Siempre en voz baja, los diálogos, las invitaciones, las convocatorias boca a boca eran como esta:
-Si querés venir, esta noche vemos “La Hora de los Hornos”.
-¿Dónde?
-Nos encontramos en… y de ahí vamos.
Entre 1968 y 1973 un fantasma de celuloide recorrió la Argentina y se metió en villas, barrios, casas, unidades básicas, sociedades de fomento, iglesias y universidades. Medio siglo después, La Hora de los Hornos, el documental de Fernando “Pino” Solanas y Octavio Getino, mantiene un récord nunca superado: el de ser la película más vista en la clandestinidad en toda la historia argentina. Además circuló de las maneras más insólitas e ingeniosas.
Por aquellos años –durante las dictaduras de los generales Juan Carlos Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse– se convirtió en un documento de denuncia, resistencia antidictatorial y agitación política. No se lo concibió como un producto cinematográfico tradicional -para meros espectadores- sino como un llamado a la lucha por la liberación de los pueblos. “Todo espectador es un cobarde o un traidor”, planteaba desde su inicio.
Integrantes del Grupo Cine Liberación, Solanas y Getino lo filmaron y editaron en el más absoluto de los secretos para evitar el secuestro y la destrucción del material por parte de la dictadura.
El resultado fue un documental de cuatro horas y once minutos de duración, donde se articulan filmaciones propias, escenas de otras películas-como la emblemática del tren en “Tire die”, de Fernando Birri-, retazos de noticieros, fotos fijas, textos y filmaciones de archivo histórico. Está dividida en tres partes: Neocolonialismo y violencia; Acto por la liberación -dividida a su vez en dos partes: Crónica del peronismo (1945-1955) y Crónica de la resistencia (1955-1966), y Violencia y liberación.
Prohibida antes del estreno
Apenas estrenada en Europa, recibió los premios de los festivales de Pessaro (Italia), Mannheim (República Federal de Alemania), en 1968, y al año siguiente el Premio de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes (Francia).
En la Argentina fue prohibida sin que pudiera siquiera estrenarse. Con las salas de cine cerradas para la proyección del documental y el temor permanente del secuestro de las copias, la película empezó a circular de manera clandestina o aprovechando los pocos resquicios que dejaba la pseudo legalidad de la dictadura.
Las copias no eran muchas y quienes la conseguían para su proyección debían tomar el compromiso de preservarlas. Los rollos de película pasaban de mano en mano, se veían y debían ser inmediatamente devueltos. Las exhibiciones se transformaron en actos políticos que poco a poco y de las más diversas maneras se fueron extendiendo por todo el país.
Lo que sigue son algunas de esas historias.
La primera “privada” con Pino
En 1968, el periodista Lalo Panceira trabajaba en Editorial Sudestada, junto a Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde. Vivía en la oficina de la editorial en el centro de Buenos Aires, donde también funcionaba el estudio de los dos abogados. Una tarde, lo invitaron a acompañarlos a ir al departamento de Solanas en Martínez.
-Fui en tren con Rodolfo, Eduardo y no recuerdo si también estaba uno de los hermanos de Duhalde. En el departamento estaban Pino, su mujer de entonces y Octavio Getino. Creo que fue una de las primeras veces, si no la primera, que se proyectó La Hora de los Hornos. No fue una exhibición clandestina sino privada. Pino quería saber la opinión de Rodolfo y Eduardo sobre la película. A mí me pareció fantástica, creo que es la mejor obra de Pino, la más clara, contundente y contestataria – dice.
Pocas semanas después volvió a verla en un departamento de una amiga, en Buenos Aires, en una exhibición clandestina organizada por un grupo que seguía la línea de John William Cooke, el primer delegado de Juan Domingo Perón, fallecido de cáncer ese mismo año. Allí se encontró con un antiguo compañero de la Escuela de Cine de La Plata, Raymundo Gleyzer.
-Habría unas quince personas más o menos. Raymundo la proyectó sobre una pantalla blanca y luego dio su visión cinematográfica del documental. Después, otros miembros del grupo hicieron un análisis político del contenido, que coincidía totalmente con el de Pino - recuerda.
Salvador Sammaritano contra la pared
Uno de los que le puso el hombro a la difusión del documental fue el crítico cinematográfico Salvador Sammaritano, que se ocupó de hacerlo conocer entre la gente de su ambiente. La musicóloga Nora Bologna recuerda una proyección que realizó en condiciones insólitas:
-Debió ser en 1970. Yo era muy amiga de Salvador y me invitó a una exhibición que había organizado para el grupo de teatro de Juan Carlos Gené. Me acuerdo de que nos reunimos de noche en el hall de una obra en construcción que había en Barrio Norte o Recoleta, donde Salvador proyectó la película en una sábana colgada en la pared. Seríamos unas diez o doce personas. Estaban Oscar Rovito y su mujer, Bárbara Mujica; también Linda Peretz y otros actores y actrices del grupo que no recuerdo. No sé si después discutimos algo, pero lo que no me olvido es la emoción compartir la experiencia con esos grosos - cuenta.
Los pibes del Cura Mugica y un “infiltrado”
Francisco Caputo cursaba quinto año en el Colegio salesiano Santa Catalina, del Barrio de Constitución cuando conoció al sacerdote Carlos Mugica.
-Compartió con nosotros una charla y nos impactó, nos dio vuelta la cabeza. Muchos veníamos de familias “gorilas”, en mi caso con un padre que había participado de los “comandos civiles”. Después de esa charla yo me vinculé a gente que estaba trabajando con él y fueron ellos los que me invitaron a ver “La Hora de los Hornos” - dice.
La cita fue en un departamento de Juncal al 2600, donde debió llegar a un horario preciso con dos compañeros más, para entrar escalonadamente y no llamar la atención. Fue con su compañero de colegio Elvio Vitali, que con los años sería diputado porteño y director de la Biblioteca Nacional.
-Era un departamento de tres ambientes, pero había un montón de gente. Vimos la película y después se hizo un debate. Me acuerdo de que también vimos un resumen de la actualización política y doctrinaria de Perón. Con ese grupo también vi después La batalla de Argel, de Giulio Pontecorvo – recuerda.
Caputo agrega que el documental lo impresionó tanto que, poco después, hizo un viaje a Campo Gallo, en Santiago del Estero, con un grupo dirigido por curas tercermundistas. La mayoría de sus compañeros de entonces se incorporaron más tarde a la lucha política.
Sin embargo, de aquella proyección también le queda un recuerdo inquietante:
-Después nos enteramos de que hubo un infiltrado entre los que fuimos al departamento, pero yo nunca supe quién era.
Una logística compleja
Llevar el documental para que fuera visto y debatido en los barrios y las villas no era fácil. Las copias no abundaban y corrían el riesgo de perderse o de caer en manos de la policía. Norma K., por entonces militante de Montoneros, fue una de las encargadas de llevarla a distintos lugares de la Zona Norte del Gran Buenos Aires como parte de su militancia barrial.
-Lo hicimos durante un año y pico en parroquias, casas particulares, sindicatos, donde hubiera oportunidad. Íbamos de a dos: un compañero que la proyectaba y yo coordinaba la discusión política. Las latas con los rollos nos las traían a una cita en un lugar predeterminado en un auto y nosotros debíamos devolverlas en otra cita después de la proyección. Llegamos a hacer algunas reuniones de hasta cien personas, convocadas boca a boca. Íbamos por las casas, tocábamos timbre y los invitábamos.
La duración del documental también planteaba problemas. No se podía estar tanto tiempo en un mismo lugar por razones de seguridad y, además, no toda la gente disponía de cuatro horas y pico para verlo.
-No se proyectaba la película completa porque era larguísima, entonces se hacía por partes. Por ejemplo, durante un mes todos los sábados se proyectaba una hora y después había debate y discusión - cuenta.
Unidades básicas y villas
El productor periodístico Aldo Amura también recuerda haberlo visto por partes.
-La fui viendo de a cachos, en distintas unidades básicas, en Santos Lugares, en Caseros, en Morón. Uno o dos compañeros llevaban el proyector desarmado y lo armaban en el lugar, otros llevaban las latas con los rollos. Iba todo en partes para que la película no cayera en manos “non sanctas”. Se proyectaba en las paredes, que a veces tenían agujeros, entonces se hacían como lunares y no la podías ver bien - explica.
Cuenta también que tomaban medidas de seguridad no sólo por la policía de la dictadura sino por otros peligros.
-Los problemas eran también con la derecha del peronismo, con los del Comando de Organización, que si se enteraban mandaban a una patota a romper todo -agrega, y termina con un dato de color -: En una de esas exhibiciones cayó Pino Solanas y entró a la unidad básica saludando como si fuera Perón.
Asistir a una proyección clandestina de La Hora de los Hornos también llevaba a veces a adentrarse en lugares desconocidos. Le sucedió al entonces estudiante de Bioquímica Horacio Teper, que vivía en Rosario y llegó a la Zona Norte del Gran Buenos Aires a visitar a su novia de entonces.
-Fue durante la dictadura de Lanusse. Mi novia militaba en la Federación Juvenil Comunista y era familiar lejana de un dirigente montonero al que habían matado. Yo fui a ver a mi novia y me dijo: “Vamos a ver una película, pero tenemos que ir en forma clandestina”. Era en La Cava y fuimos de noche, yo nunca había entrado a una villa. Caminamos varias cuadras en la oscuridad hasta llegar a una escuela donde se hacía el encuentro. Recuerdo ese recorrido como tenebroso, sentí miedo.
En las universidades
A pesar de las irrupciones de la Policía Federal a los claustros en la UBA apenas iniciada la dictadura de Juan Carlos Onganía, en los resquicios de legalidad de la llamada Revolución Argentina, las universidades nacionales eran territorios generalmente vedados para las policías provinciales. En ese contexto se realizaron centenares de exhibiciones de "La Hora de los Hornos” en distintos lugares del país.
-Yo estudiaba Ingeniería Química en la Universidad del Litoral y militaba en una agrupación peronista llamada Ateneo cuando la vi, en 1969 o principios del 70. La mayoría veníamos del catolicismo, con una visión muy progresista y con el tiempo hubo quienes se integraron a Montoneros –relata Susana B.-. Ateneo consiguió la película y la proyectamos en el aula magna de la Facultad. No fue lo que podríamos llamar un acto clandestino, aunque no hicimos propaganda sino que se invitó boca a boca. Seríamos unas doscientas personas. La policía se enteró, pero no entró, lo que si sucedió fue que asistieron agentes de “los servicios” para ficharnos.
En la Universidad de La Plata se realizaron no pocas exhibiciones del documental de Solanas y Getino, la mayoría de ellas en la Escuela de Bellas Artes, donde se daba la carrera de Cine. El periodista Alberto Elizalde Leal, platense y por entonces estudiante universitario, guarda el recuerdo vívido de una de esas reuniones.
-Fue de noche, en un salón, creo que en 1968. Yo fui con un grupo de estudiantes de Arquitectura. Lo que me acuerdo perfecto es que estaban Julián Licastro y José Fernández Valoni, que después fue diputado. Estaban ahí como figuras importantes del peronismo combativo, porque los habían expulsado del Ejército por peronistas, tenían un aura de oficiales rebeldes. Ellos hablaron después de la proyección – recuerda.
Un llamado a la lucha
Elizalde Leal, que luego militaría en el PRT-ERP y pasaría más de diez años detenido, resume también el impacto que causó la película a muchos de aquellos que la vieron en esas exhibiciones clandestinas:
-Me impresionó la crudeza de las imágenes, muy impactantes, casi como las de Morir en Madrid o La Batalla de Argel. Y finalmente el último capítulo, que casi llama explícitamente a la lucha armada. La película, con ese final, pegaba perfectamente con lo que se vivía y con las expectativas que tenía la gente que estaba militando, que se había cansado del reformismo y de todas las opciones democrático burguesas. Salías de ahí con ganas de llevarte por delante el mundo. Creo que en ese sentido jugó un papel muy importante, como que retempló el espíritu de mucha gente que de alguna manera ya estaba en ese camino pero que la película se lo reafirmó - dice.
Medio siglo después
Distribuida por estudiantes, artistas, sindicalistas, curas y militantes, La Hora de los Hornos no solo llegó a todos los rincones de la Argentina como película de agitación y resistencia sino que, por sus características –su extensión y su división en tres partes– dio lugar a que cada exhibidor la volviera a editar seleccionando aquello que quería mostrar. Ese recorrido clandestino la transformó en un emblema de lucha que fue más allá de su contenido.
Después de ese viaje iniciático, La hora de los Hornos fue estrenada oficialmente en 1973, luego de la asunción de Héctor J. Cámpora.
En 2018, al cumplirse 50 años de sus primeras proyecciones, Fernando “Pino” Solanas la definió así:
-No había en la Argentina antecedentes de una película de crónica histórica política, pero más que una crónica esta película es un ensayo. Lo difícil fue “inventar” la película. En el libro-guión no hay ideas muy originales. En general, es la síntesis de las consignas y del pensamiento de los dirigentes de aquella época. El problema era inventar una película porque todo lo que uno veía de un documental histórico-político resultaba panfletario. Y nosotros la inventamos.
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