El diccionario define “Reliquia” así: “Del lat. reliquiae. Parte del cuerpo de un santo/ Aquello que, por haber tocado el cuerpo de un santo, es digno de veneración / Vestigio de cosas pasadas (…)/ Objeto o prenda con valor sentimental, generalmente por haber pertenecido a una persona querida”. Por supuesto estamos hablando de objetos del pasado, cercano o remoto. Todo el mundo y todas las culturas poseen reliquias, así como los países, las ciudades, las familias y, por supuesto, las religiones….
Por ejemplo, en nuestro país tenemos reliquias de nuestros héroes, que nos rememoran sus hazañas militares. En esa categoría entra el sable corvo de San Martín. Otras movilizan sentimientos de abnegación, como el reloj que Belgrano entregó como pago a su médico, aunque en este caso fue robado del Museo Nacional.
Pero el fenómeno de las reliquias religiosas es mucho más complejo de lo que parece. Observarlo exclusivamente bajo una óptica moderna y con esquemas mentales del siglo XXI sería, al menos, poco serio. En estos tiempos hemos juzgado sin piedad hechos acaecidos en la historia lejana con los parámetros de nuestra sociedad tecnológica, cientificista y superada. Miramos al pasado con una visión de supremacía intelectual y técnica que muchas veces menosprecia las creencias y la fe de nuestros antepasados. Olvidamos que sin ellos, sus filosofías, creencias, aciertos y errores, nosotros no estaríamos acá. Por más descubrimientos y avances increíbles que la humanidad hoy crea tener, mañana será juzgada a la luz de una forma de pensar que superará a la actual. Ese juicio se realizará y el veredicto para con este periodo de nuestra actualidad no será muy condescendiente y comprensivo. No lo duden.
Algunas reliquias han sido conservadas hasta el día de hoy. Otras, en cambio; retiradas de la veneración pública por obvios motivos. Si, por ejemplo, nos detenemos en los objetos del nacimiento de Jesús y de sus progenitores, hubo y hay muchas reliquias y en varios lugares. Repasemos algunas: los “Pañales del Niño Jesús”, las “Sacras Pajas u Heno del portal de Belén”, las "maderas de la cuna del Señor” -veneradas en un bellísimo relicario debajo del Altar de Santa María Mayor de Roma-, el “Santo Prepucio” -muy venerado en Italia-, el “Sacro Ombligo”, el “Bendito Cordón Umbilical de Jesús”. Gotas de la leche de Santa María la Virgen se conservan en varios lugares, así como imágenes de santos siendo amamantados por la misma Virgen, como “Lactatio Bernardi” o “la Sacra Lactatio”
De Jesús ya adulto existen varias también. La “mesa de la Última Cena” tuvo más o menos cuatro ejemplares. Y si hay mesa hay mantel, por lo tanto también existe una reliquia del mismo en la Catedral de Coria, en España. Sin embargo, la historia dice que los judíos no cenaban sobre una mesa sino en el suelo, de ahí la costumbre de lavarse los pies. Fueron los pintores los que comenzaron a pintar “mesas”. Y ya que estamos con la última cena, del lavatorio de los pies (hecho ocurrido antes de repartir el pan y el vino) se veneraba en España la toalla con la que Jesús secó los pies a los apóstoles. Cálices (el famoso Santo Grial) por lo menos hay dos: en la Catedral de Valencia y el cáliz de León (o cáliz de doña Urraca). Trozos de la “Vera Cruz” están esparcidos por todo el mundo, y es en la basílica de la “Santa Cruz de Jerusalén”, en Roma, donde se encuentra la mayor cantidad de estas reliquias (no solo de la cruz, sino también del sobrescrito, el famoso “Iesvs Nazarenvs Rex Ivdæorvm” –INRI- y clavos). Una muy famosa de estas “Lignum Crucis” es la “Santa Cruz de Caravaca” (España) cuyo relicario hoy día es más célebre que la reliquia que contiene. También están la “Columna de la flagelación” que se venera en Roma en la basílica de Santa Práxedes. La “corona de espinas” adquirida por Luis IX de Francia en 1248, quien mandó construir la Sainte Chapelle como relicario. Actualmente se conserva esa corona (sin espinas), en la catedral de Notre Dame y fue salvada del fuego que destruyó parte de la misma el 15 de abril de 2019. La mortaja de Jesús es la famosa “Sábana Santa de Turín” o “santa Síndone” y el sudario que cubría su rostro está en Oviedo, España. Clavos de la cruz hay por lo menos más de 20 en diferentes lugares; Monza, Milán, Tréveris, Bamberg, Colle di Val d’Elsa, etc…
La lista no se detiene ahí. Luego de su Ascensión a los cielos, el Señor siguió dejando huellas en este mundo… y de manera literal. Están grabadas en el mármol de la Vía Apia, por la cual San Pedro huía de la ciudad de Roma a causa de la persecución. La historia es así: ya en las afueras de la capital del Imperio, habiendo traspasado los muros de la ciudad, se le aparece Cristo en persona cargando la cruz. Sorprendido Pedro le pregunta la famosa frase: “Domine ¿Quo vadis?” (Señor, ¿a dónde vas?) y Jesús le responde: “Romam vado iterum crucifigi” (Voy hacia Roma para ser crucificado de nuevo). Avergonzado de su cobardía, Pedro regresa a Roma para afrontar su destino: el martirio. Pero al desaparecer, el Señor deja sus huellas grabadas en el mármol, por supuesto en dirección a Roma. Este hecho fue inmortalizado por una novela del autor polaco Henryk Sienkiewicz (ganador del Nobel de Literatura) y luego Hollywood realizó una película. En realidad, las famosas huellas que hoy se exhiben en la capilla del “Quo vadis” son copia de las originales, que se encuentran en la Basílica de San Sebastián y son solo un exvoto.
De los santos ligados directamente a la vida de Jesús, como el decapitado Juan el Bautista, hay varias cabezas y muchos dedos, por lo menos ¡veinte! Una de las cabezas se expone en la basílica de San Silvestro in Capite, en Roma; o más bien es el cráneo sin la mandíbula, porque la “Sagrada mandíbula” se halla en la ciudad de Viterbo. Otra cabeza está en la catedral de Notre-Dame de Amiens, Francia. Una tercera en la Gran Mezquita de Damasco venerada tanto por cristianos que por musulmanes. Y una más en Bulgaria. Pero parece ser que hay muchas otras “Santas cabezas” del pobre Juan el Bautista dando vueltas.
De los apóstoles, muchos de sus cuerpos descansan en varias iglesias de Roma: San Pedro en el Vaticano y San Pablo en su basílica de “Extramuros”; San Bartolomé en la Isla Tiberina; los Santos Felipe y Santiago el menor en la iglesia de “Santos Apóstoles”, Roma. Otros se encuentran en distintas regiones de Italia: San Andrés en Amalfi y San Lucas el Evangelista en Padua y así… María Magdalena, la fiel discípula de Jesús, también posee su cuerpo en veneración. Su Pie está en la basílica de San Juan de los Florentinos en Roma y su cabeza en la Basílica de Vézelay, Saint Maximin la Sainte Baume, Francia.
Con San Valentín, el patrono de los enamorados, ocurre algo similar. Pero son tres “valentines” diferentes, todos mártires ejecutados en tiempos del Imperio Romano. Los dos primeros en la segunda mitad del siglo III, el tercero en el S. IV. Para evitar confusiones, se unificó la fiesta de los tres en un mismo día, el 14 de febrero. Uno fue un médico que se hizo sacerdote, cuyos restos supuestamente están en Madrid; el otro fue Obispo en lo que es la ciudad de Treni, cuyo cuerpo está en dicha ciudad pero su cabeza en Santa María en Cosmedin; Roma; y el tercero fue obispo de Reci y su tumba completa está en Dublín, Irlanda. Y obviamente, hay tres iglesias que poseen tres cuerpos de tres San Valentín. Por si no bastara, también hay lugares que se adjudican partes de su cuerpo: Lesbos, Praga, Polonia, Francia, etc…
Ya en tiempos más cercanos, podríamos citar el caso de Santa Teresa de Jesús, mística, reformadora y doctora de la Iglesia, la cual fue desmembrada y trozos de su cuerpo esparcidos por el orbe. Lo más notorio es que el dictador español Francisco Franco tenía el brazo de la Santa en exposición para su veneración… en su dormitorio. O Santa Catalina de Siena, que nació en esa ciudad y falleció en Roma. La propiedad de sus sagrados restos ocasionó una disputa entre ambas localidades, pero el Vaticano hizo algo salomónico: cortó el cuerpo de la santa. Su cabeza y un dedo fueron a Siena y el resto quedó en Roma.
Quienes veneran reliquias suelen ser considerados ingenuos, crédulos, fetichistas y se les suman otros epítetos, muchos de ellos descalificantes. Sin embargo, es innegable que para un colectivo muy amplio de creyentes de muchas religiones su veneración es un componente importante de su fe y una expresión de ella. Encuentran en estas auxilio espiritual y fuerzas para seguir luchando en los avatares del “terrible cotidiano”. En cualquier caso, la historia nos muestra que la veneración de las reliquias ha sido siempre un fuerte imán, tanto de la religión como del poder civil. Ciudades y reinos se han construido por poseer alguna reliquia insigne de la vida de Cristo, de la Virgen o los santos. Con solo ver la Catedral de Colonia, Alemania o la Chartres, en Francia, podemos dar cuenta de esa importancia radical. Fueron construidas como gigantes relicarios para preservar en ellas reliquias sagradas: la de Colonia para custodiar los restos de los Reyes Magos, y la de Chartres la túnica de la Virgen.
No sólo el catolicismo las posee. Para el budismo, por ejemplo, sin duda la más famosa es el diente que se conserva en el “Templo del Diente Sagrado” en Kandy, Sri Lanka, hoy uno de los mayores centros de peregrinación budista en el mundo y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Para el Islam, entre otros, se veneran pelos de la barba del Profeta Mohammed en varios sitios y uno de ellos se encuentra en la Mezquita Sufí de El Bolsón, Provincia de Rio Negro.
También en el Antiguo Testamento observamos que las reliquias de los profetas eran estimadas. Como leemos en el segundo libro de los Reyes (2 Reyes 13:20-21) “Eliseo murió y lo sepultaron. Ya entrado el año, vinieron bandas armadas de moabitas a la tierra. Aconteció que estaban unos sepultando a un hombre cuando súbitamente vieron una banda armada; entonces arrojaron el cadáver en el sepulcro de Eliseo. Pero tan pronto tocó el muerto los huesos de Eliseo, revivió y se puso en pie”.
Cristianos católicos y ortodoxos las veneran en gran medida. A tal punto siguen las controversias por las reliquias de los santos en este siglo XXI, que durante el pontificado de San Juan Pablo II, la Congregación para el Culto Divino del Vaticano, en el año 2002, estableció un “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. Principios y Orientaciones”. En el canon 236 se especifica: “El Concilio Vaticano II recuerda que de acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas. La expresión “reliquias de los Santos” indica ante todo el cuerpo -o partes notables del mismo- de aquellos que, viviendo ya en la patria celestial, fueron en esta tierra por la santidad heroica de su vida miembros insignes del Cuerpo místico de Cristo y templos vivos del Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 3,16; 6,19; 2 Cor 6,16). En segundo lugar, objetos que pertenecieron a los Santos como utensilios, vestidos, manuscritos y objetos que han estado en contacto con sus cuerpos o con sus sepulcros como estampas, telas de lino, y también imágenes, son veneradas.”
El 5 de diciembre de 2017, el Papa Francisco aprobó la Instrucción sobre “Las reliquias en la Iglesia: autenticidad y conservación” cuyo texto ha sido publicado en L’Osservatore Romano del 17 de diciembre de 2017. Dicha instrucción emitida por la Congregación de las causas de los Santos específica que “Tradicionalmente son consideradas reliquias insignes el cuerpo de los Beatos y de los Santos o partes considerables de los propios cuerpos o el volumen completo de las cenizas derivadas de su cremación. A estas reliquias (…) se le reservan un especial cuidado y vigilancia para asegurar su conservación y su veneración y para evitar los abusos… Son consideradas reliquias no insignes los pequeños fragmentos del cuerpo de los Beatos y de los Santos o incluso objetos que han estado en contacto directo con sus personas. A ser posible deben ser custodiadas en tecas selladas. De cualquier modo, deben ser conservadas y honradas con espíritu religioso, evitando cualquier forma de superstición y de comercialización.”
También las reliquias poseen una clara distinción para determinar su procedencia: Las de primera clase son el cuerpo o un fragmento del cuerpo del santo. Éstas suelen subclasificarse en “Insignes” (porción principal del cuerpo), “Minúsculas” (partes de menores dimensiones, como dientes, partes óseas, etc…); y “Notables” (las que no son minúsculas o insignes, como por ejemplo los dedos). Las de segunda clase son todo lo usado en vida por un santo, especialmente su ropa o un objeto piadoso. Las de tercera clase son los objetos que han tocado una reliquia de primer grado o el sepulcro del santo.
Casi todas las reliquias tienen (o deberían tener) una escritura en latín o lengua del lugar en su relicario donde se pueda leer si son “Ex Ossibus” (huesos), “Ex Capsa” (trozo del ataúd), “Ex Indumentis” (Trozo de Tela), “Ex Pulvis” (cenizas), etc… explicando a qué parte del cuerpo pertenecen o de donde provienen. Desde el siglo XIII se debería adjuntar un documento llamado “auténtica” que da fe que sí es una reliquia verdadera.
El Dr. Marcelo Enrique Vega, especialista en Eclesiología antigua y medieval, explicó que: “Con mucha anterioridad a estos nuevos lineamientos dictaminados por Juan Pablo II y el Papa Francisco ya se habían establecido normas al respecto de la devoción a las reliquias. A comienzos del siglo XIII el IV Concilio de Letrán señala que se prohibirá la veneración de reliquias sin ‘certificado de autenticidad’. De esa manera, el comercio de reliquias fue disminuyendo”.
Los documentos conciliares de Letrán (Capítulo 62, que trata “De las reliquias de los Santos”) especifican: “…Frecuentemente se ha criticado la religión cristiana por el hecho que algunos exponen a la venta las reliquias de los Santos y las muestran a cada paso. Para que en adelante no se critique más esta actividad, estatuimos por el presente decreto que las antiguas reliquias en modo alguno se muestren fuera de su cápsula ni se expongan a la venta. (…) nadie ose venerarlas públicamente, si no hubieren sido antes aprobadas por autoridad del Romano Pontífice…”.
También el Concilio de Trento hará su aporte, dictaminando un ordenamiento al respecto porque las mismas fueron criticadas duramente tanto por Lutero como por Calvino y los demás reformadores. La contrarreforma Católica tomó buena nota de ello. Este concilio dice, respecto de las reliquias, que: “Vender las sagradas reliquias, sea en el precio que fuere, es simonía; y lo mismo el comprarlas”.
Pero por más documentos conciliares, dictámenes Pontificios o Patriarcales y ante la necesidad de una fe palpable, para la gran mayoría del pueblo (sobre todo en medio de grandes catástrofes) las reliquias siempre surgieron como hongos.
Veneradas, custodiadas, dignificadas, olvidadas; destruidas, codificadas, imposibles o increíbles, las reliquias -sean de personajes sagrados o de héroes de las naciones- siempre han sido un poderoso imán. Los muertos y sus pertenencias en nuestras sociedades poseen un magnetismo que nos supera, aún en esta sociedad tecnología del S.XXI. Solo queda en nosotros creer o no en ellas: nadie nos obliga, nadie nos lo impone, solo están allí. Y parafraseando el comienzo de la película “La canción de Bernardette”, para los que creen toda explicación es innecesaria; para los que no creen no hay explicación satisfactoria.
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