Pedro Smekal tiene 74 años, nació en Austria, y llegó a la Argentina a los 2 años, ya que en 1948, la guerra y la hambruna en Europa fueron determinantes en la migración de la familia. Se crió con sus padres en Montegrande -en la provincia de Buenos Aires- pero unos años después, se mudaron a Bariloche.
En 1964, se instalaron en el campo de esa ciudad de Río Negro, donde juntaban hongos de pino y criaban gallinas. Pero a los 24 años, su padre lo mandó a Holanda con un objetivo que marcaría su vida para siempre: aprender a cultivar tulipanes.
En Europa, su abuela Guillermina le transmitió el amor por las plantas, mientras Pedro observaba cómo ella cuidaba sus casi dos mil tulipanes. Pero en Holanda -uno de los jardines de tulipanes más grandes del mundo y donde esta flor es un símbolo nacional- Pedro aprendió todo lo que necesitaba saber y, desde su grandiosa plantación en la chacra Danubio en la Patagonia, se convirtió en el cultivador más antiguo de Sudamérica.
Ubicada en la Península de San Pedro, Danubio siempre estuvo a puertas cerradas. Sin embargo, ahora Pedro decidió compartir la belleza de sus tulipanes y la abrió al público. Con sus barbijos puestos, los visitantes se acercan a comprar y le consultan todas sus inquietudes sobre su cultivo.
“Me crié en Montegrande, al sur de Buenos Aires, y cuando era chico mis padres me llevaban de vacaciones a Bariloche. En 1956, empezamos a ir como turistas. Tenía 9 años. Mi padre vendía fiambre casero de cerdo: hacía trasbordo vía Temperley en Plaza Constitución y fue ahí cuando vio los primeros posters de Bariloche.”, le cuenta Pedro Smekal a Infobae.
“Mi familia llegó en 1948, cuando yo tenía 2 años y medio. En 1956, hicimos el primer avistaje de la zona en una motoneta Siambretta comercial. La subíamos en Plaza Constitución y la traíamos en el tren. Teníamos que acampar en el lugar donde nos agarraba la noche. En 1964, terminé el secundario en Adrogué y me instalé definitivamente en Bariloche. En ese momento, Danubio era una granja de gallinas ponedoras. Entonces, como éramos tres hermanos, nos diversificamos y elegí ponerme a trabajar con las plantas".
Pedro afirma que descubrió a los tulipanes de la mano de su abuela Guillermina. “Fue mi mentora porque me inculcó el amor por las plantas, ya que en el jardín de su casa tenía casi dos mil tulipanes. Vivía en una ciudad a 85 kilómetros de Viena, en lo que hoy es la República de Eslovaquia. En todas las casas se hablaba alemán, ya que se consideraban alemanes por sus antepasados. Me enseñó en latín los nombres de todas las variedades de tulipanes que existen”.
“A los 24 años, mi padre me envió a Holanda. Yo había encargado un lote de tulipanes a un importador de Sudáfrica, pero cuando los traje los tuve que tirar porque tenían un virus y eso hace que los bulbos no crezcan. Por eso era importante para nosotros aprender de quienes saben mucho de esto, como los holandeses”, afirma.
“En esa época, el modo más económico de llegar a Holanda era en barco. Eran 14 días hasta Génova (Italia) y de ahí tomaba el tren a Amsterdam. A la vuelta, vine por Cádiz, desde España. Eso sí, jamás pensé en quedarme a vivir en Europa y volví a Bariloche”.
Pedro dice que hace 50 años era muy barato viajar por Europa. “Se hacía en primera clase y de manera ilimitada con el Eurail Pass. Hasta podía dormir en el tren, porque en primera clase había lugar de sobra. Eso sí, en esa época no se usaba el teléfono, así que yo mandaba cartas”.
Hoy, a los 74 años, cuenta que en apenas una hora y sin mucho esfuerzo, puede plantar 800 bulbos de tulipanes, pero también, de narcisos, jacintos y crocos. “Todo lo que se le ocurra de bulbosas, lo puede encontrar acá”, dice orgulloso, cuando se refiere a la gran variedad de plantas que tiene en su propiedad.
El cultivo de estas flores pasó a ser su terapia y un trabajo que siempre manejó en solitario, aunque ahora busca que su hijo Martín, de 22 años, siga sus pasos y le está enseñando el oficio que tanto le apasiona.
La labor de Pedro es tan admirable que la senadora nacional por Río Negro, Silvina García Larraburu, lo distinguió con un Diploma de Honor del Senado. También, mediante un proyecto de declaración, destacó el ejemplo de vida, esfuerzo y trabajo del cultivador de tulipanes más antiguo de Sudamérica.
“Hay que conocer muy bien el ciclo de los tulipanes y ponerlos en un lugar adecuado. Es una planta que necesita atenciones mínimas y es importante observar el estado sanitario porque, a diferencia de otras, puede contraer virus y hongos. Pero no sólo se enferma la planta, sino que también, se enferma la tierra. ¡Ahí sí que se arruina todo!”, advierte. “
"Se plantan en abril y las flores empiezan a asomarse a principios de agosto. Ahora, están floreciendo pero todavía no se pueden cosechar. Así que, en octubre florecen y en diciembre se secan: ese es el momento para cosechar los bulbos”, explica detalladamente.
Afortunadamente, la pandemia de COVID-19 no alteró su actividad, ya que se maneja enviando los bulbos a las provincias a través de encomiendas. “El coronavirus no afecta mi actividad, porque no depende si la gente puede llegar o no a Bariloche: produzco el bulbo y lo mando a provincias como Calafate, Ushuaia, Comodoro Rivadavia o Bahía Blanca”.
La cantidad de colores de los tulipanes es ilimitada y todos los años surgen nuevas variedades. “Tengo unas 15 variedades, pero deben existir unas 500 en el mundo. Se venden por bulbo en el verano. Creo que el año que viene cada uno va a costar 100 pesos. Si una persona que vive en la Ciudad de Buenos Aires los quiere comprar, le tengo que mandar las instrucciones para que crezcan en un clima más templado. Con dos o tres reglas sencillas, se pueden mantener por varios años”, afirma.
En la chacra de Península de San Pedro, abundan los tulipanes amarillos claros, oscuros, amarillos con borde violeta, blancos, naranjas con tonalidades amarillas, los rojos con unos toques naranja, y los más atractivos para los visitantes, los violetas y negros.
“Solo un puñado de semanas se puede disfrutar de este espectáculo de colores”, dice Pedro sobre la belleza única y efímera de los tulipanes. Afortunadamente, todos los años vuelven a florecer.
“Los bulbos de tulipanes vienen de Holanda. Antes, los compraba de a 10 mil, pero hoy se exportan por contenedor, como 500 mil bulbos. Todo se hace a través de distribuidores mayoristas. Ahora, los adquiero de las personas que les compran los bulbos a los mayoristas: ellos los cultivan en nuestro país”.
Ni Holanda, ni Austria, ni Montegrande lograron cautivar su corazón para retenerlo: Pedro encontró su lugar en el mundo en Bariloche, entre sus plantaciones de tulipanes y un hobby que también comparte con sus hijos. “Soy muy ermitaño. Voy a acampar a la estepa con mis hijos, incluso en pleno invierno, porque me gusta juntar fósiles”.
“Gracias a las plantas, pude sacar adelante a mi familia. Mis hijos pudieron ir a un colegio privado y soy autónomo. Trato que mis tulipanes se mantengan sanos, al igual que yo. Con eso, basta y sobra para que esté tan entusiasmado con lo que hago”, finalizó Pedro Smekal.
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