Mariana Bergamini (27) e Ignacio Lucioni (25) son los protagonistas de una historia, una más, de solidaridad, innovación y también muchos obstáculos en medio de la pandemia. Se conocieron en la facultad y, con la tecnología como motor y una pasión común, se convirtieron en socios de un proyecto que los motiva a hacer, a crear. Nunca pensaron que terminarían el 2020 desarrollando prótesis y aparatos personalizados para animales con discapacidades.
En el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA), ella estudia Bioingeniería y él Ingeniera Industrial. Además, Mariana cursa Diseño Industrial en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de Buenos Aires. Ambos son parte del Laboratorio de Manufactura Digital de ITBA, donde aprendieron de modelado e impresión 3D. Ahí germinó su emprendimiento: Prenta 3D.
“Ya en el laboratorio nos habían empezado a llegar casos de personas que necesitaban prótesis para sus mascotas y nos dimos en cuenta que era un espacio donde faltaban soluciones, porque requiere piezas muy personalizadas a entregarse en un lapso corto para que el animal no empeore su calidad de vida. Así es como empezamos a pensar las primeras soluciones, las primeras prótesis y carritos”, cuenta a Infobae Ignacio, desde su casa en Ramos Mejía, al oeste del conurbano bonaerense.
Su idea era empezar a visitar veterinarias y refugios para conocer las necesidades con anticipación y aplicar sus conocimientos en el centro de ITBA. “Pero la pandemia nos trabó”, advierte Ignacio, en referencia a las restricciones generadas por el aislamiento social, preventivo y obligatorio en todo el país. Y Mariana, que es de Junín, corrige y complementa: “Esto, en cierto punto, también nos ayudó. Yo no compraba la impresora porque nunca estaba en casa. Nos motivó para trabajar y emprender”.
Oportunidad en medio de la crisis
Eso se dijeron. Y se dieron cuenta que adaptando los sistemas desde sus hogares podían hacer su aporte. Así, hicieron el esfuerzo. Primero se sumaron a la red de voluntarios que en abril donó máscaras faciales impresas en 3D para trabajadores de la salud en hospitales, como parte de la campaña nacional conocida como “Coronathon”. Luego, su enfoque de trabajo dio un giro.
“Definitivamente queríamos ayudar a los animales. Empezamos a mandar mensajes a los refugios a ver si podíamos asistir a aquellos que necesiten prótesis y mientras tanto solventamos la iniciativa con otras impresiones en 3D como soportes o herramientas que faciliten el teletrabajo. El espectro con estos equipos es muy amplio, hay un montón de soluciones que podemos dar”, afirma Ignacio.
Mientras ampliaban su búsqueda, el caso bisagra fue un paciente muy que cercano. “Por malas condiciones neuronales a mi perra no le funcionaban las patas”, relata Mariana. “Compré los tubos de PVC, los vínculos y armé un carro a medida. Cuando la vi volver a caminar… ves su reacción y es terrible”, agrega sonriendo.
Pero antes también hubo amarguras. Ignacio revive uno de los episodios: “El año pasado llegó al laboratorio un caso de un perro en mal estado después de una operación por un tumor en una de sus patas. Empezamos a modelar para hacer la prótesis pero ya era tarde. En tres días lo perdimos. Nos dimos cuenta que había que tener respuesta rápida; eso empezó a motivar el proyecto y nuestra intención de atacar antes el problema”.
El segundo intento llegó a principios de 2020 con un veterinario de San Martín de los Andes solicitó al laboratorio una prótesis para un ñandú. La idea era transportarlo a Buenos Aires para poder medirlo y generar la pieza, pero finalmente la cuarentena decretada el 20 de marzo lo hizo imposible. Su situación empeoró, y se volvió irreversible.
Proceso, costos y el factor tiempo
¿Cómo es el paso a paso que concluye en la fabricación? Mariana lo detalla: “Hasta el momento se nos han acercado particulares contándonos su problema con animales con dificultades en las patas traseras. Primero hay que evaluar cuál es el estado de las delanteras, estimar si tienen fuerza y cómo es el apoyo. A partir de ahí realizamos las mediciones y hacemos el diseño; lo vamos amoldando hasta la instancia final en la que se coloca la prótesis o la herramienta a medida, a la altura precisa”.
“Todo el procedimiento es supervisado por un veterinario”, acota Ignacio. “No es que imprimimos y listo. Él es el que estudia qué se puede hacer en cada ocasión, cómo influye el desarrollo en la vida del animal. Nos aseguramos de no deformar la anatomía o provocar algún síntoma contraindicado. Además, hay veces en las que surgen más fases e intervenciones y podemos responder. Eso es lo nos brinda la impresora 3D, acción rápida y a bajo costo”, enfatiza.
¿Cuál es ese costo? Los protagonistas resaltan los contrastes: “Cuando empezamos a hacer el estudio de mercado vimos que había prótesis de $60.000. Imprimiendo en 3D por $1.500 podes hacer una prótesis bien armada para un perro de tamaño regular. Si es más pesado, por ahí de 40 o 50 kilos, tenés que hacer cambios en el material, pero lo más caro que nos puede salir es $5.000 o $6.000”.
En cuanto al factor tiempo, también se relaciona con las características del animal. Los dividen en tres tamaños: para los “chicos” tardan en confeccionar el instrumento de cinco a siete horas; para “medianos” de 12 a 15 horas y, cuando son “grandes”, de unos 60 kilos, la impresión puede llevar entre 20 horas y un día. “Las impresoras domésticas son chicas y lo que hacemos es muy personalizado, a veces hay que particionar los archivos, no se puede imprimir todo junto. Por eso repetimos nuestra intención de llegar a los casos antes”.
Exponentes de una comunidad de innovación
Los jóvenes entrevistados por Infobae son un claro ejemplo del movimiento “maker” que surgió hace varios años en Estados Unidos y se expandió, encontrando en la tecnología disponible actores y hacedores en todo el mundo. Se trata justamente de hacer, disolviendo los límites. Es el talento y la innovación puestos al servicio de concretar proyectos que marquen la diferencia. Los estudiantes universitarios valoran el entorno que integran.
“Nuestras ganas están fundadas en todo lo que rodea a las impresoras 3D, el mass maker que funciona como una gran comunidad. Entre todos se pasan planos de la herramienta, se aconsejan cómo armarla, cómo mejorarla; hasta se pueden enviar archivos para que alguien realice la impresión 3D en cualquier lugar del mundo”, describe Ignacio.
A raíz de su vocación explican que aunque el protocolo del laboratorio les permita regresar a las instalaciones y seguir aprendiendo, Prenta 3D “llegó para quedarse”. Combinarán ambas tareas para potenciarse y, mientras estén afuera, en sus casas las impresoras continuarán su marcha.
Para ellos, la alegría de los beneficiados es “lo más lindo del trabajo”. “Todos lo valoran mucho. El último caso fue Jack, un gato, y su dueña Melisa estaba muy agradecida, nos decía que buscaba esto hace mucho. Cuando ven al animal desplazarse no lo pueden creer porque pensaban que no había posibilidades. Nosotros queremos que se den cuenta que es accesible, que es posible. Podemos mejorarles la vida rápido”, remarca Ignacio.
En consecuencia, actualmente ambos insisten en profundizar el contacto y asociarse con veterinarias y refugios para que los tengan en cuenta, ya sea en el conurbano, Capital Federal, Junín o dónde se los requiera. Ellos sólo quieren ayudar.
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