Viajó a dedo por el Sahara, fue voluntario para la Madre Teresa en Calcuta, creó un festival de tango en Japón y hoy necesita ayuda

Santiago Herrera se fue en 1989 de la Argentina con 600 dólares y emprendió una vida nómade que lo llevó a vivir aventuras por 40 países. En la ciudad de Fukuoka, Japón, encontró su lugar en el mundo. Formó una familia, difunde la cultura latina y creó los eventos más importantes de tango y de salsa de Asia. La pandemia puso en jaque todas las actividades. Ya recibió el apoyo de Juan Luis Guerra y León Gieco, entre otros

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Santiago Herrea con su familia
Santiago Herrea con su familia en Fukuoka: su esposa Kiyoko y sus hijas Akira, Luna y Ailín

Hizo dedo en el Sahara cuando un argelino lo dejó en medio del desierto, jugó al ajedrez con un militar ruso a bordo de un tren en medio “de una curda de vodka”, aprendió cómo curarse la disentería con ayuno en la India, quedó varado en el invierno tibetano por cuatro meses, fue voluntario en el hospital de la Madre Teresa en Calcuta, viajó a Japón para aprender la filosofía del GO (un juego de tablero milenario) y allí, finalmente, se afincó. Todo eso hizo Santiago Herrera (52) desde 1989 hasta 1993. Hoy responde desde la ciudad de Fukuoka, en la isla de Kyushu, considerada la cuna de la cultura japonesa, donde se casó con una profesora de piano, Kiyoko, y nacieron sus tres hijas: Akira (20), Luna (18) y Ailín (16).

El largo viaje de Santiago comenzó, podríamos decir, desde el mismo momento de su nacimiento, que no fue en nuestro país sino en los Estados Unidos, donde su padre, Miguel, hacía trabajos de investigación. “Fue uno de los matemáticos más respetados de la Argentina, y lamentablemente falleció con tan solo 45 años. Adrián Paenza fue discípulo suyo, hizo el doctorado con él y le dedicó entrevistas y capítulos de su libro ¿Matemáticas estás ahí?”, cuenta. Luego se mudaron a Francia, pero considera que “los años más influyentes en mi vida, de los 6 a los 23, los viví en Buenos Aires, en el barrio de Palermo y el colegio Guadalupe”.

Santiago, en la década del
Santiago, en la década del 90 en las islas Andamán

A fines de 1989 -el año de la hiperinflación y el cambio de gobierno de Alfonsín a Menem- Santiago reunió 600 dólares y se largó al mundo. “Pero no lo hice por estar en conflicto con el país, fue para descubrir cómo quería vivir”, enfatiza. “Primero estuve en Nueva York, parando en casa de un amigo. No era algo tan inusual. Encontré un trabajo y me planteé qué hacer. Perdí el pasaje de regreso, así fue que decidí empezar a vivir el día a día”.

Por 200 dólares compró un auto y recorrió Estados Unidos y Canadá. Le tomó el gusto a viajar y voló a Europa. “Como tenía poco dinero, estuve seis meses de mochilero y así, por tierra, llegué a la India y el Lejano Oriente. Hoy creo que si me proponía hacer ese viaje de antemano, no lo habría logrado. Pero tenía una sed enorme por ver y conocer. Me obsesionaba la idea de la libertad y me planteaba en forma permanente el grado de condicionamiento que tenía, en mis decisiones, el legado cultural que llevaba en mi espalda. En ese momento, para mí, era un peso”.

-Llegaste a Japón, ¿y entonces qué?

-¡Ahí se acababa el mundo! Así que volví: viajé a Marruecos, también por tierra. Sólo sobrevolé Irán y Libia. Puede parecer una locura, pero lo hice despacito, disfrutando, estudiando y aprendiendo.

Santiago en Rashastan, India
Santiago en Rashastan, India

-¿Qué te llevó a salir al mundo de esa manera? No es habitual que alguien salga con 600 dólares y termine recorriendo 40 países…

-Mi gran acierto, creo, fue permitirme dudar y no obligarme a encontrarle un sentido práctico ni resultadista a mis acciones. No tenía ninguna certeza si lo que estaba haciendo serviría para algo. Confié en mi olfato de gol, jaja… ¡era muy futbolero en Argentina, hincha de Racing, hasta llevé a mi esposa a la cancha en una visita al país! En el camino, trabajé de lo que fuera: en restaurantes, como albañil, haciendo camas en hoteles, limpieza, barman, clases de idioma… infinitas experiencias muy constructivas.

-¿Cómo te organizabas?

-Por lo general, yo viajaba sin mapa. ¡No existía Google Maps entonces! Mi recurso era buscar la biblioteca del lugar donde llegaba. Ahí siempre había un atlas, y me hacía dibujos chiquitos -porque no tenía ni papel- con referencias hacia donde iba a seguir.

Invierno en el Himalaya tibetano
Invierno en el Himalaya tibetano

Las anécdotas de los viajes brotan a montones: “Crucé el Sahara a dedo desde Argelia hasta Níger. Iba de oasis en oasis. Había días que no avanzaba absolutamente nada, entonces volvía a adentrarme para pasar la noche. Recuerdo que una vez un argelino con quien la conversación se hizo entrecortada me dejó en el medio del desierto, señalando que mi oasis era en una dirección y él iba en otra. Estuve unas seis horas al sol esperando que pase otro vehículo”.

El viaje tuvo un mojón importante en la India: “Allí fui voluntario en el hospital de la Madre Teresa en Calcuta. Debería ser normal decir que todos los seres humanos somos iguales, pero no es así. Ahí, todos los días nos preguntábamos quién no pasaría la noche... Hay mucha gente que tiene definitivamente menos oportunidades que otros, principalmente condicionados, creo yo, por la educación que reciben”.

En India también tomó una decisión que lo llevó a enfermarse de disentería. “Yo no quería viajar con agua mineral para cuidarme, me parecía que era una manera de marcar desde el vamos una distancia con los lugareños. Como decirles ‘no puedo tomar tu agua’. El sistema inmune tarda en acostumbrarse al agua y la comida de cada lugar, así que aprendí a curarme la disentería haciendo ayuno”, recuerda.

Junto a su familia en
Junto a su familia en Japón

Cerca de allí, en el Tibet, debió permanecer cuatro meses varado. “Comenzó a nevar y se cerraron los caminos. Pregunté cuándo se despejarían y me dijeron que en la siguiente primavera. Así que tuve que pasar el invierno a 4 mil metros de altura…”. A veces las experiencias no fueron tan extremas, como cuando “un militar ruso, de la antigua URSS, me dio una paliza al ajedrez en el tren, con curda de vodka incluida”. Y otras, lo sorprendían: “Hubo oportunidades que noté, al cabo de un día entero, que no había escuchado mi voz”.

Finalmente, en 1993 -después de volver seis meses a Buenos Aires- regresó a Japón. A Fukuoka más precisamente. Y a partir de entonces, convirtió a esa ciudad en su hogar. Algo no demasiado habitual, ya que por lo general, los argentinos que viven en aquel país son nikkei -es decir, hijos de japoneses que viven en el exterior- que retornan a la tierra ancestral. "No fue una decisión tan clara la de radicarme. Se fue dando… Yo decidí volver a Japón para aprender el GO, un juego originario de China que tiene hasta competencias profesionales y ránkings. Además, después de tanta vida nómade, había como un desafío para ver si podía integrarme a cualquier sitio en el mundo, o no. Tenía muchas ideas que me interesaban pero había que elegir. Volví a Fukuoka para aprender esta filosofía. El GO fue la mejor manera de comenzar a entender lo que me atraía de Oriente, descubrir la idea de la armonía. Para jugarlo bien, te obliga a tener balance. Uno quiere ganar, pero no hay necesidad de matar a ningún rey.

Santiago en un viaje por
Santiago en un viaje por los Estados Unidos con su esposa Kiyoko y sus hijas Akira, Luna y Ailín

-¿Es un juego sencillo?

-Tiene una complejidad enorme, se preveía que un ordenador le ganaría al campeón mundial de GO recién en el 2050. Aunque a través de la inteligencia artificial, el programa de Google Alpha GO, le pudo ganar al campeón hace tan solo dos años.

-Pero después del GO, te quedaste…

-Me ofrecieron un contrato para trabajar para la ciudad en la organización de los Juegos Olímpicos Universitarios, que se hicieron en el 1995. Gracias a esta experiencia pude entender mejor lo que se conocía de Latinoamérica, y me pareció que un espacio que generara más movimiento e intercambio podría ser muy constructivo y valorado. Así nació el proyecto TIEMPO, en el año 1997.

-¿Que tiene Fukuoka que la hace tan especial?

-Estamos en las antípodas con Buenos Aires, y tenemos temperaturas semejantes. Es una ciudad muy interesante, su proximidad con Asia la convirtió en puente histórico con el continente. Asimiló de China infinidad de cosas, desde la escritura, el budismo, técnicas de cultivo del arroz… Es del tamaño de Córdoba, no abruma y en menos de dos horas puedo estar en playas desiertas o en montañas con jabalíes salvajes y ciervos. Pero su economía es tan grande como la de Australia. Y al no ser una urbe tan grande, se hace más barata en muchos aspectos y también más humana. Creo que las relaciones humanas son menos frías que lo que genera la gran metrópoli. De todas formas, después del accidente de Fukushima mucha gente se ha mudado de la región de Tokio a Fukuoka. Es la ciudad con mayor crecimiento de población del país quitando a Tokio.

Con sus hermanos, que lo
Con sus hermanos, que lo visitaron en Japón. Dice que es la única fotografía que tienen juntos de grandes

-¿Qué diferencias más notorias encontrás entre vivir en Fukuoka y hacerlo en Argentina?

-Justamente el aspecto de armonía social, que te contaba en el contexto del GO, es la diferencia más grande que existe con nuestro país. En el año 600, el príncipe Shotoku Taishi ya hablaba de este principio básico de la sociedad japonesa: “Wa o motte toutoshi to nasu”, que significa “la armonía es el valor más sagrado”. Uno no debe romper la armonía… aquí hay una actitud de respeto y de empatía con el entorno definitivamente diferente. Incluso con el medio ambiente. A veces, debo decir, me parece exagerada y disiento, pero en términos generales admiro la educación pública gratuita de muy buen nivel que tiene Japón; su sistema de salud universal público excelente, que se lleva adelante con contribuciones acordes a los ingresos de cada ciudadano; y el cuidado de lo público como espacio común. Un ejemplo: los chicos, desde la escuela primaria, se turnan para limpiar los baños, es parte de la educación para entender esto.

-¿Y cómo te integraste a esa cultura?

-Nunca tuve mayores problemas. Quizás la clave fue no intentar convertirme en un japonés, sino más bien buscar el balance como individuo con el entorno. Después de tantos años creo haber asimilado una cantidad de cosas de los japoneses.

Carolina Peleritti cantando en Fukuoka
Carolina Peleritti cantando en Fukuoka por iniciativa de TIEMPO, la Ong que creó Santiago para difundir la cultura latina

-Hasta formaste una familia…

-A Kiyoko la conocí casi al llegar en el 93. En esa época el número de extranjeros en Fukuoka era realmente muy reducido, me paraban en la calle para sacarse fotos conmigo por ser extranjero, era exótico. Sin embargo, ella tenía amigos extranjeros. La conocí por intermedio de ellos… Compartíamos un espacio y se desarrolló la relación. Nos casamos en el 99, y en el 2000 nació mi primera hija, Akira, que conlleva el recuerdo de mi primer contacto con Japón: las películas de Akira Kurosawa que me llevaba a ver mi padre cuando era adolescente. Después llegó Luna, que es un nombre que funciona en japonés también. Y Ailín, que es mapuche pero funciona en las dos lenguas.

-¿Ellas incorporaron algo de nuestra cultura?

-Kiyoko es profesora de piano, y amplió su horizonte: admira a Piazzolla. Y ella y las chicas me piden que los domingos haga asado, y aprendieron a tomar mate… Dí charlas acá sobre el mate, que sólo se consigue en nuestro centro cultural. Lo proponemos como un puente de comunión en el país donde la ceremonia del té es un rito. Hay paralelismos. La diferencia es que acá la del té es una ceremonia sofisticada y el mate es más popular.

Santiago con Juan Luis Guerra,
Santiago con Juan Luis Guerra, que compuso "Una bachata en Fukuoka" después de cantar en TIEMPO. La canción fue número 1 en el ránking Billboard Latino

-¿Te planteás volver a vivir acá alguna vez?

-¡Por supuesto! ¡Sigo viviendo en el día a día! Y mantengo recuerdos entrañables de Argentina.

-Es un momento difícil, en el que muchos -especialmente jóvenes- planean emigrar...

-Hoy el mundo entero está pasando por un momento muy complicado. Les diría que no necesariamente lo desconocido es mejor. Aprovechar el tiempo para leer, ver y estudiar siempre terminará ayudando a tomar decisiones en los momentos importantes. Yo no me fui de Argentina por estar en conflicto con el país, fue más bien intentar descubrir lo que quería hacer y cómo quería vivir. Siempre recuerdo a Argentina con mucho cariño, hay aspectos que me encantan. Lo sociable de la gente, los lazos de amistad y la forma en que se trazan las relaciones familiares. El mundo presenta desigualdades enormes, y también Argentina.

-¿Cómo se ve al país desde allá?

-A la distancia y luego de 30 años de ausencia, veo que hay una parte de la sociedad que se ha claramente beneficiado de un proceso histórico irreversible. Yo pertenezco -o pertenecía- a ese sector. Con un poco de solidaridad, seguramente se podrá lograr una mayor armonía. Pero la solidaridad merece mejor cartel, hoy parecería no ser noticia. Y no me refiero a la dádiva, sino a aceptar que el país pueda garantizar más igualdad de oportunidades a sectores que históricamente han quedado postergados. Esa armonía social es la que yo disfruto y valoro en Japón.

El video que León Gieco le envió a Santiago para apoyar a TIEMPO y el Sakura Tango Festival con una versión de "Sólo le pido a Dios"

-Hablame del centro cultural que creaste. ¿Qué es TIEMPO?

-Una organización que promueve la diversidad cultural y expone al individuo a una cantidad de experiencias que le permiten desarrollar su propia búsqueda, su propia identidad. Cuanto más podamos experimentar, más nos vamos acercando a quien queremos ser. Reunimos a pequeñas comunidades interesadas en diversos géneros. Por ejemplo, tenemos la escuela de flamenco, de bailes caribeños, de tango, de bailes árabes, y en todos los casos invitamos hoy en día a profesionales del exterior para desarrollar estos espacios. Fuimos observando que es mucho más fácil para una persona explorar otro mundo a través de dinámicas no verbales ¡y aparte es muy divertido!… Una vez que la persona va desarrollando un interés es muy común que tenga interés en acercarse más a través de la lengua. Así que también funciona la única escuela de español de la zona, que plantea un sistema curricular de estudios alineados a los 6 niveles que propone el Marco Común de Referencia Europeo.

Con los años, más allá de las clases de los diversos géneros artísticos de hispanoamérica, comenzaron a organizar conciertos, giras, y festivales. Por allí pasaron Juan Luis Guerra, Los Van Van, Café Tacuba, Concha Buika, entre otros. El dominicano, incluso, compuso su tema “Una bachata en Fukuoka” después de presentarse allí. La canción llegó al número 1 del Billboard Latino. “Notamos que artistas de gran prestigio tenían mucho interés en tener esta experiencia no verbal, obviamente entendiendo que sus pretensiones comerciales entendibles en su ámbito no son viables en un mundo donde vuelven a ser desconocidos. Fue un desafío ver si podían llegar a un público tan diferente y ajeno a sus carreras, debe ser enriquecedor”, cuenta Santiago.

Así, el festival Isla de Salsa se convirtió en un puente para artistas del Caribe y Japón. Incluyeron, además, eventos culinarios con chefs latinos y charlas con personalidades de la cultura, como el compositor de música para películas Sebastián Escofet. Y también nuestro tango tiene un lugar destacado en la programación de TIEMPO. El Sakura Tango Festival es uno de los más importantes de Asia dedicados a nuestra música ciudadana.

Una imagen del Sakura Tango
Una imagen del Sakura Tango Festival, uno de los más importantes de nuestra música en Asia

“Antes de empezar TIEMPO hace 23 años, no había ni una sola persona que bailara tango en Fukuoka -explica Santiago-. Empezamos con pequeñas prácticas iniciales, primeras clases, primer invitado del exterior, primeras milongas. Algunos de nuestros estudiantes, inspirados por estas experiencias, han ido a parar en sus búsquedas a lugares tan distantes como yo en mi propia búsqueda. Kaori Orita, por ejemplo, tengo entendido que está cantando tango en Buenos Aires. Ella comenzó a estudiar el baile del tango en nuestro centro. Incluso luego fue empleada de nuestra organización. Y después de esos comienzos, llegamos a este hermoso encuentro, que se hace en la época de los cerezos en flor en Japón. Fue un sueño hecho realidad. Es único ver a gente de diferentes países -que no pueden comunicarse en una lengua común- disfrutar del encuentro en una tanda de tangos. El festival convoca a bailarines de primer nivel que imparten talleres, se hacen milongas, música en vivo y musicalizadores del exterior. También hemos hecho exhibiciones de arte temáticas en el espacio de las milongas”.

-¿Por qué la pandemia lo puso en riesgo?

-Somos 30 personas trabajando a tiempo completo las que sostenemos TIEMPO. La mitad japoneses, y la mitad extranjeros. Las actividades y nuestro presupuesto anual se planean para lograr llevar a cabo lo que nos proponemos. Es todo autogestión, así que todos los proyectos tienen que ser viables en lo económico. Nadie podía imaginar tener que cancelar un año entero de eventos, las actividades diezmadas y tener que afrontar el compromiso con el alquiler del espacio y con los empleados por tanto tiempo. Nosotros dependemos exclusivamente de nuestro accionar…

Otra escena de tango en
Otra escena de tango en el festival que se hace en Fukuoka

-¿Cómo se puede colaborar?

-La campaña de Crowdfunding que estamos haciendo es para Japón, pero si el mundo conoce nuestra página de Facebook nos pueden brindar una gran colaboración. Yo creo que lo importante es que quien pueda intente cuidar los espacios culturales de su entorno, porque si bien la cultura no nos ayuda a sobrevivir, es definitivamente imprescindible para vivir.

-Ya los están apoyando artistas como Guerra, Los Van Van, León Gieco. ¿Qué se siente del otro lado del mundo?

-No cabe duda que todo lo que está ocurriendo nos hace pensar y sentir que hay gente que no quiere que estos espacios desaparezcan. En el caso nuestro, no solamente los locales sino una cantidad de gente que ha sido parte de este proyecto y nos contactan de muy diferentes partes del mundo. No cabe duda que hay gente solidaria en el mundo entero y me gustaría agradecer especialmente a nuestro entrañable León Gieco, con quien todavía no pudimos realizar ningún proyecto y aún así nos envió un sentido mensaje de apoyo. No bien podamos, tenemos previsto presentar la película Mundo Alas y ojalá pueda venir él mismo a presentarla.

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