Acceso norte ramal Pilar, Ruta Provincial número 8, bajada Granadero Juan Mateo Gelves. Menos de un kilómetro de marcha hacia la calle El Cardenal, de ahí a la derecha. Sobre la mano izquierda está el Centro Pastoral de la Iglesia de la Transfiguración y unos metros después un camino de tierra sin nombre. Por ahí no. Una cuadra después cruza la calle Monseñor de Andrea. Sobre esa esquina, el primer cartel del country. En la desembocadura de ese camino asfaltado y custodiado por una vegetación cuidada de otras propiedades privadas, el ingreso al Country Carmel.
Una vez dentro, hay que atravesar el Club House y las canchas de tenis en dirección noreste. Sobre uno de los límites perimetrales del barrio, lindero con la calle El Ñandú y en la frontera del Campus Nuestra Señora del Pilar de la Universidad del Salvador, la casa. La construcción se esconde en una de las esquinas de un lote amplio delimitado por frondosos árboles. Dos plantas, techos a dos aguas, tres chimeneas, la combinación de ladrillo en las paredes y madera en las aberturas, un gran balcón, una pileta y el resto pasto y jardín.
En la planta superior, una sala de estar sirve de antesala para el dormitorio: ambos ambientes tienen acceso al único balcón. En una de las paredes de la arcada que comunica la sala con la habitación se encontraron dos manchas presuntas de sangre. Del otro lado, el baño en suite. Sobre la pared blanca de uno de los laterales del dormitorio, a la izquierda de la cama matrimonial, colgaban fotografías con las caras de los sobrinos. En una de las esquinas, una de las chimeneas, un estante y un cuadro. En el medio, la puerta de ingreso al baño. Enfrente, el balcón.
La tarde del domingo 27 de octubre de 2002 no había nadie en esa casa: presuntamente. María Marta García Belsunce, de 50 años, estaba jugando un partido de tenis con su amiga y vecina Viviana Binello en la cancha Nº 1. Carlos Carrascosa, su esposo de 72 años, dijo que estaba mirando el clásico entre River y Boca en la casa de Guillermo Bártoli, y que recién se fue de ahí cuando, en el partido siguiente, Independiente le metió el primer gol a Rosario Central por la decimocuarta jornada del torneo Apertura.
Cuando María Marta, socióloga y vicepresidente de la fundación Missing Children Argentina, ingresó a la casa que compartía con su marido (se habían casado en 1971), dejó la campera en el pasamanos de la escalera. La mujer había jugado al tenis y necesitaba ducharse porque en minutos iba a llegar su masajista. Se estaba desvistiendo cuando escuchó que alguien entraba en su casa por la puerta principal. Se puso unos pantalones color crema, salió de la habitación y desde la sala de estar de la planta superior vio que al menos una persona subía la escalera.
Al menos, una línea de investigación recrea esta secuencia. Otra hipótesis supone que cuando ingresó en su casa antes de lo previsto, sorprendió a sus atacantes. El resultado es el mismo y la incertidumbre también: discutieron, la atacaron, la mataron. A María Marta García Belsunce la asesinó alguien hace 18 años en su casa. Ella pudo defenderse con un atizador que logró alcanzar en medio de la pelea. La golpearon en la cara. Le dieron tres minutos de vida hasta que le gatillaron seis tiros con un arma calibre 32. Uno de los proyectiles rozó su cráneo, se deformó y adoptó la silueta de un pituto. Los otros cinco impactaron en su sien izquierda causándole la muerte.
Pablo Duggan, uno de los periodistas que más investigó el caso, dijo que los impactos estaban tan juntos que provocaron una masiva fractura del cráneo. “El calibre era pequeño y la zona estaba poblada de pelos. Todo esto provocó el hecho más notable e increíble del caso: no se veían los balazos. Familiares y amigos no los vieron, pero tampoco el primer médico en llegar a la casa para atender la emergencia. El médico Juan Gauvry Gordon no vio los agujeros a pesar de que fue el único en revisar el cuerpo de María Marta. En su declaración dijo haber palpado los agujeros, pero que los confundió con una lesión proveniente de un golpe”, explicó. El periodista aseguró que ni el médico, la familia, salvo el asesino, sabía de los balazos: “Este dato es fundamental para entender que todos los hechos cometidos por la familia y amigos no fueron parte de ningún encubrimiento”.
Por eso, un bala era un pituto y un asesinato, un accidente doméstico. Cuando su marido llegó a la escena del crimen, le gritó a la masajista Beatriz Michelini que su esposa había sufrido un accidente desde una ventana de la antesala del dormitorio. María Marta estaba semi sumergida en la bañera. El baño aún tiene un piso verde, una bañera con hidromasaje, con las canillas prominentes y una ventanal con vista hacia el jardín. Cuando Carrascosa la vio, lo primero que pensó fue que se había caído y lastimado.
El cuerpo fue manipulado. Su asesino la introdujo en la bañera con las piernas afuera. Misteriosamente tenía las zapatillas mojadas y el pantalón seco, con parte de su cuerpo sumergido en una bañera a medio llenar. Lo que pasó después está lleno de suspicacias: el médico de la ambulancia que no vio los orificios de bala, un supuesto llamado del hermano de la víctima negándole el ingreso a personal policial asumiendo el accidente doméstico, un certificado de defunción que indicaba paro cardíaco no traumático y la exhumación del cuerpo luego de que se lo depositara en la bóveda familiar del Cementerio de la Recoleta.
María Marta murió la tarde de ese domingo 27 de octubre de 2002. Pero recién 36 días después se supo que había sido asesinada de cinco balazos en la sien izquierda. En 2018, 16 años después del crimen, una comitiva de fiscales, abogados y policía científica ensayó una reconstrucción de los hechos en procura de desandar los pasos de los siete primeros imputados del homicidio. Empezaron a las diez de la mañana y terminaron a las cuatro de la tarde. Se reconstruyeron y cronometraron los recorridos, buscaron determinar la percepción de los testigos en el lugar, los tiempos de movimiento y desplazamiento, las distintas variantes de mecánicas de producción del hecho y elementos para compatibilizar la escena con la evidencia.
En aquel entonces, el abogado Gustavo Hechem le dijo a Infobae que se barajaron dos teorías en ese procedimiento. “La primera es que los seis tiros hayan sido disparados dentro del baño y la otra es que el primero, el del famoso ‘pituto’, se lo hayan disparado en la antesala, que se haya enredado en el pelo y que ella se haya ido hasta el baño, donde cayó después cuando levantaban el cuerpo”. La mujer de 50 años pudo haber escapado hacia el baño para esconderse o huir por la ventana y luego reducida tras un forcejeo. O bien, pudo haber llegado al baño luego de que el primer disparo (el del pituto) la haya “atontado”.
En ese proceso de la reconstrucción del crimen participó el propio Jorge Carrascosa, que estuvo siete años en la cárcel luego de que la sala de la Cámara de Casación Penal revirtiera su absolución y lo condenara a prisión perpetua y hasta que un nuevo fallo volvió a absolverlo. Lo hizo en carácter de dueño de una vivienda que manifiesta el paso del tiempo y el abandono: un sobrevuelo en drone por la residencia expone el deterioro de los techos. Un chalet que se mantuvo en pausa durante 18 años.
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