligación de ayudarla, pero para mí no es así. Ninguna persona está exenta de que le pase. Si hace unos años me hubieran dicho que iba a vivir a la calle me hubiera reído.
En la calle te encontrás con gente muy capaz. Conocí a gente muy instruida, gente con estudios pero después, desgraciadamente, la calle los chupó. Si te dejás estar, la calle te chupa. Es como una ventosa: un día te dejás de afeitar, a la semana siguiente te dejás de bañar y, después, caes en el alcohol o en la droga, porque de alguna manera querés cambiar tu realidad.
Es muy triste no tener, ni siquiera, la satisfacción de abrir la puerta de tu casa y meterte debajo de la ducha. Uno lo toma como algo normal pero, cuando estás en la calle, deja de serlo. En pleno invierno, 50 personas van a bañarse, pero 40 nos tenemos que bañar con agua fría, porque los paradores no son tan completos. Me han tocado noches muy frías de invierno, que se me moje todo por la lluvia... Y pasar por eso, es muy triste y doloroso. Vivir en la calle te saca la dignidad, pero la sigo teniendo y pienso seguir así hasta que pueda. A la larga, la calle te quita los valores. Te dejás estar... Empezás tomando una cerveza, después tomás un vino y terminás tomando “cachuña”, que es alcohol fino con agua.
Hay personas que piensan que la gente de la calle no quiere trabajar y no es así. A veces, no podés trabajar porque te quedás sin ropa y no te queda más remedio que estar cinco días sin afeitarte. Entonces, por más que quieras trabajar y te presentes en un lugar, sabés que la apariencia es lo primero, que uno entra por los ojos. En la Argentina, se discrimina mucho y eso también ayuda a que las personas pierdan los valores.
Hay mucha gente crónica que vive en la calle y a la que ya no le interesa volver a salir. No son malas personas y no tienen vicios, pero ya se han acostumbrado tanto que se sienten a gusto. Conocí a un matrimonio que vivía en la calle, en una esquina. Un día les ofrecieron irse a vivir a una quinta y les dieron trabajo como caseros. De repente, consiguieron un techo y un trabajo. Pero al tiempo, volvieron a la calle porque decían que hacían más plata que trabajando.
-¿Cómo fue tu relación con las drogas? ¿Pudiste dejarlas?
-Durante 27 años consumí cocaína. Empecé desde que era muy chico. Es mentira todo eso que dicen, que te la ofrecen gratis para que te enganches. ¡Todo eso es mentira! Empezás a tomar porque querés y, también, salís cuando querés... si es que realmente querés salir. La granja, las internaciones voluntarias... en muchos casos te cambian una droga por otra, porque dejás de consumir cocaína pero te dan pastillas para tranquilizarte.
La abstinencia es muy muy difícil y reconozco que no todo el mundo la soporta. Comí muchos kilos de dulce de membrillo, porque es lo único que te corta la abstinencia. Tuve la suerte que mucha gente me ayudara cuando quise salir de las drogas, por eso, ahora ayudo a todas aquellas personas que quieran salir de ese infierno.
Una noche estaba en la puerta de una iglesia y me lamentaba porque no me alcanzaba la plata para comprar una bolsa de droga. De repente, vi frenar un auto de alta gama, del que bajó un matrimonio muy bien vestido. Abrieron la puerta trasera y bajaron a su hija, que tenía parálisis cerebral... ¡Y yo me estaba quejando porque no tenía plata para seguir drogándome! Cuando vi al señor, lo primero que pensé fue “pobre hombre, con toda la plata que tiene nunca le van a poder decir papá”. Yo tengo una hija. Desde ese día, no me drogué más.
-¿Qué pensás cada noche cuando te acostás?
-Lloro mucho de noche porque extraño la vida de familia. Fueron 35 años de casados, extraño a mi hija, a mis nietos. Yo me casé muy chico, a los 19 años. A veces, el 90 % de los problemas de pareja son económicos. Al menos, eso nos pasó a nosotros, porque yo me quedé sin trabajo y mi ex mujer seguía cobrando su sueldo. Por otro lado, pienso que a veces es preferible apartarse un tiempo de tu matrimonio, antes que las cosas no terminen bien. Yo sería incapaz de levantarle la mano a mi mujer, ni tener un acto violento en mi casa... Pero ya no podíamos vivir más así, discutiendo todo el día. Por eso, preferí irme a la calle.
Haberme quedado sin trabajo provocó que los papeles se invirtieran. Ella seguía cobrando su sueldo como siempre, incluso a pesar de la pandemia, pero yo me había quedado sin ingresos. Al final, siempre terminamos discutiendo por cuestiones económicas. Como yo no tenía ninguna entrada, le tenía que pedir a mi ex que me comprara los cigarrillos, el único vicio que tengo. ¿Sabes qué feo es que a los 54 años tu mujer tenga que comprarte un atado de cigarrillos? Por eso, agarré y me fui.
Cuando empezó la pandemia volví a casa por mi hija, porque me lo pidió especialmente. Yo nunca le dije que estaba en la calle, siempre le dije que estaba en un hotel. Volví pero seguía todo igual con mi mujer, hasta que un día le dije “ahora vengo”, pero no volví más. Con mi hija me sigo hablando, la última vez que la vi fue para su cumpleaños. Nos encontramos en el parque Las Heras. Siento que fallé, pero hago todo lo que puedo para empezar de nuevo. Quizás, cuando encuentre un trabajo y pueda reencontrarme con mi familia, voy a estar parado diferente frente a la vida.
Cuando vivís en la calle, a la noche no descansás: te dormís por cansancio, pero no descansás. Me quisieron robar varias veces mientras dormía y me peleé con alguien que me quiso sacar una mochila. Sentía miedo porque muchos te atacan. Hubo casos de “chicos bien” que les prendieron fuego los colchones a unas personas que vivían en un portón. Cuando cierro los ojos, lo primero que pienso es en mi gente... Me siento frustrado y con mucha bronca de estar en esta situación. Jamás hubiera creído que me iba a pasar y, sin embargo, me pasó.
-¿Cómo se te puede ayudar?
-Simplemente, con un trabajo. Es todo lo que necesito y lo que más deseo para salir de esta situación. Me gustaría trabajar en seguridad, de sereno, en una portería, de ayudante... Estoy dispuesto a trabajar porque necesito mantenerme y tener una vida digna. Estoy abierto a todas las propuestas laborales que me puedan ofrecer y voy a poner todo lo mejor de mí, si me dan la oportunidad de tener otra vez trabajo. Soy una persona con muchos valores en la vida.
El pan de la limosna es caro. Le agradezco a toda la gente que me ayuda pero la comida que te regalan es amarga, aunque te la den de todo corazón, porque vos sabés que no te la compraste con tu trabajo. Es una mezcla de sensaciones: siento vergüenza, bronca y frustración; pero también, me siento muy agradecido por todas aquellas personas que me ayudaron a sobrevivir todos estos meses y que lo siguen haciendo.
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