-Tato, dejate de joder, ya prohibiste más de trescientas películas, cortala – se quejó el crítico.
-¿Estás loco? Cuantas más películas prohíbo, más contentos se ponen los militares y los curas – respondió el censor.
Este diálogo entre el crítico de cine Salvador “El Negro” Sammaritano y el director del Ente de Calificación Cinematográfica, Miguel Paulino Tato, fue contado por el propio Sammaritano en una entrevista publicada en 2000 por la revista Tras Cartón y muestra por un lado la magnitud de la censura durante la última dictadura cívico militar y, como se verá más adelante, cuáles eran los vínculos entre Tato y las jerarquías de la Iglesia Católica y de las Fuerzas Armadas.
Las cifras son también reveladoras. Desde su creación en 1968, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, y su disolución en 1983, el Ente de Calificación Cinematográfica prohibió o bien ordenó recortar 727 películas, la inmensa mayoría de ellas desde el golpe del 24 de marzo de 1976 hasta la derrota en la guerra de Malvinas, en junio de 1982.
“En la última dictadura hubo una fuerte intervención de las propias Fuerzas Armadas en la censura cinematográfica, que quedó básicamente en manos de una combinación de la Marina y el Ejército, en un área en la que históricamente participó y siguió participando durante esos años la Iglesia Católica de manera directa o indirecta, a través de organismos laicos que utilizó como voceros en el Estado para llevar adelante la censura. Y hubo un personaje emblemático que se ocupó de poner la cara, que fue Miguel Paulino Tato, que es como el prócer censor de nuestro país. El monumento al censor es el monumento a Tato”, dice Hernán Invernizzi, autor de Cine y Dictadura.
“El Señor Tijeras”
Nacido en 1902, Miguel Paulino Tato provenía de una familia de pocos recursos y desde muy chico trabajó como canillita, hasta que consiguió empleo como dibujante en el diario Última Hora. Allí se hizo periodista y, con los años, pasó por Mundo Argentino y El Hogar. Llegó al mundo del cine como jefe de prensa de la distribuidora Paramount en la Argentina y en 1952 hizo su única película, Facundo, el tigre de los llanos, que fue un fracaso de taquilla.
Asumió como director del Ente de Calificación Cinematográfica en agosto de 1974, durante la presidencia de María Estela de Perón. Sin embargo, a diferencia de los otros funcionarios de ese gobierno, siguió en su cargo a partir del golpe del 24 de marzo de 1976 y hasta fines de 1980.
La dictadura consideró que no había nadie más eficaz para llevar adelante la tarea. “Es el monumento a la cesura”, lo define Invernizzi.
Antes del golpe, en su disco Instituciones Sui Generis le había dedicado un tema que se hizo famoso, Las increíbles aventuras del Señor Tijeras.
La letra de Charly García le canta:
“Entra en el microcine y toma ubicación / Hace gestos y habla sin definición /Se va con la película hasta su hogar / Le da un beso a su esposa y se vuelve a encerrar / A oscuras y en su sala / De cuidar la moral / Entra ella y se va desvistiendo / Lentamente y casi sonriendo / Alta, blanca, algo exuberante / Dice “hola” y camina hacia adelante / Mira al hombre pequeño que se raya / Cuando ella sale de la pantalla / Y el hombre la acuesta sobre la alfombra / La toca y la besa, pero no la nombra / Se contiene, suda y después / Con sus tijeras plateadas / Recorta su cuerpo / Le corta…”
La canción aborda una de las obsesiones de Tato –totalmente compatible con los objetivos del tándem Iglesia y Fuerzas Armadas– en la censura cinematográfica: el sexo. Otro foco solidario con el de sus empleadores era el del contenido político; pero además, el Gran Censor agregaba una cuestión personal: no le gustaban las películas de karatecas, como las protagonizadas por Bruce Lee, que empezaban a multiplicarse a fines de los 70 (“por violentas, pero sobre todo por malas”, dice Invernizzi) y jamás las dejaba estrenar.
“Había algunas que desde el punto de vista de la dictadura eran inestrenables, entonces se prohibían, sobre todo si tenían que ver cuestiones explícitamente políticas o explícitamente sexuales. Se llegaron a prohibir más de cien películas en un año en la Argentina durante la dictadura”, dice el autor de Cine y Dictadura.
A tijeretear… y a reprimir
Los cortes de escenas que Tato ordenó para permitir el estreno de Doña Flor y sus dos Maridos, le película brasileña basada en el libro de Jorge Amado y dirigida por Bruno Barreto, es esclarecedora de su preocupación por el contenido sexual.
Algunos de los recortes son: “Baile en la calle con mulatas. Vadiño se acopla a una de ellas” / “Acortar la escena de coito siguiente (reducirla a un flash)” / “Clase de cocina – Vadiño tocando el trasero a una alumna, sacudiéndose eróticamente contra ella” / “Vadiño muestra el trasero desnudo a las feligresas en la calle. Una mujer desde una ventana ríe y lo festeja” / “Eliminar la frase: culo sublime”, y sigue por decenas.
También prodigaba elogios a las fuerzas policiales cuando suspendían o irrumpían en los cines que no cumplían con las calificaciones de “prohibido para menores de 18 años”. En febrero de 1978, por ejemplo, le envió un telegrama al comisario Juan Elcaraz Scarabiuk, de Mar del Plata, donde durante la temporada de verano se registraban continuas violaciones de esa prohibición. Allí Tato le decía: “Mis sinceras felicitaciones por la eficaz labor y merecido éxito en su labor moralizadora”.
“Un personaje paradojal”
Para Hernán Invernizzi, Miguel Paulino Tato no es un personaje de una sola dimensión. No se trataba del típico censor fanático e intelectualmente limitado, sino de un hombre con matices. “Paradojal, incluso contradictorio”, dice.
“Porque por un lado hacía declaraciones como ‘yo soy un fascista’ o ‘yo soy un animal’ o ‘soy un energúmeno’, lo decía él… y la verdad es que hacía cosas de energúmeno. De hecho, cuando lo entrevistaban se jactaba diciendo ‘este año prohibí tantas películas y corté tantas’, pero al mismo tiempo ponerse a discutir de cine con él era un problema, porque sabía mucho, sabía cómo se hace una película, sabía mucho de crítica, era un tipo formado intelectualmente, y al mundo progre le cuesta la figura del facho inteligente”, agrega.
Esta contradicción, así como algunas de sus acciones, hicieron que, si bien fue un personaje fuertemente cuestionado en el ámbito cultural, en el mundo específico del cine se lo veía con matices. “Sin ninguna duda era un facho, pero en lo personal a veces actuaba como un buen tipo. Mucha gente le debe favores a Tato –explica Invernizzi-. Algunos eran de tipo personal, reservados, pero después hay otros que sí trascendieron y que ayudaron más de una vez a la gente de cine. Por eso desde la industria cinematográfica –no desde el cine militante– se lo atacó poco. A pesar de que le hacía la vida imposible, la industria hacía lo posible por llevarse bien con él. Era un interlocutor problemático, pero sabía de cine y se podía hablar con él.”
El circuito semiclandestino
Como toda prohibición, la censura al estreno de películas extranjeras durante la última dictadura también generó un circuito de exhibición de películas que funcionó de manera semiclandestina, porque se sabía de su existencia pero no se lo perseguía.
La figura más prominente de esa resistencia fue el crítico Salvador Sammaritano. “Salvador fue el héroe de eso, con el Cine Club Núcleo, que ya existían desde hacía años. Proyectaba cosas que no podían estrenarse. Entraba las copias de las maneras más insólitas, a veces de contrabando, aprovechando un festival. Entonces metía una valija llena de copias y las pasaba donde podía”, relata Invernizzi.
Tanto Tato como los funcionarios del Instituto del Cine lo conocían y sabían lo que hacía, pero no movían un dedo por impedirlo. El propio Sammaritano relató, ya recuperada la democracia, una conversación con Tato:
-Un día me dijo: “En el (Cine Club) Núcleo te voy a dejar dar algunas películas porque el del cineclub es un público preparado, pero vos me tenés que avisar qué películas querés y yo te digo sí o no.” Era un tipo muy sincero – contó.
"La dictadura era mucho menos estúpida que lo que creíamos y permitía esas pequeñas válvulas de escape, las permitía porque eran inofensivas. Cuando con Judith Gociol investigamos para Un golpe a los libros encontramos documentos que decían: ‘Esta obra es marxista, pero no la va a ver nadie, dejémosla, así no nos acusan de censores’. En el cine, con algunas experiencias semiclandestinas pasaba algo parecido”, explica Invernizzi.
Más allá y más acá de Tato
La mayoría de los cortes de escenas y prohibiciones que se ordenaron durante la última dictadura afectó a películas extranjeras que no pudieron estrenarse o fueron mutiladas –esto último también ocurrió con no pocas películas argentinas-, pero no se puede tener un panorama completo de la magnitud de la censura durante la última dictadura sin tener en cuenta la merma en la producción cinematográfica nacional, resultado de la negación de fondos por parte del Instituto del Cine o de la autocensura.
“En la Argentina, para hacer cine, necesitás la participación del Estado, no se puede hacer cine si el Estado no te ayuda porque el mercado es muy chico y no te devuelve la inversión. Sin préstamos o subsidios del Estado es casi imposible producir una película”, explica Invernizzi.
El terrorismo de Estado también cumplió un papel fundamental y sangriento en la censura. “Hay una parte de la censura en el cine de la que se habla muy poco: la forma más clara de censura de la dictadura fue la persecución física de los actores, los directores, los guionistas, los técnicos. Hubo muchos desaparecidos, exiliados y encarcelados. Eso también fue parte de la censura”, dice Invernizzi.
Perdedores y ganadores
Al terror que generaba la represión ilegal en todos los ámbitos de la producción cultural, en el caso del cine se sumaba otro: el terror económico.
“El cine tiene la particularidad de que es una industria. A diferencia de un escritor, que escribe solo y si no puede publicar lo que ha invertido y quizás perdido es su trabajo, cuando vos parás la producción de una película también dejás sin trabajo a cien o doscientas personas que participan en ella. Hay mucho trabajo que se para y mucha inversión que se pierde. Esta situación también provocó una censura automática, una autocensura –que en realidad era un intento de supervivencia-. No era solamente ‘si hago esta película soy boleta’, era también ‘si empiezo está película y no puedo estrenarla, voy a la quiebra’”, explica el autor de Cine y dictadura.
Como contrapartida, hubo empresas que hicieron grandes negocios haciendo un cine funcional a los objetivos de la dictadura, desde las películas protagonizadas por Palito Ortega hasta La Fiesta de Todos, de Sergio Renán, con su relato épico del Mundial de Fútbol de 1978.
“Ahí se abre un dilema -concluye Invernizzi-. Durante esos años se hizo más cine que durante los gobiernos de Menem, por ejemplo, y hubo empresas, como Aries Cinematográfica, que hicieron, de manera más o menos creativa, más o menos complaciente, películas que fortalecieron a la dictadura y se enriquecieron con ellas. Pero también es cierto que eso le dio trabajo a actores, técnicos, fotógrafos, maquilladores, a un montón de gente que de otra manera no habría tenido de qué vivir”.
SEGUÍ LEYENDO: