Quedó varado en Buenos Aires y eligió no volver a los EEUU: “Cumplí mi sueño, compré un bar en Palermo”

Nick Baranov (33) nació en Baku, vivió como refugiado en los Estados Unidos pero hace cuatro años viajó por Latinoamérica como mochilero. La pandemia lo encontró en CABA y se enamoró del país. “En noviembre inauguro mi café lounge”

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Lleva años en rubro de
Lleva años en rubro de la coctelería, descubrió su lugar en Palermo -Borges 1975- que abre sus puertas en un formato de café lounge en noviembre

“Estoy enamorado de Buenos Aires”, le repite Nick Baranov (33) a Infobae una y otra vez. Sus planes para el 2020 -como los de la mayoría- quedaron truncados por la inesperada llegada de la pandemia. Pero lejos de lamentarse, encontró su nuevo destino a casi 10.000 kilómetros de su casa en los Estados Unidos.

Nick llegó a la ciudad el 29 de febrero de 2020, “sin pasaje de vuelta, porque la idea era sumergirme en la cultura latinoamericana”. Apenas unos días después se decretó la pandemia del Covid-19 y luego la cuarentena obligatoria en el país. Con los ahorros generados por su trabajo como nómada digital, un poco de español aprendido en Los Ángeles, y sin contacto alguno, se instaló en un departamento en Palermo.

“Hacía rato que buscaba frenar, para observar y mirar qué hacer de mi vida. Mientras lo decidía, se desató la pandemia, y el contexto terminó decidiendo por mí. Estoy muy feliz porque desde el primer día me sentí como en casa”, confiesa.

Los primeros meses de cuarentena en la Argentina no fueron fáciles, pero no por la adaptación o el choque cultural sino por las restricciones del encierro. “Ni bien empecé a conocer gente se cerró todo. Estuve casi tres meses sin salir, sin conocer a gente, y después me quedé sin trabajo... fue duro y solitario”, recuerda.

En marzo previo a la
En marzo previo a la pandemia recorriendo el cementerio de la Recoleta

Nacido en Baku, capital de Azerbaiyán, a causa de los recurrentes conflictos que vive la ex república soviética, su familia tuvo que escapar a Rusia para vivir en tranquilidad. “Apenas tenía dos años, aunque tengo muchos recuerdos de esos tiempos. En Moscú vivimos hasta que cumplí 8″. Luego sus padres se animaron a apostar por el famoso sueño americano. Se mudaron a Los Ángeles y "empezamos de cero”.

Allí creció, sus padres se desarrollaron profesionalmente y una vez que terminó el colegio secundario, en vez de ir a la facultad se inclinó por su pasión: la música. “Formé una banda de música rockera. Rattlehead, era el guitarrista. Nos fue muy bien, durante casi seis años hicimos tours por todos los Estados Unidos”, recuerda.

Pero un día ese gran sueño empezó a desinflarse. "No todo era la gloria, me cansé de ese ritmo de vida, vi que no era todo increíble como lo había idealizado, y decidí ‘ponerme serio’. Busqué trabajo como bartender. Me encantó y me hizo acordar a mi vida como cantante de rock.

Ese fue el inicio de su camino profesional. Primero atendió el bar, luego fue encargado hasta que finalmente se convirtió en jefe de operaciones, a cargo de los eventos musicales de renombre.

Mochilero hasta el fin del mundo

Sonora, México. Una parada en
Sonora, México. Una parada en la ruta luego de 1000 kilómetros en moto

“Tenía la vida resuelta pero faltaba algo", admite. Para eso necesitó tomar perspectiva y alejarse de los conocidos. “Quise salir del ideal de vida americano donde priman los valores del individualismo y el consumo excesivo. Para mí los valores de vida son otros, y salí al mundo”.

La Navidad pasada Nick sacó un boleto de avión sin regreso. El plan era dejar por un tiempo Los Ángeles para descubrir nuevas formas de vida en Latinoamérica. En el camino, para solventar los gastos de avión, hotel y paseos, seguiría trabajando como nómada digital en consultoría.

Primero estuvo un mes en Perú, otro en Colombia, también en México y luego Guatemala, hasta que el 29 de febrero de 2020 pisó el suelo argentino. Lo que jamás se imaginó es todo lo que vendría después.


Utila, Honduras. Allí hizo el
Utila, Honduras. Allí hizo el curso de buceo para poder nadar con los tiburones

Hace casi ocho meses que es “casi porteño” -como se define-, aunque pudo conocer poco de la urbe debido a las restricciones, pero de lo que vio se enamoró. Quedó impactado con la arquitectura de legado europeo, los sabores internacionales, y sobre todo la calidez de la gente. Ya tiene algunos amigos, y claro, ahora un bar.

Argentina, tierra prometida

“Un día caminaba por Palermo, y justo en la esquina vi esta librería -Borges-. Entre, escuché jazz, vi libros de filosofía y al fondo me topé con un patio vacío”, relata. Ese día volvió a su casa pensativo. Volvió a las semanas con un proyecto concreto de remodelación y puesta en valor del lugar. “Al dueño le encantó. Firmé contrato de dos años, y el 7 de noviembre es la gran inauguración”.

Back Room (el cuarto del fondo) se llamará ese espacio con mesas al aire libre, coctelería de autor con nombres de escritores latinoamericanos, y una carta de tapas y fingerfood con fusión de recetas rusas y argentinas. Todo cobra sentido: “es como el resumen de mi vida volcado en un sueño".

-Hay una gran cantidad de argentinos que anhelan irse del país en busca de mejor calidad de vida; vos decidiste lo contrario: apostar por Argentina.

-El pasto del vecino siempre es más verde. No todo es tan perfecto en los Estados Unidos. Hay un consumismo desmedido y un concepto de rivalidad e individualismo que no comparto. Mis amigos me felicitan por la decisión de vida tomada. También me quisieron desalentar con el argumento de la inseguridad pero me crié en Hollywood, donde no podés andar en la calle de noche.

-¿Y la inestabilidad económica no te da temor?

-Me trataré de anticipar a los cambios. Sé que tengo miles de desafíos, desde la barrera idiomática hasta cultural, pero de eso se trata. Además me asocié con Facundo -amigo que conoció al llegar- que sabe todo del mercado local. Jamás dejaría que el contexto limite mis sueños.

-Tener la playa lejos tampoco te molesta...

-Bueno... no te voy a mentir. Ni bien abran las fronteras, viajo a Cartagena. Eso sí voy extrañar mucho, al igual que mi familia.

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