Ideas locas. Podrían definirse así. Ariel Eichenberger (47) usa chatarra para crear piezas únicas e irrepetibles. Un spinner de una hélice para diseñar una mesa, una correa de bicicleta toma forma de alce, y así sigue la lista interminable y creativa de este artista, o más bien un hombre con alas para soñar.
“Me considero un autodidacta, toda la vida estuve vinculado al arte por medio de la pintura, de la escultura, siempre fui un gran soñador: poner, sacar, jugar... Lo que no sabía, trataba de aprenderlo”, le cuenta a Infobae desde su taller, un container en Benavidez, provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, Ariel no siguió el camino de su vocación, en su juventud prefirió recorrer un camino más seguro. Estudió Licenciatura en Marketing y consiguió trabajo. “Hice carrera en una importante automotriz multinacional y no me puedo mentir, me gustaba. Me desarrollé en el área de marketing, tenia gente a cargo, hacía buenos contactos pero no estaba nunca en mi casa”, recuerda.
Un poco antes de cumplir 40, ya como padre de su hijo Ian Ariel y con más dudas que respuestas, decidió patear el tablero de su renombrada estabilidad. “En el momento que tuve un hijo y empezó a crecer comencé a ver otras cosas. Lo que vi...(hace una pausa) es muy loco lo que te voy a decir, pero a veces uno trabaja para conseguir un montón de cosas que después te das cuenta que no te llenan. Uno se dedica a las satisfacciones personales y las cosas que te llenan están relacionadas con la familia”, señala.
Puso un freno a esa vida, que en el fondo no lo hacía del todo feliz. Tuvo el apoyo de su mujer y un puñado de conocidos, porque el resto le decían que estaba “loco”. Renunció al mundo corporativo y así fue como los primeros meses vivió de ahorros para dedicarse a su pasión. “Tuve suerte porque en poco tiempo crecí. En Argentina no es fácil vivir del arte, pero yo puedo. Te soy sincero, nunca pensé que me iba a ir bien”.
-¿Qué tuvo que resignar en este cambio de profesión?
-Nada. Todo lo contrario, gané todo. Trabajo muchas más horas pero son de pleno disfrute, hay momentos que estoy tan metido que me olvido del tiempo.
Nada se pierde, todo se transforma
En su espacio disruptivo convive entre caucho, metal, madera, eco cuero. Lo que para muchos es chatarra, para él es el motor de su creación. Todo lo que hace es único. “Me dedico hacer locomotion art -explica-. Lo llamo así porque hago arte con medios de locomoción: piezas en desuso, barcos, aviones, trenes, autos, motos, todo referido a vehículos, unidos por el valor agregado que les doy. Es eso, devolverles la vida, la historia a todo eso que nos sirvió a nosotros para trasladarnos para conocernos. Y hacer que el mundo sea un poquito más sustentable”.
La pasión por los aviones
La aviación siempre fue una de sus grandes amores, es por eso que una de las primeras grandes obras que hizo fue a partir del viejo fuselaje de un Fokker-F-27, el mismo de la tragedia de los uruguayos en la Cordillera de los Andes. “Conocí unos hermanos que hacían mobiliario con partes de aviones en Estados Unidos. Cuando volví a Argentina, vine con la idea de generar arte con partes de aviones en desuso. Algunas piezas las conservo, otras las reciclo y las vendo, y en este caso, la otra mitad fue montada como instalación sobre un trailer, va ser una galería de arte móvil”, explica.
-¿Cómo consigue los materiales?
-Argentina tiene un parque de aviones en desuso muy pobre. Eso hizo que, cuando volví motivado a encarar la idea, como no tenía herramientas, el proyecto quedara en la nada. Algunos los compro, otros me los donan, y otros me encuentran.
De Buenos Aires al mundo
El ciervo de casi tres metros y 200 kilos que tiene hoy en su taller, tiene a La Pampa como destino. Instalado en el mercado, Ariel recibe consultas de los Estados Unidos, Brasil e Italia, entre otros países.
“La mayoría de los clientes vienen a verme, eligen partes y allí comenzamos los proyectos. Los hago partícipes del proceso y eso les encanta”, destaca.
En general las piezas que encuentra son de gran tamaño y trasladarlas es un gran desafío. “Se transportan en camiones con la ayuda de grúas de gran porte para cargar y descargar... todo calculado milimétricamente, pero me encanta”, cuenta.
-¿Qué fue lo primero que creó?
-Una lámpara, obvio me la quedé. No tenía ni idea qué hacer.
-¿Qué es lo más loco que hizo?
-Uh... la serie de animales que estoy creando: cóndores, búfalos, jabalíes y ciervos. También di vida cuatro alas de 4 metros cada una en homenaje a los 500 años de Leonardo Da Vinci. Una de ellas la compró el excéntrico coleccionista de arte Jorge Gómez para su museo privado en Nordelta.
Mucho más que arte
Se le pasan las horas dentro del taller. El delantal no se lo saca nunca, tiene las manos “sucias” pero no todo siempre tiene que ver con la generación de una pieza, sino el proceso que incluye compartir con amigos y familia. “Vienen les cocino, nos sentamos hablar... es cuestión de compartir la vida, eso que tanto buscaba antes de patear su tablero”
-Ya cumplió su sueño, ¿qué otro vislumbra?
-No sé, porque ahora es distinto, todos los días pienso en uno y se van dando. Es increíble, siento que me tocaron con la varita mágica.
-A todos esos que le dijeron que estaba loco, ¿hoy qué les diría?
-Nunca es buen momento para tomar una decisión de ese estilo. Estaba loco, y fue la mejor locura de todas.
Fotos y videos: Lihue Althabe
Edición: Damián Rodríguez
Seguí leyendo: