Francis Barbe se jubiló este año, en plena pandemia, después de una larga carrera como profesor secundario de alumnos con dificultades de aprendizaje. Además, durante todos sus años de docencia, militó en el Sindicato Nacional Unitario de Maestros y Profesores (SNUIPP, por sus siglas en francés).
Enterado por un amigo y colega que vive en Buenos Aires de que en Argentina los chicos no han vuelto a clase desde el mes de marzo pasado, cuando el gobierno de Alberto Fernández decretó la primera cuarentena, le envió el mensaje de audio que se reproduce aquí, en el que, con el sentido común que parece faltarles a las autoridades educativas y a los dirigentes sindicales argentinos, le manifiesta su sorpresa y preocupación.
“¿En Argentina los pibes no retomaron la escuela desde marzo?”, le pregunta incrédulo a su amigo.
“Eso es increíble, es increíble -repite-. Es un verdadero escándalo”.
“Que los chicos no vayan a la escuela por tanto tiempo, en especial los chicos más desfavorecidos, es una catástrofe, una catástrofe”, insiste.
Reconoce que también entre los gremios docentes franceses hubo un debate sobre si volver o no a clases y admite que no siempre coincidió con la actitud de su sindicato. “(El SNUIPP) no siempre se portó del todo bien y eso me molestó mucho”, dice.
“Estoy convencido de que los pibes, especialmente los que más dificultades tienen, los chicos de clases populares, cuando no van a la escuela, es terrible, terrible, eso ahonda las desigualdades”, afirma, respaldado en su experiencia como educador especial, justamente para alumnos con dificultades de aprendizaje, muchas veces agudizadas por el entorno social desfavorable. Una desigualdad para la cual la escuela es -o debiera siempre ser- un paliativo.
Pero esta convicción que expresa Barbe no parece estar en el espíritu de los gremialistas docentes argentinos. Sí de muchos maestros que han manifestado su disconformidad con los planteos sindicales de no retomar las clases presenciales hasta que haya una vacuna contra el coronavirus.
Aquí los políticos se han cansado de repetir que la pandemia, o la cuarentena, expone aun más las desigualdades sociales, pero sin tomar medidas en consecuencia. Como si esa realidad no tuviera ningún vínculo con las escuelas cerradas y sin dar indicios de haber tomado verdadera conciencia del drama que representa para un niño un año de desconexión con la escuela. Algo que la virtualidad, aun en los casos en que se pudo dar, no puede suplir por completo.
“Por eso acá en Francia -sigue diciendo Barbe-, cuando volvimos al confinamiento, las escuelas quedaron abiertas pese a todo y eso es algo bueno”.
En efecto, cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, anunció el 28 de octubre pasado que Francia volvía a un aislamiento estricto, se decidió que las escuelas seguirían funcionando. Al revés de lo que sucede actualmente en muchos distritos argentinos, donde se autorizan restaurantes y hasta casinos, pero no se abren las aulas, en Francia los establecimientos escolares son los únicos abiertos. Una decisión con fundamento científico además, porque la experiencia indica que la reapertura escolar no se correlaciona con un aumento de casos de infectados.
También allá hubo discusiones entre los sindicatos, el gobierno y los padres de los alumnos acerca de si los protocolos sanitarios que se pusieron en marcha eran o no suficientes, le cuenta Barbe a su amigo. De hecho, hasta hubo medidas de fuerza en reclamo de más protección y, dice él, seguramente en muchos casos había motivos fundados para estos reclamos.
“Pero no habría nada peor que volver a cerrar las escuelas”, sentencia.
“Lo más grave, y estarás de acuerdo conmigo, es que las escuelas sigan cerradas allá”, concluye.
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