Faltaba poco para que oscureciera la tarde del lunes 15 de octubre de 1945 cuando el capitán médico del Ejército Ángel Mazza entró a la Casa Rosada con una carpeta que contenía un informe sobre el estado de salud del coronel Juan Domingo Perón y dos radiografías. Tuvo que esperar unos momentos hasta que el general-presidente Edelmiro Farrell lo recibiera en su despacho. Después del saludo de rigor, Mazza le alargó la carpeta a Farrell y le dijo:
-Mire, mi general, hay que hacerle un examen clínico urgente, en un hospital, porque si no las Fuerzas Armadas y el gobierno van a cargar con la muerte de Perón.
Farrell leyó el informe en silencio. Era una decisión que no podía tomar solo. El clima político y social en la Argentina estaba en punto de ebullición luego de la detención de Perón en una isla del Delta y su traslado a la isla Martín García en calidad de detenido, aunque a él le dijeran que era para protegerlo.
El capitán Ángel Mazza –hermano menor de otro médico, Salvador Mazza, el primero en confirmar la presencia del Mal de Chagas en la Argentina– trató de ocultar su nerviosismo. Las radiografías de pulmón que contenía la carpeta no pertenecían a Perón, sino que las había sacado de la historia clínica de otro oficial en el Hospital Militar, y el informe médico basado en ellas era dramático pero más falso que un billete de tres pesos.
Sólo le quedaba esperar, pero se jugaba mucho. El engaño era una jugada clave del plan destinado a traer de regreso a Buenos Aires a Juan Domingo Perón.
Una pulseada difícil
Cuando el capitán Mazza le dio la carpeta al presidente Farrell la suerte del coronel Juan Domingo Perón parecía echada. Estaba fuera del gobierno y preso después de perder los tres cargos que había concentrado en sus manos: vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión Social.
Una semana antes, el 8 de octubre –día de su cumpleaños– un grupo de altos oficiales de Campo de Mayo –liderado por el jefe de la guarnición, general Eduardo Ávalos- le había ganado una pulseada.
“Lo acusaban de concentración de poder, por los cargos que había acumulado, pero también por haber desplazado de la dirección del Correo al teniente coronel Rocco, que era también director de la Escuela de Comunicaciones de Campo de Mayo, para poner a un antiguo empleado que era amigo de Evita”, relata el general retirado Hugo Bruera –reconocido peronista e hijo de un abogado penalista también peronista- quien hizo para Infobae un minucioso repaso de esos días.
En una primera reunión con generales y coroneles realizada en el Ministerio de Guerra, al principio Perón pareció ganar la partida. Allí, relata Bruera, Perón les dijo que se iba un momento al vino de honor que le habían preparado los empleados del Ministerio y que cuando volviera demostraran las acusaciones que le hacían con pruebas. Antes de salir, mantuvo un ríspido diálogo con Ávalos, que Perón cerró diciéndole:
-Si vos no estás conforme, yo me voy, pero si me ratifican la confianza, sos vos el que se tiene que ir.
“Hay que recordar que Perón era coronel y Ávalos general. Era un desafío muy fuerte, pero Perón los desafiaba”, dice Bruera a Infobae.
“No me tiembla el pulso”
Al regresar del agasajo, los generales y coroneles que estaban reunidos habían discutido y votado, con una mayoría que respaldaba a Perón.
“Entonces Ávalos dice que va a pedir el pase a retiro, pero los generales de Campo de Mayo le piden que no lo haga, que van a exigirle a Farrell que le pida la renuncia a Perón en sus tres cargos y que si no iniciarán una sublevación. Frente a eso, Farrell decide pedirle la renuncia”, relata Bruera.
Farrell no quiso hacerlo él personalmente y comisionó a dos militares, Juan Pistarini –que era amigo de Perón- y Carlos Von der Becke, y a un civil, el ministro del Interior Juan Hortensio Quijano –que luego sería vicepresidente del primer gobierno peronista-, para que se la pidieran.
“Cuando a Perón le dicen que Farrell quiere que renuncie no opone reparos y redacta la renuncia de puño y letra”, relata Bruera.
-Para que vean que no me tiembla el pulso – les dijo a los tres comisionados mientras lo hacía.
El acto del 10 de octubre
Entre el 9 y el 10 de octubre, el ya renunciado Juan Domingo Perón mantuvo un encuentro con varios líderes sindicales, entre ellos Cipriano Reyes. En la reunión le hicieron saber que estaban preocupados por la situación y que, aunque ya no estaba en el gobierno, lo necesitaban como líder del movimiento obrero. De allí salió la idea de realizar un acto de despedida frente a la sede de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social.
“El coronel Domingo Mercante gestiona ante Farrell la realización del acto para que Perón se despida de los obreros y el presidente da la autorización. La convocatoria es sorprendente, ya que en muy pocas horas se organiza todo y van unas setenta mil personas”, dice Bruera.
Todo parecía terminado, más cuando al día siguiente Perón, acompañado por Evita y Juan Duarte, se fue de Buenos Aires primero a San Nicolás y luego a una isla del Delta, a la casa de su amigo “Rudi” Freude. Antes de partir, le dijo a Mercante a dónde iba y que si el gobierno quería saber dónde estaba no se lo ocultara.
Fue entonces cuando Farrell, preocupado por el poder de convocatoria que un Perón ya renunciado había mostrado en el acto del 10 de octubre, cometió un grave error de cálculo.
La detención
El viernes 12 de octubre el presidente Farrell ordenó la detención de Perón. La policía fue a buscarlo al departamento que tenía en la calle Posadas pero no lo encontró. Apenas lo supo, Mercante se comunicó con el jefe de Policía y le dijo dónde estaba.
Al día siguiente, sábado, el propio Mercante acompañó al subjefe de policía, mayor Héctor D’Andrea, hasta la isla. De allí lo llevaron detenido a la cañonera Independencia, a bordo de la cual lo trasladaron a la isla Martín García.
En su edición del 14 de octubre, el diario Crítica tituló: “Perón ya no constituye un peligro para el país”.
Fue todo lo contrario: la detención acrecentó la figura de Perón. “Fue un grave error del gobierno, porque lo convirtió en mártir. Con el arresto desataron una fuerza que no podían contener”, dice Bruera a Infobae.
Cuando lo detuvieron, a Perón le dijeron que era para “protegerlo”. Desde Martín García se comunicó con Farrell y se quejó:
-Acá me dicen que me están protegiendo, pero tengo dos centinelas a la vista y por la radio escucho que en Buenos Aires dicen que estoy detenido.
Más allá de que la detención era real y concreta, la excusa de protegerlo no se podía tomar como descabellada. “No hay que olvidarse que antes del 8 de octubre, la Escuela de Guerra, donde estaban los capitanes de la aristocracia del Ejército y había una oposición a todo este plebeyismo que había traído Perón al poder militar, un profesor de Logística, un teniente coronel que se llamaba Mora, les pidió a sus alumnos de hacer un plan para matar a Perón. Un asesinato patriótico. Con esa excusa lo llevan”, explica Bruera a Infobae.
Comunicaciones desde la isla
El domingo 14 de octubre, Perón escribió dos cartas desde Martín García. La primera de ellas a Evita. Allí le decía:
“Hoy he escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro, en cuanto salgo nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos... ¿Qué me decís de Farrell y de Ávalos? Dos sinvergüenzas con el amigo. Así es la vida... Te encargo le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo y nos vamos al Chubut los dos... Trataré de ir a Buenos Aires por cualquier medio, de modo que puedes esperar tranquila y cuidarte mucho la salud. Si sale el retiro, nos casamos al día siguiente y si no sale, yo arreglaré las cosas de otro modo, pero liquidaremos esta situación de desamparo que tú tienes ahora... Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón. Empezaré a escribir un libro sobre esto y lo publicaré cuanto antes, veremos entonces quien tiene razón”.
También le envió otra a su amigo, el coronel Mercante, sin saber que también había sido arrestado:
“Con todo, estoy contento de no haber hecho matar un solo hombre por mí y de haber evitado toda violencia. Ahora, he perdido toda posibilidad de seguir evitándolo y tengo mis grandes temores que se produzca allí algo grave... Le encargo mucho a Evita, porque la pobrecita tiene sus nervios rotos y me preocupa su salud. En cuanto me den el retiro, me caso y me voy al diablo”, le escribió.
A esa altura, Perón parecía totalmente fuera del juego del poder y no mostraba intención alguna de retomarlo. Si esas cartas eran sinceras o parte de una maniobra de distracción es algo que nunca pudo saberse.
La jugada del capitán Mazza
Pero ese mismo domingo, mientras las cartas –que Perón sabía que serían leídas antes de llegar a sus destinatarios– viajaban hacia Buenos Aires, el coronel detenido recibió un mensaje a través de un militar que había viajado a la isla.
Por esa vía, el capitán médico Ángel Mazza le decía a Perón que intentaría una maniobra para traerlo de regreso a Buenos Aires y que bajo ningún punto de vista se dejara revisar en la isla por los médicos militares que seguramente irían para hacerlo.
Al día siguiente, lunes 15, Mazza pidió la audiencia con Farrell que se relata al principio de esta nota, le entregó el informe médico falsificado y le pidió que trasladaran a Perón al Hospital Militar para que pudiera revisarlo adecuadamente.
En un primer momento, el ministro de Marina, Héctor Vernengo Lima –el exponente más aristocrático y derechista de esa fuerza-, y el general Ávalos, el rival de Perón que lo había desplazado en el Ministerio de Guerra, propusieron enviar a la isla dos médicos de la Armada para que revisaran al supuesto enfermo.
Perón, siguiendo la indicación del capitán Mazza, se negó terminantemente. Su vuelta a Buenos Aires era cuestión de horas.
“El 16 la CGT también le pide a Farrell por la salud de Perón y, entonces, como sigue su negativa de ser revisado por médicos de la Armada, el 16 a la noche lo trasladan al Hospital Militar. Perón llega a las 6 de la mañana. A las pocas horas ya había gente reunida frente al hospital”, relata Bruera a Infobae.
Comando de Operaciones en el Hospital Militar
En el Hospital Militar, el “paciente” Juan Domingo Perón empezó a mostrarse extrañamente activo para estar tan “enfermo” como decía el informe médico del capitán Mazza. Ni siquiera fue internado en una habitación.
“Lo que es interesante es que Perón se instala en el piso 11, que en realidad es nada más que un departamento en la terraza -yo he estado ahí-. Un departamento de un dormitorio, una especie de comedor y un baño, que todavía se conserva con los mismos muebles de la época, porque era -y es- el departamento del cura del hospital, como un destino religioso militar, el del capellán del hospital. Y tenía una característica muy particular y útil: era un departamento con teléfono -lo que no era común en la época-. Desde ahí Perón se comunicó con Evita y después armó reuniones”, explica Bruera.
A la tarde temprano, recibió en pijama a un grupo de sindicalistas de la Confederación General del Trabajo, y un rato después a sus amigos del Ejército, los oficiales Raúl Tanco y Franklin Lucero. Unos y otros le dijeron que había gente en la calle y columnas que marchaban hacia la Plaza de Mayo. Desde una ventana del Hospital Militar, el propio Perón pudo ver que también había una multitud creciente que se reunía frente al edificio.
A Tanco y a Lucero les preguntó:
-¿Hay mucha gente, che?
Le contestaron que sí, que mucha.
-Entonces es el momento de aprovechar la debilidad del enemigo – les dijo.
“Perón se empezó a entusiasmar. Antes se lo había visto un poco cansado, abatido, pero se empezó a entusiasmar y ahí hay una característica de Perón, que era un gran planificador, un gran estratega. Yo creo que la debilidad del enemigo de la que hablaba era el temor que le tenían al pueblo reunido frente a la Plaza de Mayo y la falta de un conductor político de la situación”, dice Bruera a Infobae.
Un rato después, Perón se vistió y bajó al sétimo piso del Hospital para recibir a su enemigo acérrimo, el general Eduardo Ávalos, ministro de Guerra.
“¿Lo quieren a Perón? Lo tendrán”
A esa altura de la tarde la Plaza de Mayo parecía un hormiguero. Vernengo Lima le propuso a Ávalos que reprimieran a la multitud, pero el ministro de Guerra se negó terminantemente. Intentaron entonces una maniobra desesperada: traer a Mercante desde Campo de Mayo, donde cumplía su arresto, para que calmara a la multitud hablando desde un balcón de la Casa Rosada.
Mercante accedió, pero tenía sus propios planes. Cuando le alcanzaron el micrófono se dirigió a la multitud.
-¿Lo quieren a Perón? Lo tendrán – arengó antes de que el propio Ávalos se lo arrancara de las manos.
Después de esta escena, un Farrell muy preocupado se reunió con Ávalos y con Vernengo Lima y les dijo:
-Traten de arreglar esto.
Minutos después, mientras Farrel dejaba la Casa Rosada para refugiarse en la residencia presidencial, Ávalos salió hacia el Hospital Militar para negociar con Perón.
La negociación
En el séptimo piso del Hospital, Ávalos intentó llegar a un acuerdo con Perón, pero el coronel ya tenía las mejores cartas en la mano y no las desaprovechó.
-El único interlocutor que acepto es Farrell – le contestó.
“Ahí Perón ve que llegó el momento de aprovechar la debilidad del enemigo y pone ciertas condiciones. Quiere la reunión con Farrell, porque así demuestra desconocer a los que hicieron el levantamiento de Campo de Mayo para que renunciara. Entonces no acepta otro interlocutor que Farrell y lo llevan a la residencia presidencial”, relata Bruera a Infobae.
Las principales exigencias de Perón a Farrell para desactivar la movilización fueron: desplazamiento y retiro de Vernengo Lima y Ávalos, restitución del jefe de policía que había sido desplazado por serle fiel.
Con esto acordado, alrededor de las 11 de la noche, Farrell y Perón se trasladaron a la Casa Rosada. Ahí el coronel agregó una condición más: el llamado a elecciones generales.
Farrell aceptó.
“Trabajadores…”
-Bueno, ahora me voy a mi casa – le dijo Perón a Farrell luego del acuerdo.
El presidente lo miró, sin saber si hablaba en serio o bromeaba.
-¡Déjese de embromar, hábleles para que se vayan! – le pidió.
A las 23.10, luego de que se pasara el Himno Nacional por los altoparlantes, el coronel Juan Domingo Perón salió al balcón para hablarle a la multitud reunida en la Plaza de Mayo:
-Trabajadores… - empezó a decir.
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