Me llego un mensaje, otro y otro más. Después diez y los diez se hicieron veinte. En veinte casos Twitter me aviso que querían cambiar mi contraseña. Si era yo no había problema. Pero si no soy yo sí, me alertaban. Danger. No soy yo, son nuevas formas de goteo de fascismo.
Todos los días hay una gota: te intentan entrar a tu contraseña de Twitter. Pueden hackearte y decir lo que no queres decir, pueden meterse en tu información, pueden hacerte saber vigilada, pueden filtrarse en tu correspondencia personal y en información periodística reservada.
A lo mejor no pasa. Pero si pasa, pasa. Puede pasar.
En la cuenta de Instagram también intentaron pescar mi cuenta para sacarme seguidores e información. No caí. Pero mire quienes son los que se hacen pasar por la cuenta oficial de Instagram para decirte que les pongas sus datos. Son cuentas no neutras sino que intentan generar un retroceso de derechos, todos sus posteos destilan odio a los feminismos y la lucha por más derechos.
A lo mejor no pasa. Pero si pasa, pasa. Puede pasar.
La semana pasada terminé de escribir de trasnoche una nota que escribí con dedicación. Hace cuatro años di un taller para mujeres rurales. Nunca olvidé sus historias. Incluso escribí muchas de las que me contaron: la trabajadora de Jujuy que no podía ni ir al baño a cambiarse el pañito de la menstruación en la cosecha de tabaco, la de Misiones que era subida como una bestia a un camión para que los demás tomen mate y ella apenas tomara unos pesos, la de Chaco que se hizo fuerte con su propia huerta.
Pero había una historia que no escribí y escuché: la de una santafesina con palabra fuerte que fue despojada de la tierra por el machismo de hermanos. A partir de la denuncia de violencia de género en el reparto de la herencia de Dolores Echevehere la busqué por una semana. Llame a muchas hasta que la pude encontrar mientras cuidaba a su nieta. Pudimos hablar después de los cuidados, a la hora en la que todos duermen y las mujeres que cuidamos trabajamos.
Mónica Polidoro, Presidenta de la Asociación de Mujeres Rurales Argentinas Federal (AMRAF), me contó desde Wheelwright, el sur de Santa Fe que su mamá era propietaria de tierras que le sacaron sus hermanos varones. No por lo que dice la ley, sino por lo que impone el machismo. Ella perdonó que su mamá se dejara robar por ser mujer. Pero la herida de las penurias económicas por portación de género nunca se cerró. No alcanzó ni el perdón.
“Mi vieja eligió a sus hermanos por sobre sus hijas. A mi vieja le sacaron la tierra y nos quedamos sin campo y con una crisis económica muy fuerte. Ella lo tomaba como algo natural porque era mujer y sus hermanos varones”, me contó Polidoro.
Las periodistas de género no somos un archivo, ni somos solamente la información que se puede googlear. Somos un corazón multiplicado de las heridas que hilvanamos para que no vuelvan a suceder y para que las que ya sucedieron duelan menos.
Hasta que me muera hay algo que nadie me va a poder arrancar: una vida llena de historias que escuché, que abracé, que me hicieron llorar, emocionar, pensar, cambiar de ideas, decidir seguir adelante con mis convicciones, replantearme y abrir preguntas. Y, por sobre todo, saber que esas historias que estuvieron muteadas de la historia hay que contarlas porque la historia de la desigualdad se construyó de silencio. Y la historia de la pelea de derechos se construye con palabras.
Esa noche le dije a mis hijos que cenábamos tarde, muy tarde, pero que yo amaba mi trabajo. Al otro día Mónica y otras trabajadoras rurales me mandaron mensajes entusiasmados como si estuviéramos sembrando una tierra que fue expropiada por el prejuicio a las mujeres.
Pero a la noche me senté a escribir y no pude. “Te vamos a ir a buscar a tu casa a cagarte a piñas”, me pusieron. Siempre hay quien normaliza la supuesta violencia en las redes sociales. O quien cree que es lo mismo que le pasa a todo el mundo. O que es una vida paralela. Yo no. Nunca. Con nadie. Hay intimidaciones que duelen más que a otras y a algunas personas más que otras. Yo trabajo y escribo. Ese es mi trabajo. No recibir amenazas.
Cuando empecé a escribir en Infobae, hace un año, explique que trabajo con una libertad ingobernable, no exenta de errores, pero sin censura y pedí que mis notas estén cerradas a comentarios. Mi postura es muy clara. Yo no me autocensuro, pero la violencia genera censura. Una no escribe igual con el gatillo en la cabeza de la violencia. No hay libertad con intimidaciones.
Las periodistas y escritoras decimos y escribimos ahora lo que antes no pudimos con mucha valentía y muchos costos. Llore mares y no lo niego. Temblé mil veces y no lo escondo. Me arrepentí de los precios que pago y no lo oculto. No hay solidaridad de masas cuando las piernas no alcanzan para sostener los brazos. No hay libertad si la violencia es una sombra que busca inhibir el sentido de la palabra sin jaulas.
La supuesta liberad de las redes sociales, de quienes se arrogan defender la libertad y de quienes se denominan libertarios no es libertad, es apropiarse de su libertad, para limitar con discursos de odio la libertad de quienes todavía estamos disputando un derecho que siempre nos fue negado: escribir sin callarnos, decir sin miedo a las represalias.
Otro mensaje decía: “Te vamos a buscar y te vamos a tirar pintura”. Supe exactamente que me estaban diciendo. La referencia a la pintura no está inspirada en una obra de arte sino en la violencia política más feroz que se vivió en la región con el ataque racista y misógino a Patricia Arce, la ex alcaldesa de Vinto, Cochabamba, el 6 de noviembre del 2019.
Mientras una mujer hacía pink washing (lavado de cara rosa) a un descalabro a la democracia en nombre de los Santos Evangelios, los sectores de la clase alta y los militares, con consignas racistas y anti derechos (en contra de la educación sexual) otra mujer no solo era sacada del cargo por el que había sido elegida. Le cortaron el pelo hasta raparla, la hicieron caminar por vidrios y piedras y le tiraron pintura como si el genocidio a las brujas ya no necesitara herramientas de tortura y fuego, sino el rojo sangre para mostrar porque no conviene dejar de agachar la cabeza.
Ella ahora fue electa Senadora. Es abogada y trabajo como asesora de las Bartolinas de Quillacollo y de la Federación de Campesinos. Pero recuerda el día de la postal que me hizo dar cuenta que las venas de América Latina siguen rojas y contra nosotras: “Me hicieron caminar, me quitaron los zapatos y me llevaron hacia el rio Huayculi. Me empiezan a patear, a echar con gasolina, me echan un balde de pintura roja y me cortan el cabello”, contó en una entrevista con Página/12.
Los femicidios generan la muerte de la víctima y el disciplinamiento a las demás. Las violencias son dirigidas a una, pero dedicadas a todas. La violencia política a Ofelia Fernández busca lastimar a una de las elegidas por la revista Time como líder mundial y que ninguna otra joven se atreva a cuestionar la burocracia vetusta de las escuelas y la política. Los ataques a Thelma Fardin buscan que ella no tenga trabajo y abandone la causa y que no haya otras mujeres que se atrevan a denunciar abuso si ven que es más caro hablar que callar.
Esa noche no pude escribir. Lloré como muchas veces. Me arrepiento como muchas más. Sueño con un exilio, no de una patria, sino de la violencia que no puedo controlar y hasta de mi porque hay escudos que se erosionan de tanta piedra que correr del camino.
No voy a dejar de escribir. Pero una buena parte de escribir es escribir que la violencia sistemática a mujeres periodistas en redes sociales expulsa, calla, lastima, inhibe y reduce el impacto de la tarea informativa y –algo que hoy es mucho más importante- el impacto de las noticias en las redes sociales.
¿Por qué es más importante? Porque en el 2020 el feminismo argentino, que es el impulsor de la liberación de la palabra en todo el mundo y de un proceso imparable, con una potencia movilizadora insuperable está en sus casas, en un feroz retroceso a causa de la pandemia.
Si las calles no permiten una vigilia de un millón de personas como la que se juntó para esperar la media sanción en la cámara de diputados de la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en el 2018, en donde la calle no solo fue marcha, sino casa, cama y urna en una democracia plena y participativa, las redes ahora no son accesorias o impulsoras, sino fundamentales.
Y a ese escenario se le agrega otro factor. Ya nadie lee, mira ni escucha lo que no quiere leer, ver y escuchar. La ciudadanía está encerrada en su propia burbuja (y no para cuidarse del coronavirus), en su micromundo de timeline (los posteos de personas que piensan de manera similar) y los medios que opinan de manera casi idéntica a la forma de pensar pre concebida. Por eso, los medios no hacen cambiar de opinión, reafirman la opinión pre existente.
Yo me niego a ese hilo de marioneta sin posibilidad de acción y con pereza intelectual que solo nos hace obedecer a una matrix sin intervención. Pero se que, en las redes sociales y en la conversación presencial, son los pocos espacios donde, a veces, todavía somos personas con capacidad de informar y transformar la realidad.
La violencia no es natural, ingenua, ni inocua: busca sacarnos a las mujeres y periodistas con perspectiva de género de un terreno en donde hemos logrado sacar a las mujeres del silencio y dar voz a las historias que enterraban con ellas o las enterraban a ellas.
No me interesan los discursos de valientes, me interesa no tener que ser valiente para sobrepasar el miedo que da escribir y el dolor de los golpes que se juntan por el castigo de haber escrito. Y apuesto a que se sepa para defender la libertad de expresión que no es libertad si viene con el cheque de la intimidación.
La violencia da resultados. El machismo gana y las mujeres retroceden. Y se puede horizontalizar la lucha, pero no aplanar las consecuencias. Las que más pierden son las que más sobresalen. Por eso, el machismo en redes está bajando el perfil de las referentes feministas.
El retroceso se pudo comprobar en la investigación “Ser periodista En Twitter. Violencia de género digital en América Latina”, coordinado por Lina Cuellar, de la organización Sentiido Colombia y Sandra Chaher, de Comunicar para la Igualdad, de Argentina.
La investigación contó con entrevistas a 28 periodistas y monitoreó las cuentas de 60 periodistas con un equipo de más de veinte personas y fue publicada en agosto del 2020. El informe observó la situación en Argentina, Colombia, México, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela y fue respaldada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
“La participación en Internet en general, y en redes sociales en particular, es parte del derecho a la comunicación de las personas. Las redes son hoy los foros públicos, mucho más en contexto de pandemia. Que la violencia hacia las mujeres que se manifiesta en estos espacios sea mayor que la que reciben los varones, y que, como consecuencia de la misma las mujeres se estén retirando del debate público, como demuestra la investigación, intentando resguardarse afecta su derecho a la libertad de expresión”, denuncia Sandra Chaher.
“Nos callamos, al menos por un tiempo, para ser menos visibles y menos atacadas. Sería ingenuo creer que esta violencia tiene impacto sólo en nuestras vidas. Cada mujer que se retira del debate público, particularmente aquellas con un rol en el mismo por su desempeño profesional, es una enorme pérdida para el sistema democrático. Perdemos en diversidad y riqueza, como un ambiente que se degrada. Además, tenemos mujeres afectadas en su subjetividad”, destaca Chaher.
La nota sobre las mujeres rurales que -una noche atrás- me daba orgullo e impulso no llego a Instagram como hago habitualmente para compartir las noticias con las y los lectores. Tal vez lo haga después de esta nota o, si los ataques se recrudecen, no lo haga nunca.
No venimos a decir que no pasa nada, sino que ser periodista no es aguantar, sino informar. Y que el derecho de piso ya paso hace rato, pero en vez de romper el techo de cristal, lo que se rompe es nuestra capacidad de seguir soportando los sopapos de la bronca machista a que ejerzamos el oficio.
¿Los varones no son atacados? Si, por sus ideas políticas. Las mujeres además por el aspecto físico y defender a otras mujeres. No leo el informe como si fuera una astronauta. Lo leo con las llagas de un espejo que quisiera esquivar y no puedo.
“Incogible” fue casi un piropo, entre los comentarios en una red social, a otra nota sobre sexteo, a comparación de todo lo otro que me dijeron en otro ataque (y van) de esta semana y otro boomerang a la pasión con la que intento seguir escribiendo.
Para no ser repetitiva un epíteto que me sorprendió –de los usados para descalificarme- fue “pared de escuela pública” porque parece que las paredes de escuelas privadas son mejores. El recuerdo de la escuela primaria a la que fueron mis hijos con el auto viejo de Ricardo, su director y emblema de honradez, pintado como mural, frente a la Plaza Mafalda, me seco las lágrimas. A mí las paredes de las escuelas públicas me dan orgullo, no pena.
“La mayoría de las menciones tóxicas, sin importar el género, incluyeron un componente político o una crítica a la labor periodística, lo que es de esperarse en un contexto de polarización como el latinoamericano. Llama la atención, en el caso de las mujeres, que hay aproximadamente 10% más de menciones que ponen en duda su capacidad intelectual y 20% más de expresiones sexistas”, destaca el trabajo sobre violencia de género en redes.
“En la mitad de los países de la muestra se identificaron un 30% más de comentarios vinculados a la apariencia física de las mujeres, llegando esto último a duplicarse en Argentina y Uruguay. En todos los países, salvo en Venezuela, las periodistas recibieron menciones tóxicas solo por el hecho de defender los derechos de otras mujeres, utilizando términos como «feminazi» o «femininja»”, detalla la investigación “Ser periodista en Twitter”.
La ilustradora feminista Ro Ferrer alerta sobre algo que le paso a ella: phising. “Hace unos meses caí en la trampa del robo de datos, a través de lo que llaman técnicas de ingeniería social. Recibí un mensaje privado como si fuera de Instagram alertando sobre un problema de copyright. Me pareció extraño, pero como nos suelen denunciar seguido a las feministas, para que nos cierren las redes, supuse que venía por ese lado”.
“Cuando recuperé mi espacio tenía más de 300 mensajes de este estilo, pero esta vez, como si yo lo hubiese firmado”, se lamenta. Ella ahora rescata el consejo de Dominemos las TICs “Dar información personal, datos sensibles es como dar la llave de tu casa”.
La periodista especializada en tecnología Irina Sternik apunta: “Las plataformas están tomando, muy lentamente, iniciativas para evitar el odio. Pero falta mucho. Por ejemplo, recién ahora Facebook va a bloquear publicaciones que nieguen el Holocausto”.
PARA SEGUIR LEYENDO