Después de más de siete meses de cuarentena, con sus flexibilizaciones y sus endurecimientos, con sus protocolos y su nueva normalidad, la temporada de vacaciones se hace más necesaria que nunca. No estamos en un momento ordinario de la humanidad, sino que, muy por el contrario, nos encontramos atravesando una pandemia, un hecho que demanda una adaptación total del estilo de vida, en múltiples aspectos.
Con las fronteras prácticamente cerradas y los vuelos de cabotaje habilitados solamente para los trabajadores esenciales, los habitantes de la provincia de Buenos Aires saben que, al menos por el momento, la única forma disponible de veranear es hacerlo dentro del territorio bonaerense, siendo la Costa Atlántica una de las opciones más comunes.
Si bien el turismo estará habilitado recién a partir del próximo 1 de diciembre, desde el domingo último ya pueden ingresar a los distintos municipios bonaerenses los propietarios no residentes que quieran ir a revisar el estado de sus casas de descanso, lo que representa una oportunidad para despejarse y alejarse un poco del bullicioso centro porteño y su intensa rutina. Para esto es requisito necesario, lógicamente, ser dueño de algún inmueble en el lugar de destino.
Al día siguiente de que se abriera esta posibilidad, Infobae pudo realizar un viaje a la localidad de Aguas Verdes, un pequeño pueblo costero ubicado entre Costa del Este y La Lucila del Mar, que ya comenzó a recibir nuevamente a sus habituales visitantes. A lo largo del trayecto en auto de poco más de cuatro horas y media que separan a este balneario de la Ciudad de Buenos Aires, observamos escasos controles policiales, cartelería recordando las medidas sanitarias vigentes y, por sobre todas las cosas, un bajo nivel de tránsito, teniendo en cuenta que ya estamos entrando en noviembre.
Técnicamente, todo comenzó el jueves pasado, cuando el Partido de la Costa puso a disposición en su página web el formulario que los propietarios no residentes deben completar para obtener el permiso correspondiente antes de iniciar el viaje. Puntualmente, las autoridades locales solicitan que el dueño del domicilio en cuestión demuestre ser tal, adjuntando el número de la cuenta municipal y una copia de algún impuesto del inmueble que esté a su nombre. Más allá de eso, no hay muchos otros requisitos, un número de documento, la patente y modelo del vehículo y los datos de los acompañantes, que tienen que ser integrantes del grupo familiar, aunque no piden nada en especial para comprobar este último punto.
Con el trámite ya hecho e impreso, cargamos los bolsos y comenzamos el trayecto. A pesar de que teníamos todo en regla, todavía estaba la incertidumbre de no saber si íbamos a lograr ingresar a la vivienda, quizás un síntoma que representa bien lo que se vive en estos tiempos en los que uno nunca sabe si está cumpliendo con todas las normas vigentes y las recomendaciones sanitarias, que también suelen cambiar de un momento a otro.
Saliendo desde la zona norte de la provincia, el primer paso es atravesar la Ciudad de Buenos Aires, que a estas alturas ya tiene un tráfico similar al que había antes de la pandemia, por lo que esta parte del trayecto fue bastante similar a lo que era anteriormente, cuando el coronavirus aún no estaba en nuestras mentes. Al tomar la autopista hacia La Plata, la cantidad de vehículos se fue reduciendo, pero el verdadero cambio se sintió al cruzar el peaje de Samborombón, sobre la Ruta Provincial 2. Tras pagar los $120 que cobran actualmente, nos adentramos prácticamente solos en el camino de asfalto que en época de vacaciones suele estar repleto de autos y motos.
Al llegar a Chascomús, dos camionetas estacionadas a un costado del camino indicaban que seguramente había personas pescando en la zona, aprovechando el fantástico día soleado, con 22 grados de temperatura y un cielo despejado que se reflejaba en las cristalinas lagunas. Mientras tanto, yo, con la música encendida y el calor entrando por el parabrisas, comencé a sentir que ya estaban empezando las tan ansiadas vacaciones luego de varios meses de intenso trabajo.
Para ese entonces todavía no había aparecido ningún control, a pesar de que ya habíamos recorrido más de 150 kilómetros. Recién a la altura de Dolores nos encontramos con la primera camioneta de la Policía Bonaerense y algunos conos que señalaban el camino, pero no nos detuvieron y seguimos viaje.
En una estación de servicio cercana paramos a cargar nafta y recordé que estamos en plena pandemia, primero porque me tuve que colocar el barbijo y, segundo, por un cartel puesto sobre los surtidores que aconsejaba lavarse bien las manos, usar alcohol en gel y toser siempre en el pliegue del codo, acciones que ya se volvieron parte de nuestra cotidianeidad, pero que siempre es bueno recordar. Al lado, los empleados de una cadena de comida rápida atendían a una familia. El interior del local no permitía el ingreso al público, razón por la cual los pocos clientes que había retiraban sus pedidos e iban a comerlo a la porción de pasto que hay en el estacionamiento o cerca de sus respectivos vehículos.
Siguiendo con el recorrido, vimos los clásicos puestos ubicados al lado de la ruta, los cuales estaban funcionando y ofrecían sus habituales productos: quesos, salames, frutillas, arándanos y otras frutas. No ocurre lo mismo con las parrillas, que en pleno horario de almuerzo están cerradas, y parecían no tener planes de abrir en los próximos días, por lo que frenar para comprar un choripán o un asado será una tarea complicada para quienes quieran viajar en noviembre. En lo que respecta a los clásicos paradores, donde uno puede pedirse un café con medialunas o comprar alfajores para llevar, colocaron mesas afuera, por lo que esta opción sí sigue disponible, aunque este lunes se los vio bastante vacíos.
Sorprende la poca cantidad de tránsito que hay, al punto de que gran parte del tiempo no había ningún otro vehículo alrededor y solo cada algunos kilómetros aparecía algún camión u otro auto que nos pasaba o que venía de frente, pero no se puede comparar con la circulación que había ya para estas fechas antes de la cuarentena. Eso sí, en los campos las vacas y los caballos siguen pastando como siempre, ajenos a todo lo que está pasando en el mundo. Un anciano de barba larga con el que nos cruzamos y que estaba deambulando a la vera del camino, parecía tan ajeno a todo como esos animales, y tampoco llevaba barbijo.
En General Lavalle tuvimos la primera parada obligatoria, cuando en un retén nos preguntaron de dónde veníamos y hacia dónde nos dirigíamos, pero tras mostrar los papeles que comprobaban que teníamos una propiedad en la costa, los efectivos de seguridad amablemente nos dejaron pasar y nos desearon un “buen viaje”.
Ya en la Ruta Provincial 11 sentíamos la ansiedad de saber que estábamos por llegar. Afortunadamente, la obra de pavimentación que comenzó el año pasado ya estaba finalizando, por lo que en casi todo el trayecto que separa las entradas a los diferentes municipios hay actualmente dos carriles por cada mano, lo que facilita mucho la circulación y le da mayor sensación de seguridad al conductor. También es más fácil el ingreso a cada localidad, ya que para hacerlo los vehículos ahora pueden colocarse en el espacio que hay entre un sentido y el otro de la ruta, y allí esperar a que no venga nadie para poder avanzar.
Este noviembre Aguas Verdes es un pueblo fantasma. En la entrada un efectivo de seguridad nos pidió los permisos y al ingresar al pueblo observamos muy, pero muy poco movimiento.
“Esto en el verano explota de gente, es otra cosa. Esta temporada creemos que van a venir más personas, inclusive, porque es un año atípico y porque este lugar es muy diferente, acá vienen de otros lados a pasar el día y después se vuelven a donde estén alojados”, explicó Gustavo, el dueño de una heladería que es uno de los pocos locales abiertos por la zona, junto con una fiambrería, un pequeño almacén y el único parador que tiene esta localidad, llamado Open Playa.
El hombre, un residente local, decidió abrir su negocio a mediados de septiembre, aunque sabe que la actividad importante va a empezar recién en diciembre, razón por la cual todavía “está todo cerrado”. En efecto, los restaurantes y las tiendas de ropa, de recuerdos o de alfajores, tan comunes en la costa, muestran sus persianas bajas o sus ventanas tapadas con cartones o con algún otro material que impida que se vea hacia adentro.
Tan solo una familia había sacado a su hija a pasear a la plaza de la ciudad y en la costa no había casi nadie además de nosotros, solamente un joven con su pareja, un pequeño niño y un cachorro que corría alegre por la orilla, entrando y saliendo del agua que aún está demasiado fría, incluso para los parámetros que se manejan en la costa argentina.
Si bien se puede ir de un municipio al otro, según nos aseguraron algunos habitantes locales, la temporada de verano está lejos de comenzar, por lo menos como la conocíamos. Quien venga en noviembre a Aguas Verdes debe saber que tendrá que hacer vida de residente, quizás con alguna posibilidad de comer algo en algún bar o restaurante de algún lugar cercano, si es que encuentra, pero no mucho más que eso. Para disfrutar de la gente, los comercios, las salidas y el mar, habrá que esperar, como mínimo, hasta diciembre. Ahora, si el plan es relajarse, cambiar de aire y despejarse del caos porteño, entonces la Costa Atlántica siempre es una opción.
Seguí leyendo: