Una fue la historia de los cuarteles, los pasillos del poder y la Casa Rosada. El 17 de octubre menos contado es el de los descamisados que miraban al balcón desde abajo, que dejaron hasta crónicas y manuscritos, olvidados por décadas.
Nunca se habla de su gestación efectiva en las calles, pero la huelga general por tiempo indeterminado de octubre de 1945 requirió una gran organización, que corrió por cuenta de los sindicatos autónomos, encabezados por el gremio de la carne, que solo en Berisso contaba con miles de trabajadores movilizados. En esa “Babel” obrera, crecida en torno a los pulpos Armour y Swift, una comunidad de “polacos” y criollos fue gestando el movimiento desde el primer paro en la Sección Calderas hasta la extraordinaria huelga de 96 días. Allí está la semilla del 17, con barro de sudestada y sangre de matadero.
Desde agosto estaba en planes un partido obrero, y en septiembre nació la idea de responder a la Marcha por la Constitución y la Libertad hecha contra el gobierno de facto de Farrell-Perón. Un bastión sindical operaba mediante un eficaz comité de enlace con los frigoríficos de la margen sur del Riachuelo, los trabajadores de la carne de Brasil y Uruguay (Waldemar Souto, Nelson Ferreyra Aranha, Julio Herrera y Venancio Bentos), los obreros tucumanos del azúcar, el frigorífico Swift Rosario y los sectores activos del vidrio, los portuarios, los petroleros y los metalúrgicos. Para ellos habían sido días agitados, en medio de una ofensiva contra el coronel Juan Domingo Perón, vicepresidente y Secretario de Trabajo, con quien habían llegado a entenderse. Baluartes gremiales como Berisso y Tucumán estaban resueltos a ganar la calle más allá de las dudas de la CGT y del desconcierto reinante en las filas castrenses.
Encuentro Perón-Sabattini
Una fallida conspiración del general Arturo Rawson, la reimplantación del estado de sitio, una barrida de periodistas que llevó a la cárcel a don Alberto Gainza Paz (director de La Prensa), la detención de jueces de la Nación, la toma estudiantil de las universidades, el crimen de un estudiante, el descontento militar y la renuncia forzada de Perón a todos sus cargos aceleraron una vertiginosa dialéctica política. Si algún papel jugó Eva Duarte, fue el de irritar a los camaradas de armas de Perón con su presencia cerca del poder, sumando a familiares y amigos como Oscar Nicolini. Lo cierto es que Perón y Mercante aceptaron la retirada de su gobierno, evitando el contacto con las bases más combativas.
El general Edelmiro J. Farrell no podía impedir los cambios. Los ferroviarios que controlaban a la CGT no reaccionaron. Sesenta dirigentes sindicales se reunieron en Quilmes el 9 de octubre y casi todos se resignaban ante el movimiento del general Eduardo J. Ávalos, gestado bajo el ala simbólica del embajador Spruille Braden según la leyenda (el estadounidense había dejado el país hacía pocos días), indicando que Perón perdía el juego de antemano. El dirigente Juan José Perazzolo afirmó en la CGT que la consigna expresa del coronel era “del trabajo a casa”. Arturo Jauretche propuso llevar al gobierno a don Amadeo Sabattini, el caudillo del radicalismo cordobés.
Es preciso contar un hecho sumamente importante e ignorado: Perón viajó a Villa María para transar un acuerdo con el Peludo Chico, quien lo desairó. El destino del coronel era incierto. Evita llegó a proponerle una fuga.
“Fue en esos vitales momentos en que la diminuta figura de un modesto obrero de la carne impuso su factura de gigante. ¿Hace falta pronunciar el nombre de Cipriano Reyes? No, seguramente, para quienes fuimos testigos de su incansable andar y convocar a la acción urgente. Inmediata. ‘Si no, ni los huesos de Perón vamos a encontrar en Martín García’. Y también: ‘Yo mañana salgo a la calle y el que quiera que me siga.’ Frases electrizantes que volcó en una espectacular y vibrante arenga que tuvo la virtud de hacer buena mella en el ánimo de los tibios”, diría el italiano Francisco Galizia, del sindicato Luz y Fuerza. Mientras tanto, Sabattini se vino a Buenos Aires a esperar que Perón perdiera el poder. Se alojó muy cerca de donde el coronel vivía con Evita, el famoso departamento de la calle Posadas.
La víspera
El 9 de octubre, el coronel “había sido depuesto”. Militares leales como el brigadier De la Colina le garantizaron el éxito en caso de lucha, pero igualmente firmó su renuncia de puño y letra. Al día siguiente, los dirigentes Luis F. Gay y Ramón Washington Tejada visitaron a un Perón de capa caída. Nada en su ánimo indicaba que pensara resistir.
Los dirigentes de la carne Cipriano Reyes y Ricardo Giovanelli vieron al coronel Domingo Alfredo Mercante. Quedó acordada una despedida en público. El comité de enlace de Berisso trabajó para darle una buena asistencia al último acto del Secretario de Trabajo, movilizando al grueso de los miles obreros que sorprendió a todos el 10 de octubre. Un Perón en retirada prometió dejar beneficios sociales.
El 12 de octubre, “los democráticos” se reunieron en la Plaza San Martín, frente al elegante Círculo Militar. Ese fin de semana arrestaron a Perón. “Al gran pueblo argentino, salud”, celebró El País de Montevideo. Mercante no volvió a hablar con Cipriano Reyes, aunque conocía su decisión de lucha.
El gremio de la carne se mostró en las calles durante toda la semana de octubre y la decisión de lucha fue creciendo. No todas eran buenas con Perón, pero creyeron que había que jugarse. “La lucha de ustedes, compañeros, es la de todos los trabajadores argentinos”, afirmaba Manuel Lema, líder de los obreros tucumanos, en el sindicato de la calle Punta Arenas de Berisso. El alboroto y el rumor de la calle crecía en la zona del puerto, la calle Nueva York, la Montevideo y Villa San Carlos. Aparecían grupos con gran presencia de mujeres. La leyenda de la calle Nueva York alimentó la música popular, de la mano de artistas como Skay Beillinson.
Desde Avellaneda, los compañeros de la carne y del vidrio afirmaban el buen ánimo en ese centro industrial donde convivían con estibadores, textiles y metalúrgicos. La estrategia era poner en la calle a buena parte del Gran Buenos Aires, corazón del gremialismo nacional. Los más combativos y organizados se encargarían de arrastrar “a la gente remisa”. Avellaneda sería un hormiguero de columnas del sur obrero si se actuaba con coordinación. Vicente Garófalo informaba que los activistas estaban listos para poner en la calle a toda la industria vidriera y un amplio ámbito laborioso. Al año siguiente fue comisionado de Avellaneda pero solidario con Reyes, y el relato oficial lo minimizó.
La huelga
La conducción real del movimiento, buscada por la policía, logró ocultarse en el local de la CGT, dato fundamental y desatendido. Había dos grupos reunidos en la misma casa. En tanto el comité de Reyes lanzó la huelga, entre arengas vibrantes, la cúpula de la CGT se negó a apoyar la marcha y a parlamentar juntos, aprobando al final un tímido paro para el 18 de octubre -por 24 horas y sin mencionar a Perón- mientras la presión de la calle crecía, junto al riesgo de enfrentar un “descrédito sin atenuantes”.
Los jefes de la CGT se estarían metiendo en la cama, según Félix Luna, cuando las masas se encolumnaban en las calles. La tarde del 17 esos jefes visitaron la Casa Rosada, presumiendo representar a la multitud que los había desbordado. Su viraje de posición hizo que la historiografía confundiera a esa comisión vacilante, formada por hombres como Néstor Álvarez y Ángel Borlenghi, con el verdadero comité de enlace sindical que organizó la gran marcha a Plaza de Mayo. Hacía pocas horas, Álvarez había proclamado que la CGT no podía ir a la huelga. Un miembro de esa comitiva, el honesto Luis F. Gay, reconoció que ni se habían soñado lo que sucedió el 17.
La suavidad cegetista contrastaba con el ímpetu del comité de enlace de Berisso y La Plata, cuyo medio millón de volantes era un llamado a la lucha. Resumiendo, la conducción de la carne declaró la huelga en un lugar a salvo de la policía, primero el 15 y luego otra vez el 16, ya que hubo un retraso por un falso rumor del sobrino de Mercante (dijo erróneamente que Perón estaba libre). Muchos salieron antes de conocer la contraorden. Esa fue una razón de la presencia de obreros en la Capital Federal el 16. No obstante, Héctor Reyes logró notificar al grueso de esperar un poco más para salir todos juntos.
La versión recogida por Rodolfo Walsh, de que Avellaneda fue más importante, es tomada de fuentes locales. Cuando Borges preguntaba dónde nació el tango, diez barrios se anotaban como cuna. La verdad es que Berisso era el único en capacidad de realizar huelgas sostenidas (como la de 96 días, que motivó la llegada del ejército) y trascender horizontes locales, articulando algo más grande.
La noche del 16 hubo una febril actividad. Toda la ciudad debía amanecer de paro, con los piquetes en el puerto y la gente en la calle. La mañana del 17 los encontró marchando a pie por el camino al bosque platense, junto a los compañeros de Ensenada, unido a Berisso por el puente Roma y por un frente sindical. Iban mujeres con su delantal con sangre del frigorífico. Había jinetes, banderas argentinas y asomaban armas.
Una vez en La Plata, vivieron su fiesta. Tomaron plazas, rompieron negocios, atacaron clubes -como Gimnasia y Estudiantes- e improvisaron tribunas, donde escucharon a sus dirigentes como María Roldán, pionera líder femenina de un gremio de cuchillo.
La comparsa del 17 de octubre no paró de sonar al ritmo del obrero Juan Clidas y de su murga Los Martilleros. El bombo también nació en Berisso. En buena sintonía, se estrenaba Adiós Pampa Mía de Mores y Canaro, un tango campero que fusiona la orilla con el centro.
Larga marcha a Plaza de Mayo
Miles se subieron a camiones y autos para salir a Plaza de Mayo, avanzando por Avenida Centenario y Camino General Belgrano. En el área de Buenos Aires, entusiastas fueron las columnas alborotaron la Isla Maciel, la Boca y Barracas, una fragorosa corriente que llegaba del sur. La gente del Anglo y de CIABASA (frigoríficos de Dock Sud), cruzó a la capital por el puente Nicolás Avellaneda. Los conducían dirigentes como José Presta, cercano a Reyes y luego a Evita.
Los obreros de La Negra se unieron a gente que venía de más lejos. El famoso puente de Barracas estaba levantado, pero volvió a bajarse y una decidida masa superó la barrera de marinos y “cosacos”, cantando el himno nacional. Por el llamado Puente Alsina cruzaron los obreros del Wilson y de La Blanca, encabezados por el desollador Enrique Dellabusca, el anarcosindicalista Francisco Díaz y el decidido Narciso Rodríguez, un testigo de la lealtad a Reyes que dejó valiosos manuscritos.
Ya de madrugada se habían bloqueado lugares como los frigoríficos, donde sudaban 50 mil almas, que extendieron el parate a las textiles y las cristalerías. En una lanera actuaba el sindicalista Aníbal Villaflor. Desde San Martín y Vicente López partieron columnas con dirigentes como Manuel Fossa, gremialista, filósofo y redactor de crónicas en perfecta línea con la versión de Berisso.
En el norte argentino, los trabajadores de los ingenios llegaban en masa a San Miguel de Tucumán. La Federación Obrera de Córdoba convocó a molineros, cerveceros, caleros y confiteros. En Zárate y Rosario también se movilizaban los obreros de la carne. El ferroviario sanjuanino Ramón Washington Tejada se plegó al movimiento de Reyes, al igual que Enrique Álvarez Vocos, del movimiento obrero cordobés.
En Buenos Aires, un misterio fue el número de gente. La mítica plaza quedó incluso disgregada por los chorros de manguera. Pero las columnas mayores arribaron más tarde.
Después del gremio de la carne y del sindicato del azúcar, los más activos fueron los petroleros y los astilleros de Ensenada (Manuel Bianchi y otros), los del vidrio de Avellaneda (Vicente Garófalo), los metalúrgicos (Hilario Salvo) y los portuarios (Gerónimo Schizzi). Además actuó gente como el telefónico platense Ernesto Cleve, activo colaborador de Berisso, cuyas huelgas movilizaban todo el entorno solidario. Junto a Reyes actuaban el aguerrido Hipólito Pintos y el impecable Ricardo Giovanelli, coordinador de todas las columnas.
Se cumplió la estrategia del comité de enlace, en el día, la hora (según la distancia a Plaza de Mayo), la consigna unificada y la vuelta a casa en paz. Perón había aparecido ante la “masa sudorosa” cerca de las 11 de la noche. Desde el diario Crítica se ametralló a los manifestantes que se retiraban de la plaza, muriendo tres de ellos.
Al día siguiente se cumplió el paro formal de la CGT. Perón dijo que Cipriano fue “el héroe del 17 de octubre”, y el doctor Eduardo Colom reconoció méritos decisivos “al ciudadano Reyes y sus amigos”.
El escritor Raúl González Tuñón adelantó la versión de la izquierda: el 17 de octubre fue una degradación de la “auténtica” clase obrera, o un tumulto con protección policial. Pero ese movimiento llegó a la Plaza de Mayo, formó el Partido Laborista y llevó a Perón al poder.
Muchos peronistas intentaron borrar el papel de Reyes, cuyo nombre logró una resonancia misteriosa. Ninguno fue tan valorado en 1945 por Perón como Cipriano, a quien el coronel no paró de llamarlo y de recibirlo durante la campaña electoral. La fuerza laborista, que nació en Berisso, era vital para la victoria.
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