Familias homoparentales: cuando lo único que se necesita para ser madres y padres es amor

Nuestro país fue uno de los primeros en el mundo en otorgar los mismos derechos a las parejas del mismo sexo que a las heterosexuales a la hora de decidir tener un hijo. Aquí, dos historias de quienes soñaron con agrandar su familia y concretaron esa ilusión

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Son papás y son mamás, pero cada uno por su lado. Matías y Nicolás están orgullosos con Lautaro, a quien adoptaron en el 2020. Ingrid y Belén, felices con Catalina, que nació por inseminación artificial hace dos años y medio. Ambas historias de amor son fruto de una legislación que, en este caso, puso a la Argentina en el lote de los países más avanzados en derechos civiles. El 15 de julio de 2010, fue la primera nación de América Latina y la sexta en el mundo en reconocer el matrimonio de personas de un mismo sexo. A partir de ahí, el derecho a ser padres y madres se equiparó con el que tenían las parejas heterosexuales. Estas son dos de las múltiples historias que nacieron al calor de esa ley.

Los papás

Nicolas, Matías y Lautaro, el
Nicolas, Matías y Lautaro, el hijo de ambos

Matías Vigna (31) y Nicolás Cabrera (35), son parte de Familias Diversas Argentinas, un grupo de alrededor de 80 padres como ellos que se visibilizan a través de una cuenta de Instagram que lleva ese nombre. Ambos nacieron en el interior de la provincia de Buenos Aires, vinieron a trabajar a la Capital Federal y se conocieron hace diez años.

“Mi crianza fue en el campo, y luego viví en la ciudad de Chivilcoy -le cuenta Matías a Infobae-. Nico es de Bragado, así que tenemos experiencias parecidas. Yo fui a un colegio industrial y él a un agrotécnico”.

Durante la infancia y la adolescencia de ambos, prosigue Matías, no hubo problema en que los demás aceptaran su identidad sexual: “Además, nos paramos en la vida de modo que no damos lugar a que nadie nos haga daño. Pero mi familia me súper acompaño cuando se los conté. ¡A veces me quejo que hablan más con Nico que conmigo! Mi abuela, que tiene 73 años, nos llama todos los días. Y ahora que está Lauti, habla con él. Lo mismo la familia de Nico. A la semana de conocernos, falleció su mamá. Creo que eso nos unió más, porque le hice mucha compañía en ese momento”, explica.

Además de una crianza parecida, ambos comparten el hecho de haber tenido novias. Matías se ríe cuando cuenta que “cuando vamos a Chivilcoy o a Bragado nos cruzamos con algunas de ellas y está todo bien. Es más, una es amiga de la hermana de Nico, así que la ve seguido. Aunque yo había tenido experiencias con gente de mi mismo sexo en mi ciudad, la verdad es que la orientación la definí cuando llegué a la Capital”.

El casamiento de Matías y
El casamiento de Matías y Nicolás

La pareja se conoció por un amigo en común. Nicolás trabaja en el Gobierno de la Ciudad, y Matías en el Registro Nacional de las Personas. “Él en planta baja y yo en el primer piso del mismo edificio, pero nunca nos habíamos cruzado. Desde ese momento no nos separamos más”.

Cuatro años más tarde, se casaron. “Este viernes 6 cumplimos exactamente seis años de matrimonio”, precisa. “Habíamos organizado una fiesta, pero salió la posibilidad de comprar una casa, la cancelamos e hicimos un asado. Fue muy lindo. En ese momento tenía un pánico bárbaro, en las fotos salgo como desfigurado, jaja… No se si era miedo al compromiso o a las responsabilidades. Pero el mismo miedo y pánico lo sentimos cuando tuvimos que golpear la puerta del hogar para conocer a Lauti”.

La llegada de un hijo fue algo natural para ellos. “Nosotros siempre tuvimos la intención de ampliar nuestra familia, pero teníamos el prejuicio de que la adopción en la Argentina es algo muy burocrático. La realidad es que cuando arrancamos el proceso fue muy fácil, porque lo que te exigen en Capital es mínimo. Tuvimos tres encuentros informativos, y nos inscribimos en el Registro de adopción. Ese proceso tardó entre siete y ocho meses, nada. Eso fue el año pasado, y la verdad es que creímos que iba a demorar más”, explica.

El comienzo de los trámites lo hicieron a principio del 2019, mientras estudiaban. Matías Relaciones Laborales, y Nicolás la licenciatura en Márketing, que ya terminó.

“Enseguida empezaron a llegar convocatorias de juzgados para darnos entrevistas. Pero no quedábamos y nos empezamos a frustrar un poco. Quizás teníamos demasiadas expectativas. Después nos relajamos”, cuenta Matías. “No era que había objeciones, pero la realidad es que no hay muchos bebés para adoptar. Sólo un 1% tenía chances de 800 inscriptos. Los niños que necesitan ahijar son más grandes”, señala.

Con ese panorama, ambos se replantearon qué deseaban como padres, y las situaciones que estaban dispuestos a afrontar. “Entonces, en nuestra ficha de adopción pusimos que buscábamos ‘hasta cinco años con posibilidad hasta dos más, hermanos, que tengan enfermedades crónicas compensadas como diabetes o celiaquía y sexo indistinto’. Como la ficha era tan amplia, nos convocaban seguido. Pero no nos elegían. No te dan justificativo. Nos pasó de ir a juzgados súper agradables a otros que tenían cero empatía”, grafica.

Después de esperar un año
Después de esperar un año la adopción, hoy Lautaro lleva el apellido de sus padres

Finalmente, el 2 de diciembre del año pasado los llamaron del Juzgado Civil 56 de Capital Federal. Fue la propia jueza, Gabriela Vera, quien los recibió. Recuerdan que estaba ella, su secretaria, la trabajadora social.... “Fuimos un lunes, sin mucha expectativa. Entramos, ynos dijeron que íbamos a ser los padres de Lauti… Fue mucha información de repente. Tenía ganas de salir corriendo gritando que era padre. El juzgado fue lo mejor, nos acompañó en todo momento.”, se emociona.

Seis días después lo fueron a conocer al hogar Monoliso de San Martín. Lautaro tenía un año. “Cuando llegamos a la puerta del hogar y lo vimos, lo primero que hizo fue tocarnos la barba y abrazarnos. Eso fue una sensación increíble. Se despertó un amor nuevo. El amor de un padre a un hijo no es el mismo que hacia la pareja. Desde ese momento, durante 15 días, salimos a pasear, lo trajimos a casa. Y el 18 de diciembre nos otorgaron la guarda pre adoptiva y se quedó definitivamente con nosotros. Nos fuimos a la Costa, a Mar del Plata, para pasar Navidad y lo conoció toda la familia”.

Lo único que saben del pasado de Lautaro es que su madre lo abandonó, y desde entonces estuvo institucionalizado. “Su historia la empezamos a construir entre los tres. En junio nos salió la sentencia de adopción, así que ya tiene nuestro apellido: se llama Lautaro Cabrera Vigna”.

Matías describe a su hijo con mucho amor: “Ya habla, es una personita. Todavía no dice papá, si repite mamamama… Nos dice Ía y Nico. Es un santo, duerme toda la noche, no hace berrinches, cumple dos horas de siesta. Ahora lo podemos sacar a pasear por Lugano, nuestro barrio. Le gustan los animales, aunque a nuestra perrita, una pincher que no pesa un kilo, la vuelve loca. Y va a ser hincha de Racing, como toda la familia de Nico, ya tiene hasta la ropita”.

La familia ya tiene en mente algo más: darle un hermanito.

Las mamás

Catalina entre sus mamás: Belén
Catalina entre sus mamás: Belén e Ingrid

Cuenta Ingrid Zarlenga (39), que antes de conocer a Belén (31, empleada administrativa en un shopping), estuvo cinco años en una relación con un chico, aunque en el fondo sabía que le atraían las personas de su mismo sexo. “Para mí era un tabú. Iba a un colegio religioso y trataba de convencerme a mí misma que lo que pensaba estaba mal. Lo reprimía, en una palabra”.

Después que se peleó con ese novio, a los 27 años, conoció a otro chico. Pero éste le abrió las puertas a enfrentarse con su verdadera identidad. “Él también tenía dudas con su sexualidad. Cuando conocí a sus amigos me solté y sentí la confianza suficiente para contarles lo que me estaba pasando. Ese fue el puntapié para liberarme. Me llevaron a bailar a boliches gay, como Human, Reo, The Sun, a veces a Amérika. Conocí el ambiente y me sentí muy cómoda. Ellos me ayudaron porque eran más desinhibidos”.

El primer cachetazo que sufrió, el precio por su libertad, fue la incomprensión de su familia, algo que con el transcurso de los años fue cambiando. “No me quedó otra que contárselos. Había conocido a una chica de Córdoba, con la que estuve cuatro años y medio de novia y viajaba seguido. Yo creía que mi familia sospechaba, estaba convencida. Pero cuando se los conté resultó que no. Al principio fue muy duro, porque no lo aceptaron. A mi mamá le dije que tenía dudas, se puso a llorar y me dijo que estaba confundida, que cómo podía ser si había tenido novio. Le cayó como un balde de agua fría. Le pedí que no se lo contara a mi papá, pero lo hizo”.

Esa primera relación no prosperó. Y luego, hace siete años, en uno de esos boliches que frecuentaba con su grupo de amistades, conoció a Belén. “Apareció en el momento justo. Las dos veníamos de relaciones largas. Al principio nos veíamos sólo en los boliches, y quedaba todo ahí. Hasta que se cortó la luz en una fiesta y se hizo silencio. Y por primera vez hablamos un montón. Quedamos en salir a tomar algo y desde ahí no nos separamos más. Nos gustamos y tenemos muchas cosas en común”.

En el 2014, Ingrid y Belén se fueron a vivir juntas. “Me daba un poco de miedo, pero nos llevamos re bien”, cuenta. Entre los gustos que comparten está el de viajar. Al año siguiente se fueron de vacaciones a Tailandia, más precisamente a una playa con la que Ingrid había soñado toda su vida: la paradisíaca Krabi. Belén le tenía una linda sorpresa: “Ella había comprado unos anillos y nos comprometimos ahí. Le había grabado hasta la fecha en que me los dió: 3 de febrero”.

La noche en que Belén
La noche en que Belén sorprendió a Ingrid con un anillo y se comprometieron en Tailandia

Al regreso estuvieron a punto de organizar su casamiento. Pero lo dejaron en suspenso porque otro proyecto le ganó de mano: el de ser madres. “Desde muy chica tengo ganas de ser mamá. Fui maestra jardinera, cuidaba a todos mis primitos. Belén al principio no quería. Así que no insistí más. Hasta que ella misma me lo propuso. Empezamos a averiguar a través de la obra social, llenamos un montón de formularios, nos hicimos estudios. Yo revisaba todo el tiempo el mail para ver si aprobaban el tratamiento y nos derivaban al centro de fertilidad para hacer la inseminación artificial”.

Cuando llegó ese momento, ambas tuvieron la primera cita con la doctora. Con mucha ansiedad, aguardaron que al primer intento el embarazo se comenzara a gestar. La elegida para llevar a su hija en la panza fue Ingrid. “No fue un tema para nosotras. Desde un principio, Belén dijo que no quería ser la que lleve al bebé. Y yo tenía ganas de estar embarazada”.

“Yo estaba convencida que iba a llegar en el primer intento. La doctora nos dijo que estuviéramos relajadas, porque no siempre la inseminación daba positiva la primera vez. La obra social cubre hasta tres intentos y si no pasa nada, se pasa al método in vitro”, explica Ingrid.

Al salir contactaron a un amigo que trabaja en un laboratorio de análisis clínicos. El les consiguió “muchos test de embarazos”. Y les dijo que esperaran 15 días para hacer la prueba. “Pero estábamos ansiosas y al sexto día la hicimos. Obvio, dio negativo. En el día 12 la repetimos y salió una rayita. Le dije a Belén ‘ya está, basta’. Al rato, no se porqué, ella agarró de nuevo y apareció otra rayita. Hicimos otra prueba y otra más, y todas dieron positivas. No lo podíamos creer”.

Era noviembre de 2017, y la pareja esperaba a quien es su primer hija, Catalina. “Al principio, por el tema del donante, al no saber quién estaba del otro lado de mi hija, yo me sentía rara. Nos habían dicho que como las dos tenemos ojos claros iban a buscar alguien con nuestras características. Igual, desde el momento que la vi a Cata la sentí muy nuestra, ya ni se me pasó por la cabeza aquel tema”.

Una familia feliz: Ingrid, Belén
Una familia feliz: Ingrid, Belén y Catalina

Catalina nació el 17 de julio de 2018. “Llegó en un momento muy especial -cuenta emocionada Ingrid-. El día que vimos la primera ecografía, falleció la abuela de mi pareja. Cuando tenía siete meses mi mamá se enfermó, Nunca hubo un diagnóstico certero, fue algo psicológico. Estuvo ocho meses en cama. Y falleció el noviembre del año pasado. Y mi papá, por cáncer, hace tres meses. Fueron golpes durísimos, pero la pudieron conocer. Yo siempre había soñado que mis padres fueran abuelos. Tenían locura por Cata”.

La familia tiene una página de Instagram llamada @lifewithtwomoms (“la vida con dos madres”), donde visibilizan todo lo que hacen con Catalina. “Sólo una vez tuvimos un comentario negativo”, cuenta. Para Ingrid, su hija es “un amor que no tiene comparación”. Y la describe con mucho cariño: “Habla un montón, ¡no para de hablar! Nosotras tratamos de decirle ‘mamá’ y ‘mami’ para que nos diferencie. Pero nos dice mami a las dos. Igual sabe como llamar a quien quiere comunicarse. Nos reímos porque ahora a cada mujer que ve le dice mami y a cada hombre, papi. Por ahora asocia eso, mujer es mamá y hombre es papá. Nos cambió la vida”.

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