Ella nació y creció en Los Polvorines, provincia de Buenos Aires; él en Basavilbaso, Entre Ríos. Ella es Arquitecta y se llama Sofía Kunath Walsh (27); él es Diseñador de Imagen y Sonido y su nombre es Ignacio Kesselman (32). Se conocieron hace cuatro años en Capital Federal y fue un flechazo. A fines de 2019, hastiados de la rutina y con la idea de tener una mejor calidad de vida, decidieron dejar Buenos Aires.
El plan original -cuentan en charla con Infobae- era irse a vivir al interior del país, de donde es oriundo Nacho. “Estábamos entre Concepción del Uruguay y Gualeguaychú, pero no lo teníamos del todo decidido. Yo había invertido mis ahorros en equipos audiovisuales y estaba generando lazos con gente de la zona; y Sofi se había puesto en contacto con un par de constructoras locales para ver si tenía la posibilidad de conseguir trabajo”, cuenta él. En medio de esa búsqueda, ella aplicó a una beca para estudiar Escenografía y Arquitectura Efímera en Madrid. Para su sorpresa, y la de su novio, se la otorgaron.
"Accedió con un 50 % y tenía que llegar en 20 días. Fue todo tan repentino que dijimos: ‘Vamos juntos’. Por supuesto, no sabíamos lo que nos esperaba”, repasan a dúo. Su intención con esta entrevista, enfatizan, es derribar algunos mitos acerca de vivir en el exterior. “Estamos muy disgustados con el pensamiento de que el argentino que se va afuera está triunfando. Es mentira”, apuntan.
Salir “de raje”, llegar y encontrar casa
Dicen que les hubiera gustado organizar el viaje con más tiempo: averiguar cómo era la vida en Madrid, armar un presupuesto y tener los papeles al día. “Como Sofía tenía ciudadanía alemana, estuvimos a punto de hacer la unión de hecho en Argentina porque sabíamos que la necesitábamos para hacer el trámite de ‘Familiar de residente comunitario’, que iba a facilitar mi residencia en España. Al final, nos corrieron las fechas y todos esos trámites tuvimos que hacerlos desde acá. No es lo más recomendable”, aseguran.
Ignacio llegó en agosto de 2019, Sofía en septiembre. Aunque ya habían estado en Europa de vacaciones, instalarse en Madrid les resultó “shockeante”. “Empezamos a investigar por dónde se podía alquilar: lo hicimos a través de una aplicación llamada Badi, que sería como un Mercado Libre Inmobiliario. Rentamos por 600 euros, con todos los gastos incluidos. Nos parecía caro pero, por otro lado, era temporada alta y no había otro lugar donde quedarnos”, explican.
La modalidad de compartir piso tampoco les convenció demasiado. “En Capital Federal, la gente tiende a vivir sola o en pareja. Acá, en cambio, se estila compartir la casa con otras personas. Las habitaciones son pequeñas y es duro convivir con desconocidos. Muchas veces, quien alquila es el dueño y hay que ajustarse a sus normas”, cuentan.
Actualmente, la pareja comparte una casa de cuatro habitaciones, de las cuales dos están vacías. Pagan 400 euros, más los gastos del supermercado. “En un futuro, cuando estemos más establecidos, nos gustaría mudarnos al interior de Madrid para tener la calidad de vida que queríamos tener en Argentina”.
El trabajo de buscar trabajo
Sofía y Nacho son graduados en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Él trabajó ocho años como camarógrafo en Canal 9, también se desempeñó generando contenido para la página Web del Ministerio de Justicia y Seguridad. Además, tiene un Máster de Creatividad Publicitaria. Ella, por su parte, es Arquitecta y tiene vasta experiencia en el rubro de la Construcción.
Antes de la pandemia, coinciden, las búsquedas laborales en Madrid abundaban. Sofía llegó a tener un promedio de tres entrevistas por semana. A pesar de su currículum atractivo, muchas empresas desistieron de contratarla porque no tenía experiencia laboral en España y no tenía el título homologado. Este último trámite demora dos años.
Punto a favor: como tenía ciudadanía alemana, al mes de estar allá, la joven arquitecta consiguió trabajo de recepcionista en un colegio bilingüe. Era un puesto temporal. Cobraba 1500 euros por mes. “Fue glorioso porque nos alivió los gastos”, coinciden. Después, se desempeñó como Delineante de Arquitectura en una empresa de Telecomunicaciones. Ahí entró en lo que la pareja describe como “precarización laboral”.
“Acá la precarización laboral está escondida a través de becas pagas y/o pasantías. Los empleadores te pagan una beca o te contratan como pasante y pueden remunerarte simbólicamente, por ejemplo, con el pase mensual del metro que son 50 euros o menos. Si sos estudiante, como Sofía, pueden ofrecerte hasta 600 euros”, explican. Actualmente, la joven de 27 años trabaja como Jefa de Obra en un estudio de decoración, donde percibe un salario como becaria.
En el caso de Ignacio, como cuando llegó no tenía los papeles al día, su inserción en el mercado laboral fue más complicada. “Busqué laburo de lo que se te ocurra: desde conserje hasta en algún restaurante, porque también estudié cocina. Pero bueno: para qué vas a contratar a un latinoamericano con un permiso de residencia si podés emplear un europeo. Aún así, tenemos posibilidades”, explica.
Mientras tanto, además de aprovechar los cursos de formación gratuita para desempleados (“Estoy haciendo un curso de programación Backend”) que ofrece el Estado Español, Ignacio realiza trabajos freelance a través de dos plataformas: Puntocom y AppWork.
“Paso muchas horas generando contenido en Internet. Trato de estar presente para tener más posibilidades de encontrar algo. Aunque ya me llegaron los papeles (N. de la R.: obtener la residencia le demoró once meses), hace más de un año que no tengo un trabajo formal”, dice Nacho a Infobae.
Y sigue: “La creencia ‘argenta’ de que quien se va a Europa está salvado es incorrecta. La verdad que hay que venir y trabajar el doble. Es difícil traer un CV y una experiencia y que no te la tengan en cuenta. Es difícil empezar de cero y es difícil lidiar con los argentinos que piensan que, como tuvimos la posibilidad de venir acá, somos millonarios”.
La vida en euros, la familia lejos
Los primeros tres meses que estuvieron en Madrid, Ignacio y Sofía pensaron que se iban a fundir. “Gastábamos mil euros y pico por mes: no sabíamos cómo íbamos a hacer porque habíamos venido preparados, pero no para quedarnos sin dinero”. Con el tiempo, dicen, dejaron de hacer la conversión y empezaron a pensar en euros.
Su estilo de vida, en comparación con el que tenían en Argentina, es mucho más austero. “En Buenos Aires salíamos dos o tres veces por semana a comer afuera, íbamos al teatro y viajábamos mucho. Ahora, hace un año que estamos viviendo austeramente, no te digo al día porque sería una mentira pero no nos damos todos los gustos”, cuenta Nacho.
Como él todavía no consiguió empleo fijo y Sofía tiene un sueldo de becaria, eligen no gastar de sus ahorros en actividades que consideran “de ocio”. “Las clases de pilates -por ejemplo, dos clases semanales de una hora- cuestan entre 70 y 100 euros al mes. Prepandemia, las entradas al teatro estaban entre 25 y 50 euros. Una cena afuera: de 20 euros para arriba. Realizar ese tipo de gastos, sin estar ganando al menos, mil euros cada uno, hacen que tu dinero se esfume”, dicen.
¿Por qué se quedan entonces? “Sabemos que en Madrid hay estabilidad: lo vivimos en la previa al confinamiento. El trabajo abunda. Creemos que cuando pase la pandemia va a haber más posibilidades de que la situación se estabilice, incluso más pronto que en Argentina”.
Otro dato: a pesar de estar confinados, se sienten seguros. “Antes de que se decretara el encierro, Sofía volvía a casa pasadas las once de la noche. Jamás sintió ese terror que sentía en Buenos Aires, donde muchas veces tu vida vale una moneda”, dice Nacho.
Con la familia y los amigos, a pesar de las cinco horas de diferencia, están en contacto permanente. “Nuestros padres nos dicen: ‘Los extrañamos un montón. Los queremos ver, pero no vuelvan’. Cuando hablamos con amigos, nos dicen lo mismo. Es duro. Por eso nos gustaría que nuestro proyecto acá prospere”.
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