Alfred Sauvy, el francés que inventó el Tercer Mundo y se hizo apóstol de la natalidad

Economista y demógrafo, creó esa expresión aún vigente para designar al conjunto de países pobres que en la posguerra pugnaban por abrirse camino entre los dos grandes bloques hegemónicos que se repartían el mundo

Alfred Sauvy, economista y demógrafo francés (1898-1990)

Se acaban de cumplir 30 años de la muerte de Alfred Sauvy (el 30 de octubre de 1990), el hombre que utilizó por primera vez la expresión Tercer Mundo. Fue en un artículo publicado en la revista L’Observateur, el 14 de agosto de 1952, con el título “Tres mundos, un planeta”. Decía: “Por fin ese Tercer Mundo ignorado, explotado, despreciado, como el Tercer Estado, quiere también él ser algo”.

Estaba parafraseando a Emmanuel Joseph Siegès, uno de los protagonistas y teóricos de la Revolución Francesa, que en 1789 publicó un célebre ensayo ¿Qué es el Tercer Estado? Los tres órdenes en que se dividía la sociedad del Antiguo Régimen eran la nobleza, el clero y el tercer estado que abarcaba a la inmensa mayoría de campesinos, comerciantes y artesanos, que estaba al servicio de los otros dos órdenes, minoritarios y privilegiados. Y no intervenían en los asuntos públicos.

Por eso Siegès escribió: “¿Qué es el Tercer Estado? Todo. ¿Qué ha sido hasta ahora en el orden político? Nada. ¿Qué pide? Ser algo”.

La expresión “Tercer Mundo” hizo escuela y quedó desde entonces incorporada al léxico mundial de la geopolítica, como denominación de los países pobres o subdesarrollados, campo de las batallas -económicas, políticas, militares y culturales- de los dos campos rivales surgidos de la Segunda Guerra Mundial: el bloque del este, soviético, comunista, hegemonizado por Moscú, y el bloque occidental, capitalista, bajo tutela de Washington.

El artículo en el que Sauvy acuñó la expresión "Tercer Mundo"

Pero el tema de todos los desvelos e investigaciones de Alfred Sauvy eran los desafíos demográficos y los desequilibrios, tanto internos como externos, que podía causar una débil natalidad. Sauvy murió hace 30 años, pero algunas de sus advertencias y predicciones conservan una sorprendente actualidad.

“El tema del terrorismo proveniente de Medio Oriente es irrisorio en comparación con el desequilibrio que se perfila en el Mediterráneo occidental -decía el 26 de abril de 1986-. Olvidamos totalmente el derrumbe de la natalidad en España e Italia, mucho más grave aun que el de Francia”. Y advertía: “Pronto habrá una peligrosa desproporción no sólo en el número sino también en las edades. De un lado, pueblos jóvenes, exuberantes, y del otro, viejos pensando en su jubilación y en su tranquilidad. De ahí vendrá un peligroso desequilibrio y la tentación de asegurarse un espacio vital”.

Vale aclarar que Sauvy era favorable a la inmigración. Como lo explicó Jean-Claude Chesnais, que trabajó durante varios años con él, Sauvy promovía la inmigración desde la posguerra, pero de modo controlado y con una advertencia premonitoria a la luz de los acontecimientos que recientemente han enlutado a Francia: “Al tratar de dirigir la inmigración y la asimilación, de lo que se trata no es de impedir esta inevitable evolución ni de conservar una pureza de raza que no existe, sino de conservar las mejores cualidades del carácter y el tipo francés”, para lo cual recomendaba un “mestizaje cultural”, que evitaría la formación de guetos étnicos.

“Un programa, acota Chesnais, que medio siglo después de su formulación, no ha envejecido en absoluto”.

“Las cifras son seres frágiles que, a fuerza de tortura, terminan confesando todo lo que uno quiere hacerles decir”, ironizaba Sauvy

Alfred Sauvy nació en Perpignan, en los Pirineos, el 31 de octubre de 1898. Se formó como economista y estadístico y desde muy temprano se interesó por la demografía: primero como investigador y luego como funcionario.

Pero no era un fundamentalista de los números. “Las cifras son seres frágiles que, a fuerza de tortura, terminan confesando todo lo que uno quiere hacerles decir”, comentaba con ironía.

En los años de entreguerra, percibía que en Francia la caída de la natalidad había alcanzado un punto crítico que ponía en peligro el porvenir. Desde finales de los años 30, postula que se debe actuar sobre tres ejes: natalidad, inmigración y envejecimiento de la población, con el objetivo de “favorecer el aumento de los nacimientos y el aporte de ciudadanos extranjeros para rejuvenecer a la población francesa”.

Artesano de una política de la vida

Todavía no era funcionario, pero pronto lo sería. En 1938, fue nombrado asesor en el gabinete de Paul Reynaud, ministro de Finanzas. Por sugerencia de Sauvy, se aumentan las asignaciones familiares. Y en julio de 1939 se promulga el Código de Familia. “El ingeniero social -dice Chesnais en referencia a Sauvy- participa esta vez de la decisión política: en una Francia marcada por más de un siglo de anemia demográfica, es uno de los artesanos de una política de la vida”.

En 1943, Sauvy había publicado su primer ensayo -Riqueza y población- donde afirmaba que Francia no debía temer la sobrepoblación, sino lo contrario, y que había que bregar por una fuerte alza de la natalidad, un descenso de la mortalidad, en particular combatiendo la tuberculosis, y por la inmigración selectiva y la asimilación de los extranjeros. Los medios que proponía para lograrlo eran subsidios y préstamos a los matrimonios, planes de vivienda, represión del aborto, provisión de alimento y vestimenta para los niños, entre otros.

Placa en homenaje a Alfred Sauvy en un pueblo de su región natal

Sauvy denunciaba que Francia estaba en la antesala del despoblamiento y del envejecimiento, una involución que él atribuía al malthusianismo que impregnaba a las autoridades de todos los poderes. Creía que el país, que por entonces tenía una población de 40 millones de habitantes, debía fijarse la meta de llegar como mínimo a los 50.

El fin de la guerra había cambiado el estado de ánimo general. La población recuperaba el optimismo y los dirigentes la conciencia de la necesidad de fortalecer a la nación.

“Para que Francia viva, es preciso que el niño se convierta en el amigo n° 1”, decía Sauvy. El niño debía ser la prioridad de la acción de gobierno. El Estado debía brindar ayuda y alivio fiscal a quienes estaban criando a las próximas generaciones.

“A Francia le faltan hombres y ese vacío terrible se hace sentir no solo en cuanto al número sino también en cuanto a la calidad”, decía el general Charles De Gaulle en un discurso en 1945. “Tocamos ahí la causa profunda de nuestras desgracias y el obstáculo principal que se opone a nuestra recuperación -seguía diciendo- ...si constatamos que el pueblo francés no se multiplica, entonces Francia no podrá ser más que una gran luz que se apaga”.

Al finalizar la guerra, el general Charles De Gaulle promovió una política natalista

Alfred Sauvy es nombrado director del Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED), creado por De Gaulle en octubre de 1945. El economista convertirá a ese organismo y su revista Population en vanguardia de la demografía a nivel mundial.

El país en ruinas y la gravedad del momento impulsaron a los políticos al consenso. La dirigencia se mostró unánime y aprobó un plan de Seguridad Social que concedía toda la prioridad a las familias jóvenes y numerosas.

El baby boom francés fue más fuerte y más prolongado que el del resto de Europa. La mortalidad retrocedió más allá de las metas fijadas, y la inmigración se reanudó con fuerza. A finales de los años 60, Francia ya había alcanzado la meta de los 50 millones de habitantes.

Pero a comienzos de los años 70 el malthusianismo vuelve por sus fueros, ahora como teoría del Crecimiento Cero, promovida desde el Massachusetts Institute of Technology (MIT) con un célebre texto, el informe Meadows, que acusaba al crecimiento por el daño al medio ambiente y al porvenir del planeta. La misma lógica con la cual Thomas Malthus había formulado su ley en 1798, a saber que, como la población crecía geométricamente mientras que la producción agrícola lo hacía aritméticamente, una hambruna general sería inevitable si no se lograba frenar la natalidad. Es sabido que la predicción de Malthus resultó falsa: el campo se modernizó y, si hay hambre, es más por un problema de distribución que de escasez.

El baby boom francés fue mucho más fuerte y duradero que en el resto de Europa. Un grupo de parteras presenta a los bebés nacidos en Año Nuevo, 1° de enero de 1969. Pocos años después, la natalidad se derrumbará en Francia (París, Maternidad Baudelocque. Foto: AFP)

Sin embargo, casi dos siglos después, esta postura era defendida en la Comisión de Población de Naciones Unidas en los años 70 y en particular en la Conferencia Mundial de Población en Bucarest (1974), donde sus voceros propusieron que todos los países adoptaran un calendario de reducción progresiva de los nacimientos.

Aquí es donde esta historia se enlaza con la Argentina. En esa Conferencia, el gobierno argentino -presidido por Juan Domingo Perón- encabezó la objeción a los fundamentos de las políticas de planificación familiar que fomentaba la ONU para “armonizar” a nivel mundial “las tendencias demográficas y las tendencias del desarrollo económico y social”.

Argentina sostuvo en ese foro que la política de población era un atributo soberano de cada país y que había que orientar las estrategias hacia la producción de alimentos y su justa distribución mundial. También pedía fiscalizar a los organismos que promovían el control de la natalidad, apuntando con esto a limitar su injerencia en asuntos internos. Altri tempi.

Unos años antes, en 1968, el ex secretario de Defensa de John Kennedy y Lyndon Johnson, Robert McNamara, asumía la presidencia del Banco Mundial y lo ponía al servicio de campañas mundiales de control de la natalidad, a las que se sumaban varias agencias de la ONU, como el PNUD, UNICEF, la FAO y la OMS.

Robert McNamara

“El rápido crecimiento demográfico es una de las mayores barreras que obstaculizan el crecimiento económico y el bienestar social de nuestros Estados miembros”, decía McNamara.

Altri tempi, vale reiterar, porque por ese entonces la izquierda denunciaba el carácter imperialista de estas políticas -mientras que hoy las promueve-. Por caso, el escritor Eduardo Galeano acusaba: “¿Excedentes de población en Brasil, donde hay 17 habitantes por kilómetro cuadrado, o en Colombia, donde hay 29? Holanda tiene 400 habitantes por kilómetro cuadrado y ningún holandés se muere de hambre; pero en Brasil y en Colombia un puñado de voraces se queda con todo”.

Alfred Sauvy, que había dejado la dirección del INED en 1962 para dedicarse a la docencia, la investigación y la divulgación, se activa nuevamente para desmontar los argumentos del credo neomalthusianismo explicando que el hiperconsumo de las sociedades ricas presiona mucho más sobre los recursos naturales y el medio ambiente que la superpoblación del Tercer Mundo.

En 1974, cuando la fecundidad se derrumba bruscamente en Francia, así como en casi todo el mundo occidental, llegando a caer por debajo de la tasa de reemplazo (2,1 hijos por mujer), Alfred Sauvy se asocia al historiador Pierre Chaunu para lanzar un grito de alarma.

Los recién nacidos del primer día del año 1951. Maternidad Baudelocque, París (AFP)

Señala que una determinada política -o su ausencia- acaba incidiendo en las conciencias y moldeando a la opinión pública. “Todo está dispuesto en la sociedad como para que un niño no tenga cabida -decía- y, una vez este ordenamiento realizado, la opinión pública considera que el niño no puede ser deseado porque... ¡las condiciones son muy difíciles!”

Sauvy nunca se cansó de criticar la despreocupación de las elites por el largo plazo y su desatención a la variable demográfica; un mal que, dicho sea de paso, también aqueja a la dirigencia argentina, cuyo déficit de pensamiento estratégico es flagrante.

A los políticos franceses, Sauvy les decía que no podían dejar todo librado a la inmigración, sino que ésta debía combinarse con políticas de estímulo a la natalidad. De otro modo, advertía en Europa sumergida; Sur-Norte en 30 años (1987), el desborde de las poblaciones musulmanas podía ser riesgoso, y el contraste entre una Europa envejecida y un sur exuberante, demasiado violento.

Chesnais describe a su mentor como un “apóstol del natalismo”, pero también como un hombre pragmático y flexible. “Su motor -dice- era esa voluntad de superación permanente, a través de la expansión, un espíritu del que el maltusianismo era la negación misma”. Sauvy por su parte lo explica así): “El proceso de expansión forma parte de una confianza en el porvenir, de un impulso hacia lo mejor (...) el malthusianismo está hecho antes que nada de miedo, de miedo al exceso, de miedo al porvenir” (“Franceses para Francia”, 1946).

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