Argentino, judío, peronista: a 40 años de la muerte de César Tiempo

Toda su obra de escritor y periodista exalta la confluencia entre el componente identitario judío y el argentino. Ambos tenían la misma importancia para él y no estaba dispuesto a sacrificar ninguno en beneficio del otro

César Tiempo (1906-1980), nacido como Israel Zeitlin

A finales de los años sesenta, Jacobo Kovadloff, entonces presidente de la Sociedad Hebraica Argentina, decidió invitar al escritor César Tiempo a dictar una conferencia en el club. Esta iniciativa provocó un fuerte debate en la comisión directiva de la institución. Algunos miembros argumentaron que no había que invitar a un intelectual judío que se había vendido al peronismo. Finalmente, Tiempo impartió la conferencia, pero la identidad ideológica-partidaria del autor no les parecía políticamente correcta a muchos en el establishment judeoargentino.

Unos años más tarde, ya en los setenta, el intelectual Samuel Rollansky invitó a varios académicos judíos a un encuentro en la biblioteca del Instituto Científico Judío – IWO. En el curso de la conversación, Rollansky mencionó el hecho de que ninguno de los libros de César Tiempo figuraba en el catálogo de esa biblioteca. El mismo escritor judío que en los años treinta había liderado la campaña en contra del escritor antisemita y Director de la Biblioteca Nacional, Gustavo Martínez Zuviría, conocido como Hugo Wast, aún no valía lo suficiente para figurar en los anaqueles del IWO.

La figura de César Tiempo sirve para desafiar tres de los lugares comunes en la historiografía y en la imagen popular del peronismo: que todos los judíos eran antiperonistas, que todos los intelectuales de prestigio o de peso se alejaban del justicialismo y que el suplemento cultural de La Prensa, una vez que el periódico pasó a manos de la CGT, no tuvo ningún valor o importancia cultural por su carácter propagandístico.

Los intelectuales y el peronismo

Sin distinguir entre los momentos iniciales del nacimiento y cristalización de este movimiento popular y las etapas posteriores del gobierno justicialista, muchos autores tienden a generalizar y pintar un cuadro en blanco y negro acerca del «divorcio entre las clases letradas y el peronismo durante la década 1945-1955». Según esta visión, los únicos intelectuales que apoyaron al peronismo fueron los nacionalistas católicos de extrema derecha. Como parte de su reacción antiliberal esperaban que el carismático coronel, con sus ideas estatistas y semi-corporativas, enarbolase también las banderas de la religión católica y los valores más tradicionales de la cultura para así fortalecer la conciencia nacional, manchada por ideas foráneas y extranjeras. Los nombres citados con más frecuencia en este sentido son los de Mario Amadeo, Gustavo Martínez Zuviría, Ernesto Palacio, Manuel Gálvez y su esposa, la escritora Delfina Bunge, o Carlos Ibarguren. Los demás miembros de la intelligentzia lo miraban con desconfianza en el mejor de los casos o con una mezcla de horror y estupor en su mayoría, como si intelectual y peronista representaran dos identidades incompatibles.

Sin embargo, a pesar de ser una minoría, no eran pocos los intelectuales que depositaron sus esperanzas en Perón y el movimiento que llevaba su nombre, mientras que los nacionalistas, muchos pertenecientes a la oligarquía tradicional, empezaron a alejarse del peronismo hasta romper con él durante el conflicto con la Iglesia católica. Algunos nacionalistas populares como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz o Atilio García Mellid también se alinearon con el peronismo. Entre las nuevas figuras intelectuales que se sumaron al peronismo cabe mencionar a Elías Castelnuevo, Nicolás Oliveri y César Tiempo. Los tres habían pertenecido en los años veinte al grupo literario de Boedo que asignaba a la literatura una función social. Su relación con el peronismo reflejaba su constante preocupación por cuestiones sociales y populares.

Estos intelectuales y otros estaban marginados de la escena cultural argentina, mayoritariamente antiperonista, y eran objeto de desprecio por parte de los intelectuales establecidos y las revistas literarias consagradas y prestigiosas como Sur, dirigida por Victoria Ocampo, así como de los suplementos culturales de los grandes diarios o de asociaciones como la Sociedad Argentina de Escritores (SADE). Todos estos consideraban que “ser peronista era un ‘crimen’ contra el quehacer intelectual”. Frente a esta hostilidad, los intelectuales peronistas intentaban crear sus propios espacios para sus publicaciones y actividades intelectuales. Así se establecieron la asociación de escritores nacionalistas ADEA, la revista cultural Sexto Continente, o la revista política Hechos e Ideas. A esta lista quizá podamos agregar la revista Argentina de Hoy, publicada por el Instituto de Estudios Económicos y Sociales. Muchos de sus colaboradores venían del socialismo y adherían al peronismo en menor o mayor grado. Entre ellos se contaban Juan Unamuno, Rodolfo Puiggrós, Eduardo Astesano, Isaac Libenson, Joaquín Coca y muchos otros. Entre los escritores que contribuyeron a Argentina de Hoy se encontraban, aparte de Olivari y Castelnuovo, también los argentinos-judíos César Tiempo y Bernardo Ezequiel Koremblit. También el suplemento cultural de La Prensa, una vez que pasa a manos de la CGT, debe ser visto desde esta perspectiva.

César Tiempo: el judío porteño

Nacido en Ucrania en 1906, su verdadero nombre era Israel Zeitlin, del cual surgió luego su seudónimo: zeit es tiempo, en idish y alemán, lin es el verbo cesar. Antes de cumplir un año ya vivía en la Argentina con sus padres, que habían huido de los pogroms y el antisemitismo de la Rusia zarista. De su padre recibió una educación pluralista que buscaba conciliar un apego a su tradición judía con el deseo de integrarse en la nueva sociedad de acogida. Desde los 18 años frecuentó reuniones literarias y escribió sus primeros poemas. Dos años después, empezó a publicar sobre cuestiones judías en La Nación. Es impresionante la inmensidad de los escritos de Tiempo y su labor creativa que incluía centenares de poemas, siete volúmenes de reportajes reales o imaginarios, una decena de obras teatrales, medio centenar de guiones cinematográficos, así como muchísimas notas dispersas por los diarios del mundo.

Desde un principio, Tiempo colaboró tanto con los escritores de Boedo como con los de Florida, manifestando una clara preferencia por los boedenses. Este grupo, al que se ha concedido como mayor virtud el “haber desordenado de un modo iconoclasta pero no anárquico aquellos estantes bien arreglados por ciertos individuos que dominaban la escena cultural local”, manifestaba claramente una sensibilidad mayor hacia los sufrimientos de las clases populares. Su compromiso social lo fue acercando cada vez más a “los de abajo”, un acercamiento que años después lo conduciría a colaborar con el peronismo. En este contexto, resulta menos sorprendente el hecho de que su primer libro de poemas, Versos de una…, publicado en 1926 bajo el seudónimo femenino de Clara Beter, fuese el supuesto diario poético de una prostituta judía con inquietudes sociales. A los boedenses les encantaba este tipo de literatura social de una Clara separada simultáneamente de su comunidad de origen (Ucrania) y de la sociedad huésped (Argentina):

Me entrego a todos, mas no soy de nadie;

para ganarme el pan, vendo mi cuerpo

¿Qué he de vender para guardar intactos

mi corazón, mis penas y mis sueños?... A veces

hasta me da vergüenza de llorar

pensando en lo pequeña que es mi pena

ante la enorme pena universal.

En 1930, con Libro para la pausa del sábado, publicado por el editor judío Manuel Gleizer, conquista el primer premio municipal. Lo siguen, con el sábado como metáfora del homenaje semanal de los judíos porteños a la Argentina, transformada en su verdadera Tierra de Promisión: Sabatión argentino (1933), Sábadomingo (1938) y Sábado pleno (1955). En sus libros, así como en las obras de teatro, intenta entroncar a la inmigración judía con la vida nacional. Sábadomingo representaba la unión del descanso sabatino del judío y el descanso dominical de los argentinos. De hecho, todas sus obras exaltan la confluencia entre el componente identitario judío y el argentino. Los dos tenían la misma importancia para él y no estaba dispuesto a sacrificar ninguno en beneficio del otro. La reivindicación del sábado como metáfora de su identidad judía es reveladora del talante “tan porteño y tan judío a la vez” de Tiempo, que le haría ser el símbolo literario de la inmigración urbana judía en Buenos Aires. Sus textos están dedicados también a reivindicar el pluralismo, poetizar lo cotidiano y delinear con ternura y compasión a la gente sencilla. Muchas hojas están salpicadas con voces tomadas del lunfardo o del ídish.

Como enfatizó una y otra vez en contra de los nacionalistas xenófobos y para caracterizar su propia identidad: “Millares de ejemplos enseñan que mucho más que la raza y el suelo natal influye la tierra en la que el individuo arraiga y se realiza… Nacer argentino, ucraniano, griego o guatemalteco es un acontecimiento del que no participa la voluntad y no confiere al beneficiario otras prerrogativas que las que podrá obtener oportunamente con su talento si lo tiene y con su labor si la realiza. Porque uno es el acto de nacer, que pertenece a la fisiología, y otro el de ser, que pertenece al espíritu y a la razón. Uno es un acto de crecer por fuera, como un rascacielos, y otro el de crecer por dentro, metafísicamente, como un alma. Uno, en suma, el hecho de ser, y otro el de llegar a ser.”

Para mediados de los treinta ya no toleraba la afrenta antisemita de Hugo Wast y sus correligionarios nacionalistas. En 1935 publicó La campaña antisemita y el director de la Biblioteca Nacional, donde denunciaba los libros Kahal y Oro en los cuales Martínez Zuviría novelaba la trama de los Protocolos de los Sabios de Sión en un contexto porteño. Esa misma denuncia contundente del racismo del ala más xenófoba del nacionalismo argentino le llevaría más adelante a acometer duras polémicas con la Guardia Restauradora Nacionalista y con escritores como Leopoldo Lugones, a quienes Tiempo identificó con el fascismo.

Por estos mismos años del auge del nacionalismo xenófobo, Tiempo dramatizó en dos obras teatrales su visión de la integración de los judíos a la sociedad argentina: El teatro y yo (1931) y Pan criollo (1937). Esta última, en la que consignó: “Sangre judía y corazón argentino harán dulce la tierra que nos da el pan y el amor más alto que las parvas”, fue galardonada con el Premio Nacional de Teatro concedido por la Comisión Nacional de Cultura. Todos los públicos y los periódicos, incluyendo los de los nacionalistas, aplaudieron este símbolo de “la unión de dos razas”, la judía y la criolla. En ese sentido, Tiempo fue un acérrimo opositor a la idea del crisol de razas, en la cual veía no un intento de integración, sino una voluntad de hacer desaparecer la diferencia mediante su negación.

Su trabajo como editor de revistas también es digno de mención. A los 17 años empezó a dirigir Sancho Panza. A los 31 años, la revista literaria Columna, que contó con grandes firmas nacionales y extranjeras, desde Cansinos Assens, Stefan Zweig, Waldo Frank o Jacques Maritain, hasta Alberto Gerchunoff, Macedonio Fernández, Arturo Capdevila o Luis Franco. Uno de los lemas de la revista era: “Dispuestos a todos los sacrificios, menos al sacrificio de la verdad”. Esta consigna reúne tanto la comprensión de Tiempo acerca de la tarea editorial como su visión del intelectual comprometido. Es precisamente en este doble contexto en el que debe entenderse la decisión de este intelectual argentino-judío de tomar las riendas del suplemento literario de La Prensa, el matutino conservador que el gobierno peronista expropió y pasó de manos de la familia Gainza Paz al poder de la Confederación General del Trabajo.

El equipo editorial de La Prensa: en pro de la inclusión y el pluralismo

La identificación de César Tiempo con el justicialismo no resulta nada sorprende a la luz de su carrera intelectual antes y después de los años cincuenta. Ciertos rasgos del movimiento justicialista se adaptaban a esa mencionada sensibilidad social, y a la concepción amplia de la noción de cultura de Tiempo, que abarcaba no solamente la producción intelectual de unas élites cultas, sino que comprendía igualmente las manifestaciones del sentir del pueblo y la identificación con los más débiles de la sociedad y sus formas de expresión cultural. A pesar del rechazo que buena parte de la comunidad judía organizada y de los escritores de la época mostraron hacia el peronismo, parce que Tiempo vio en él una oportunidad para la inclusión de los grupos marginados en la ciudadanía.

Además, el suplemento cultural de La Prensa le ofreció a Tiempo una posibilidad de abrir las puertas a nuevas voces o a las que de algún modo estaban en los márgenes de la escena cultural porteña. Según su testimonio, en una conversación con Osvaldo Soriano publicada en La Opinión:

“En 1952 empecé a dirigir el suplemento de La Prensa que había sido absorbida por la CGT. Allí estuve hasta 1955. Me aguanté el resentimiento y el odio de todas las fuerzas liberales, pero me di el gusto de hacer un buen suplemento. No me obligaron a afiliarme, llevé como diagramador a un comunista. Publiqué a Quasimodo, a Neruda, a Gabriela Mistral, a Amaro Villanueva, que era candidato a gobernador de Entre Ríos por el Partido Comunista. Un día me llamó Osinde, que era jefe de Coordinación Federal, para decirme que yo había convertido a La Prensa en un órgano comunista. Le contesté que era lo convenido con el general Perón, que él quería una apertura hacia todas las corrientes ideológicas y qué sé yo. Era mentira, claro. En 1953 Perón fue a Chile y yo viajé con él por La Prensa. Fui a verlo a Neruda (y) y éste me pidió que le consiguiera una entrevista con Perón. Se encontraron y a raíz de eso Neruda me dio los poemas de las Odas elementales para publicar. Los poemas levantaron una polvareda bárbara. Me acuerdo que una vez me hicieron parar las máquinas a las tres de la mañana por un poema de Neruda. Vino el presidente del directorio en persona. Yo le dije que era orden del general y santo remedio. En aquel tiempo, en el peronismo estaba en onda un término para rechazar a la gente que no interesaba, “no corre”, atribuido caprichosamente al general. A mí me parecía que era puro grupo, así que empecé a usar lo contrario, “corre por orden del general”, y todo iba bien. A nadie se le ocurría preguntárselo. En esa época llegó mucha gente, obreros, sindicalistas, que traían poemas apologéticos a Perón para que se publicaran, pero nunca los dejé correr.”

Esta independencia de planteamiento llegó a crearle conflictos con ciertos grupos dentro del peronismo, ya que “no se comportaba como un militante puro”.

En un artículo dedicado a Gerchunoff, el estupendo narrador de Los gauchos judíos, publicado en la revista norteamericana Hispania a principios de 1952, escribió Tiempo: “Enrique Méndez Calzada, el agudísimo autor de El tonel de Diógenes, solía decir que los mejores escritores argentinos eran rusos de nacimiento o de origen…”. A esta afirmación, algo exagerada o humorística, seguía una larga lista de narradores, poetas, dramaturgos, filósofos, sociólogos, investigadores, filólogos, eruditos, exégetas, historiadores y críticos argentinos-judíos que elaboró Tiempo. Esta lista incluyó, entre otros, a Samuel Eichelbaum, Enrique Espinosa (seudónimo literario de Samuel Glusberg), León Dujovne, José Rabinovich, Julia Prilutzky-Farny, Lázaro Liacho, Bernardo Kordon, Luisa Sofovich, Samuel Tarnopolsky, Gregorio Berman, Lázaro Schallman, Carlos M. Grunberg, etc. No sorprende, por lo tanto, que algunos autores de esta lista fuesen invitados por Tiempo a contribuir al suplemento de La Prensa.

Efectivamente, el índice de los colaboradores en el suplemento revela un alto porcentaje de argentinos-judíos. Entre otros, publicaron en este suplemento Blackie (Paloma Efron), Nelly Kaplan, David José Kohon, Bernardo Kordon, José Rabinovich, Luis Sofovich, Raquel Zipris, Enrique Dickman, José Isaacson, Sergio Leonardo, Lázaro Liacho, José Liberman y Raquel Tibol. A algunos de estos les invitó luego Tiempo, ya después de caer Perón, a contribuir a la página literaria del periódico Amanecer que tenía a su cargo y se publicaba los sábados (a los que se debe añadir a Bernardo Ezequiel Koremblit, Germán Rozenmacher y Sergio Leonardo).

La apertura a nuevas voces se acompañaba por la apertura a nuevos temas. Junto a las típicas notas sobre literatura, poesía, teatro, cine, filosofía y música, el suplemento de La Prensa incluía comentarios y reportajes sobre tango, deporte, pintura, cuentos para niños, fotografía, ciencia y tecnología y hasta moda; una visión más amplia de lo que significaba la cultura en la segunda mitad del siglo XX. Semejante perspectiva que combinaba la cultura consagrada y la popular constituía una propuesta cultural alternativa a la línea elitista de intelectuales como Ocampo, Borges y otros grandes nombres de la vida literaria argentina. Entre los colaboradores más estrechos de Tiempo en el suplemento cultural de La Prensa se contaban Koremblit, León Benarós y Julia Prilutzky Farny.

Esperando el regreso del peronismo

¡Yo nací en Dniepropetrovsk!

No me importan los desaires

con que me trata la suerte.

¡Argentino hasta la muerte!

Yo nací en Dniepropetrovsk.

De izq a der: César Tiempo, Carlos Grünberg, Bernardo Korenblit y Samuel Eichelbaum. Reunión en la Sociedad Hebraica, año 1965

Con estas palabras intentó Tiempo desafiar el nacionalismo católico de extrema derecha, caracterizado por su xenofobia. Como Alberto Gerchunoff y Carlos M. Grunberg, era profundamente judío por formación y convicción, pero al mismo tiempo estos tres intelectuales optaron por una voluntad explícita de integrarse en la vida nacional argentina. Sus obras enfatizaron la necesidad de un pluralismo tolerante y generoso en una tierra poblada mayormente por inmigrantes. En este sentido, Tiempo, al igual que otros intelectuales argentinos-judíos, intentaron ofrecer una propuesta identitaria a los judíos en la Argentina que diera un peso similar a los componentes judío y argentino.

En los años cuarenta y cincuenta no eran pocos los judíos que apoyaban al peronismo, un apoyo por el cual tuvieron que pagar un precio elevado durante la década peronista y después del derrocamiento de Perón en septiembre de 1955. Tiempo quedó marcado con el estigma peronista, y recibió la aplicación de la ley antisubversiva, quedando excluido de cualquier posibilidad periodística o literaria.

Quizás por esto, no ha recibido en la escena cultural argentina el reconocimiento que seguramente se merece. La gente culta, así como el establishment judío, no le perdonó nunca su simpatía por el peronismo.

En el marco de la persecución de la llamada Revolución Libertadora, los intelectuales que habían colaborado con «el tirano prófugo», se convirtieron en blancos de ataques y objetos de ridículo. Uno de ellos fue César Tiempo:

Desvirtuando su apellido

pues el tiempo es inmutable

César Tiempo miserable

yace aquí medio podrido

Sobre su tumba: Paz, la gente piensa

pero Paz de verdad: el de ‘La Prensa’

En los años siguientes se le cerraron muchas puertas en distintas instituciones culturales, en periódicos y editoriales, en el cine y el teatro. “Me aguanté el resentimiento y el odio de todas las fuerzas liberales”, contó Tiempo, amargamente. Recién en los setenta vuelve de los márgenes del mundo de la cultura. El diario La Opinión lo invita a contribuir con notas y comentarios y el diario Clarín le abre las columnas de su suplemento “Cultura y Nación”. Desde allí, en junio de 1973, reitera su apoyo al peronismo que acaba de volver al poder: “Contra la voluntad de dominio de los dos gigantes que pretenden parcelar al hombre, imponer una sola visión del mundo y la misma horrorosa voluntad de nivelación, se alza nuestra tierra como el último baluarte de la libertad de conciencia, de respeto a la individualidad creadora, de rechazo incontrastable a las codicias del imperialismo”.

Un mes después es nombrado por el tercer gobierno peronista como Director del Teatro Nacional Cervantes. A esta altura la actitud del establishment judío hacia el peronismo es menos hostil y la Sociedad Hebraica Argentina se une a los que lo felicitan por este nombramiento. En estos meses vuelve a publicar, pero su salud ya es precaria. Su último libro, Manos de obra, que intenta reconstruir el mundo literario contemporáneo, aparece poco tiempo después de su muerte, en 1980.

[Texto basado en mi libro, Los muchachos peronistas judíos, Buenos Aires: Sudamericana, 2015]

El autor es historiador y vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv

Seguí leyendo: