Caminó la cuadra que separa su casa en Pablo Podestá, partido de Tres de Febrero, del supermercado. Iba solo con un ruego y la foto de un dibujo en una servilleta: tenía que buscar las galletitas que le había pedido su papá. Quería congraciarse con su súplica porque “cuando él te pide algo así, no hacés más que tratar de darle el gusto”. No sabía la marca porque su papá la había olvidado. Recordaba solo su aspecto: planas, alargadas, contornos redondeados y una línea de puntitos en el centro. Antes de embarcarse en la búsqueda, les pidió ayuda a sus 300 seguidores de Twitter. Y se fue.
Se dirigió a la góndola de galletitas, sin pausa. Había supeditado su investigación a la suerte. Chequeaba la foto, idealizaba la estructura y rastreaba la semejanza en el tablero de colores y moldes que forma la variada oferta de galletitas y derivados. Mientras tanto, en el celular se le acumulaban notificaciones. Encontró el paquete correcto sin demasiado esfuerzo, respaldada por la colaboración de sus seguidores. A su papá le llevó unas Okebon con sabor a vainilla.
Jorge Mendieta va a cumplir 80 años el miércoles 11 de noviembre. En 2017 empezó con los primeros síntomas. Fueron episodios de olvido o dispersión. “Se metía en contramano en una calle por la que había ido toda su vida, no podía meter los cambios en el auto, preguntaba tres veces las mismas cosas, se aplicaba la insulina dos veces seguidas y le cambiaba muy rápido el humor: se había vuelto muy gruñón”, narró Cecilia, su hija, una de ellas.
El cuadro fue deteriorándose de a poco. Su neurólogo, Ignacio Previgliano, director del Hospital Fernández, le diagnosticó demencia mixta, un tipo de trastorno que se caracteriza por la presencia de síntomas y signos patológicos de más de un tipo de demencia, como el Alzheimer. Recuerda situaciones viejas, pero no el pasado reciente. Como el devenir de su amada motocicleta. “Yo me acuerdo que tenía una DKW”, suele decir pero no recuerda que el amigo al que se la había prestado se la devolvió, que la restauró con su nieto y que en el living de la casa de su hija cuelgan partes de la moto como adornos, como un pequeño museo homenaje.
Cuando esa mañana del martes 13 de octubre, su mamá Erna la llamó y le preguntó “¿podés venir a darme una mano con algo?”, no reparó que hace unos años había pasado lo mismo. Ella, docente, le preguntó a sus compañeros si podían identificar la silueta de esa galletita dibujada en un papel. Adivinaron y saciaron el pedido de un hombre que quería volver a los sabores de su juventud.
Jorge se emocionó al ver llegar a su hija con las galletitas en la mano. “Se movilizó mucho. Se le pusieron los ojos llorosos, me agradeció, me manoteó el paquete y se puso a comerlas. Como si le diera un juguete a un nene, lo perdí. Se fue a su mundo a comer”. Tuvo problemas con la cintita roja que abre los envoltorios. Le acercaron un cuchillo pero no hubo caso: ya estaba ensimismado. Después él le preguntó cuánto le habían costado: “Me las quería pagar porque él todo lo tiene que pagar. En su mundo sigue siendo súper caballero”.
En la servilleta donde había dibujado la anatomía de su deseo, Jorge escribió el nombre “galletitas integral”. Creía haberse acordado la marca. Cuando la hija volvió del supermercado, se encontró que la palabra integral estaba tachada. La había corregido: abajo decía “imperial” en una imprenta más clara. Su papá finalmente se había acordado cuáles eran las galletitas que tenía antojo de comer. Pero las populares Imperial habían dejado de existir hace varios años. Las Okebon, afortunadamente para su familia, cubrieron las expectativas de su añoranza.
Jorge comió algunas mientras hablaba de su infancia y de lo ricas que eran las Imperial. Le contaron que había otros sabores (chocolatada y dulce de leche) y se entusiasmó. “Ahora comé estas que después te compro de las otras”, le pidió su hija, antes de sacarle el paquete porque, como algunos recuerdos inmediatos se le desvanecen, no mide cuánto come y es necesario racionarle la comida. La situación es compleja para todos. Fundamentalmente para Erna, su esposa: “Hay días que mi mamá me pide irse un rato de casa para volver después de mejor humor. Debe ser muy difícil para ella ver a su marido yéndose de a poquito”.
Cecilia prefiere decir que su papá vive en su propio mundo. “Lo que podemos hacer es sostenerlo, lo podemos acompañar. No se puede revertir su enfermedad”, les avisó el neurólogo. Su demencia, cada vez más pronunciada, se volvió viral luego de que su hija compartiera el dibujo y la búsqueda en su cuenta de Twitter. “Me fui a abrazar a mi vieja”, es una de las frases que más rescata luego de que su inocente publicación se convirtiera en tendencia. La marca, de hecho, ya se contactó con ella para acercarle un regalo a su papá.
Jorge es papá de Cecilia desde que ella tiene dos años. El apellido de su hija es Lobo y Luis, el padre biológico fallecido en 1996, cumplió su rol con deficiencia. “El papá-papá que tuve fue Jorge”, reconoció. A los cinco años, Jorge y Erna formalizaron. Se casaron por civil, se divorciaron pero el día que nació Santiago, el nieto, se reencontraron en la clínica. “Se miraron, se abrazaron y se volvieron a juntar. Al año siguiente, en 2005, se casaron de nuevo con mi hijo a upa”, retrató Cecilia.
Santiago cambió a Jorge hasta en su nombre. La primera palabra que dijo es “Tata” para referirse a su abuelo. “Desde que nació mi hijo, dejó de ser Jorge. Ahora todos lo conocen como el ‘Tata’”, contó su hija. En la práctica, la existencia de su nieto le reconstruyó el semblante: “Antes era gruñón, pero desde que nació Santi conocimos a otro Jorge. Se sienta en el piso a jugar con él, le enseñó los nombres de todos los autos que existen, se ponen a mirar documentales en la tele. Son muy compañeros. Hoy mi hijo tiene un rol que no quisiéramos que tenga. Es el que lo sostiene. Cuando lo vemos mal le pedimos que vaya a ver al abuelo”.
Jorge Mendieta trabajó desde la década del sesenta hasta 2007 como mecánico de mantenimiento de aeronaves en Aerolíneas Argentinas. Trabajaba en la base aérea de Morón, cerca de su casa. También ejerció varios años como profesor en el Instituto Nacional de Aviación Civil. En la publicación de Cecilia, muchos alumnos lo recuerdan con cariño. Hoy, con demencia mixta, los únicos capaces de transformarle la cara son las galletitas de su infancia, Torino, el perro de la familia, y Santiago, su nieto. “Con ellos su mundo es diferente”, aceptó su hija.
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