A las 4.30 de la mañana del jueves 29 de octubre se cortó la luz en Guernica. Ocultos en la noche, más de cuatro mil policías se desplegaron alrededor de las tierras tomadas. La mayor cantidad de los efectivos avanzó desde el campo de Guido Giana, uno de los dueños de las tierras ocupadas, el único que había logrado repeler el avance.
Desde el 27 de julio, su terreno fue el límite de la toma más grande del país. Allí, debajo de los eucaliptos que sembró su padre hace más de cuarenta años, se apostó una unidad del GAD (Grupo de Apoyo Departamental). Giana dispuso para ellos baños químicos, una carpa, y les proveyó bebidas y alimentos. Gracias a ellos logró que su campo se mantuviera ajeno a la ocupación.
Entonces llegó el 29 de octubre, y antes de que el sol volviera a iluminar la situación, sucedió el desalojo de Guernica. Fue sorpresivo, postergado muchas veces, y definido hacia dentro de la fuerza como eficaz.
La unidad del GAD, a varios días de ese desalojo, sigue ahí, bajo los eucaliptos. Algunos días, para comer algo de carne, los propios policías salen a cazar cuises que rondaban por la zona y los cocinan en su posta. Nadie tuvo días cómodos en el partido de Presidente Perón.
“Cuando arrancó la toma había un nivel de violencia tremendo entre los mismos integrantes de la ocupación. Se escuchaban tiros, había enfrentamientos por los terrenos. En esos días el miedo y la angustia que sentía eran tremendos. A mi madre, que vive conmigo, la mandé a Córdoba, para que no la afectara todo esto. Y desde entonces con mi hermano nos encargamos de hacer todo lo necesario dentro del estado de derecho. Empezamos a hacer denuncias y darle elementos a la policía para que pudiera actuar. Mi vida estos tres meses fue estar las 24 horas dedicado a esta situación”, dice Giana.
Su hija tiene cuatro años y tiembla cada vez que ve un policía. Le sucede desde que una noche de tormenta, luego de patrullar el área, Giana invitó a un grupo de efectivos a comer algo en su casa para que se protegieran de la lluvia. “Mi hija se encontró con esa imagen: gente armada en medio de la noche. Y le dio miedo. Yo le expliqué que eran buenos, pero le chocó mucho”, dice.
Del otro lado del alambrado, nadie la pasó mejor. Los terrenos están ubicados entre arroyos, y durante los tres meses que duró la toma era muy frecuente que se inundaran. Las personas que vivían en las casillas, de hecho, no dejaban los colchones en el suelo sino que los colgaban para evitar que se mojaran en caso de que subiera el agua. Además, no había electricidad (más allá de un tendido eléctrico improvisado), no tenían baños, ni agua, y muchos dependían de las ollas populares para comer.
“Sin dudas fue una pesadilla. La misma pesadilla que sufrió Vilma Enríquez, que la amenazaron, que le quemaron la casa, que le quisieron balear al hijo… O los dueños del predio el Bellaco, o la gente que ha comprado lotes para el desarrollo inmobiliario, o los vecinos de Villa Numancia, los vecinos de San Martín, y mismo las personas que tenían una necesidad adentro de la toma, hasta los que compraron terrenos dentro te diría… Todos fuimos víctimas de un grupo de personas que querían imponer su agenda todo el tiempo. Mostrando una realidad que no era, diciéndole al Estado que no tenía que entrar… Todo el tiempo nos quisieron marcar la agenda. Tal es así que si van al centro post desalojo, un lugar que se armó para las personas que se iban a quedar sin un lugar donde vivir, van a ver que hay cuatro personas. Cuatro personas hay”, agrega Giana, dueño de un campo de 300 hectáreas donde cría animales y vive con su familia. Además, es concejal de Juntos Por el Cambio y fue uno de los principales impulsores de la causa que llevaron adelante el fiscal Juan Cruz Condomí Alcorta y el juez Martín Rizzo.
-Más allá de la toma, la discusión pública que surgió a partir de Guernica fue acerca de la necesidad de mucha gente de tener un lugar donde vivir. ¿Cómo viviste esa discusión?
-La discusión nunca se puede plantear sobre un delito. No puede una persona, tenga o no una necesidad, establecerse en un terreno privado. Es un delito. Por otro lado, todos tenemos derecho a una vivienda digna. Es así, sí, pero esto es un bañado. Este terreno está más bajo y el agua de Presidente Perón desemboca en estos dos arroyos. Cuando llueve, esto se llena de agua. Las personas que estaban viviendo acá estaban abajo del agua. Entonces… vivienda digna es un lugar donde puedan llegar los servicios, donde se pueda vivir. Y el Estado Municipal aclaró en todo momento que hasta acá no llega para poner cloacas, o agua potable, ni para levantar la basura… no llega porque esto es -insisto- un bañado.
-Pero acá se va a hacer un country en teoría.
-Sí, pero esta parte prevee que sea una laguna. Y por otro lado, el proyecto supone un movimiento de tierra enorme. Sacar tierra de esta parte donde estará la laguna, y levantar otras partes del terreno. Es todo un proceso enorme.
-¿Cómo viste a la gente en el desalojo?
-Lo vi todo desde acá, desde mi terreno. El profesionalismo de la policía se mantuvo excelente en todo momento. Para mí, ellos son los héroes en todo esto. Por otro lado, el día del desalojo veías que había situaciones distintas. Aquellos que tenían una necesidad real, la policía les pedía que se retiraran y ellos se retiraban. Agarraban sus cosas, le preguntaban al oficial a dónde ir, y salían. Y los violentos en cambio prendían fuego las casillas con las garrafas adentro. Y eran más los violentos que se habían quedado que los otros, porque ya había habido un acuerdo con muchas personas.
Otro de los propietarios es la firma Campos de Bellaco, la desarrolladora inmobiliaria del Country & Club San Cirano, que estará ubicado en el llamado “corredor de Canning”, que en parte incluye el extenso predio. Gervasio Pérez Pesado es el responsable legal del proyecto, que incluía la nueva sede del club de Villa Celina y la construcción de siete canchas de rugby y tres de hockey. En diálogo con Infobae señaló que “Sentimos que se volvió al estado de derecho. Por supuesto que no estamos contentos con los incidentes del desalojo pero sí estamos satisfechos con la actuacion de la justicia. Y ahora comenzamos la tarea de reponer los alambres que sacaron, para volver a cerrar el predio. Después de consolidar el cerramiento y que esto quede pacificado vamos a recomenzar con el proyecto. Toda documentación del proyecto está en el expediente. Se han corrido muchas versiones pero son falsas. La propiedad tiene todos los papeles en regla y así quedó acreditado”.
Una de las principales afectadas por la toma fue Vilma Enríquez. La ocupación comenzó en sus terrenos. Entre vecinos se rumorea que la intención siempre fue quedarse con sus 30 hectáreas pero la cosa se fue de las manos.
A diferencia de Giana o de Pérez Pesado, Vilma no tenía recursos económicos para contratar abogados ni acceso a los medios. Si la toma se hubiera limitado a su terreno, probablemente hubiera prosperado. Pero las casi dos mil familias que se instalaron en Guernica comenzaron a tomar cada vez más hectáreas (100, en total), y la situación se fue de las manos.
Entre medio, Enriquez y su familia sufrieron todo tipo de amenazas. ¿De quiénes venían? No es claro (no quiere ser clara al decirlo, acaso por temor), pero todo indica que proveían de sus propios vecinos de la intendencia.
Hoy su terreno está atravesado por zanjones, delimitaciones de lotes improvisadas, casillas quemadas y restos de basura, un rastro de la vida allí en los últimos meses. Ya no tiene alambrado, pero el municipio se comprometió a ayudarla con materiales para que pueda instalarlo. Muchos de los animales que tenía los perdió. Algunos se los comieron, otros murieron o se perdieron. Todavía hay algunos caballos flaquísimos dando vueltas por la tierra, yendo de un lugar a otro del arroyo que separa la propiedad de Enriquez y la del proyecto El Bellaco.
Alrededor de los terrenos hay más de 20 puestos de policía custodiando que no vuelvan a instalarse vecinos. Vilma, junto a sus cuatro hijos varones, está intentando cercar su propiedad.
“Tengo seis hijos, diez nietos. Tengo a mi marido con un ACV… La que se tiene que ocupar soy yo. Yo tengo que sacar adelante a mi familia. Y ellos vinieron y de un día para otro me sacaron todo. Me arruinaron, me dejaron sin nada. ¿Vos te pensás que yo tuve ayuda de alguno? ¿Te pensás que los de la toma se arrimaron a mi casa para ofrecerme ayuda sabiendo todo lo que estaba pasando? Las cosas que nos decían… Pasaban por mi casa y nos agredían, nos amenazaban. A mi esto me dejó en la ruina total, me dejó sin nada. ¿Quién se hace cargo ahora? El municipio dijo que nos va a ayudar, con alambres, con palos… ¿Pero quién se va a hacer cargo de todo el daño que nos hicieron?”, dice.
Su hijo Antonio un día fue a desatar un caballo que estaba en el lugar equivocado y alguien desde dentro de la toma lo espantó con un tiro. Luego comenzaron las amenazas: que le iban a quemar la casa, que le sacarían todo. “Un día, después de que nos comieran un animal, nos empezaron a gritar ‘te cabió, te cabió’. Los mismos vecinos de Presidente Perón eran, los que ahora están en sus casitas. Y nosotros ni para desayunar tenemos. No puede ser que sea tan injusto esto”, cuenta Antonio, pala en mano haciendo pozos para establecer nuevos postes.
-¿Pensó en vender, Vilma?
-No. Si vendemos, ¿qué va a ser la vida de nosotros? Además, ¿de qué vale que yo venda a la gente que me estaba haciendo daño? ¿Por qué no fueron a mi casa a pedirme un pedacito de tierra? Nadie vino a pedirme un pedacito o a comprarme un terreno. Nadie vino. Nadie.
-¿Por qué piensa que pasó todo esto?
-No sé. Yo siempre le enseñé a trabajar a mis hijos. Cuando no teníamos para comer yo me iba a Nordelta a trabajar, o a Tigre, o a Turdera, siempre a trabajar en limpieza. Nos rompimos el lomo. Cuando llegamos con mi marido acá, hace más de cuarenta años, comenzamos a criar animales y a poco pagamos nuestra casa. Así tiene que ser, nadie nos regaló nada. Yo estoy de acuerdo con la ayuda, pero que sea parejo. ¿Qué necesitaban? ¿Hacer daño? Yo tenía ovejas. Ni una me dejaron. ¿Y cómo nos íbamos a defender? No teníamos armas, nada. Y yo no voy a arriesgar a mis hijos por un animal.
-Si se va la policía mañana, ¿qué pasa?
-Se van a querer meter de nuevo. Eso es seguro. Se van a querer meter de nuevo.
Seguí leyendo: