“Pensaba con honda tristeza en esas cosas [se refiere a la detención de Perón] en esa tarde del 17 de octubre de 1945. El sol caía a plomo cuando las primeras columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábito de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de breas, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo nombre: Perón. Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo y las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado”.
La cita corresponde a Raúl Scalabrini Ortiz, escritor e ingeniero agrónomo oriundo de la provincia de Corrientes, militante yrigoyenista, autor de obras clásicas como El hombre que está solo y espera e Historia de los ferrocarriles argentinos y uno de los fundadores de FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), una agrupación de intelectuales provenientes del ala popular de la Unión Cívica Radical que tras el 17 de octubre de 1945 eligieron sumarse al movimiento peronista.
Viajemos a 1945, aquel año decisivo, como lo definió Félix Luna y analicemos el contexto internacional, la situación local y el 17 de octubre.
En el plano internacional, hace pocos meses finalizó la Segunda Guerra Mundial, que dejó, según las cifras más conservadoras, la friolera de más de 50 (cincuenta) millones de muertos. Adolf Hitler se suicidó, Benito Mussolini fue ejecutado y las bombas atómicas cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki. Los movimientos fascistas y nacionalsocialistas fueron derrotados por una alianza entre los Estados Unidos y la Unión Soviética (que perdió más de 27 millones de soldados y ciudadanos en el conflicto bélico). El mundo se alista para dividirse en dos bloques y pronto se iniciará la Guerra Fría. Enseguida veremos cómo el escenario internacional impacta en el modo que los actores locales analizan su propia realidad.
En la Argentina, Juan Domingo Perón es el hombre más importante de la dictadura militar iniciada el 4 de junio de 1943. Posee tres cargos: Vicepresidente, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión. Desde esta dependencia, en la que asumió en octubre de 1943, cuando era el anodino Departamento Nacional del Trabajo (creado en 1907 por los sectores liberales del viejo orden oligárquico), construirá su vínculo indisoluble con la clase trabajadora. La Secretaría de Trabajo y Previsión absorbió organismos dispersos en la administración pública que tenían alguna incidencia en el mejoramiento de las condiciones de vida y trabajo de los sectores populares (Comisión de Casas Baratas, Cámara de Alquileres, Comisión Asesora para la Vivienda Popular, Junta Nacional para combatir la Desocupación, etc.).
Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón convocó a los trabajadores, los recibía desde muy temprano en la mañana, les hablaba en lenguaje llano, directo, tomaba nota de sus reclamos y adelante de ellos redactaba los decretos. No fue una tarea sencilla: muchos dirigentes sindicales provenían de tradiciones de izquierda (socialista y comunista) y miraban con desconfianza a ese fornido y sonriente coronel, que formaba parte de un gobierno autoritario, que en sus primeros tiempos reprimió la protesta obrera, clausuró sindicatos, estableció la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas y creó la Policía Federal. Además, varios de los militares tenían fuertes simpatías hacia los nazis. Esta situación no amilanó a Perón: buscó entre las segundas y terceras líneas de los gremios, los alentó a crear sindicatos paralelos y la Secretaría de Trabajo comenzó a establecer acuerdos con ellos.
En menos de dos años, la Secretaría de Trabajo y Previsión firmó miles de convenios con los gremios, estimuló la afiliación sindical, otorgó aumentos de salarios, vacaciones pagas y estabilidad en el empleo. Asimismo, incorporó a dos millones de personas a los beneficios del régimen jubilatorio, dictó el Estatuto del peón de campo y creó los Tribunales del Trabajo, instaurando una justicia laboral que venía a reparar décadas de desprotección jurídica de los trabajadores (hasta ese entonces, la justicia era onerosa -originaba un gasto- lenta, compleja y demasiado técnica en sus procedimientos, haciéndola inaccesible al trabajador). En un lapso muy breve de tiempo, Perón promovió un “aluvión” de leyes en favor de la clase obrera.
Ángel Perelman, un dirigente sindical proveniente del socialismo, señaló que a partir de 1944 sucedieron “cosas increíbles: que se hacían cumplir leyes laborales incumplidas en otra época, que no había necesidad de recurrir a la justicia para el otorgamiento de vacaciones, el reconocimiento de los delegados de las fábricas…que las relaciones internas entre la patronal y el personal en las fábricas había cambiado por completo de naturaleza. Los patrones estaban tan desconcertados como asombrados y alegres los trabajadores. La Secretaría de Trabajo y Previsión se había transformado en factor de organización, desenvolvimiento y apoyo de la clase obrera. No funcionaba como una regulación estatal por encima de las clases, actuaba como un aliado estatal de la clase trabajadora”.
Hagamos un alto aquí: es preciso señalar que el objetivo inicial de Perón era conformar un proyecto poli-clasista, es decir, una alianza entre empresarios y trabajadores, regulada desde el Estado. Perón, a lo largo de toda su vida, creyó en la alianza de clases y no en la lucha entre ellas, como pregonaba el marxismo tradicional. Por ejemplo, en un conocido discurso en la Bolsa de Comercio en 1944 invitó a los empresarios a participar en su proyecto, les habló del “peligro rojo”, indicando que había que saber repartir para no perderlo todo. “Si el Estado no interviene para tutelar las relaciones entre el capital y el trabajo -afirmó-el malestar de las masas podría tornarse explosivo, poniendo en riesgo el orden social y la subsistencia de la Nación”.
El empresariado más concentrado, tanto rural como urbano (Sociedad Rural y Unión Industrial), no creyeron ese discurso apocalíptico; lo que les molestaba era tener que pagar los nuevos “costos” laborales que se venían otorgando desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Hasta ese entonces, las leyes laborales eran papel mojado, nadie las cumplía. Pero algo había cambiado desde la llegada de Perón: ahora se aplicaban; ahora había un estado que velaba para que se cumplieran y claro, había que pagarlas.
Para septiembre de 1945, la oposición política al gobierno militar está envalentonada. Los radicales, conservadores, socialistas y comunistas leen el contexto internacional en clave local: el fascismo en el mundo ha sido derrotado, acabemos con el último reducto nazi en América del Sur, dicen. Convocan a la “Marcha de la Constitución y la Libertad”. En la Plaza San Martín de la Capital Federal, una enorme multitud (calculada en 250 mil personas), de las clases altas y medias altas, junto a los partidos políticos, las patronales empresarias y alentados por los grandes medios (La Nación, La Prensa, el naciente Clarín), exigen la entrega del gobierno a la Corte Suprema y que los militares vuelvan a los cuarteles.
La marcha tiene impacto sobre un sector de las Fuerzas Armadas, así, el 9 de octubre, un día después de su cumpleaños n°50, Perón es destituido de todos sus cargos. La acusación tiene tres pilares: su audaz política laboral, la relación con la actriz Eva Duarte (a quien conoció en el Luna Park en un acto a beneficio de las víctimas del terremoto de San Juan) y el manejo de la política exterior (meses antes, Perón había declarado la guerra a la exangüe Alemania nazi).
El 10 de octubre, antes de ser detenido, Perón dio un discurso en las puertas de la Secretaria de Trabajo y Previsión. Frente a más de setenta mil personas, les pidió a los trabajadores que confiaran en sí mismos y que recordaran que “la emancipación de la clase obrera está en el propio obrero...venceremos en un año o venceremos en diez, pero venceremos”.
Perón es trasladado a la Isla Martín García. Hay noticias cruzadas, se dice que lo van a fusilar. Comienza a gestarse un creciente “run-run” en el mundo obrero. Mientras el gobierno aclara una y otra vez que las conquistas laborales serán mantenidas, los dueños de las fábricas y de los campos ven la oportunidad de desquitarse. Llega el 12 de octubre, día feriado, “que se los pague Perón”, les dicen, de manera altanera, a los obreros. La Confederación General del Trabajo duda si convocar o no a la huelga general; en apretada votación se opta por lanzar la medida de fuerza para el día 18 de octubre.
Por su parte, Perón parece haber tirado la toalla: escribe dos cartas. Una dirigida a su viejo amigo Domingo Mercante en que le pide que cuide mucho a su mujer, Evita. La otra es para ella: le promete que pedirá el retiro al presidente Edelmiro J. Farrell, que apenas se lo otorga, se casan y se van a vivir a la Patagonia, cerca de su madre, donde pasó toda su infancia.
Es la madrugada del 17 de octubre, se anuncia un día caluroso, un poco nublado por la tarde. En ese momento, miles de obreros y obreras abandonan de manera espontánea las fábricas y los establecimientos. Empiezan a caminar rumbo a la Plaza de Mayo; desde Remedios de Escalada, Banfield, Gerli, Berisso, Ensenada, La Plata, cruzan a nado el Riachuelo, improvisan balsas con puertas de madera. Marchan de manera absolutamente pacífica. Nadie rompe nada. “¡Los que están con Perón que se vengan en montón!”, van cantando y arengando a otros obreros para que se sumen a la marcha. La multitud creciente tiene un solo reclamo: ¿dónde está Perón? ¿qué pasó con él? La Policía Federal ordena bajar el puente del Riachuelo que había sido subido para evitar el cruce de los manifestantes. Tampoco los va a reprimir. Se dice que su jefe, Ramiro Velazco, era amigo de Perón, de la época del GOU (Grupo de Oficiales Unidos). “Viva la cana, viva el botón. Viva Velazco y Viva Perón”, grita la multitud.
Los manifestantes van colmando la Plaza de Mayo, son cientos de miles, una multitud nunca antes vista. Caminaron muchos kilómetros. Hace calor. Se ponen en cuero, son los descamisados. Tienen los pies doloridos de tanta caminata, se sacan los zapatos y ponen “las patas en la fuente”. Ningún militar se quiere hacer cargo del costo de reprimir. El General Eduardo Ávalos, que había destituido a Perón, cavila. Héctor Vernengo Lima, de la Marina, pide a un capitán que dispare a mansalva a la multitud. Éste le solicita una orden escrita. No aparece. Se sigue juntando más y más gente, empiezan a golpear con insistencia las puertas de la Casa Rosada. ¿Dónde está Perón? ¿Dónde está Perón?
A todo esto, Perón ha sido trasladado en una lancha desde la isla Martín García al Hospital Militar en la Capital Federal. Tiempo después, el lanchero que lo fue a buscar contó que le habían dado una embarcación en muy mal estado: “querían que nos hundiéramos, la Providencia lo impidió”, afirmó.
La tensión va in crescendo. Cualquiera que se asoma al balcón de la Casa Rosada es abucheado. Solo quieren a Perón. No se irán de ahí hasta que aparezca, aunque nos quedemos tres días, afirman. Los militares que destituyeron a Perón aceptan su derrota. Ordenan ir a buscarlo al Hospital Militar. Perón tiene el mazo de cartas en su mano, decide cómo se sigue. Exige la renuncia de Ávalos; él se retira de todos sus cargos y se presenta como candidato presidencial para las elecciones de febrero de 1946.
A las 22.25 horas de ese larguísimo día, Perón llega a la Plaza de Mayo. La multitud brama, ruge, hay un ruido ensordecedor. ¿qué les digo, se pregunta Perón para sí? Les pide que canten el Himno Nacional para ganar tiempo mientras organiza algunas ideas en su cabeza. Arranca el discurso diciendo “Trabajadores” y una Plaza de Mayo repleta, desbordada, estalla en ovación. Perón les dice que ese día nació un vínculo de unión indestructible entre “el pueblo, el ejército y la policía”. La multitud quiere saber dónde estuvo esos días, qué le pasó. Perón da rodeos. La multitud insiste, Perón dice que ya está, que ya se olvidó, que no quiere empañar ese hermoso acto con ningún mal recuerdo. Antes de finalizar, señala que el paro previsto por la central obrera para el día 18, se transforma en “San Perón”, ruega a los trabajadores que se desconcentren de manera pacífica, que no respondan a ningún tipo de agresión y que cuiden a las mujeres. También les pide que se queden “por lo menos quince minutos más reunidos aquí, porque quiero estar desde este sitio contemplando este espectáculo que me saca de la tristeza que he vivido en estos días”. Ese espectáculo era el nacimiento de un nuevo movimiento político, el más importante de la historia argentina, el peronismo.
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