Desde que llegó a Armenia tiene los cinco sentidos a flor de piel. Habla de olor a fuego y dice que el sabor de la granada le aportó una cuota de dulzura a sus amargas recorridas por pueblos totalmente devastados. Lo vio (casi) todo: desde casas en ruinas, hasta soldados mutilados, pasando por misiles smerch incrustados en la ruta.
El oído, dice, es clave. Con los días aprendió a diferenciar entre un “drone merodeador” y un “drone suicida”, también llamado “Harop”. Los primeros, explica, tienen un ruido muy particular, como un “zumbido de abeja”. Los usa el Ejército Turco y Azerí para sacar fotos del territorio. Quince minutos después aparecen los drones suicidas.
“Pesan 23 kilos y pueden volar hasta 6 horas. Una vez que eligen el objetivo, descienden y explotan. Dejan un daño de aproximadamente 20 metros de radio. En las trincheras donde están los soldados, no les tienen miedo a las balas sino a los drones. Lo grave es que también los están usando para atacar a la población civil”.
Quien pone en contexto es Leonardo Moumdjian. Leo, como lo llaman cariñosamente, tiene 43 años y creció en Valentín Alsina. Licenciado en Ciencias de la Comunicación, periodista y conductor del magazine radial “Ayres de Armenia”, el pasado 10 de octubre partió desde Ezeiza rumbo a Ereván (la capital de Armenia), como corresponsal acreditado del Diario Armenia para cubrir el conflicto de la República Artsaj (Nagorno Karabaj), junto con un productor y un camarógrafo.
Leo es también marido y papá de dos adolescentes de 15 y 17 años. “Ni a mi mujer ni a mis hijas les convenció la idea de que viajara como corresponsal de guerra porque, en el imaginario social, hay una idea de que te caen bombas a los costados. Si bien hay algo de eso, no es tan así. Por otro lado, creo entender que esta es mi labor. No solo como periodista sino como armenio. Estamos en la antesala de una limpieza étnica”, apunta Moumdjian en referencia a la contienda que motivó su viaje.
La nota con Infobae se pactó -en un principio- para el lunes 26 de octubre, pero un par de horas antes hubo que cancelarla. “Estamos en una extracción, por lo tanto nos estamos yendo de Stepanakert (capital de la República de Artsaj), porque había un alto al fuego que no se respetó. Azerbaiyán sigue tirando misiles en las ciudades de Martakert y Martuní. Lo que tengo que hacer es dejar esta zona rápidamente. Cuando llegue a un lugar más seguro nos comunicamos”, explicaba Leo a este medio vía audios de WhatsApp.
El contacto lo retomó el miércoles 28 a las 7 AM desde la ciudad de Goris, situada en la frontera de Armenia y la República de Nagorno-Karabaj. Recién levantado, todavía sin desayunar, el argentino prestó testimonio de su labor en medio del conflicto bélico.
“Desde que llegamos, estamos cubriendo los ataques contra la población civil. Porque no están atacando zonas bélicas, sino poblaciones civiles: casas de familia, hospitales, catedrales. Mi tarea consiste en registrar y documentar todo eso. Lo que hago es ir a distintos poblados, hablar con la gente de ahí y mostrar su realidad”, cuenta Leo.
En lo que va de su corresponsalía, el periodista también presenció varios avisos de alarma ante posibles ataques. “Tuvimos que salir corriendo al búnker: una especie de sótano donde estás protegido. Allí pasamos un par de noches”, dice.
-¿Con qué panorama te encontraste?
-La situación es dramática. Las mujeres y los niños de Artsaj fueron evacuados. Los hombres se quedaron y están defendiendo sus tierras. Tienen esa idiosincrasia. Saben que del otro lado los quieren eliminar y están poniendo el cuerpo. He visto situaciones dantescas. Ambulancias reventadas, hospitales destruidos, soldados mutilados. Parece una tontera, pero de alguna forma y después de varios días de estar acá, es como que empezás a naturalizar los bombazos. Como armenio he leído historias reivindicatorias de gestas patrióticas, pero como argentino me sigue sorprendiendo mucho la guerra. Muchísimo.
-¿Cómo se movilizan vos y tu equipo?
-De la mano de la parte de prensa del Ejército que nos lleva a lugares, teóricamente, seguros. Digo teóricamente porque los últimos dos días no nos pudieron garantizar esa seguridad. Nos tocó ir a Askerán, a dos o tres kilómetros de la frontera, y cuando llegamos empezaron los intercambios. Misiles a lo lejos y ametralladoras y tiros de cerca. Aunque había una orden de alto al fuego, Turquía y Azerbaiyán duplicaron la apuesta. Los ataques son por todos los frentes (en Mardiní, en Mandaquer, en Yabraí), pero la zona sur es la más comprometida porque es por donde quieren entrar los turcos y azeríes para luego tomar ese sector de Armenia y unir Turquía con Azerbaiyán
-¿Qué te genera estar en medio del conflicto bélico?
-Miedo no tengo. Soy precavido. Trato de tener un plan A, B y C. Lo principal es tener bien estudiado el terreno. Más allá de la información de la que dispongo, lo que hago es leer las situaciones. Si salgo a una carretera y veo una movilización importante de tropas lo primero que pienso es: “¿Tengo posibilidades de salir de acá?”. El lunes 26 de octubre, cuando íbamos a hacer la nota, yo estaba Stepanakert y comenzaron los bombardeos. Hablé con mis fuentes y me dijeron: “Estás medio jugado”. Entonces activamos la salida. Es así de peligroso. Es más, te voy a contar una anécdota. Hace cuatro años, en 2016, viajé para hacer un informe sobre la Guerra de los Cuatro Días (un conflicto armado entre el Ejército de Defensa del Alto Karabaj, respaldado por las Fuerzas Armadas de Armenia, contra las Fuerzas Armadas de Azerbaiyán) y a mí los azeríes me pusieron en una lista negra. Si me llegan a agarrar no sé si cuento la historia.
-Desde que llegaste, ¿atravesaste alguna situación límite?
-Sí. Fue un sábado a eso de las 17 PM. Otra vez necesitaba irme de Stepanakert, pero recién conseguía una salida para el domingo a las 8.30 AM. Empecé a hacer llamados, a triangular con Buenos Aires… No podía esperar doce o dieciocho horas: era una eternidad. Pedí ayuda en el lobby del hotel para irme a Goris y me dijeron: “Recién salió un auto para allá. Ahora es casi imposible”. Subí a mi habitación, agarré mi credencial de prensa, le corté la parte armenia y empecé a borrar las fotos del celular. Siempre pensando en que si me agarra un azerí y me relaciona con Armenia, más allá de que sea un periodista internacional, estoy jugado. Fueron dos o tres horas muy largas. Ahí sí sentí miedo.
-Cubrir una Guerra en un contexto de Pandemia. ¿Cómo te cuidás?
-Para salir a la calle llevo un chaleco que pesa como diez kilos y un casco, que me aprieta un poco la cabeza. Con respecto al COVID-19 en Armenia y Artsaj yo veo muy poca gente con tapabocas. También es cierto que no hay tanta concentración de población. ¿Qué te puedo decir? Yo llevo mi barbijo y mi alcohol en gel para protegerme y limpiarme las manos, porque acá hay mucho contacto físico: te presentan gente, saludás soldados, capitanes... Hacemos lo que podemos.
Leo se define como un activo participante de la Causa Armenia. Dice que defiende la Memoria y recuerda el Genocidio Armenio del que, el pasado 24 de abril, se cumplieron 105 años. La historia, sostiene el periodista, parece repetirse. “El gran gestor de esta guerra es Turquía. Azerbaiyán se transformó en un títere de Erdogan. Quieren un Artsaj (Nagorno Karabaj) sin armenios. Pretenden eliminarlos y tiene posibilidades porque la fuerza bélica turca es muy superior. Los armenios tienen la valentía de estar en las trincheras soportando los ataques. Es urgente que los organismos internacionales se expidan sobre este tema”, concluye.
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