Tiene parálisis cerebral, se independizó y vive sola: “Siempre quise salir adelante más allá de mis limitaciones”

María Estela Mesa tiene 46 años y vive en Mendoza. Apenas nació, sufrió un paro cardiorrespiratorio que, además, le dejó dificultades en el habla. Sin embargo, su fuerza de voluntad no le impidió vencer todas las dificultades y alcanzar sus sueños

Tiene parálisis cerebral, se independizó y vive sola: “Siempre quise salir adelante más allá de mis limitaciones”

Desde el día en que nació, María Estela Mesa aprendió a enfrentarse con la adversidad y a luchar en la vida como una verdadera guerrera que nunca se da por vencida. Llegó a este mundo el 7 de octubre de 1974, en la ciudad de San Martín, Mendoza y nació sietemesina junto a su hermana gemela.

Mi mamá me dijo que tuve un paro cardiorrespiratorio a las pocas horas de nacer y, luego, llegó la parálisis cerebral. Después de estar en la incubadora, mi hermana gemela María Alejandra falleció a los 5 meses por una negligencia médica, porque no padecía ningún problema de salud. Fue muy triste no poder conocerla. Mis hermanos José y Rolando padecen de distrofia muscular de Duchenne, al igual que Cristian, quien falleció por esta enfermedad. Fue un golpe muy triste para mí”, le cuenta María Estela a Infobae.

Su primer año de vida fue decisivo. “Estuve rodeada de médicos, me debatía entre la vida y la muerte. Pero le gané a la vida. Crecí feliz con mis padres, mi familia y mi abuelita. Era inquieta y traviesa, quería saber todo y andaba siempre con el triciclo que me regaló mi papá”, contó.

María Estela Mesa

Pero con apenas 6 años, la vida le dio varios golpes duros: su amada abuela falleció, ella debió someterse a la primera intervención quirúrgica en las piernas, sus padres se separaron y cada uno rehizo su vida: “Fue un cambio rotundo: se iba parte de mi infancia, perdería a mi madre para siempre tal vez sin quererlo, por las circunstancias de la vida. Para un niño es difícil entender que tu mamá ya no estará, porque ella también hizo su vida como mi papá lo hizo. Ahora tengo muchos hermanos y tengo muy buena relación con todos. Tengo sobrinos y un ahijado”.

A los 8 años, María Estela estaba feliz porque había podido caminar sin ayuda y porque quería estudiar, hacerse amigos y tener una vida escolar como cualquier chica de su edad. “Un día me largué solita a caminar y fue un logro enorme porque tenía 8 añitos. Quería aprender leer, ir a la escuela, pero curiosamente no me querían recibir en ninguna: ni en los colegios especiales, ni en los comunes. En los primeros me decían que mi intelecto era superior, en los segundos, que mis compañeros me podían hacer caer”, recuerda.

Así, entre idas y vueltas, a los 10 años pudo empezar la escuela especial en Godoy Cruz, donde asegura que vivió los años más felices de su infancia. “Fui a la escuela Fidela Maldonado de Cano y mis compañeros tenían las mismas condiciones que yo. Fueron los años mas felices. Recuerdo el primer año que cursé: llegué con un conocimiento previo, porque un primo me enseñaba lo básico. Pero no me quería adelantar a mis compañeros, ya que siempre me cuidaba de seguirlos. Un día se me escapó una palabra que aún no nos habían enseñado. La señorita se llevó el cuaderno a la dirección. Después, vino con la directora y me hicieron unas preguntas, así que ese año hice dos cursos a la vez y después pasé a tercer año. ¡Hasta fui abanderada!”, afirma.

Con esfuerzo, ganas y mucha dedicación, María Estela logró terminar la primaria y la secundaria. Cuanta que siempre le gustó mucho estudiar, así que hizo talleres cerámica, de manualidades, de cocina, armaba muñequitos de peluche y hasta atendía el kiosco de escuela cuando terminaba sus clases. Durante su adolescencia, la música fue su cable a tierra y los libros fueron sus mejores compañeros.

Siempre contó con el apoyo de sus familiares y amigos

Con los años, las cosas se fueron poniendo más complicadas, sobre todo a la hora de conseguir trabajo. “Ni trabajando gratis te quieren dar la oportunidad. Por ejemplo, para el programa “Enlace” tengo que buscar a una empresa o un negocio chico, pero buscan miles de pretextos para no darme la oportunidad de sentirme útil. Después, ves que ponen a cualquier persona sin preparación y maleducada, solo por acomodo. De ese modo, nos cortan las alas y no nos dan la posibilidad de ser como cualquier persona. Así, retrocedemos como sociedad y como país. Son mezquinos con el que necesita una mano: necesitamos un mundo más inclusivo”, se lamentó.

María Estela tuvo otro encontronazo con la intolerancia y la exclusión cuando quiso independizarse e irse a vivir sola. “El tema de la vivienda para las personas con discapacidad es otra piedra en el zapato: es una eternidad de lento, es nulo. Para nosotros, siempre todo es más difícil y no podemos vivir como una plantita en casa de mamá y papá, sintiendo que la vida se nos va lentamente sin esperanzas, sin un propósito, sin metas...”, dijo.

María Estela y su amigo Martín

Luchadora incansable, hace más de 10 años que decidió vivir sola y ser independiente, aunque asegura que no fue fácil. “Fue un aprendizaje. Me costaba conseguir un alquiler, no querían tener la responsabilidad de que me pasara algo y ya estaba cansada que me dijeran “no”. Un día. encontré un número de teléfono y dije: “Ya está, que sea lo que Dios quiera”. Llamé y era una pensión muy linda y cómoda. Jorge, el dueño, nunca me dijo un “no”. Siempre ha sido bueno conmigo y me deja juntarme con mis amigos, que también tienen discapacidad. Festejamos el Día del Amigo, los cumpleaños... Soy muy feliz viviendo acá, conocí mucha gente linda e hice buenos amigos. Tengo mi pareja, Roberto, mi compañero. Mi sueño es tener mi casa, mi espacio, mis cosas, cocinar y compartir buenos momentos con mi familia y mis amigos”, asegura.

Un sueño que le hubiera gustado cumplir fue haberse recibido de diseñadora de indumentaria, pero decidió dejar la carrera ya que sentía que sus profesores la dejaban de lado ya que María Estela aprendía más lento que sus compañeros. La incomprensión de esos profesores fue tal que le sugirieron que dejara esa carrera y eligiera otra. Finalmente, lograron su cometido: María Estela abandonó sus estudios, pero su inquebrantable fuerza de voluntad hizo que se comprara una máquina de coser y que aprendiera a hacerlo con tutoriales en internet.

Junto a su pareja, Roberto Villalobo

A pesar del buen momento por el que transita hoy, después de tanta lucha por alcanzar sus sueños. María Estela asegura que, para ser una sociedad inclusiva, nos falta un largo camino por recorrer. “Sería bueno que muchas cosas sean más accesibles económicamente, que tengamos un descuento para andar en taxi o remise, porque no todas las personas con discapacidad podemos subir al colectivo. Sería bueno que las veredas se encuentren en condiciones para circular con las sillas de ruedas, que algunos edificios públicos sean más accesibles, que no se obstruyan las rampas, que coloquen asientos en todas las paradas de colectivo y que sea mas accesible tener una casa, aunque tengamos que pagar una mínima cuota. Pero que no nos hagan esperar años y años para tener un hogar, porque a algunas personas su discapacidad no les da tiempo para esperar tanto, como la distrofia muscular de Duchenne que padecen mis hermanos, José y Rolando, y que se cobró la vida de Cristian, mi otro hermano”, cuenta.

María Estela vive sola y pudo independizarse

“Es una enfermedad muy fea la que tienen mis hermanos, no hay ningún especialista para tratarla y sus vidas se escapan sin poder evitarlo. Sus músculos se debilitan poco a poco: primero, pierden fuerzas en las piernas, y así se van afectando todos los músculos del cuerpo. Viven lejos de la ciudad, solo pasan tres colectivos al día. De parte de mi mamá, tengo 7 hermanos, a los que siempre visité cuando mi papá me podía llevar: les llevaba regalitos, jugaba con ellos, nos reíamos mucho, eran traviesos pero muy buenos conmigo. También, tengo 4 hermanos de parte de mi papá. Con ellos, nos criamos juntos, se quedaban conmigo, les enseñaba y aprendíamos hacer cosas como limpiar o cocinar”, cuenta. “Siempre buscaba hacer las cosas, aunque me costara, pero al final lo lograba y así aprendí a cocinar, a limpiar, a coser, lavar los platos, mi ropa interior, las zapatillas y la de mis hermanos. Transcurrían los años y quería aprender hacer cosas quería darle motivo a mi vida. Iba a gimnasia en mi bici-triciclo. Pero yo sentía que podía independizarme y así lo hice”.

La pandemia la tiene alejada de sus afectos y asegura que es un tiempo que se hace especialmente más difícil para las personas con problema de salud. “Es un desafío y nadie tiene la culpa, pero tenemos que cuidarnos y cuidar al otro. No se trata de ir contra la corriente porque nos perjudicamos todos. Obvio que se extrañan un montón de cosas, pero lo que más se extraña es a los seres queridos que se han ido por esta pandemia: lo más triste es que ya no volveremos a verlos. Tengamos un poco de paciencia todo será mejor que antes, de lo malo también se aprende”, aconsejó.

“Las familias tienen que apoyar con amor a sus hijos con discapacidad, para que aprendan a volar por sus propios medios: tal vez sea difícil pero no imposible porque “querer es poder”. Siempre quise salir adelante más allá de mis limitaciones. Me acepto como soy, me gusta salir a la calle bien arregladita, voy a la peluquería, me tiño y plancho el pelo... Pude ser independiente como cualquier persona y logré que los obstáculos no sean barreras. No todas las personas saben cocinar o limpiar, pero igual son independientes y viven solas. Más aún, cuando está el apoyo de la familia. Nuestros padres tienen que pensar que vamos a saber cómo desenvolvernos cuando ellos ya no estén”, finalizó.

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